viernes, 31 de agosto de 2018


                                           Arde la sangre joven.

Yo no necesito drogas, yo no necesito bebida, solo necesito vibrar con el Rock&Roll  dentro de mí. Solo eso, escucho la misma canción una y otra vez desde hace treinta años. Ella me lleva a evadirme y hacerme escribir este relato. En él yo me incluyo, yo en él me sumerjo en lo propio de aquella edad, una que no volverá como no sea de espíritu. Barcelona, ha cambiado mucho en tantos años, que es irreconocible, a lo mismo que yo cuando voy a la ducha o dejo que mi calvicie reluzca a pleno Sol ¡Mama!, ya no me preparas la cena como antes. ¡Mama!, ya no me arropas y me das un beso, como cuando era un niño o ya no te cabreas y me echas la bronca por llegar a altas horas. Vivo sin saber realmente el sentido de la vida o ciertamente sé lo que es, pero mi mente lo rechaza, no quiere saber que nos envejecemos y el tiempo nos oxida el cuerpo.

Respiro hondo, suspiro al foro y dejo mudo todo aquello que me rodea, que es nada.

¿Qué va a ser de mí?, tengo un montón de amigos  imaginarios. Uno toca la trompeta, otro es cantautor, y yo soy escritor.  Los demás son solo meros espectadores de ver la vida pasar, ¿qué será mí, como saquemos una canción?, y en ella reflejemos toda nuestra amistad. Seremos transparentes, vulnerables y nadie nos podrá proteger, ni aquí ni en ningún lado.

El de la trompeta, hace sonar una melodía. No es conocida, es puramente inédita, yo escribo frases en un trozo de papel higiénico y el que canta, asoma la cabeza por encima de mí y mirando el papel, empieza a tararear algo que se asemeja a una canción de folk. Todos tres nos divertimos, pero se nos acaba el “rollo”, se nos acaba el papel.

El drama se adueña de nosotros tres, enrollo lo escrito, mi otro amigo guarda la trompeta y ahora el cantautor solo silba. Silba hasta que con una cerveza de más, sentados en la barra de un bar de las afueras de Barcelona, empezamos desde el principio, mientras miramos las chicas pasar.

“Hola señorita, que dulce que eres. Hola, dama de mis sueños y lamentos. ¿Cuándo será mía por una sola noche?...”

Solo tenemos diecinueve años, la barba todavía no es ponderosa, se nos nota de lejos la  edad e inexperiencia. Somos jóvenes y eso no hay dinero que lo compre. Con que sin pensarlo mucho, con diez euros en el bolsillo, nos proponemos pegarnos la gran fiesta. Compramos en un colmado, una botella de whisky barato y un refresco de dos litros. Seremos los reyes por una tarde, hay que celebrar que ya somos mayores de edad.

Nos vamos a la playa y nos ahogamos en el alcohol, todo son risas, todo es gracioso y burlesco. Gente y más gente, paseando por el paseo marítimo. Todos siguiendo un orden preestablecido. Uno comiendo un bocata de cierto local, otros paseando a sus canes, y los que menos y los más inteligentes, viendo romper las olas y oliendo el olor del mar. Todo ello, todo eso nosotros lo miramos con gracia, todo, hasta que se nos rebela el estómago y allí mismo echamos los diez euros por la boca.

Solo escucho el dolor de mi amigo, solo veo su camiseta sucia de aquello que estaba dentro de sí mismo, todo, absolutamente todo mezclado con la arena blanca de la playa. Todos tenemos nuestros derechos, pero también nuestras debilidades. Hay que saber diferenciar entre lo normal y lo anormalmente fuera de lugar. Qué sería de aquel que no comprara su botella de vez en cuando, qué sería de aquel que no fumara de vez en cuando algún cigarrillo. Todo es posible, todo es acertar con el momento adecuado.

