miércoles, 28 de diciembre de 2016

                                    Los sueños nunca deben estar prohibidos       

Entre la cortina transparente y la luz de la habitación que me deslumbra, escucho una voz, una voz que me resulta  amiga y por lo tanto  la escucho. La escucho, mientras me encuentro tumbado encima del colchón. Como si fuese una antigua canción, una de esas que no pasan de moda la escucho, porque para lo eterno no existe.
      
      —    Hola amigo mío. Entra con él en sus sueños de cautiverio, entra con él en esos sueños que no sabe él pero están ahí y se encuentra encerrado en una gran cárcel, una cárcel llamada  “ciudad del tiempo”. En ella no transcurren las horas, en ella se duerme siempre, en medio de unas tormentosas pesadillas.

¿De quién me habla, de quién me comenta? Que yo no recuerdo y no veo nada. Hasta que la bombilla que me alumbra estalla, haciéndose añicos. Solo y solo en ese momento, veo en el techo, la imagen de un viejo amigo. Este, gira y gira la cabeza para un lado y para el otro, no abre los párpados de los ojos, pero estos ven como una sucesión de imágenes. Imágenes que parecen venir del mismísimo infierno. Suda y suda, en pleno mes de enero. No sabe el porqué, pero es así, duerme como si en un letargo penoso fuese. Duerme sin saber si despertará en algún momento, sin saber qué día o que noche será el primero, con un súbito suspiro. Él no me ve, pero yo lo he observado y cuando quiero echarme para atrás y marcharme, vuelve a resonar la cortina…
      
       —    ¡Qué más da! Entra con él y vivirás de nuevo en aquellos sueños de juventud, esos, los que nunca deberían de estar prohibidos. Aquellos en el que el tiempo se ha detenido, en aquellos en los que el tacto no interviene y solo la mente y el cerebro son capaces de fabricar, mientras el corazón se pone a mil.

Me quedo atónito y como en estado de shock me encuentro. Es un querido amigo, no el del otro lado, sino el que veo que duerme. Me siento intranquilo, me siento alborozado por el momento que vivo y ello me lleva a soltar en un sordo grito y con la voz entrecortada digo…

       —    No hace falta droga alguna, no hace falta ninguna bebida ni ningún ritual. Solo si quiero danzar mientras duermo será posible el hechizo, será posible ser quien quiero ser.

Lágrimas de sal de aquel del que no se ve, pero que yo percibo que le caen, como si fuese una lluvia de finales de verano. Sí, como aquel que viví con mi amigo. Resuena la cortina, como si fuese un telón de algún teatro. Pero no hay luces, solo veo lo que sueño o quizás veo cuando estoy despierto. ¿Pero, oír? Oigo y escucho.
   
      —    Amarás a quien deseas, desearás mientras duermes todo aquello que el tacto no puede tocar, al igual que la música de aquel viejo lugar. Como será, que no se acuerda de ti. Pero tú entra, pero tú conéctate a él mientras duermes y verás, vivirás que eres suyo o que él te posee.

No sé qué hacer, si levantarme e irme a pasear o hacerle caso y echarme a descansar, ¿qué puede ocurrir, que puedo lamentar?, pienso y pienso, pero no digo…

      —    ¿Porqué todo esto está prohibido, porqué todo es tabú? ¿Quién baila a ritmo de rock?,¿ quien baila o escucha, inundando su alma con una canción de blues? ¿Quién está cazado o quién es el escogido? Respóndeme si sabes y si es así, es que puedes entrar en las almas y llenar estas de gozo y alegría.

Ya no llora, solo quiere ver el amor prohibido y saber que se vive con ello. Quiere saber, a lo mejor solo por capricho o curiosidad. Quiere que le mostremos en sueños, lo que es el amor sin tabúes. Aquel que no es libre, aquel que es doloroso y desgarrador.

      —    No se sabe, yo no digo, yo no hablo, pero os conozco a los dos. Por eso os animo a que os unáis al menos en sueños, porque soñar no está prohibido, porque soñar puede llegar a ser vivido.

Siento calor y frío, me siento seco y mojado a la vez. ¿Qué puede ser? No hay tren con tan largo destino, en el que el viaje dure una eternidad. ¿Pero, quién quiere un caminar hacia el infinito? Yo solo quiero tener un minuto, yo solo deseo rozar mi alma otra vez por un segundo. Un segundo, para poder hacer de él un recuerdo. Como si fuese una foto en la pared y poder mirarla siempre y siempre poder con ello esbozar una sonrisa. Ya no tengo padres a los que querer ni tengo hermanos con los que  poder hablar,  solo el maullido del gato, me hace recordar que todavía escucho. Escucho, pero solo el silencio o el devenir de la multitud en la calle.  Abro la ventana y veo, veo a la gente feliz, no se acuerdan de mi existencia. Solo, puedo sentirme feliz. Solo, puedo acariciar al animal. Qué más da, solo el runruneo de su voz me anima a seguir riendo. Riendo en mi soledad perpetua mientras lo acaricio, todo por no pensar de igual manera. Qué más da, a lo mejor el asilo de la ciudad, me aguarda como mejor destino, solo hay que dejar el tiempo correr y seguir con mi lucha. Aunque, ¿Quién está libre de pecado o quien sabe, lo que realmente está aprobado? Nadie hace caso y siguen a la ola, todo por no sentirse menospreciados o simplemente dados de lado. Una silla vacía, es lo que veo todos los días a la hora de comer. Como solo y solo hablo, me estaré volviendo loco o es la locura del desamor. El no sentir el abrigo de la gente, un mes de invierno o el fresco aire de las palabras amables en el caluroso mes de verano. Que será de mí el día que muera. A donde iré si estoy condenado, condenado a perpetuidad, .esa que es silenciosa, pero se escucha.

      —    Lluvias de ceniza, lloran las nubes. Lluvia y solo lluvia de bosque quemado es lo que envuelve al más afortunado. Triste, pero respira lento, respira lento para que el corazón no galope de forma salvaje.

Lo intenta, pero alguien quiere abrazarle y quiere besarle. Será en sueños, esos que nunca están prohibidos. Pero que conscientes, no tienen cabida ni son tolerados en según qué lugares. Por eso los dos unen sus almas mientras duermen. Se encuentran por la noche y se despiden al despertar el día. Todo es verdad o todo es mentira. ¿Es posible que puedan tocarse sus manos? Quien sabe, a saber. Solo se sabe, que ellos dos están unidos por un mismo sentimiento, alguno pensará, “esto no puede ser cierto”. Pues sí, es triste pero es real. Quién sabe a dónde llegarán o quizás deban esperar a estar en el otro lado, atravesar el umbral para poder sentir lo cálido que puede llegar a ser un beso.

       —    Hace tiempo que no siento música en mi corazón, será porque realmente nunca he sido amado. Besado y rozado, hasta llegar al límite del orgasmo. ¿Qué será de mí, si no busco por cobardía?¿ Que será de mí, me quedaré solo?  Solo, porque es cierto que ya no se persigue y se encarcela, pero tampoco se tolera.

Suena por primera vez entre su letargo, las palabras de aquel que duerme, el joven pero viejo amigo de un ahora, lejano verano. No suena, no se sienten las olas en el mar. Pero si les llega, si recuerdan el olor a salitre, el olor en la orilla de la playa.

       —    Pon un poco de azúcar en tu corazón y la vida te parecerá más dulce. No será tan agria como esos, sí esos que solo saben que solo saben echarse cubos de agua rancia. Alegra la vida, aunque esta sea durmiendo. Total media vida no la pasamos en ello, ¿Por qué no ser feliz en ese momento? Sí, el momento de estar viajando. Pero no en ningún autobús ni en ningún metro, sino en un avión directo a la Luna. Esa que nos mira y nos protege todas las noches, como si fuese un ángel protector.

