jueves, 29 de agosto de 2019


                                                                  El carromato

Rueda que rueda la rueda de la fortuna, tal y como lo hace el cansino traqueteo del carromato de Gerónimo. Gira y gira la brújula imantada de la rosa de los vientos del Norte. Busca, que busca alguna razón para seguir el camino trazado, tal y como si él no fuera dueño de su propio destino. Tal y como hizo su abuelo, tal y como hizo su padre y ahora quiere seguir el mismo camino. Y quién sabe si desea, por cabezonería propia, que lo hagan también sus hijos. No rompe a llorar, porque no le quedan lágrimas que secar, al igual que no pega un grito de desespero debido a la afonía que lleva consigo mismo.

En el carromato, solo transporta estiércol, solo abono para unos campos estériles por falta de lluvia, que hace que cada día esté más en la ruina. Sin dinero, sin peseta alguna, teme más a los impuestos, que al hambre. Todo por no hacer caso a aquellos que le dijeron, que le advirtieron que vendiera los terrenos a un régimen recién llegado. Ahora tendría algo de dinero, pero no, él tuvo que caer en la cabezonería y preferir las mazorcas de maíz, antes que ver su campo sembrado de bloques de pisos.

El Sol, sí el Sol, ese astro que hace de testigo. Pero Gerónimo no le canta,  este por rencor sí calienta y hace llenar de sudor a todo aquel campesino que piensa con libertad. Todo ello no deja sino invitar al destino, a saber cómo acaba la contienda.

Se va acercando poco a poco, los bueyes aunque sean fuertes, andan ya agotados.
   
                                                     --             ¡Ay!, que será de mí. Piensa para dentro de sí mismo al ver afuera a su prole. Dos niños y dos niñas, en la que la diferencia de edad entre uno y otro es corta.

Llega al porche de la casa, se baja y como el que esconde la tristeza y la pena, le susurra al oído.
    
                                                           --     ¡María!, ya he vuelto. Le dice a su mujer, al mismo tiempo que la besa en la mejilla. Ella le pasa la mano por la cara, al mismo tiempo que se dirigen a la puerta cogidos de la mano.

Después de un rato de cariño y charla, sale afuera y desata a los bueyes y los lleva a su merecido descanso. Quizás y solo quizás, estos tendrán más suerte y tengan más de comer que los propios dueños.

Solo un poco de agua, un poco de leche y algo de pan para migar, es la cena del comensal. Todo es alegría y aunque retuerzan un poco los estómagos de aquellos que todavía se resisten a la marcha de lo cotidiano. Su mujer recoge la mesa, mientras la atenta mirada de su marido, le hace intuir lo que la noche le va a deparar. Ella, aún joven, se hace un moño y le sonríe, haciendo que él se vaya animando. Cuando de momento, se rompe el silencio.
       
                                           --           Cuéntanos un cuento papá. Dice unos de sus vástagos.
       Cuál os puedo contar que no sepáis vosotros, linces, que sois unos linces. Responde el padre, haciendo un guiño con su ojo derecho.

No se le ocurre ninguno, hasta que de golpe y porrazo, se pone a explicar historias de reyes y princesas, sin faltar en ellas algún canto de algún juglar o de algún marques.

Todo son risas y cantares, hasta que los cuatro caen rendidos en sus brazos, como debe de ser. Ahora era el turno de él, de caer en los pies de su amada esposa. Tanto engendrar tendrá algo positivo digo yo, porque no tendrán dinero, pero si la pasión se pudiera vender, serían inmensamente millonarios. Todo dura, lo que una vela entera acaba de consumir la llama ardiente y álgida que calienta los dos corazones quebradizos por el acecho de la miseria y la cera resbala por la vela, como las manos de Gerónimo lo hace por el cuerpo de ella, digo bien, ella, porque todavía no he dicho nombre alguno. Son las cinco de la mañana y algo ve en la claridad del día, algo ve antes de que el Sol entre por la ventana, que despierta perplejo. Ha tenido una idea, buena o mala, es una idea que puede llegar a salir de la situación compleja en la que se encuentran. Se viste y sentándose en la mesa del comedor, papel y tintero en mano escribe unas letras…

