sábado, 21 de mayo de 2022

 

EL ORGULLO NEGRO

Hace tiempo, mucho tiempo, que dicen que sea avecinan tiempos de cambios, en los que el color de la piel no será ya lo más importante. Se hacen leyes, se modifican estatutos, pero hay personas que no tienen el mismo valor o aparentemente las mismas habilidades, cuando todo eso es mentira. Todo está dentro de uno mismo y ahí todos tenemos el mismo color el corazón, aunque también es cierto que muchos lo tienen tan negro como el carbón, aunque son por suerte una minoría.

Sebastián, un muchacho de unos veinte años y de color, hace o intenta hacer de su vida algo plácida que lo aleje de su calvario. Como cada mañana se lava aquello que tiene de blanco, que no es otra cosa que los dientes. Fuerte y robusta mandíbula, capaz de masticar todo aquello que por duro que sea, se lo come. Todo funcionó bien durante sus años de juventud, todo fue como un jardín de amapolas en medio del desierto. Su pequeño oasis en mitad de todo aquello que se le puede llamar “estigma”. No hay razón para ello, pero hay grupos, hay lugares  en el que ser de diferente raza le hace a uno saborear el amargo sabor del racismo.

A veces piensa para sí mismo, a veces se pelea con su propia mente, para demostrar que es él el que está equivocado y que la gente lo adora, llevándole a la más absoluta confusión. Todo es un ir y devenir de momentos, de situaciones plácidas y de aquello que hace el día a día tensar la cuerda, sin miedo a romperla. Que le va a hacer, la sociedad todavía no toma nota  como no sea de todo lo que es el apartar y crear el vacío en alguien con corazón bueno y bondadoso. Como si no todos los corazones fueran del mismo color y que lo único que cambia es el color de la piel y la actitud de personas que se dicen portar la verdadera verdad. Esa que se  dice que es la única que lleva la razón y la sensatez al Ser humano.

Camina y no desfallece, camina buscando trabajo, un empleo con el que poder empezar a soñar con la independencia, pero todo es un “no”. Siempre la misma frase, siempre el mismo comentario cuando se acerca a cualquier empleo, ya sea en el comercio o en las fábricas, siempre ese maldito “no”. Está a punto de perder su templanza, está cerca del abismo, cuando, caminando por un polígono de una zona industrial, le aborda una persona, al parecer jefe o persona de mando de algún lugar llamado “esperanza”.

      ¡Hola muchacho!, te he visto, ¿buscas empleo?

Sebastián se queda congelado en pleno mes de junio, pero reacciona y le responde con un “sí”.

      Pues bien, si es así, coge esta tarjeta y te espero mañana a las nueve. No vengas ni antes o después, si no a la hora.

No le pregunta de qué se trata, pero se marcha con una felicidad dentro de sí, que no puede romperla, solo el sollozo de los ojos denota la ilusión y la esperanza. Vuelve a casa tal y como ha ido, andando, caminando sin mirar atrás, no por odio ni rencor, sino por la alegría y de la esperanza. Los zapatos parecen que vuelan, va flotando en el aire, no quiere hacerse ilusiones, pero no lo puede evitar. Si lo consigue, se lo echará en cara a todos aquellos que mostraron repudio e indiferencia, por ser una persona de las que llaman ellos “diferentes”. Si lo consigue, paseará por la zona céntrica de la ciudad, con la cabeza alta, tan alta que tocará el cielo con ella, demostrando que no hay nube que le aparte de tocar el Sol por la mañana y las estrellas por la noche. Que no hay camino más largo, que aquel que uno se trace y se hace de conjeturas su penar. En vez de mirar para adelante, hay muchos que se echarían la culpa a sí mismos, pero Sebastián lo tiene claro, es joven y eso es una baza que dura pocos años.

Haciendo girar la llave abre la puerta de casa de su madre, la sonrisa le delata y ella no puede ocultar las lágrimas,

      ¿Lo has logrado? Le pregunta sin más dilación.

Él toma asiento después de un largo andar. Un vaso de agua es lo que necesita, un vaso de agua para aquel que se busca la vida y el respeto.

      Mama. Todavía no lo he conseguido. Pero hay muchas esperanzas de que mañana lo consiga. ¿Ves, ves esta tarjeta?, puede ser el camino hacia una nueva alegría. He quedado a las nueve con el jefe de una gran empresa. Le dice, al mismo tiempo que le posa las manos en los hombros, para acabar todo en un largo abrazo.

Como el que sueña despierto, pasea por el pasillo de casa, solo hace que mirar el Sol por la ventana, espera a un nuevo mañana, espera que te espera, hasta que le alcanza la noche y con ello la Luna, una Luna que le parece que le esboce una sonrisa. Día despejado, noche estrellada, cena y sin pensárselo mucho, se va a su habitación. Mira un nuevo vacío, un hueco que ya tiene dueño, pero que todavía no se lo desvela ni a su madre.