Rasga o al menos lo intenta, el de detrás de la cortina. Pero no puede y se siente encarcelado en el otro lado, siente, escucha las voces pero se enoja, le inquieta el no poder entrar y poder participar del subconsciente de los dos amigos. No es ningún ángel, pero tampoco es ningún demonio. ¿Quién es entonces, el que tanto dice y tanto aconseja? No se sabe, es como un alma anónima o quizás sea simplemente el despertar de aquello que no se tolera.

      —    Bien me dices a mí que sueñe, pues lo mismo te digo a ti, ¿o es qué nunca has encontrado el amor? Ya sea con la chica de al lado, como si ha sido con la que vive más allá de nuestras fronteras. Yo ya me voy, yo duermo por las noches y sueño, sueño y me divierto. Porque de mientras viajo, me subo en cohete a la Luna y bajo en paracaídas. Duerme tranquilo y sueña, elige tu propia vida y vívela.

Ya no se duerme, ya no se tiene más vida, que el descanso o el eterno impasse de aquello que se aletarga en el tiempo. Por eso y solo por eso, se merece vivir con todo respeto.

       —    No seas un histérico, relájate y vive, vive en que sea solo una vez. Duerme y sueña, sueña con aquello que anhelas y agarra con toda el alma, abraza a quien quieres.

Despertó de su sueño con el sonido de un trueno, aquel que duerme. Despertó de aquel plácido viaje a lo que es incierto. No supo valorar, lo vivido. No supo saber apreciar lo conocido y se quitó de en medio, como si fuese un estorbo y juró mientras se iba, juró vengarse. La lluvia que caía de la tormenta, era ácida, era dolorosa cuando hacía contacto con la piel. Yo me quedé pasmado, despertando y viéndome delante del espejo, con los ojos rojos de los días que llevaba postrado en la cama. Era medianoche y yo estaba despierto, sin más sueño y sin más castillos en el aire. ¿Qué sería de mí? Ahora, ya no sé cuál es el camino a seguir. Ya no sé si soy yo o soy quién quiero ser, pero en fin solo soy uno más, en el camino hacia la libertad y el libre albedrío. Ya no volví a escuchar al de detrás de la cortina transparente ni tampoco volví a conectar mi subconsciente con aquel que anhelo. Pero en fin esto es como una carrera de caballos, yo no soy el más rápido ni el más listo. Quién quiso apostar por mí, se marchó sin el premio final, Quién quiso despertarme dándome con el fuete en el costado, ahora debe llorar de verdad desconsolado. Ese trueno, esa maldita tormenta, ¿de dónde vino? Que nos ha dejado a los tres divididos, sin saber realmente lo que es vivir. Pero lo importante es que ya sé quién soy y eso me hace fuerte, me hace mirar al frente de manera valiente. Nada ni nadie, podrá en vida doblegar lo que viene después. Porque yo sé que me esperan, porque yo sé lo que todos anhelan y esperan, esperan hasta que suena su propio trueno en su propia tormenta.  

viernes, 16 de diciembre de 2016

                                               Trineos de sangre

Desde que los tiempos son tiempos y estos se cuentan por lunas, ha existido el hombre. Ese Ser pensante, que ama y llora. Que duerme y sueña despierto, que reza y ora a algún poder, que dice que está por encima de él. En aquellos años, en los que no existía ni la rueda ni el fuego, llegó y pobló el mundo, el ser vivo más imperfecto posible. Pero antes y solo antes, hubo el primero. Aquel que nadie sabía cómo se llamaba, porque nadie le ordenaba. Pues bien esta fue su historia, aquella que yo mismo prometí contarla, después de muerto…

Desde lo alto, por encima de la aurora boreal, una princesa calla mientras observa cómo perros de presa, asaltan el cuello de “el sin nombre” y le hacen caer desfallecido en el suelo helado. Tumbado panza arriba y con los brazos en cruz, ve que la nieve ya no cae. No se abre el cielo, este permanece cerrado, como el telón de un teatro. Encapotado y con un color cada vez más gris. Se encienden las luces, que no son otra cosa que la claridad de un Sol que no sale.  Pero cómo ya no cae la nieve, se pueden ver y distinguir las nubes. No sale el Sol, parece que esté enfadado y molesto, por la presencia de “el sin nombre”. Los perros le siguen mordiendo, como lo hace una sociedad urbana, impasible con aquel que parece más débil y solitario.

No tiene nombre, pero tiene orgullo y en un instante de lucidez, decide y consigue de un salto estar en pie y recto. No lleva ninguna espada, pero empieza a dar palmas con las manos y los canes se retiran asustados. Le duele y le sangra el cuello, pero coge nieve del suelo y con un dolorido grito se limpia la herida.

No hay nadie más a su alrededor, solo el silencio o quizás el ruido del viento, al pasar y tropezar contra las ramas de los árboles. No sabe qué dirección tomar, ni sabe dónde está el norte y el sur, ni el este ni el oeste. Solo escucha sus propios quejidos y sus propios lamentos. Pero esto es la música de la vida, tocada con pocos instrumentos y es que uno puede ser su propia orquesta, si es la soledad lo que nos invade.

Observa y ve, como si estuviese encima de un escenario, sus propios pasos, hundidos en la nieve espesa, caída durante toda la noche. No hace nada más que escuchar al cielo, un cielo y una naturaleza, que le es totalmente molesta y que no le guarda ni un poco de respeto y es que es la ley del más fuerte. Pero es que no hay nada más poderoso en este mundo o quizás sí, no piensa en el 
Reino de las estrellas y quién es quién la habita.

No sabe, no intuye y sigue caminando por la nieve espesa. No hay trineo alguno que le acorte en breve la distancia, solo siente su corazón como un caballo galopar. Solo ve, a través de sus ojos enrojecidos. Trineos de sangre es lo que percibe, trineos de sangre en la blanca nieve. Marcas al lado de su paso eterno por la estepa helada, marcas para no volver para atrás. No quiere olvidar, pero no quiere recordar. Camina y camina al lado de las marcas de trineos de sangre. Como si fuesen cuchillas están señaladas en la nieve, como bombas caídas del cielo, son sus pasos firmes. Quiere huir de este lado del mundo, pero sus pasos son lentos y el reloj de arena corre en su contra. Ya mismo será otra vez de noche y caerá una helada, que congelará al más peludo. No quiere ser como un oso, no quiere porque se ve y se siente hombre. Aunque no sabe o no recuerda su nombre, será quizás por no haber tenido madre que le amamantara y le educara.

La nieve vuelve a caer de forma pausada, ello le hace relajarse y entrar en un letargo, que sumido en un sueño, recuerda al de un oso en pleno invierno. No hay verdad más completa, que aquella que cae desde el cielo. Ya sea una tormenta o un cometa, ello se hace resonar en toda la Tierra. En cambio una nevada lenta, invita al dormir en algún lugar cobijado del frío. Él, el “sin nombre” lo sabe y duerme, duerme, esperando su oportunidad. Esta no se hará de esperar, esta no tardará en el tiempo. Como copos de avena son los de  nieve, como copos de avena es con lo que se alimenta. No hay carne, no hay nada cerca y solo le quedan los copos de nieve. Duerme, duerme que se acerca la noche, aunque sea pronto, el tiempo corre o mejor “camina”, camina en su paso también firme sin echar para atrás lo vivido.