“Laura, mi dulce y amada Laura, que sería mi vida sin ti. Sin dinero puedo vivir, sin comer podré algún tiempo subsistir. Pero, ¡ay!, sin tus besos y las risas de los pequeños, no podría, no, no podría. Te lo dejo escrito en este trozo de papel, para que hoy cuando te levantes y no me veas, no pienses que me he aprovechado de ti. Al revés, he logrado ver la realidad, que no es otra que buscar trabajo en la ciudad. Sí, en la gran ciudad, ya sea friega platos o barrendero. Ya me las apañaré, juro y juro, que vendré a buscaros. Y si hace falta, dejaré perder la tierra o agarrar lo poco que me den por ella. Sin más, recuerda, que te he amado, te amo y te amaré, hasta el último aliento de mi corazón”.

No hay ningún beso de despedida, solo una última mirada desde el umbral de la puerta de la habitación y sin hacer ruido, se aleja. Toma las riendas del carromato y con cigarrillo en la boca, da la orden a los bueyes. Coge camino, sigue el sendero, hasta un letrero con forma de flecha que le dice “Madrid”. No sabe cuánto se tarda en llegar, solo lleva agua y comida para unos días, no llega a la semana quizás.

El Sol es abrasador y se ríe de él, le dice, le inculca y le graba en la mente, “no durarás ni dos días”.
Vientos de cambio, se ven en la lejanía…  No, solo es la ciudad, es la entrada de un Madrid en un año tal como 1941. Gente deambulando por las calles, perdido, se siente perdido. Uno de tantos, avispado como él solo, se alza y se sube en el carromato y le quita la comida y la ropa. No para, hace seguir a los bueyes, hasta que le para un guardia, la autoridad da un golpe de maza y le pregunta a dónde va. No sabe que responder, solo sabe decir, “trabajo, necesito trabajo”. El guardia no quiere reír, pero se ríe y le dice que vaya camino a las fábricas. Él sin saber el qué, hace caso y preguntando, llega al final hacia las industrias. Pero no lo ven como operario y lo envían a las obras, “hay que levantar España de una guerra casi recién acabada”, le dice uno de los encargados con los que ha hablado. Ahí, ahí sí que encuentra trabajo y vende los bueyes para poder pagar la pensión. Poco le importa a él quién haya sido el vencedor y quién el vencido, solo desea salvar a su familia del hambre. Así, que sabiendo que hay que callar, trabaja desde el alba hasta el ocaso. No gasta ni una peseta más de lo necesario. Todo lo demás lo guarda bien guardado, en un lugar poco original, pero seguro. Mujeres…  ¡ay!, mujeres. Todas se acercan, deseando solo una cosa, pero no quiere, dice estar casado. Al final, por cansinas, lo dejan en paz. Pasan los días, pasan dos meses y se acerca el invierno y en la construcción no es lo mismo, el frío se apodera de su cuerpo y de sus manos y al final lo despiden.

Intenta de nuevo entrar en las industrias, pero no tiene suerte. Ni sabiendo leer y escribir lo contratan, así pasa el tiempo y acaba sucumbiendo en las aguas del vino. Hasta que no le queda más perras que las que lleva mucho tiempo guardando y que se ha gastado más de la mitad. No tiene bueyes, pero todavía conserva el carromato, conque por dos duros de más, compra un mulo y con el rabo entre las piernas vuelve para casa. No sabe lo que va a encontrar, no sabe, pero acierta al notar el primer beso al llegar. Fiel, fidelidad al verdadero amor que se fraguó en la juventud, para ellos dos eterna.

