sábado, 20 de junio de 2015

Suenan las trompetas y los tambores, ha llegado el Rey. Él siempre complaciente, se acerca a la gente que le saluda. Montando su caballo negro, muestra su gran espada de acero noble, como noble es su corazón. No diré su nombre, pero vosotros mismos descubriréis de quien relato.
Forman un baile en su honor y acuden las más bellas damas y los nobles de la comarca. No hay guerras, es tiempo de paz y eso se agradece. No más derramamiento de sangre, sangre desperdiciada por sed de ideas o conquistas. Él desea que acabe el baile, aunque está a gusto, prefiere la compañía en privado de su mujer, la Reina. Hace tiempo que no está con ella y solo la luz de una vela, hace de testigo del amor que se procesan. Sin ningún vástago, no pierden tiempo en iniciar la tarea. Con la ilusión puesta, en tener sucesor. Rozan la piel y se adentran en los confines del amor y del deseo carnal. Nadie les molesta y solo dejan pasar, a la ligera brisa nocturna de una noche de verano.
Todo es perfecto y al acabar, quedan en lo más profundo de los sueños. Dos guardias, vigilan la entrada y se van relevando cada cierto tiempo. Todo es sosiego y calmado, hasta que llega la mañana y con ella el amanecer. La luz del Sol, entra iluminando la estancia. Él la besa y la despierta y rozando la mano por el cabello, le dice cuanto la ama. Cuanto la ama y que no desea estar con otra mujer, que no sea ella.
Se preparan y bajan a la entrada, los dos juntos. Seguidos por dos lacayos, se dirigen a las caballerizas. Ël montará como siempre el mismo caballo, el suyo, negro. Ella dice, que no montará caballo alguno. No por no querer ir y divertirse, sino por temor a estar en cinta. Sonríe tal preciado Rey, sonríe y dándole un beso en la mejilla, se aleja en compañía de los dos lacayos. No saldrá de los límites del campo feudal y no correrá riesgos innecesarios, aunque nadie le puede negar su valentía. Varias luchas y enfrentamientos ha tenido a su mediana edad.
Al rato de cabalgar, hace un descanso. Más bien, para que respire el caballo y poder beber un poco de vino, antes de seguir la marcha. El Sol se impone como dueño y señor del cielo, mientras él lo hace en la tierra. Se acabaron las disputas y nadie le falta el respeto. No solo es rey por linaje, si no por méritos propios. A alguno ha tenido que amedrantar, para que no se le sublevara ni intentara acto parecido.
Ya descansado, vuelve a montar el lindo caballo negro. Vuelve al castillo, para estar cerca de su bella dama. Ésta le espera, con nerviosismo. No por peligro alguno, sino porque piensa o cree, estar esperando descendencia. Han sabido aprovechar el momento oportuno y no deja de estar mareada y se siente débil. Las doncellas que le rodean, ya saben y buscan matrona que dirija los meses previos al nacimiento. Todos esperan que sea varón, para que sea príncipe y después sucesor.
Al llegar, ella le recibe con una sonrisa cómplice, que solo él es capaz de traducir. Bajando del caballo, sonríe y la abraza, pero con cuidado. Sigue estando fuerte, aunque ya no son los años de juventud que tanto ha aprovechado.
Quien sabe lo que pasará ahora, solo se sabe que por la mañana sale el Sol y por la noche la Luna. Cuantas veces, tendrán que aparecer hasta que nazca la criatura. Es feliz o mejor dicho, son felices y solo esperan, que reine la paz y que sea duradera, para que no tengan que separarse más de lo debido.

No habrán batallas que lidiar, solo serán las de la naturaleza propia. Pasan los meses y ella va cambiando el cuerpo, el vientre va cogiendo forma y los días y los meses pasan demasiado rápido, casi no les dan tiempo a saborear la fecundidad. Ella se sobresalta al sentir un dolor agudo, solo han pasado siete meses justos y parece que el parto se adelanta. Las doncellas avisan a la matrona, que rápidamente va a la habitación donde ella espera. El Rey, se encuentra por casualidad, fuera en las cercanías. Un lacayo, montando una yegua joven, va rápido a dar aviso de la llegada. Él lo ve acercarse a galope rápido. Ya presiente la noticia y monta su caballo. Se miran a la cara y no le salen las palabras, tampoco hacen falta. Los dos aceleran el paso y en un suspiro, ya están en el castillo. El lacayo a sus menesteres y el Rey a esperar tras la puerta. Pasea y pasea por el pasillo de la entrada, hasta que un grito suena desde el interior. Las lágrimas le caen de los ojos y sin espera, abre la puerta y ve a la matrona con el recién nacido. Ella, alegre, le dice "es un niño". Él proclama día festivo y que corra la voz por el territorio y que la noticia llegue a todos los demás señores feudales. No cabe de gozo y abraza a su señora mujer, ahora también madre.

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