La melodía del silencio es atroz, al igual que agresiva. La soledad penetra en las entrañas de “el sin nombre”. Solo, solo se siente ahora en su cobijo. Como en un osar se encuentra, alimentándose de la nieve helada. No sabe o no entiende lo que es el fuego y por ello se hiela por dentro. ¿O será por el hecho de la melodía del silencio? Quién sabe. Solo sabe, lo que ve y lo que oye. Esto es el cielo blanquecino, por la caída de la nieve y el grito sordo de esta al caer al suelo. No sabe, pero sí entiende de qué está vivo. De que su cuerpo y su mente reaccionan ante tal hecho. No sabe, pero sí entiende de que la soledad y la locura, son primos hermanos y que todo, no acaba nada más que empezar y no llora, por si las lágrimas se le congelan y no puede ver más.

La princesa del Reino de las estrellas, se asoma entre las nubes. No sale el Sol, pero ella las aparta para ver al tan valiente Ser Mortal. Le lanza un guiño, prometiéndole la llegada de la primavera. Él, “el sin nombre”, por una vez se arrodilla, hinca las rodillas ante tal preciosa dama. No podía imaginarse que existiera tal belleza y sus ojos no están preparados, así que los cierra y alza la cabeza, como si fuese a ser nombrado o tocado por la mano derecha de aquella que es princesa.

Ahora sí sale el Sol, ahora un rayo de luz cae sobre la nieve helada, haciendo que todo sea blanco y puro. La nieve empieza a derretirse y el agua clara, empieza a mezclarse con los llantos rojizos de “el sin nombre”. Solo la princesa del Reino de las estrellas le guarda un poco de respeto y le ayuda.
      
       —    No llores buen hombre, no llores porque no hay nadie que te haga sombra. Abre los ojos, esos que tienes teñidos en sangre y límpialos con el agua clara que sale desde las rocas.

Le hace caso, le obedece y sin más, se ve reflejado en el agua. Sonríe, sonríe y rompe en una carcajada.
      
       —    ¡Soy yo! ¿Pero cómo me llamo? No sé mi nombre.

La princesa, se queda sorprendida, pero reacciona y le dice...
    
       —    ¿Para qué quieres un nombre? Todo aquel que tiene un nombre, es porque le pertenece a alguien. Tú eres un ser primitivo, pero libre. Libre y salvaje, que sale de las cavernas.

Ahora es él, el que piensa y se alegra. “No le pertenezco a nadie y no me mezclo con la sociedad, que no es otra cosa que un rebaño de pastoreo. No habrá perro que me dirija o me muerda, no habrá hombre o pastor que me ordene”.

Camina con paso firme, no corre, no tiene prisa por llegar, porque no tiene destino. Solo piensa en cobijarse, por el frío de la noche. La princesa se ha marchado, adentrándose en alguna estrella del firmamento. Entonces y solo entonces,  cae como un rayo procedente de alguna tormenta, formando el primer fuego de la historia. Esos arbustos le hablaron o él lo creyó y dentro de su locura y miedo, escuchó como lo llamaban. Su nombre, su verdadero nombre era  “Pedro”.

Solo un nombre, para un solo hombre. Qué más da, si no tiene ni compañía ni dueño. Solo la princesa del Reino de las estrellas, era la propietaria de sus sueños. Unos sueños que se tendrían que trabajar a lo largo de generaciones, pero para que esto ocurra, tendría que encontrar fémina que quisiese formar con él, tal familia y tal comunidad.

No fue hasta después de un largo caminar, cuando la princesa no se dio cuenta, que de él enamorada estaba. No fue, hasta luego de varias lunas, cuando ella quiso engendrar. Lo durmió dentro de un osar y entre los sueños de este se metió, haciendo que ella en su interior su semilla como una espiga de trigo creció. Creando no uno, sino un par de seres, unos seres que ella dejó luego a su libre albedrío. Así fue la cadena de la vida y creció y creció y el Ser Humano se multiplicó. Gracias a la princesa del Reino de las estrellas y a su capricho celestial, el ser humano tiene nombres. Nombres que ella eligió y que Pedro germinó.


lunes, 12 de diciembre de 2016

                                           La Casa de Neón

No son las vegas, no es un bulevar, no es solo un casino. En este mundo existe aquello que se conoce como La Casa de Neón. Una casa, un local donde solo entran los mayores con dinero. Si eres así, serás bien recibido, si no te irás por el camino venido. Solo por ver las luces de neón, hay que pagar. Solo tienes que entrar para poder apostar, solo tienes que sentarte y tomarte una copa, para poder ver, para poder admirar las más bellas damas. Unas chicas, que quieren tener una cita de una hora contigo. No la desperdicies y vívelo, déjate enredar por aquellas que parecen serpientes en un arrozal. Déjate enamorar por tiempos, de aquellas que solo buscan el dinero, un dinero fácil. Para un trabajo difícil, no es tan fácil hacer y disimular. Ellas lo saben muy bien, pero no se dejan embaucar y espero llegar al éxtasis esta noche. Solo una noche de libertad, para disfrutar todo el año en cautividad.

Chicas rubias, chicas morenas. Altas o bajitas. Con más y menos pecho, todas cobran precio. Yo le diría algo aquella, a la de la izquierda. Sí, aquella que habla e intenta seducir a un joven que se le ve inexperto. Ella le quiere hacer un descuento, le dice y le sonroja. Se vuelve sudoroso y se marcha, dejándola con la palabra en la boca y las ganas de tener un buen rato con él.

Ella mira, observa y yo me hago el despistado. Todas, cuando digo todas son todas. Son todas iguales de hermosas y dulces, al menos en los ratos de clientes. Después en privado, en sus ratos de ocio quien sabe.

Yo ya no puedo más y me lanzo, me levanto y ando, como el que ha aprendido a hacerlo en un mes. Casi me caigo, casi tropiezo ante tantos ángeles del placer. Es el mismísimo infierno, hace hasta calor o soy yo, que me sube la temperatura. Ella me ve, por fin se fija en mí y nos paramos a mitad de camino. Ella me dice “cien” y yo le digo que “bien”. Me coge con una mano mi derecha, mientras con la otra coge una botella de ron. Redobles de tambor suenan en mi cabeza, mientras me dirijo con ella. Entro en el ascensor y ella no se corta y empieza, empieza a hacer su labor acariciándome la piel.

     -     Eres una zorra, una prostituta de carretera. ¿Cuántos, pero cuantos habrán visto tus bajos? Yo no soy el primero ni soy el último en pagar por tus servicios. Me tendrías que hacer un descuento, por pronto pago. Me tendrías que hacer un vale, un vale para darme otra vuelta por tu cuerpo. Recorrer todo tu espinazo y llegar al coito. Qué más da, si soy el número 20 o el número 99. Lo nuestro no es amor, solo un intercambio de bienes y servicios.

El ascensor sube y se planta en el quinto, salgo ya medio desnudo, nadie puede parar a este volcán en erupción. Me asusta y me pone alerta, no sé si estaré a su altura. Una máquina humana es, una profesional que no me dejará hacer olvidar su destreza.

-          Qué más da, como tú dices, el número no importa. Lo que cuenta es que te merezcas el descuento, todo depende de lo bueno que seas. No te des prisa y te enseñaré el camino del infierno. Un camino envuelto entre el deseo y la lujuria, un corto sendero que te lleva rápido, como si fuese a la vuelta de la esquina.

Gira la llave y abre la puerta, en medio, una cama de 1.35cm con un espejo en la pared. Ella me sonríe, yo le sonrío y entonces, sacando mi pitillera le digo…

-          Fuma un poco de esta  hierba, te sentirás mejor, te sentirás en una nube viajando a la Luna. Sabrás y subirás a las montañas del placer, hasta que el amanecer deslumbre tus ojos azules, azules de color turquesa.