Juan, gran amigo de Gerónimo, le visita regularmente. Más que nada para darle ánimos y decirle que debido a la fuerte amistad que les une, siempre tendrá agua y cobijo dentro de su casa. Que su familia es la suya también y que en el pequeño pueblo todos somos amigos de nuestros amigos y ello, ello le llena de alivio. Ahora, cuando le ve las orejas al lobo, se ha dado cuenta de su error. Aunque como en orgullo no le gana nadie y vuelve con el arado, pero sin los bueyes no es lo mismo.

La noche cae, pero ya no hay ganas de cuentos y cantares ni demás juegos. Solo el consuelo de Laura, amortigua un poco el caos que se ve metido. Hasta que por la mañana, ahora sí levanta el día de verdad, no lo ve todo negro o quizás sí, según se mire.

          Cae lluvia negra papá. Grita uno de sus hijos, el tercero por la cola para ser más exactos.

          ¿Lluvia negra?, pregunta sin esperar respuesta alguna.
Aquello que eran campos estériles, ahora estaban negados de un líquido negro. El primer hijo, el mayor de todos, pone la palma de la mano en la tierra y al levantarla, grita de forma escandalosa.

          ¡Petróleo, papá!, somos ricos. Exaltado, no deja de saltar de alegría y corre sin sentido y sin 
destino.

Gerónimo se queda con la boca abierta, ya pensaba que no tendría nada que llevarse a ella y ahora, el mundo se rinde a sus pies, a sus pies y a los de los suyos. Imagina, que boquete habrá abierto con el arado y quien habrá sido. No lo entiende y se queda pasmado. Hasta que habla con su gran amigo Juan, este le dice, le comenta. Que a espaldas suyas, buscaba pozos de agua para el regadío. Bolsas de agua ocultas en lo más profundo de la tierra. Que no quería ver el desespero y tenía que buscar maneras y esta, esta fue la que se le ocurrió. Se miran a los ojos y ahora sí lloran, pero de contentos y alegría. Por el abrazo y el bienestar de un amigo se hace casi de todo. Quién iba a decirles lo que iba a pasar. En estado paranoico acaban los dos, risas y más risas, abrazos y más abrazos.

          Te pertenece la mitad Juan, son mis tierras, pero ha sido tu idea. Si no llega a ser por ti, me veía en casa de alguno de vosotros.

          No te preocupes, no demos saltos, hay que llamar a los que saben de estos temas y haber que nos aconsejan.

Es tal la voz del hallazgo, que esta llega a oídos de los americanos, que no tardan en venir. Pero se ven frenados por aquellos que a golpe de maza y látigo, hacen obedecer hasta el más duro.

¡Expropiación!, palabra que no existía en la cabeza de Gerónimo, duro chantaje a quemarropa. Uno de los ministros de aquel que gobernó en aquellos tiempos, uno de los lacayos de tal personaje, le presiona en aceptar los dos duros o le será expropiada la finca. Legal sabe que no es, pero ponerse en contra tampoco puede, mujer y cuatro hijos, son demasiadas bocas que alimentar, así que accede y entre lágrimas recoge el poco dinero y acepta la caridad y el cobijo de los que son sus verdaderos amigos. Que sabiendo que al igual tienen la misma fortuna, callan y no buscan, a temor de correr la misma suerte.

Montado en el carromato y tirado este por  el mulo, recorre las calles del pueblo recogiendo chatarra la que vender. Solo por no querer vivir solo de prestado, desea sentirse útil y con la lección aprendida, aunque a veces se aprenda demasiado tarde. Solo el ver dormir en su mundo de fantasía a los pequeños, le hace salir una sonrisa. Solo eso, porque ni siquiera el amor conyugal continúa ardiendo y la que fue en su día una llama fogosa, hoy es solo un mar en calma y de respeto.
 


sábado, 3 de agosto de 2019


                                      Solo la palabra “deseo”

