EL ORGULLO NEGRO
Hace
tiempo, mucho tiempo, que dicen que sea avecinan tiempos de cambios, en los que
el color de la piel no será ya lo más importante. Se hacen leyes, se modifican
estatutos, pero hay personas que no tienen el mismo valor o aparentemente las
mismas habilidades, cuando todo eso es mentira. Todo está dentro de uno mismo y
ahí todos tenemos el mismo color el corazón, aunque también es cierto que
muchos lo tienen tan negro como el carbón, aunque son por suerte una minoría.
Sebastián,
un muchacho de unos veinte años y de color, hace o intenta hacer de su vida
algo plácida que lo aleje de su calvario. Como cada mañana se lava aquello que
tiene de blanco, que no es otra cosa que los dientes. Fuerte y robusta
mandíbula, capaz de masticar todo aquello que por duro que sea, se lo come.
Todo funcionó bien durante sus años de juventud, todo fue como un jardín de
amapolas en medio del desierto. Su pequeño oasis en mitad de todo aquello que
se le puede llamar “estigma”. No hay razón para ello, pero hay grupos, hay
lugares en el que ser de diferente raza
le hace a uno saborear el amargo sabor del racismo.
A
veces piensa para sí mismo, a veces se pelea con su propia mente, para
demostrar que es él el que está equivocado y que la gente lo adora, llevándole
a la más absoluta confusión. Todo es un ir y devenir de momentos, de
situaciones plácidas y de aquello que hace el día a día tensar la cuerda, sin
miedo a romperla. Que le va a hacer, la sociedad todavía no toma nota como no sea de todo lo que es el apartar y
crear el vacío en alguien con corazón bueno y bondadoso. Como si no todos los
corazones fueran del mismo color y que lo único que cambia es el color de la
piel y la actitud de personas que se dicen portar la verdadera verdad. Esa que
se dice que es la única que lleva la
razón y la sensatez al Ser humano.
Camina
y no desfallece, camina buscando trabajo, un empleo con el que poder empezar a soñar
con la independencia, pero todo es un “no”. Siempre la misma frase, siempre el
mismo comentario cuando se acerca a cualquier empleo, ya sea en el comercio o
en las fábricas, siempre ese maldito “no”. Está a punto de perder su templanza,
está cerca del abismo, cuando, caminando por un polígono de una zona
industrial, le aborda una persona, al parecer jefe o persona de mando de algún
lugar llamado “esperanza”.
– ¡Hola muchacho!, te he
visto, ¿buscas empleo?
Sebastián
se queda congelado en pleno mes de junio, pero reacciona y le responde con un “sí”.
– Pues bien, si es así, coge
esta tarjeta y te espero mañana a las nueve. No vengas ni antes o después, si
no a la hora.
No
le pregunta de qué se trata, pero se marcha con una felicidad dentro de sí, que
no puede romperla, solo el sollozo de los ojos denota la ilusión y la
esperanza. Vuelve a casa tal y como ha ido, andando, caminando sin mirar atrás,
no por odio ni rencor, sino por la alegría y de la esperanza. Los zapatos
parecen que vuelan, va flotando en el aire, no quiere hacerse ilusiones, pero
no lo puede evitar. Si lo consigue, se lo echará en cara a todos aquellos que
mostraron repudio e indiferencia, por ser una persona de las que llaman ellos
“diferentes”. Si lo consigue, paseará por la zona céntrica de la ciudad, con la
cabeza alta, tan alta que tocará el cielo con ella, demostrando que no hay nube
que le aparte de tocar el Sol por la mañana y las estrellas por la noche. Que
no hay camino más largo, que aquel que uno se trace y se hace de conjeturas su
penar. En vez de mirar para adelante, hay muchos que se echarían la culpa a sí
mismos, pero Sebastián lo tiene claro, es joven y eso es una baza que dura
pocos años.
Haciendo
girar la llave abre la puerta de casa de su madre, la sonrisa le delata y ella
no puede ocultar las lágrimas,
– ¿Lo has logrado? Le pregunta sin más dilación.
Él
toma asiento después de un largo andar. Un vaso de agua es lo que necesita, un
vaso de agua para aquel que se busca la vida y el respeto.
– Mama. Todavía no lo he
conseguido. Pero hay muchas esperanzas de que mañana lo consiga. ¿Ves, ves esta
tarjeta?, puede ser el camino hacia una nueva alegría. He quedado a las nueve
con el jefe de una gran empresa. Le dice,
al mismo tiempo que le posa las manos en los hombros, para acabar todo en un
largo abrazo.
Como
el que sueña despierto, pasea por el pasillo de casa, solo hace que mirar el
Sol por la ventana, espera a un nuevo mañana, espera que te espera, hasta que
le alcanza la noche y con ello la Luna, una Luna que le parece que le esboce
una sonrisa. Día despejado, noche estrellada, cena y sin pensárselo mucho, se
va a su habitación. Mira un nuevo vacío, un hueco que ya tiene dueño, pero que
todavía no se lo desvela ni a su madre.