Ya no me sonríe y me dice que no, abre la ventana y me hace señales al reloj.

Acabo de fumar y miro hacia la oscuridad de las estrellas, a ellas me encomiendo para llegar a poner el listón alto, la haré y le hago tambalear hasta las patas del somier. Solo soy un huracán en medio de una isla del caribe. Solo soy unos vientos que le hace descubrir el temor de la explosión del orgasmo. Dice que no pare, dice que no acabe. Yo me estoy mis minutos, pero en verdad suena en la mesita de noche, un reloj que me hace bajar el telón. Le digo, le explico que no he acabado y esto no se puede dejar a medias. Que llevo solo un billete de cincuenta y tengo una botella de ron a la mitad de llena. Ella me dice, me advierte, me aconseja…

-          Quiero bajar en esta estación, tú no tienes límite y ya no te queda suficiente dinero con que pagarme. Vístete y márchate, coge tu viejo Ford del 83’ y duerme en tu casa, hasta que las campanadas de tu iglesia den otra vez las siete de la tarde. Entonces y solo entonces, con dinero contante y sonante, guíñame uno de tus ojos marrones y yo seré tu mujer fiel, a tu lado mientras no te pongas borracho.

Decido no ponerme nervioso, no me altera sus palabras, aunque me coma y me hierva la sangre por dentro, yo le hago una apuesta.

-          ¿Borracho yo? Vamos a dejarlo, no eres dueña de ti misma, llevas la misma tónica que un servidor. Pero a diferencia de que tú cobras por ello, yo lo hago por vicio y por placer, no me lo niegues que eres de buen hacer.  Está bien, me apuesto mi carro, a que aguanto más de cinco minutos en la cama. Si no es así, te quedas mi coche, si no me devuelves hasta el último céntimo que he pagado por ti.

Quien convence a quien, quien es el convencido, quien es el engañado. Ella sabía que no llegaría ni al primer asalto, ya que la labor estaba casi acabada. Pero solo me miré y por orgullo caí en sus mentiras y fui embaucado de la manera más ruin. No duré, perdí la apuesta. Quien convence a quien, quien es el ganador y quien es el perdedor.

Me ha dejado sin blanca, no llevo suelto ni para el autobús. Hasta el coche me lo he apostado hoy y todo por escuchar la voz de Luz. Una mujer que como su nombre dice, brilla entre la oscuridad de la noche y en el ambiente del casino. Entre luces de neón, me he acostado yo con ella. Sin decirle cosas bonitas, sin una palabra amable, ella ha conseguido sacarme hasta el último euro. La noche sin dinero es larga y más yo, que estoy acostumbrado a conducir y a subir a toda chica guapa que se precie.

No me lo digas más, conciencia déjame en paz y déjame que llegue y duerma si es posible. Que sueñe con el ritmo que tienen algunas chicas, déjame cantar en mis sueños. Suelto los alaridos, suelto los gemidos de una noche loca de desenfreno. Solo con una copa más, me ahogaré entre las sábanas. Solo con una copa de ron, seré capaz de diseñar hasta un avión. Pero no un avión cualquiera, sino uno de combate preparado para ir a alta velocidad. Como una nave estelar, seré yo en tu cuerpo. Como un cohete espacial seré yo adentrando entre mis sueños.

La noche me perturbó y solo tuve que esperar a salir el Sol, para ver y darme cuenta de mi error. Es cierto que esta noche, no la voy a olvidar, pero no por las alas de la libertad. Sino por la agonía y la tristeza, de volver a casa después de un largo caminar. Pero es que la noche me transforma, me envuelve todo lo peor. No sé ser yo mismo y me vuelvo mi anti-yo. Una persona que no tiene secretos, que solo quiere hacer realidad sus sueños prohibidos. Cuál es mi verdadera vida, la nocturna o la diurna. La compañía o la soledad, qué más da, por todo hay que pagar. Por todo hay que abonar una cantidad y solo por ahora es gratis el respirar.

Ya no vuelo en una nube y al lado no tengo nada más que una cama de 90cm, vacía y conmigo solo de compañía. Qué más da si soy inglés o alemán, qué más da, ya no soy un huracán en explosión. Todo quedó en una pequeña tormenta tropical. Seco ha quedado todo, hasta la garganta y la cartera. Sin coche, como si hubiese sido víctima de un timo, he sido cazado. No hay más vuelta, no volveré a esa casa, no volveré a encenderme, para después terminar pagando por algo que solo me desfogará un tiempo limitado. ¿Por qué  me encomendé a las estrellas?

Chicas en la pared, veo chicas en la pared. Por todas las paredes de mi casa, veo chicas en las paredes blancas. No son posters, no son calendarios, solo son imágenes como si me durase el efecto del ron, veo chicas en la pared. Como es posible, solo, aturdido, me voy a la cama y me tapo con la almohada. No se siente nada, nadie habla en voz alta. Pero cierro los ojos y como desde una neblina, veo a una chica que viene y desaparece, es Luz. Siempre me acordaré de su nombre, al igual que de la matrícula de mi coche.

No quiero pensar más en ello, no quiero darle vueltas como si fuese un toro el día de un encierro. Me tapo y me duermo, es domingo y mañana toca ir al tajo. Qué más da, iré en bus y tengo que ahorrar para comprarme uno de segunda o tercera mano. La verdad es que el coche era viejo, era antiguo, pero me llevaba a todos los lados.

Dejo pasar el tiempo, dejo pasar y solo me dedico a trabajar. Solo a eso y a ahorrar. Veo y ya no están las chicas en la pared. Toda la ansiedad desaparece, todo el ahogo como un grito se enmudece, dejándome sentado. No veo otra salida que dejar correr el tiempo. Ya casi no me acuerdo de la chica, pero alguien en el trabajo viene y me lo recuerda, alguien cercano  me dice…
-       
              -         ¿Has visto esta foto?  Es tu coche, que ha caído por un precipicio desde arriba del acantilado.     Ha caído en el agua, entre las rocas cercanas.

No salgo de mi asombro, pero más me llevo la impresión, cuando desconozco la abuela que conducía y le pregunto…
-        
               - Perdona, ¿Quién es esta mujer?

Él me dice, él me responde…
-                   -   Se llamaba Luz, es la que regentaba la Casa de Neón

Me quedo atónito, me quedo de piedra, pero de piedra salina. Solo habían pasado un par de meses, como era posible que fuese una anciana. No quiero, pero me miro al espejo del vestuario  y no salgo de mí, no encuentro palabras al verme. No sé responder a tantas preguntas y amablemente le digo que me deje el recorte de periódico. Los ojos se enmudecen y las lágrimas me recuerdan al sabor del agua del mar. De mientras, no veo ninguna imagen, pero sí una voz que me susurra….      “Adiós”


lunes, 5 de diciembre de 2016

                                          Quién me toca el piano

¿Quién toca el piano antes del anochecer? ¿Quién pone velas negras en el candelabro de plata? Ya no se ven las siluetas en la penumbra, ya  no se sabe quién te manda o quién te ordena o encumbra. ¡Poder elegir!, que gran avance o quizás y solo quizás sea posible que no. Quién sabe, a saber.