Vivo, me siento vivo, ¡joder! A través de la música, me siento vivo, ¡caray! No tengo religión alguna ni creo en ningún Dios, ¿para qué? Pero sí creo en el respeto y el buen hacer de algunas personas. La sociedad está caducada y necesita aires nuevos. Aires y no tempestades, tormentas que traigan vientos de guerras, ya que estas solo traen enfermedades y hambre. Hambre que no se cura con el solo consuelo o un minuto de silencio por aquellos caídos por alguna razón o alguna bandera. Cierto también es, que no hay que hincar la rodilla ni tampoco agacharse. La lucha acaba, cuando la muerte viene en tu busca, y espero que en mi caso sea por anciano. No juego, no juego con la vida como si esta fuese un juego de azar, no creo en lo que no se puede crear. No juego, no creo en aquello que no se puede con el cerebro proyectar ni imaginar.

Paseo por la calle, en una tarde nublada, me dirijo ya hacia casa, hay algo que me dice que hoy cumplo años y no es mi fecha. Como saber el qué querer celebrar o solo busco una excusa, un motivo por el que toque por un día el cielo. No sé si será por ello o simplemente se me turba la mente, se me oscurece y los ojos se quedan plasmados en un escaparate, mirando una tienda de televisores. Como si fuese a mí y solamente a mí, veo que alguna linda chica me dice o me susurra, que tire para adelante, que demuestre al mundo entero de lo que soy capaz. No creo en ello, pero me tiene tan atontado y embelesado, que claudico y tiro millas. Camino sin parar, corro si hace falta, en busca de todo lo que mi cerebro no es capaz de imaginar o crear. Como si existiese algo, como si hubiese algo que realmente me importara, más algo que mi propia supervivencia y existencia.

Río, ahora me río, ya estoy en casa y he cerrado hasta con llave. No quiero ser molestado por nada ni por nadie, en mi tarde, mi rato de ocio. Así que no voy a pasar por alto lo que se me antoja y se me viene en gusto. Chicas lindas, cerveza fría y un buen cigarro es lo que me merezco, eso al menos me creo yo. Cuál es mi desconsuelo al ver, que realmente estoy sentado en el sofá de casa, escribiendo lo que mi cerebro imagina, inspirado solo por la música que proyecta a los oídos mis altavoces conectados al amplificador.

No tengo fe en nada ni hago ascos a aquello que me puede llevar por el camino de la perdición. ¿Más cerveza, más cigarros?, nada más, las chicas, ¡ay!, las chicas, me las tengo que imaginar, ya que no vienen a picarme a mi casa.

Rompiendo con todos los esquemas quiero llegar a ser un buen escritor. No sé lo que hace falta, solo tengo en mi posesión, la imaginación y el desarrollo de alguna buena historia. No creo que haga falta mucho más, ahora solo disfrutar, porque se hace por divertimento. Hoy ni cocino, tengo una pizza para cenar, no tengo ganas de entrar de lleno en el mundo culinario. Todo es lo que el cerebro proyecta y este hace que te imagines, y a por ello voy.

Pican a la puerta, suena el telefonillo del portero automático.
      
                     -      ¡Hola!, ¿quién es? Pregunto mientras escribo sentado en el sofá.
    
                                 -         Soy tu amiga, ¿no te acuerdas de mí?, soy la rubia que bebes cada día desde tu imaginación.

Me quedo sorprendido, como un león enfurecido, como si de un juego se tratase, le abro la puerta, que no es otra que la de la nevera y como un caballo desbocado, la recibo. Es de cristal, nada de lata. La dejo entrar y se apodera de mí en unos minutos. Al rato, ha desaparecido, está dentro de mi cuerpo y en mi cabeza noto ya sus efectos. Eso, eso me hace reír y me hace vivir, ya que imagino ciertas cosas. La música sigue vibrando, pero a cierto volumen, no muy alto, para no molestar a los vecinos y estos me corten el festival solitario que tengo montado.

