lunes, 12 de octubre de 2015

Como un niño de cuna, duerme en el sofá, ajeno a los peligros que le acechan. Tiene 20 años y vive con su madre. Sola ella, hace el esfuerzo diario de seguir caminando. Él, yendo de muchacha en muchacha, se divierte sin saber de sentimientos. Los amigotes lo tienen como una persona que se aprovecha de las mujeres. Un muchacho alto y bien plantado, que se engomina cada mañana, para poder atraer a aquellas que todavía no le conocen. Como un murmullo corre la voz por el mundo, quien se creé para jugar de esta manera y ser tan estúpido.
Sigue durmiendo y a su madre, se le enciende la sangre. Solo se prepara para juerga tras juerga. No tiene ni oficio ni beneficio y no tiene intención de cambiar. Mientras tenga una cama y alguna que le invite, para qué el sudor de su frente.
A veces pasa por delante de las fábricas del polígono y ve a muchos de su edad, que ya dan el cayo y él se dice para él, “ esto no es para mí “. Para qué, a lo mejor soy mejor gigoló que trabajador.
Nubes de tormenta se acercan y con un trueno, se despierta el zagal. La madre sentada en una silla, ve la televisión. Pero mira y no se calla, “ me puedo sentar”. A regañadientes se despereza y rascándose el trasero, se dirige al lavabo. Se desahoga y se mira al espejo, acariciándose el pelo, se prepara. Otra noche, otra muchacha. Como se llamará ahora, cual será su nombre. Se ve joven y con toda la vida por delante. En cambio, su madre, ya entrada en años, no sabe que será de su futuro si no espabila y es más sincero.
No tiene dinero, no tiene coche y en la puerta del bar que hay al bajar un par de calles, se apoya con el pie en la pared. No fuma, porque no tiene tabaco, pero si gorrea a los colegas que se encuentra. Muchos, hartos ya no le ofrecen y pasan de largo, llevando de la mano a sus novias. No se da cuenta, que a la larga la única novia que tendrá será la soledad. Una soledad completa, por no espabilar. Pero que se le va a hacer si él prefiere ir de mujer en mujer. Piensa que la juventud es eterna y eso no es verdad, pero no despierta de su letargo.
Una morena, con ojos verdes y pelo largo negro, pasa por al lado. No dice nada, solo entra y el muchacho aguarda. Pasan cinco minutos, tal vez diez. La morena sale a fumar y le dirige una mirada. Que ojos, que pelo…Quien no se enamora. Le pregunta su nombre y ella contesta “Ana”. Con dos besos, uno en cada mejilla le dice el suyo. “Alberto” , Así es como se llama. Le ofrece un cigarrillo, mientras se hace el atardecer. Se quedan rato afuera y tras pasar el tiempo, ella decide marcharse, no si antes decirle un “hasta mañana”. Se queda en la duda, si será amor o solo una más de la triste colección de corazones rotos, que tiene en su agenda.
Esa noche no hay mujeres, no hay caza. Al local donde van por las noches, ya le conocen y alguna incluso repite, por su buen hacer . No es ningún escándalo ni ningún secreto, la que va, ya sabe de que va la historia. Pero esta vez, es él el que dice que “no”. Se reserva, solo piensa en la morena. No le preguntó la edad, pero uno más, uno menos., es de su edad.
Alguna vez ha pensado en dar el salto a mujeres maduras, que sabe que son las que tienen los cuartos. Pero tiene temor a la reacción de algún marido celoso, no se atreve. Alberto espera y es consciente por una vez. Pero la noche es larga y sin dinero, no tarda en irse para casa. Hoy no ha habido suerte o simplemente se ha negado por una vez a si mismo.
Se cree y sueña por la noche, de que las mujeres tienen dueño, como si fuesen una propiedad que se traspasa o se venden. Tiene un corazón que parece que no ha latido nunca, tiene un corazón en el que la sangre, parece no regar los abismos de la pasión.
Duerme y espera, espera y duerme. Ya sea por la mañana, ya sea por la noche. Mientras su madre hace lo contrario, se despierta y friega, se desvela y cocina. Dándole vueltas a la sopa, no deja de pensar que será cuando ya no esté en este mundo. Como podrá ayudarle y abrirle los ojos, quien sabe porque le caen las lágrimas, empañando el cristal de las gafas.
Dan las nueve, dan las diez. Él se levanta, la sopa ya estará fría. Pero el caldo ya está a fuego lento, que es como mejor sabe. Quien sabe, se despereza y mira por la ventana, el Sol se cuela, llenando la habitación de  claridad. Pero ésta no acaba de llegarle a la cabeza y piensa en Ana como un bien preciado, una nueva jugada y una nueva pieza en su colección. No tiene miedo, usa protección. Es lo único en lo que piensa y se le inunda el cerebro. Sigue mirando por la ventana, a través del cristal. Solo apartando un poco la cortina, ve la gente pasar. Cada uno a lo suyo, cada uno a su trabajo, mientras él solo se rasca el trasero. Es Lunes y todo el pueblo está en movimiento, algunos desde la madrugada.