¿Quién toca el piano, quién toca en armonía sus teclas?, ya sean blancas o negras. Solo la Luz o la Oscuridad. O quizás y solo quizás, tonos de grises. Quién puede decir de sí mismo, estar salvado, sino aquel que no baila al ritmo de la canción. ¿Quién se sienta y le da a las teclas? ¿Quién sabrá que es de diferente armonía? Como sirenas cantan y como marineros caen en su hechizo. No hay arpas en el cielo, no hay puertas de acero. Todo es una cortina transparente lo que nos separa, nos separa del cariño y del odio, nos separa de la esperanza y del engaño. ¿Pero quién narices, toca ese ritmo que me enamora? Me  enamora y me hace sonreír, un leve movimiento de mis labios y esbozo una sonrisa, una sonrisa llena de gozo.

Las velas negras se consumen poco a poco, elevando un hechizo, un hechizo a ritmo de unas notas musicales, formando una melodía que no es otra cosa que la vida. Una vida llena de cautiverio y tristeza, como un ser raptado en plena juventud. Para dónde y en qué dirección va el humo que expulsa y como resbala la cera de esta, no cae a la base. Se evapora como un humo, que no se condesa y desaparece entre la atenta mirada del que toca.

¿Quién quiere a quién? Qué más  da, si tus rosas no son de verdad y tus espinas, se afilan para poder cortar. Corazones rotos, almas llenas de desengaños al amanecer. No son tallos de una flor, son alambres de espino enrollados en mi corazón. ¿Quién ha sido querido de verdad? Solo el del piano lo sabe, solo quién baila a su ritmo. Da igual, él no se quita la chistera, no se muestra tal y como es. ¡Ay!  Aquel que se haga el sordo y no obedezca, será castigado y ajusticiado hasta que diga, aunque no lo crea, aquello que quieren escuchar. Una y otra vez la misma melodía. Una y otra vez, aquella sinfonía. ¿Es un réquiem o una alegría? Una, la llamada a la mismísima muerte, la otra al nacimiento o a la unión en libertad. A veces me desespera y a veces me enoja, qué más da. Solo él se sonroja y esboza una leve sonrisa, como si el director de orquesta fuese. Bailando los pies los tiene, mientras suave y levemente, pero con sentido y ritmo, toca y toca el piano de cola. Qué más da. No envejece, para él no existe el tiempo si no es en discordia.

Camino por una carretera sin destino, ando por  los senderos del placer, ¿quién me va a parar? El que toca la melodía, no me puede frenar, soy como un tornado, soy un volcán en erupción. Nadie sabe por dónde voy a ir, pero todos se apartan. ¡Qué será de mí! Estaré condenado o simplemente soy complacido por mis buenos actos, que no son pocos.

Me aturde y me perturba, la forma de hacer de los que se sienten libres y tienen la cadena de su amo, enrollada al cuello. Quiero viajar rápido, no quiero dejar de correr. Ya no bailo, ya no silbo la melodía del piano. ¡Qué será de mí! No lo sé, quién lo sabe. Nadie acierta y hacen quinielas para poder adivinar mi destino. Este no está escrito, como si fuese una canción, no hay, no hay partitura que lea mi buena voluntad. Porqué será rebelde, pero no es mala. Solo soy un travieso adulto, el que ya sabe, ya acierta por donde van a redoblar las campanas.

Hace frío, tengo frío, ¿a dónde me adentro? Hace frío, tengo frío, ¿cuál es mi destino? He descubierto que desde que nací, mi destino está escrito. A grandes rasgos, pero escrito. Tengo que tener algo que hacer, ese hacer es diferente a los demás. No sé todavía cuál es, cuál va a ser mi granito de arena, ese por el que se me recordará. No sé verdaderamente en qué consiste mi viaje, pero es en un tren de largo recorrido. No sé, si es hacia el Norte o al Sur. No sé si es al Este o al Oeste. Lo único seguro es que es desde este punto.

¡Ay! Mi granito de arena, en un reloj de estos está y solo el que toca, tiene el poder de darle la vuelta. Boca arriba, boca abajo, qué más da. Solo el que toca, ve y dirige la canción y el tiempo. Solo el ve, caer la arena, para después volver para atrás. O para adelante, ¿quién lo sabe? A saber. De mientras, escucharé la melodía de la vida. Esa que me transmite y yo quiero hacer llegar. No lloro, no merece la pena. En cambio sí río, hasta de mí mismo y de frío, porque ya se acerca el invierno. Este promete ser largo y duro, pero yo no sé si estoy aquí o allí, solo espero la hora de marchar. De marchar a alguna dirección, esa sí, esa que no tiene ni nombre ni letrero. Solo unos puntos suspensivos...

No ahogues mis penas en una lluvia dócil, hazlo si quieres, en una lluvia tormentosa y de granizo. Que vengan vientos, que rasguen mis velas, dejándome sin luz y sin horizonte. Que no vea la brillantez de las estrellas, tapa si puedes, la Luna y déjame en la más absoluta oscuridad. Despiertame de mi letargo, como un oso en primavera. Saldré hambriento y querré comerme la vida y saciaré mi sed de aventuras mojando mi garganta con la lluvia tormentosa del anochecer. Frío, mucho frío me entra. Al saber que solo estaba dormido y que necesito solo un buen azote, para saber que esta es para vivirla con respeto.

¿Quién le puede romper, quién le puede destrozar tal piano?  Si este está encima de una nube, si este está encima, flotando en el aire de un atardecer. Qué más da, yo no soy querido, si no es por aquella que me parió y me amamantó. Todavía guarda ella recuerdos, todavía yo mantengo intacto mi amor por ello. Qué se puede decir, a lo mejor en ese momento se le rompió una cuerda al piano o simplemente estaba desafinado. Quién lo sabe. Solo el que toca, es capaz de saberlo. Pero espero no quedarme en medio, en medio de dos mundos, este y el paralelo. Aquel donde descanse mejor, ahí me quedaré, para recuerdo de unos pocos. A lo mejor la canción sea como un bucle y no acabe nunca. No acabe y pueda llegar a ser inmortal, ¿pero que son estos deseos? Qué son en realidad, todo aquello que muere con facilidad, ya sea una rosa o ya sea un pez, todo ellos tienen un final, todos ellos se van y siguen la cadena. Una rosa se marchita, un pez sirve de alimento. Qué más da, yo no soy capaz de parar de bailar. Una música que no deja de vibrar en mi corazón. Es una sin título, es una anónima, solo dirigida a mi persona. Espero que sea con final feliz y no me llegue a herir.

Envío un millar de ratas, envío un millar para que se coman las cuerdas de tal instrumento musical. Sus dientes, contienen la sed de la rebeldía y de la venganza. Dónde se irá ahora a tocar, como no sea en tierra, lo veo difícil. Estas son dirigidas al son de una guitarra distorsionada en su vibración, pero no en hambruna. De unas cuerdas no hay de donde alimentarse, pero sí en la promesa de convertirlas en almas. En almas que bajen luego a la Tierra, para poder decir, para poder contar lo cierto y verdadero. Qué más da si se acerca ya el anochecer o solo es la Luna cubriendo al Sol. Un eclipse que no es causal o sí. Lo cierto es que además el cielo se cubre por amenazadoras nubes, que pueden dejar al que toca, destrozado y que llueva en medio de una depresión mental. Una depresión, por no poder detener el avance de los roedores, depresión por dejar de ser quien es. Convirtiéndole en un simple pájaro con mal infortunio. ¿Quién es el que se salva, seré yo o quizás tú? Que eres quién me lees. Qué no entre la histeria en vuestras cabezas y en vuestros corazones, todo es concebido. Todo es hecho por el que escribe y este, no puede ser más que aquel que impulsa las letras en este relato. ¿Quién te quiere? ¿Quién te ama sin condición? Seré yo o será él. El que toca y sabe de música, sabe de algo más que hacer rimas y ritmos. El que toca, ya no lo hace. El que toca sabe mucho de leer, pero no sabe dirigir. Quién es mejor director de su propia orquesta que uno mismo. El piano está destrozado por las ratas y por la lluvia. La Luna se adueña del cielo, al igual que las estrellas del anochecer. Será verdad que ahora viajo, viajo hacia dónde aquel que sabe pierde la pista.

lunes, 28 de noviembre de 2016

                                                   Arcángel 606

Las luces del casino parpadean hipnóticamente a los ojos de los clientes “”JUEGA, JUEGA”, invitándoles a entrar y echar unas monedas. Dicen que hay premio, dicen que se harán ricos. ”JUEGA, JUEGA” Colores de billetes, como personas diferentes hay. ¿Qué será de aquel que se deje hasta el último céntimo? No se sabe, a lo mejor entra el primero en el Reino de los Cielos. Quien sabe lo que puede ocurrir. “POBRE, POBRE”.