Comienza a llover, lo veo a través del cristal de la ventana del salón, es otoño y es normal. Las hojas se caen y todo se vuelve más tristón. Pero da igual, yo sigo con mi fiesta, lo malo es que la rubia se ha marchado, pero no pasa nada. Cojo la chaqueta y el paraguas y corriendo como un joven veinteañero, me bajo hasta el supermercado de abajo, hacía meses que no entraba ninguna rubia en mi casa y ahora tengo unas ganas desmedidas de estar con todas ellas. No cojo un cesto, cojo un carro y lo lleno de rubias, todas dicen “bébeme” y yo les hago caso.

En bolsas de plástico reciclado las meto y subo ligero a casa, llenando la nevera, sin olvidar el meter algunas en el congelador, para que enfríen antes. No me falta tabaco ni música, que más se puede pedir, así que me siento en el sofá y sigo escribiendo. “Hola”, ya estoy de vuelta. Mi imaginación da vueltas sin parar, a veces me siento o presiento que estoy dentro de una discoteca y que la música de mis altavoces es la protagonista y que el foro lo baila y lo disfruta. Chicas, un montón de chicas y yo con llaves de mi viejo Ford Fiesta, sin olvidar las de mi propia casa, sí, de alquiler, pero allí mando yo, al menos mientras pague el mes. Sigo escuchando la música, que grupo será, será. Cuando me doy cuenta es la hora del cierre, al menos eso mi cabeza me dice, así que sentándome en unos de los sillones, reposo la cabeza para atrás e imagino y escribo….

“Paseo por la calle, atravieso la avenida y me encuentro de nuevo en casa. Es de alquiler, pero eso a quién le importa, lo importante es tener un techo. Hoy, sábado por la tarde, qué más da la hora que marque el reloj, yo lo sigo celebrando como si fuese mi cumpleaños y hubiera quince invitados en mi casa. Sí, es de alquiler, pero mientras la pague será como si fuese mía. Llevo así un montón de años, yo creo que desde que me independicé, hasta la fecha no he dejado de pagarle a mi casero y lo seguiré haciendo, al menos hasta que me toque la lotería.

Sexo, me falta sexo, necesito un poco, solo una pizca de contacto y llegar al orgasmo, no me acuerdo cuando fue la última vez. Necesito sexo, vídeos no, necesito contacto, carne con carne, sentir que me rozan y yo rozar. ¿Adónde acudir si hace falta, pero sin pagar por ello?, todo es relativo.”

Abro una de las últimas botellas y pegando un buen trago, me toco y sufro una erección. Estoy deseoso de mantener relaciones con alguna bella muchacha, si puede ser algo más joven que yo, mejor que mejor. Me acabo la botella y no sé lo que más me tienta, abrir la última o coger el móvil. Una, me desahogará mi deseo de seguir alcoholizándome y el móvil, no sé, chatear e intentar encontrar algo para una triste tarde de otoño. Que puedo decir, soy humano y no me reprimo. Miro una página de contactos y no me sorprendo, pero me alerto de ver la cantidad de chicas que desean compartir una tarde lujuriosa. Lo intento, pero sin éxito, pasan las horas y me dan las nueve, así que no se me ocurre otra cosa.

Masturbarse no está mal, masturbarse no te deja ciego y te desahoga y desfoga toda el ansia que lleva la persona dentro, cuantos solteros acudirán a ello.
       
                      -        Toca la guitarra por favor, cántame una canción, que me alegre la triste tarde de otoño. Digo o pienso en voz alta, al terminar mi desfogue.

Suenan las guitarras distorsionadas de cierta banda, ello me hace enloquecer y evadirme en la escritura. Todo es posible, todo puede ser acertado, todo menos la muerte. Esta viene sin avisar y sin picar al timbre. ¡Qué más da!, todo son revoltijos de notas musicales, que bombardean mi cabeza, haciendo fluir mis frases. Todo está bien, ahora a descansar en el sillón, mientras sigue lloviendo afuera. Todo es así, el efecto alcohólico de las rubias se va mitigando y yo vuelvo en sí. Veo la pared blanca, sin ninguna foto familiar colgada, eso no es normal y ello me enfurece y dando un golpe en el sillón me incorporo y me pongo de pie, erguido mirando ahora el techo. Este no es tan blanco, debido al humo del tabaco. ¡Qué más da!, no busco nada, ya a mi edad es difícil encontrar y me he acostumbrado a la soledad. No hay griteríos ni voces de niños en la casa, ni discusión matrimonial alguna. Todo me lo he buscado yo, todo lo he proyectado y creado yo. Maldito sea mi propio Ser.