Toda
la noche mirando al techo, como el que se tumba en el campo haciendo correr su
imaginación. No puede más y cuando el reloj de la mesita de noche marca las
once, apaga la Luz, sin olvidar el poner su despertador a la hora, las siete,
serán las siete cuando ponga el pie derecho en el suelo, para empezar un nuevo
caminar, por senderos llenos de oportunidades.
Sueña
que sueña, pero al despertar no se acuerda del sueño. Solo un pequeño recuerdo
le viene a la memoria y al parecer era
de su abuelo, quién sabe, quién puede negar que le haya hecho una visita desde
el otro lado.
– “Ánimo”. Le parece escuchar.
Son
las siete y media de la mañana, los nervios le pueden y como si estuviese
dentro de una panal lleno de abejas, un enjambre de ideas le pasa por la
cabeza, haciendo que se ponga nervioso, rompiendo esa templanza que es rara en
un muchacho de su edad. No tiene hambre, así que se bebe de un trago el café.
Su madre ha puesto encima del mueble del comedor una vela con la foto de
Sebastián, cada uno en lo suyo y su madre, como madre y creyente le pone una
vela al santo. Se marcha, no sin decir un “hasta luego”, marcha andando, ya que
no tiene dinero ni para coche ni para carnet. Veinte minutos, que parecen horas.
La gente lo saluda por la calle, no deja de ser el hijo de la Conchita, aunque
algún día le llamarán por su nombre por habérselo ganado.
Enciende
un pitillo cuando llega a la fábrica a las nueve, todavía cuando no se lo ha
acabado, cuando ve llegar a la persona en cuestión.
– Hola. Diez minutos y te
llamo.
– Gracias. No se le ocurre que mejor decirle y ahora
sí, los nervios hacen temblar las piernas.
Se
entretiene de mientras mirando los coches y camiones pasar, solo espera que el
tren que espera sea de largo recorrido y sea bueno, que sea un buen trabajo.
Mira y observa, hasta que desde una de los ventanales le hacen señas para que
suba a la oficina. El hombre en cuestión le ha observado y analizado antes de
llamarlo, así que la conversación es corta en tiempo, pero a lo mejor llegue a
ser larga en el terreno laboral.
Le
pregunta, le hace una entrevista, para al final decirle que empieza el lunes a
las ocho. Que empezará por lo más sencillo y quien sabe, no le quiere dar alas,
pero es así. Se empieza por abajo y a dónde llegará, solo lo sabe el destino.
No
sabe si llegará a encajar, no sabe si acabará adaptándose, todo son incógnitas
que rápidamente él descubrirá, solo falta que pase el fin de semana. Empieza a
soñar que hará con su primer sueldo, si se lo dará casi todo a su madre o por
el cambio se comprará aquello que tanto ansía, como es su primer equipo de
música.
“Déjame
en paz, déjame descansar que todo es un largo caminar, qué más da sí soy blanco
o soy negro. Lo importante es el color del alma, el color del corazón, el color
del orgullo de ser persona. Hacerme un hueco en una sociedad que no entiende ni
valora realmente la persona, qué más da pero así es.”
Sebastián
pasa el fin de semana deseando que llegue el lunes, no es muy normal ello, ya
que lo normal es estar deseando que llegue el sábado o el domingo. Los días más
festivos en los que aún el obrero se puede explayar, sí, hacer que los días
sean cortos por la pura diversión y por el puro descanso del cuerpo. No tarda
en llegar el lunes y ahí está, cómo un clavo a la hora. Lo primero son todo presentaciones
y luego enseñarle su lugar de trabajo, más de una explicación le tienen que dar
para todo aquello que debe elaborar. Se
da cuenta de que se encuentra en una fábrica llena de blancos, no es nada más que
él, no es de colores él, pero a saber a quién se le va a poner la cara roja.
Pasan
los días, todo es una alegría no es nada más que puro trabajo e intenta ganarse
el respeto de los compañeros. Alguna que otra broma hay, no os niego pero es
más como pura anécdota que más bien por entrar en pantanos peligrosos del
racismo y de la xenofobia.
Llega
el viernes por fin y una de los compañeros le dice, le invita a tomar algo en
el bar del polígono industrial, él accede de buen grado viendo que es un
momento especial para poder estrechar lazos de amistad compañerismo y por ese
motivo accede a ello.
Una
cerveza lleva a otra, todas son sonrisas y risas, pero cuando se da cuenta está
mareado y con la mirada perdida en el blanco techo del local. Nadie le ayuda,
la gente pasa de largo, está como en otro mundo pero se da cuenta que al
intentar pagar las cervezas para marcharse, no encuentra en sí la cartera. Se
pone nervioso, del mareo le lleva al sofoco, no sabe cómo salir de la situación,
solo le queda una cosa que hacer y es llamar a sus padres para que vengan a
buscarlo a él. Menos mal que lleva el móvil encima, viendo sus padres por su
forma de hablar el estado de embriaguez no tardan ni quince minutos en personas
en lugar.