¿Quién puede decir que no alcanzará el cielo, si este está debajo de sus pies? ¿Quién puede decir que no alcanzará su sueño? Si sus pisadas son sombras en el anochecer. No por oscuras sino porque estas se confunden entre las demás. “TODOS SOMOS MULTITUD”.  ¿Quién es, Quien es, quien da los golpes en la puerta? A saber. ¿Qué puerta? Sino la del cielo. Esa sí, esa que dicen que es la del paraíso. Pero mientras luce el Sol y la noche estas se adueñan de las mentes y uno de ellos camina por la Tierra. ¿Para qué? Para conocer a las almas que ella la pueblan y llora, llora y sufre, al ver tanto egoísmo y tanta hipocresía.

No nace sino muere parte de él, al llegar al mundo. Con un llanto, que parecía un soplo de  esperanza, hizo retumbar el planeta. Pero este se calmó y volvieron a ser los de antes. Ya no volverá, ya no regresará al Reino de los Cielos, porque se ve triste y maltrecho y solo, solo se irá hacia la oscuridad, al ver tanto engaño. En tren y en autobús viaja la multitud, en limusinas y en coches de alta gama, viajan los que se inundan del dinero ajeno. “Echad unas monedas, que yo os daré un montón de billetes”, dicen algunos desde sus cómodos asientos. Que será de aquel que no tenga control. ¿Estarás aquí tú, para darle un abrazo de consuelo?

“Quien sabe, a lo mejor soy dueño”

Estrellas que no iluminan el cielo, ya que es saboteado desde las azoteas de los locales. Luces de neón hacen que pasen y pasen, cada uno, cada cientos, para hacer una buena recaudación. ¿Qué será de aquel que despierte? Seguro que te rechazará y el que no lo haga y se juegue hasta su última moneda, te maldecirá, como si fueses un auténtico demonio y eso no lo tienes que tolerar.
Resbala una gota de sudor, resbala una gota de sangre. ¿Cómo es posible, si no eres humano? No te pierdas por favor, no quieras llegar a comprender algo que esta fuera del ser y estar. ¿Cómo saber, cuando es cierto o es mentira? No se sabe, solo una se arroja, se aventura, como si fuese una película de acción.
¡
No evites!, pero como decirte esto a ti, alma pura. Cuando todas las que te rodean  aquí, en este espacio-tiempo, son impuras y no son merecedoras de tu preocupación y menos de tu sufrimiento. Lánzate, que la vida son dos días y el último es largo y penoso. Lánzate y bebe, bebe del pozo de la vida, que esta no es salubre y está llena de lodo.

“Respeto me piden y consuelo tendrán, como si fuese su último aliento”

Si fueras solo un alma y tu cuerpo fuera solo carne y hueso, sangrarías de verdad, porque te herviría la sangre, como en un volcán en erupción. ¡Dale con el martillo, dale! Que no conseguirás romper el muro que nos separa, no conseguirás hacer nacer a aquellas que se han marchado. Porque esas ya no son de esta condición. Como un vacío en el Cosmos nos abren una puerta. Pero tú eres listo, seguro que volverás de dónde has venido y no caerás en las redes de la oscuridad.

¿De dónde vengo? ¿Qué te crees que yo me vengo? Yo no soy de esa madera ni tengo yugos de esclavitud eterna. ¿Qué te hace creer que no lo merezcan? Si como ovejas ciegas en rebaño navegan por el agua sucia y llenan de sudor la codicia.

Señalado a punta de espada, llagas en su piel de unas alas rotas al descender. No se sabe si fuiste tú el que realmente lloró, al ver al hombre solo trabajar. No viviendo en pura armonía con el prójimo y viendo como la envidia y la codicia, se adueñaba de sus almas.  No te sientas tentado, por aquel que te quiere dominar. No te sientas alentado por aquel que te quiere convencer. ¿Qué será de ti, si entras en el frío oscuro del amanecer? No seré yo, el que te diga  que no. No seré yo, el que te ate con una cuerda. Porque ni los perros, merecen ello. Vuela, vuela y alto y no desciendas. Que no es de razón tanto amor, porque el de vos no es de merecedor de tal falta de respeto. Nadie ama a nadie, con tanto amor, como el que yo te proceso.

¿Cómo saber cuándo uno es de sinceridad y honestidad, si este se ve envuelto entre sombras?

Adiós mundo, adiós. No lloraré nunca más, se me ha congelado el corazón. Este ni con la llama más ardiente, se calentará. No volveré nunca más, tienes razón quien seas. Que sepas que siempre te guardaré una gran estima y que nunca, nunca te faltará mi amor. Amor de amistad y lealtad, como aquel que busca y busca, pero solo encuentra, aprovechados burlones. Que creen que uno no es de digno cariño y respeto y se abalanzan como hienas en la noche. Como si fuese una presa que hacer de cena, para satisfacer una barriga llena de maldad.

¡Donde estás amigo, donde estás! Escucho el murmullo del mar y me parece que habla de ti, de tu llegada y de tu marcha. Pero no hablan de lo que has llegado a hacer en tu corta estancia en este mundo. No te marches todavía, que me dejas solo ante los aires de la adversidad y ya sabes que estos no son sinceros. Me hubiera gustado haber tenido en una botella de cristal, que fuera lo suficientemente limpia, como para tenerte en ella y poder conservar así tu presencia y tenerte cerca, para poderte admirar y honrarte de la manera que te mereces. No llores ahora tú, me tienes más cerca de lo que tú crees, solo tienes que elevar el pensamiento. Yo ya no estoy en el Reino de los Cielos, solo me he marchado y ahora observo con detenimiento desde el otro lado, los resultados de todo lo creado por el hombre.

Si fuera tan fácil, echar una moneda para conseguir la paz y el sosiego, ¿quién no lo haría? Yo sería el primero, pero no lo haré, porque es llamar a las puertas del infierno. Yo ya no tengo alas, pero sigo siendo quien soy. ¿Quién me recogerá ahora? ¿Quién me tenderá la mano? Si ya he sido tentado, no jugaré, no caeré. No beberé, ni una sola copa, porque esta no es de triunfo.

“Prefiero desaparecer de este lado, ellos van a donde van y no hay razón para ello.”