Tiene 20 años y se imagina la vida dentro de otros 20 y esos son iguales para él. No se imagina ni por asomo, los peligros que le acechan desde que se quedó dormido en el sofá. Padres y más padres, que ya lo conocen y ponen coto a sus hijas. No dejan que se acerquen, por temor a lo que pueda pasar. Son muy jóvenes para entender, que solo es un corazón en destierro. La luz sigue entrando y sigue mirando por el cristal. De golpe y sin darse cuenta, es tanta la claridad que le ciega los ojos y piensa escuchar una voz, una voz que le alerta de lo que se le avecina.
Hace caso omiso y se viste y se engomina, dándole un beso en la frente a la madre, sale a la calle.  Pero no llega a poner pie en el portal, cuando es apuñalado por un hombre de mediana edad, diciendo a la vez “ toma lo que te mereces”. Corre calle abajo sin antes dejar el cuchillo en un contenedor de basura. Las sirenas de la ambulancia alertan a la pobre mujer, que parece que  le cae el mundo encima, cuando le pican a la puerta de su casa. “Su hijo está grave, puede acompañarnos. Corre que te corre, se calza los zapatos y cogiendo las llaves y el bolso, se sube a la ambulancia y de manera apresurada le aprieta las manos a su hijo, fundiéndose en una sola. Corre, circula rápido hasta el hospital. Ahora sí que llora, ahora espera que no sea demasiado tarde.
Alberto se ve fuera de su cuerpo, se ve desde el techo. Ve a su madre y ve a los del equipo de emergencias, de un lado a otro. De golpe, siente como si una mano se asentara en su hombro. Quien es? Un ángel, quien lo sabe. A saber. Solo escucha lo que le dice “ ves en lo que te has convertido? Piensa si tienes una oportunidad”.
El equipo, le lanza una sacudida  de electrógenos. Le cortan la herida y Alberto vuelve a su cuerpo. A los dos minutos, abre de nuevo los ojos. Solo ve los fluorescentes, solo ve la luz reflejada en las pantallas. Mientras lo llevan en camilla a una zona de vigilancia intensiva. Ella ya respira, le dicen que está estable, que han conseguido cortar la hemorragia.
Hace guardia  y se queda toda la noche, hasta que abatida por el cansancio se duerme. Pasa el rato, pasan las horas. Una mano se asienta esta vez en el hombro de la mujer, ella se despierta sobresaltada. “Disculpe señora, porqué no se va para casa y descansa, a su hijo lo vamos a subir a planta”. Da un suspiro y acepta, no sin antes volver a apretarle la mano a su hijo diciéndole un “hasta luego”.
Está ya en casa, se ducha y se asea. Cuando pican a la puerta, es la policía que quieren saber. Ella dice no saber nada y que su hijo está grave y ahora no puede atenderles. Cosa que entienden y respetan y solo se dedican a trabajos de policía científica.
Se toma un café y deja entrar la luz por el balcón. Al cabo de unos minutos, se posa en la baranda un pájaro, un pájaro que parece hablarle y le dice, le comenta que tiene una nueva oportunidad, que le dé tiempo, que él lo sabe.
Sonríe, pero con la boca pequeña se dice a si misma, si es cierto todo lo que pasa. Ya aseada y más tranquila, sale a la calle a esperar el autobús. A esperar esa oportunidad que dicen tener, ella se dice a si misma, que es muy joven. El “48”, es su autobús. Se sube y se asienta, todo el mundo a lo suyo. No saben o no quieren saber. Llega a la parada y se baja, pregunta en que habitación se encuentra y la enfermera le dice, que está en la 3ª planta y en la habitación numero 32. Pulsa el botón del ascensor y el corazón se le acelera…En un momento está en la puerta, mira para adentro y ve que la saluda con una sonrisa. Pero no le cuenta lo acontecido, al igual que ella se lo calla. Es un secreto, es algo que los dos omiten.
Que ha sido un ángel, quien ha sido. Promete aprovechar la oportunidad y le dice a la madre “ Voy a buscar trabajo madre” , ella no se lo cree, pero no se lo dice.
Es la hora de comer y una  enfermera, le ayuda a incorporarse. Le duele, tendrá el recuerdo para toda la vida. Una bonita cicatriz, para un mal recuerdo o quien sabe. El destino de la persona no sabe donde se va a asentar y solo piensa, en varias cosas a la vez. Parece que esta vez la rueda de la fortuna ha rodado a su favor. No se ve más pájaros ni se ve a nadie más. No tiene visitas, no tiene amistades de verdad ni novia a quien besar. Pero se dice para si mismo “esto va a cambiar”. No lo escucha su madre, pero ella sonríe. Porque sabe que el destino, le ha dado una nueva oportunidad, una nueva vida que empezar y empieza en la salida del hospital a las dos semanas. Nadie pregunta, nadie se interesa y se da cuenta del vacío de su vida. Solo están ellos dos, pero con el amor familiar serán capaces de caminar un tiempo juntos. Hasta que encuentre esa compañera, que no le lleve por los senderos de la discordia. Si no al revés, lo lleve por el sendero del amor y del respeto hacia la persona amada.