Él
lucha, se defiende diciendo han sido solo dos o 3 cervezas, sus padres no le
creen, pero al preguntar al camarero que se debe les dicen lo mismo. Tres
cervezas, ahora lo miran y le piden disculpas, pero no sabe de dónde viene el
mareo, se mira y se rebusca la cartera. Solamente piensa que no es por los
veinte euros que llevaba en efectivo. Sino por la tarjeta de débito que lleva
dentro de ella, diez minutos pasan agónicos hasta que consigue contactar con su
banco y bloquearla. No necesita un hasta luego pero sí diciendo un adiós al
marcharse del lugar, diciéndose a sí mismo, “ya veré el lunes a tal personaje”.
Sus padres le alientan que no haga nada, que no cometa el error de enfrentarse
con una plantilla de fábrica donde todos son blancos. Pero él hace caso omiso,
pasado todo el fin de semana, llegan las horas de trabajo y se encuentra de
frente al que se decía que era su compañero, de la voz baja llegaron a las
voces, hasta que el encargado se presenta para mediar entre los dos. Cuál es la
situación que Sebastián es despedido, ya que el operario en sí lleva muchos años
trabajando para la fábrica. Este, con una sonrisa de oreja a oreja se dirige
hace un lugar de trabajo, seguramente dentro de sí vería como una victoria el
haber podido echar a una persona de color. Por eso y simplemente por eso, por
su color de piel lo han juzgado,
Sebastián, encabritado, conduce hacia casa lleno de rabia pensándose en sí que
solamente ha durado una semana por culpa de alguien que tiene solamente un
instinto de odio hacia las personas de diferente raza.
Como
si pudiese alzar un grito al cielo y ser escuchado se siente ahora, de nada
valen lo que digan los demás, todo ocurre como ocurre o al menos en personas
que no saben ni entienden el porqué del derecho al trabajo. Este no es otro que
el de sentirse libres y poder construirse un futuro, todavía lejano en la
distancia. Sebastián ya descansa, se ha ido a dormir y a descansar, aunque los
pensamientos se los lleva en su particular mochila, una mochila llena de hechos
y cosas, que ya le gustaría olvidar. Nada más que volar es lo que quiere y a la
mínima se las alas se las quieren cortar.
“Estoy
cabreado, estoy enojado, soy infeliz o infelices son ellos que necesitan atacar
al prójimo para sentirse bien. Uno no desea nada más que respeto, ¿qué me
echaría en la cerveza para poder robarme la cartera?, ¿Qué llevaría tal odio,
el intentar destruirme?, si alguien lo sabe, que me lo diga, porque yo no tengo
ni idea.”
Puntas
de lanza alcanzan el cielo, puntas de espada miran hacia lo más alto, no parará
hasta conseguirlo, qué más da lo que le digan. No buscará problemas y los que
vengan los intentará evitar, como que se llama Sebastián.
La
madre asienta con la cabeza al verle llegar, solo falta la lluvia para hacer de
la mañana un día gris. Adónde se irá la luz del Sol cuando verdaderamente hace
falta, ya que las lágrimas no se secan solo con un pañuelo. Enojado él, al
saber que no puede encontrar trabajo, todo por su color de piel, quién sabe si
es cierto o solo son suposiciones suyas. Pero es tan fuerte la actitud y el
empeño, que a veces se da por vencido. Se rinde ante tales formas de hacer las
cosas.
No
quiere buscar ya más y su madre ahora sí que rompe a llorar, le dice, le
implora que siga haciéndose fuerte y haciéndose valer. Que no en todas las
fábricas le va a pasar lo mismo, pero él, casi rendido, lo ve difícil. Pasa el
tiempo, pasan no las horas sino los días y con ello las semanas. Pero no se
cumple el mes, cuando sentado en un banco de un parque cercano encuentra un
periódico doblado. Es un periódico local, ya lo iba a tirar a la papelera,
cuando abriéndolo por la mitad, encuentra ofertas de trabajo y en una de ellas
decía así…
“Se
busca aprendiz de pastelero, no hace falta experiencia, solo ganas de trabajar”
Mira
al Sol de manera descarada y le reta a que lo haga fuera si puede, ya que se va
a presentar a una entrevista. Quién será el verdugo, quién será el ajusticiado,
que es el hecho que cuando llega al lugar, no hay dos ni tres esperando, hay
unos cuantos y todos ellos blancos, algunos más que la propia pared de la
pastelería. No pasan ni dos segundos al ver la situación, cuando decide
marcharse, pero hay alguien, algo que le
retiene…
– ¿Adónde vas muchacho?,
vuelve, espérate unos minutos. Le
responde el maestro en cuestión.
Todo
va como debe de ir, son los diez minutos más largos de su vida, pero esta le
cambia por completo y ahora es él, el que esbozando una sonrisa se marcha a
darle la noticia a su madre. Solo dos tuvieron la suerte de ser escogidos como
aprendices, Sebastián fue uno de ellos. De esto ha pasado tiempo, tanto que ya
no recuerdo de mayor que soy y los años que han pasado. Solo sé que yo soy aquel
blanco que entró al mismo tiempo a trabajar en la pastelería y que ahora,
pasado ya los años, suelo ir mucho por una de ellas que él ahora es él el dueño
y le prometí contar la historia, pasado ya hace años, cuando todo ya es muy,
muy diferente.
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