Se marchó, al menos dijo “adiós”. Se marchó, dejándome  solo ante una jauría de lobos hambrientos, que es ni más ni menos, que la  sociedad. Se marchó, pero yo sé, estoy esperanzado, cosa que antes no lo estaba. Sé ahora  a ciencia cierta, que iré a dónde merezca y seguiré los pasos de aquel que lloró en la Tierra, haciéndose  quebrar el alma. Partiéndose en dos, para llegar al hombre y llegar a la mujer. Quien sabe, a quien llora y a quien honra. Lo que es seguro es que a nadie rechaza y ahora uno entiende el porqué de las cosas, ahora uno entiende  el porqué uno merece ser perdonado y cuando ajusticiado, pero espero tardar en saberlo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

                                                             The thief
                                               
Son las seis de la tarde, ni las cinco ni la siete. Simplemente las seis. No amanece, casi anochece y se empiezan a vislumbrar los destellos de las estrellas en el oscuro cielo de    un pueblo cercano a Barcelona.  No me he acabado de despertar de la siesta, como el que ha tenido una pesadilla. Todo esto, lo que estoy viviendo, está sucediendo como si el destino me lo tuviese escrito.

Estoy sentado en mi viejo Ford Fiesta del 2002, a cincuenta metros de la gloria. Los sudores me empapan la camisa y hace que me sobre la chaqueta. Bajo la ventanilla, el frío entra en estampida y tiro de una vez por todas, la ropa de abrigo a la parte trasera del coche y mi familia, sí, esos que me acompañan  me recriminan mi mala actitud. Como si ellos fueran unos santos vamos, no he subido a nadie más al auto, porque no cabía. Entre mi madre y mi padre, mi hermano, mi cuñada y yo ya somos suficientes. Todo porque parece un sueño lo que vamos a hacer, “un gran golpe”, tan grande que se nos escuchará y hablaran de nosotros durante un buen tiempo. Esto puede ser el comienzo de una gran aventura, el comienzo de algo que no tendrá fin.

No me lo pienso muchas veces y escuchando los gritos de ánimo de mis acompañantes, aprieto el acelerador y me empotro contra el cristal del escaparate central del Supermercado. Nada resulta dañado, salvo el vidrio que es hecho añicos. Nadie sale  herido y esto va en nuestro favor. No tenemos pistolas, pero ellos no lo saben. No tenemos vergüenza ajena y eso sí que lo adivinan. Esto es real, estoy robando en un gran local, en una gran superficie. El  éxtasis y la adrenalina recorre por todas mis venas, llegando a mi cerebro y provocar con ello, que mi corazón galope como un caballo de carreras. Todos me toman por loco, desde los dos guardas de seguridad, hasta dos agentes del cuerpo del Estado, que están fuera de servicio. Se escuchan disparos al aire, la gente o corre o se tira al suelo. Pero el griterío amordaza los altavoces y ya no se escuchan las canciones navideñas. No voy solo, me acompañan los míos, mi familia.  Una familia que no es la mejor, pero es la mía. Solo le pido a Dios, salud y atracos, con los que poder pegarme por unos días “la vida padre”. Siempre con mis allegados, siempre con aquellos que están a mi lado pase lo que pase.

La gente corre, huyen de mí y de mi familia, no saben que somos inofensivos. Solo tenemos ganas de dar un gran golpe y que mejor día que el 2 de enero de algún año que está en mi recuerdo.  Hay niños, muchos niños, los cuales despiertan de golpe del sueño de los Reyes Magos. Todo son disparos por  parte de los cuatro agentes y forcejeos por parte nuestra. Llega a tal punto la tensión y el nerviosismo, que no me doy cuenta y se me cae el carnet. Salimos corriendo, salimos de estampida y no nos podemos llevar ni un móvil. Ni un triste euro, que nos salve la tarde. Corremos y corremos, cruzamos por medio de la autopista dejando el coche rodeado de cristales y con el morro arrugado y el capó abierto. Qué rabia me da y me recriminan por ello, haber perdido el carnet, rezo por algo que no será. Rezo, siendo ateo. Rezo por mi familia mientras nos escondemos en la noche fría y oscura del invierno.

Llegamos al cabo del rato a casa, llegamos a lo que yo pensaba era zona segura y ¡zas!, los de azul son presentes en mi portal. Todo son coches con sus luces parpadeantes, yo cuento hasta cuatro. En total ocho policías son en el edificio, no se cansan de preguntar, no se cansan y no se van. No puedo entrar y no sé qué hacer. Hasta que a mi cuñada, lista de ella, nerviosa por la espera, le supera la impaciencia y se enciende un cigarrillo. No es por el humo, pero si por la llama del mechero lo que nos delata. No tardan en cogernos, no tardan en llevarnos a la comisaría más cercana. Pienso para mí, hablo para dentro…

-          ¡La cagué! Me han pillado y ahora que hago.

Nos preguntan, nos interrogan. No hay vino ni cerveza, no hay drogas ni juegos de azar. Solo me dan un cigarrillo a costa de que hable, yo les digo “tengo mis derechos”. Ellos se miran entre sí y me dejan solo en la sala. Espera que te espera, tengo todo el tiempo del mundo, tengo todo aquel que el Juez determine. Robo con fuerza, con daños materiales y quien sabe más. Todo es un suponer..
-  
           -            ¡La cagué! Me han pillado y ahora de esta no salgo.

Se me cerraron puertas, se me cerraron todas aquellas ventanas donde poder el aire respirar, ¿qué será de mí, si no puedo enviar cartas entre el viento? No tengo cadenas en el cuerpo, pero sí en alma y alrededor de aquello que estaba en calma. ¿Qué será de aquellos, que en mi compañía también cayeron? No los veo, no sé nada de ellos. Entre los barrotes me encuentro, entre los barrotes, detrás de ellos estoy como un lobo salvaje. Solo deseo, solo ansío la libertad, una libertad que sirva para corregirme. Una sola oportunidad, para un hombre que cortaron de golpe sus actos.

Es cierto, la justicia funciona, la justicia se elabora, para aquellos que andan y obran honradamente, por los senderos de la vida. No puedo creer, no puedo imaginar. Que yo soy aquel que empotró un coche, un solo coche, fuera detenido y encarcelado por varios años. No quiero, no digo la cantidad de ellos que me han caído y ciertamente no sé qué haré cuando salga, ya que todo son las compañías y el entorno. Si vuelvo de dónde salí, no tardaré en entrar y dejarme en estas frías paredes, unos años más. Se escuchan los gritos y las voces por la noche, donde está aquel que me cante o me susurre, hasta que quede profundamente dormido. Abrazo la almohada, me tapo los oídos con ella, pero ni con esas llego a conciliar el sueño. Necesito fumar, necesito tomar algo que me ayude a evadirme por unas horas. Hacer un viaje nocturno, sin moverme de la litera. Que será de mí, ¡oh Dios! Si existes, perdona mis actos y dame una oportunidad, no me dejes solo aquí, donde el hombre se vuelve como un animal en celo. Dame la paz, a partir de mañana seré más bueno y más honrado, atrás dejaré mi corto caminar por la delincuencia.

No veo el Sol por la mañana, solo una sirena anuncia un nuevo despertar. ¿Qué habré dormido? Cinco o seis horas, más con el griterío es imposible. Comparto celda con un extranjero que poco sabe de mi idioma, así que poco puedo comunicarme, como no sea con señales y con gestos. Hay un respeto debido a la situación compartida, solo sé que se llama Omar y tendrá más o menos mi edad. No salgo de mi asombro de como se lo toma. Parece ser un guerrero de las prisiones, yo en cambio es mi primera vez y estoy asustado. Me calma, me intenta relajar con señas. Me da miedo hasta ir a las duchas, siento pánico. No es nada cierto de lo que se dice o se cuenta, ¿o es verdad? Por si acaso, ando con cuidado. Miro donde piso y solo espero que el tiempo pase sin consumirme. Es poco en verdad, los años que me han caído. Es además cierto, que con buen comportamiento la pena se reducirá. Al menos mi abogado, uno de tantos de oficio, me alienta y me da la esperanza.  Me entretengo de mientras en la biblioteca, será la timidez o la  cobardía lo que me lleva  a aislarme y al solo hablar con mi compañero de celda.