Nosotros tres, soñamos con casarnos y tener hijos, pero ello, para ello falta mucho tiempo. Hay que tener experiencias, para formarse y tener valores. Valores que inculcar, siempre sin pasar el umbral, la línea de la personalidad de cada hijo traído al mundo. Yo, escribo, pero aquel que canta, saca el papel higiénico en donde tenemos escritas nuestras frases. Ahora estamos en ese momento álgido de querer elevar a lo más alto nuestras formas de ser.

Son las siete de la tarde y el Sol ya se esconde, no quiere ver ni ser testigo de aquello que no es lo que debe ser.

Llevamos rato, y tanto la botella de whisky, como la del refresco están vacías. No nos queda ni para coger el metro, eso en parte, nos da igual. No es la primera vez que nos colamos, no debería ser así, pero quién no ha tenido diecinueve años. Todavía no llegamos a la veintena y estamos ya medio-perdidos. Sin estudios, solo nuestra propia locura de juventud, nos lleva a querer componer canciones. Pero, ¿qué canciones?

El de la trompeta no sabe de rock, el cantautor solo de folk y yo, yo voy a mi aire.
        
 -           --       Yo soy Dios, yo soy un ángel y también un demonio. Azufre por las entrañas, balbuceo palabras malsonantes, ¿qué será de mí?

Me escucha un paseante y mirándome a los ojos, me dice o mejor dicho, me grita a menos de un metro…
        
                  --¡Vete al carajo!, vete y no vuelvas. No eres bienvenido, no serás nunca nada, ni disparando con una escopeta de perdigones, cazarías ni siquiera una paloma. Yo no te digo lo que soy, porque no me gusta sobresalir delante de aquellos que me infravaloran.

Me sorprenden ciertos comentarios, como si lo correcto estuviera escrito. Lo correcto es aquello que cada mente, cada conciencia cree oportuno. Si no es así, que me parta un rayo.
        
                     --  No mereces mi perdón, tu arrogancia me hace que todo lo que llevo en el interior se expulse, explote y raye lo desconocido. En ese momento, a lo mejor debido al nerviosismo, vomito cerca del individuo.

Desaparece, se va a paso ligero echando pestes por la boca, nosotros seguimos a lo nuestro y escribimos y escribimos, solo queremos hacer algo diferente, algo que nos haga ricos y podernos bañar en billetes de cien euros. Todo es posible, todo es razonable y tiene su duda en cuestión.

Las estrellas no iluminan lo suficiente, la contaminación existente hace que solo haga que se enturbie el ambiente y solo nos dedicamos a escuchar la trompeta del amigo y bañarnos, tal y como venimos al mundo. “Mundo”, ¿qué mundo?  Yo no soy de ningún mundo, yo no me adapto a lo que yo no quiero…

¡Diecinueve!, una edad que está libre de márgenes, pero está sujeto a condiciones. Esas, sí, las que 
marca la sociedad. Nos bañamos, nos mojamos en la orilla del mar. Viene la policía, nos hace vestirnos y nos da un papelito a cada uno. ¡Zas! , multa por bañarnos desnudos, bueno y qué, ya veremos si la pagamos. Tenemos que correr, que el metro cierra.

Mientras nos alejamos de la playa, sigo diciendo para mí, “te quiero y te seguiré queriendo, Barcelona de mis amores. Siempre serás mi ciudad bonita y cosmopolita, que no te engañen, que no te tapen los ojos. Siempre volveré, no sé cuándo pero volveré, porque yo era en realidad, el que miraba ahora el mar. Los diecinueve, ¡ay!, los diecinueve hace años que se fueron. Pero veo que el espíritu sigue, el de querer ser mayores antes de tiempos y de tener nuestros sueños. No, no he llegado a casarme, no he llegado a tener hijos, Pero sí tuve mi juventud, adorada juventud, ni con todo el dinero del mundo volvería a rescatarla, la edad  y el tiempo, me la tiene secuestrada. Me la tiene encerrada ahora en un cuerpo de mediana edad. Pero prometo, no juro, pero prometo, algún día sentarme en su blanca arena y beber un trago, en que sea un trago y que este sea el elixir del espíritu joven.”