¿Qué ha sido de mí, ya no tengo tanto poder?, me moriré solo de pensarlo. No lo puedo creer, todo por no seguir la línea marcada. ¿Qué será de mí?, yo no quiero volverme loco, yo no quiero acabar encerrado por los días de mis días. Yo solo deseo la calma, yo solo deseo la paz. Las rubias tienen que dejar de picarme al telefonillo, no es normal, no hay paz ni tranquilidad.

Sigue lloviendo, me asusto, un relámpago me ciega y me nubla la vista. Además de tener la mente opaca, tengo ahora cegada la visión. No hay red, no hay futuro, si te caes de la nube, no vuelves a la vida, ¿o quizás sí?, quién lo sabe. Yo solo sé lo que sé y eso, eso no es nada.

Las guitarras ya no suenan por los altavoces, las botellas de cerveza ahora son vacías, vacías como mi alma y mi corazón, no hay razón para seguir. Pero yo me armo de valor y me ducho, sí, me doy una ducha. El agua caliente resbala por todo mi cuerpo, ya no quiero mirarme como antes al espejo, este me delata y dice mi edad, y yo pensando en que todavía estaba en los veinticinco. ¡Ja!, Que cruel que es la vida, esta pasa rápida y no te da tregua y envejeces y tu cuerpo se oxida. A quién le importa mi edad, mi espíritu es todavía joven y lucho, lucho todos los días por intentar de detener el tiempo, pero este corre rápido pero ya cansino.

Pienso para mí, hablo conmigo mismo y solo deseo compañía, alguien a quién saludar  y decir “buenos días”. Si existe algo después de la muerte, no me lo tengas en cuenta. Después de toda la semana trabajando, no me merezco un poquito de cuerda, total ha sido todo de forma solitaria, como el que juega al ajedrez contra sí mismo. Todo ha quedado en tablas, no hay rey muerto y la reina, ¡ay!, la reina donde estará. No me riñas por favor, no me lo tengas en cuenta, es el deseo y la voluntad del Ser humano. Todo va unido y no se puede separar.

Yo no soy ni virgen ni puro, nadie a mi edad lo es, he pagado por casi todo, pero eso no le quita valor alguno. Todo depende de la moral y la conciencia de cada persona. Ahora duchado, cenaré y descansaré, esperando un domingo más, un domingo en el que saldrá el Sol y yo no tendré a quién saludar. No hay amigos ni amigas, no hay nada. Todo es como una frágil botella vacía de cristal, tan frágil que como se caiga al suelo se hará añicos y no habrá forma de pegarlos, como no sea volviendo a tirar el tiempo para atrás.

Miro la nevera y ella se ríe de mí, no hay de casi nada. Solo alitas de pollo adobadas, listas solo para calentar en el microondas. Pego un suspiro y son las once cuando me siento a cenar, algo que llevarme al estómago.

Tocan las campanas de una iglesia cercana, antes con la música no las escuchaba, estas me rebelan de que son las doce, justo medianoche de un sábado más. Solo, completamente solo. A veces pienso en salir, pero adónde, adónde ir. No bailo y la timidez me come como una serpiente por dentro. Malo no soy, feo creo que tampoco, pero mi poca valentía a la hora de arrojarme al río, me hace vivir un lío en mi cabeza, que yo no sé cómo desliar la madeja. Una madeja que me lleva a casi en sollozos, como si fuese un niño chico, el irme a la cama, sin pensar en que mañana volverá a salir el Sol.