Toda la noche mirando al techo, como el que se tumba en el campo haciendo correr su imaginación. No puede más y cuando el reloj de la mesita de noche marca las once, apaga la Luz, sin olvidar el poner su despertador a la hora, las siete, serán las siete cuando ponga el pie derecho en el suelo, para empezar un nuevo caminar, por senderos llenos de oportunidades.

Sueña que sueña, pero al despertar no se acuerda del sueño. Solo un pequeño recuerdo le viene a la memoria y al parecer  era de su abuelo, quién sabe, quién puede negar que le haya hecho una visita desde el otro lado.

      “Ánimo”. Le parece escuchar.

Son las siete y media de la mañana, los nervios le pueden y como si estuviese dentro de una panal lleno de abejas, un enjambre de ideas le pasa por la cabeza, haciendo que se ponga nervioso, rompiendo esa templanza que es rara en un muchacho de su edad. No tiene hambre, así que se bebe de un trago el café. Su madre ha puesto encima del mueble del comedor una vela con la foto de Sebastián, cada uno en lo suyo y su madre, como madre y creyente le pone una vela al santo. Se marcha, no sin decir un “hasta luego”, marcha andando, ya que no tiene dinero ni para coche ni para carnet. Veinte minutos, que parecen horas. La gente lo saluda por la calle, no deja de ser el hijo de la Conchita, aunque algún día le llamarán por su nombre por habérselo ganado.

Enciende un pitillo cuando llega a la fábrica a las nueve, todavía cuando no se lo ha acabado, cuando ve llegar a la persona en cuestión.

      Hola. Diez minutos y te llamo.

      Gracias. No se le ocurre que mejor decirle y ahora sí, los nervios hacen temblar las piernas.

Se entretiene de mientras mirando los coches y camiones pasar, solo espera que el tren que espera sea de largo recorrido y sea bueno, que sea un buen trabajo. Mira y observa, hasta que desde una de los ventanales le hacen señas para que suba a la oficina. El hombre en cuestión le ha observado y analizado antes de llamarlo, así que la conversación es corta en tiempo, pero a lo mejor llegue a ser  larga en el terreno laboral.

Le pregunta, le hace una entrevista, para al final decirle que empieza el lunes a las ocho. Que empezará por lo más sencillo y quien sabe, no le quiere dar alas, pero es así. Se empieza por abajo y a dónde llegará, solo lo sabe el destino.

No sabe si llegará a encajar, no sabe si acabará adaptándose, todo son incógnitas que rápidamente él descubrirá, solo falta que pase el fin de semana. Empieza a soñar que hará con su primer sueldo, si se lo dará casi todo a su madre o por el cambio se comprará aquello que tanto ansía, como es su primer equipo de música.

“Déjame en paz, déjame descansar que todo es un largo caminar, qué más da sí soy blanco o soy negro. Lo importante es el color del alma, el color del corazón, el color del orgullo de ser persona. Hacerme un hueco en una sociedad que no entiende ni valora realmente la persona, qué más da pero así es.”

Sebastián pasa el fin de semana deseando que llegue el lunes, no es muy normal ello, ya que lo normal es estar deseando que llegue el sábado o el domingo. Los días más festivos en los que aún el obrero se puede explayar, sí, hacer que los días sean cortos por la pura diversión y por el puro descanso del cuerpo. No tarda en llegar el lunes y ahí está, cómo un clavo a la hora. Lo primero son todo presentaciones y luego enseñarle su lugar de trabajo, más de una explicación le tienen que dar para todo aquello que debe elaborar.  Se da cuenta de que se encuentra en una fábrica llena de blancos, no es nada más que él, no es de colores él, pero a saber a quién se le va a poner la cara roja.

Pasan los días, todo es una alegría no es nada más que puro trabajo e intenta ganarse el respeto de los compañeros. Alguna que otra broma hay, no os niego pero es más como pura anécdota que más bien por entrar en pantanos peligrosos del racismo y de la xenofobia.

Llega el viernes por fin y una de los compañeros le dice, le invita a tomar algo en el bar del polígono industrial, él accede de buen grado viendo que es un momento especial para poder estrechar lazos de amistad compañerismo y por ese motivo accede a ello.

Una cerveza lleva a otra, todas son sonrisas y risas, pero cuando se da cuenta está mareado y con la mirada perdida en el blanco techo del local. Nadie le ayuda, la gente pasa de largo, está como en otro mundo pero se da cuenta que al intentar pagar las cervezas para marcharse, no encuentra en sí la cartera. Se pone nervioso, del mareo le lleva al sofoco, no sabe cómo salir de la situación, solo le queda una cosa que hacer y es llamar a sus padres para que vengan a buscarlo a él. Menos mal que lleva el móvil encima, viendo sus padres por su forma de hablar el estado de embriaguez no tardan ni quince minutos en personas en lugar.

Él lucha, se defiende diciendo han sido solo dos o 3 cervezas, sus padres no le creen, pero al preguntar al camarero que se debe les dicen lo mismo. Tres cervezas, ahora lo miran y le piden disculpas, pero no sabe de dónde viene el mareo, se mira y se rebusca la cartera. Solamente piensa que no es por los veinte euros que llevaba en efectivo. Sino por la tarjeta de débito que lleva dentro de ella, diez minutos pasan agónicos hasta que consigue contactar con su banco y bloquearla. No necesita un hasta luego pero sí diciendo un adiós al marcharse del lugar, diciéndose a sí mismo, “ya veré el lunes a tal personaje”. Sus padres le alientan que no haga nada, que no cometa el error de enfrentarse con una plantilla de fábrica donde todos son blancos. Pero él hace caso omiso, pasado todo el fin de semana, llegan las horas de trabajo y se encuentra de frente al que se decía que era su compañero, de la voz baja llegaron a las voces, hasta que el encargado se presenta para mediar entre los dos. Cuál es la situación que Sebastián es despedido, ya que el operario en sí lleva muchos años trabajando para la fábrica. Este, con una sonrisa de oreja a oreja se dirige hace un lugar de trabajo, seguramente dentro de sí vería como una victoria el haber podido echar a una persona de color. Por eso y simplemente por eso, por su color de piel  lo han juzgado, Sebastián, encabritado, conduce hacia casa lleno de rabia pensándose en sí que solamente ha durado una semana por culpa de alguien que tiene solamente un instinto de odio hacia las personas de diferente raza.

Como si pudiese alzar un grito al cielo y ser escuchado se siente ahora, de nada valen lo que digan los demás, todo ocurre como ocurre o al menos en personas que no saben ni entienden el porqué del derecho al trabajo. Este no es otro que el de sentirse libres y poder construirse un futuro, todavía lejano en la distancia. Sebastián ya descansa, se ha ido a dormir y a descansar, aunque los pensamientos se los lleva en su particular mochila, una mochila llena de hechos y cosas, que ya le gustaría olvidar. Nada más que volar es lo que quiere y a la mínima se las alas se las quieren cortar.

“Estoy cabreado, estoy enojado, soy infeliz o infelices son ellos que necesitan atacar al prójimo para sentirse bien. Uno no desea nada más que respeto, ¿qué me echaría en la cerveza para poder robarme la cartera?, ¿Qué llevaría tal odio, el intentar destruirme?, si alguien lo sabe, que me lo diga, porque yo no tengo ni idea.”

Puntas de lanza alcanzan el cielo, puntas de espada miran hacia lo más alto, no parará hasta conseguirlo, qué más da lo que le digan. No buscará problemas y los que vengan los intentará evitar, como que se llama Sebastián.

La madre asienta con la cabeza al verle llegar, solo falta la lluvia para hacer de la mañana un día gris. Adónde se irá la luz del Sol cuando verdaderamente hace falta, ya que las lágrimas no se secan solo con un pañuelo. Enojado él, al saber que no puede encontrar trabajo, todo por su color de piel, quién sabe si es cierto o solo son suposiciones suyas. Pero es tan fuerte la actitud y el empeño, que a veces se da por vencido. Se rinde ante tales formas de hacer las cosas.

No quiere buscar ya más y su madre ahora sí que rompe a llorar, le dice, le implora que siga haciéndose fuerte y haciéndose valer. Que no en todas las fábricas le va a pasar lo mismo, pero él, casi rendido, lo ve difícil. Pasa el tiempo, pasan no las horas sino los días y con ello las semanas. Pero no se cumple el mes, cuando sentado en un banco de un parque cercano encuentra un periódico doblado. Es un periódico local, ya lo iba a tirar a la papelera, cuando abriéndolo por la mitad, encuentra ofertas de trabajo y en una de ellas decía así…

“Se busca aprendiz de pastelero, no hace falta experiencia, solo ganas de trabajar”

Mira al Sol de manera descarada y le reta a que lo haga fuera si puede, ya que se va a presentar a una entrevista. Quién será el verdugo, quién será el ajusticiado, que es el hecho que cuando llega al lugar, no hay dos ni tres esperando, hay unos cuantos y todos ellos blancos, algunos más que la propia pared de la pastelería. No pasan ni dos segundos al ver la situación, cuando decide marcharse, pero hay  alguien, algo que le retiene…

      ¿Adónde vas muchacho?, vuelve, espérate unos minutos. Le responde el maestro en cuestión.

Todo va como debe de ir, son los diez minutos más largos de su vida, pero esta le cambia por completo y ahora es él, el que esbozando una sonrisa se marcha a darle la noticia a su madre. Solo dos tuvieron la suerte de ser escogidos como aprendices, Sebastián fue uno de ellos. De esto ha pasado tiempo, tanto que ya no recuerdo de mayor que soy y los años que han pasado. Solo sé que yo soy aquel blanco que entró al mismo tiempo a trabajar en la pastelería y que ahora, pasado ya los años, suelo ir mucho por una de ellas que él ahora es él el dueño y le prometí contar la historia, pasado ya hace años, cuando todo ya es muy, muy diferente.