Se hacen largos los meses y pasados dos años, mi abogado viene con una buena noticia, me conceden un permiso penitenciario. Por fin respiro de nuevo, por fin huelo la libertad. No sé a dónde ir, qué camino tomar. Me encuentro en la enrejada de la cárcel y pienso que no volveré a entrar, ¿cómo hacerlo? Pues ya veremos.

Faltan cinco minutos para las nueve, faltan cinco minutos para que sea la hora. Es primero de mes y “the thief” (que es como me llamaba Omar), estoy sentado en un taburete de la barra de un bar cercano. Desde ahí puedo mirar y observar por los cristales, como la gente va y viene. Soy un “As”,  un experto en mi trabajo. Intento darme ánimos y solo tengo que esperar la ocasión, cuando alguna o alguno va a sacar dinero. No tengo sentimientos ni remordimientos, me da igual joven que anciana, hombre o mujer, trabajador o pensionista. Es primero de mes y observo y observo, solo es un reto. Nada más importa, unos euros, un dinero que me viene ni al pelo. Sigo y sigo con mi cigarrillo, fumando mientras lo acompaño con una copa de coñac. Nada más importa, qué más da, me pego la gran vida haciendo de la ajena una desgracia. Algo me despierta de su letargo momentáneo, algo me despierta poniendo ojo avizor. Una madre con su hijo pequeño, este no deja de correr y saltar. La madre anda nerviosa, pero yo, “the thief” observo y veo, como se dirige al cajero. Este es mi momento, esta es mi ocasión y no lo dudo pagando para no dejar sospecha la copa, me acerco.

Es uno de estos cajeros que hay dentro de la oficina, en estos, aunque parezca mentira es de más fácil acceso, para todos aquellos que desean robar y hacer desgraciado si hace falta a quien sea.  Yo, “The thief” espero que sea dentro, miro hacia todos los lados. Izquierda o derecha, delante y atrás. Para todos los sitios y no se ve ahora a tanta gente. El niño no deja de increpar a la madre y esta cuando va a salir, la empujo hacia dentro otra vez y con un simple boli en la garganta la hago sudar. No duda ni un solo momento, el niño se ha quedado callado, blanco y asustado. Ella obedece y no tarda en darme toda la cantidad, el sueldo del marido. No le sale la voz tampoco y no sabe si se ha orinado encima. Yo, “The thief” no corro, pero ando rápido, con toda la cantidad substraída. ¿Cuánto será? A saber. Solo yo lo sé, pero no lo cuento, ahora no es el momento.

Solo pienso y me río, de cuantas veces podría hacerlo sin ser cogido, sin ser visto. Como un águila soy, como un halcón vuelo sin ser vigilado. Así soy yo, una especie en extinción. No le he hecho daño a nadie nunca, ni hace falta. Con un simple boli me sirve, me sirve para mi tarea. La pobre mujer queda maltrecha y con un mes largo. La policía, las cámaras, ya me conocen. Soy un buitre que se ceba de aquellos y aquellas que se ven más indefensas. ¿Pero, atrapado? Nunca, nunca más me pillarán.

                                                                                

sábado, 12 de noviembre de 2016

                                            Ida al olvido.

Jaime miraba por la ventana como el frío de afuera traspasaba el vidrio templado y convertía en hielo todo aquello que encontraba. Lo calaba de manera intuitiva en los huesos y hacía que tuviera escalofríos hasta en el alma. Era el mes de enero, no recuerdo el día exacto. Pero el Sol no calentaba i no llegaba a subir el termómetro más de un par de grados. Él, sentado solo y de manera incomoda, observaba a la gente de pie, agarrados a las barras laterales que se sujetaban al techo o bien, a las verticales que eran atornilladas al suelo, haciendo a veces tuvieran que hacer movimientos acrobáticos para no caerse. Los semáforos se ponían verdes o rojos, pero el color que le gustaba era el amarillo, siempre había dicho que quería pintar un arco iris al cielo. Que quería hacerlo, porque se sentía feliz, feliz y contento por tener al lado una mujer maravillosa. Pero ahora, se veía en un asiento de un transporte público, teniendo que compartir el espacio, cosa que él detestaba por su propia prepotencia. La misma que le hacía retroceder en este viaje, un viaje que quería que le hiciese olvidar, todo aquello que no quiere recordar. Se veía sentado en el asiento, cogiendo con los dedos de la mano derecha el billete. Un billete que le llevaba a dónde no se sabe el nombre. No tenía nombre, porque no era en ningún lugar. Solamente en su cabeza, solamente dentro de su alma era aquella parada. No había nada, nada que le obligase a ir, solamente el olvido. Olvidar, el solamente quería olvidar que era vivo.

Escuchaba una canción por los auriculares del móvil, no era nada nuevo, no era el único en hacerlo. Mucha, pero mucha gente hacía lo mismo. Esta canción lo transportaba a los jardines del amor carnal, ¿a dónde estará aquella mujer por la que perdió hasta la cabeza? Ahora solo y desnudo anímica y económicamente, solamente subía a los transportes públicos, aquellos que antes miraba a través del vidrio de su coche. El viaje era más tranquilo de lo se podía suponer, todo y esto le daba más voz a los auriculares, hasta que se sentía envuelto por la melodía. Se volvía paranoico y parecía que la percepción que recibía de los hombres y mujeres, ya fuesen jóvenes o maduros, era que eran de alguna secta y que él era la próxima víctima  que se encontraban en su paso. Parecía que todo el mundo que le rodeaba, hablaran de él. No se podía mantener sentado y dejando el asiento se cogió sin querer al brazo de un hombre y corpulento. Este lo miró de manera furiosa y con la cabeza mirando al suelo, le pidió disculpas. Quería sentarse otra vez, pero ya no era posible y el trayecto era largo y ahora sí que sería incómodo.
       
              -Dame la mano amigo. – Escuchó desde atrás.

Miró, para observar ahora sí, que la gente lo miraba. Todo por haber cogido del brazo al hombre corpulento, estos se reían por debajo de las manos. Todo eran risas y mofas, se quería bajar y coger el siguiente o ir caminando. Todo va llegar un punto, de cuando era a mitad de camino y comenzaba a nevar, tuvo que tomar una decisión. Ya no era la prepotencia de tiempos pasados, era por tener ganas de llorar y no tener a su lado, como si fuese un niño, a su madre. Qué más daba, sin pensarlo mucho apretó el botón del aviso de parada. Volvió a echar la mirada atrás y las miradas caían sobre él. Solo fue un minuto eterno y con los ojos sollozos se abrieron las puertas mecánicas y respirando el gélido aire, se bajó. Casi le pellizca el trasero cuando se cerraron. Volvió a respirar, sintiendo dentro de sí una fuerza de libertad. Arrugó el billete, tirándolo al suelo. No podía imaginar que pudiera adivinar el futuro, sin más este se había vuelto caprichoso, haciendo de él un poco o mucho. Pero al menos persona, al menos alguien para él, aunque no sentía el mismo respeto.

¿Era respeto lo que había sentido hasta entonces? A saber. Solo tenía unos empleados a sus órdenes, ¿pero amigos? Él sabía que los amigos que verdaderamente valen la pena, no se compran ni se les ordena. Son como las mujeres, las hay que solo buscan el dinero o el deseo. Pero el amor de verdad, quién sabe la que lo busca con sinceridad.

La nieve empieza a entrarle en los pies, el frío se hacía cobijo en su cuerpo, fumando un pitillo pensaba que se iba a calentar y sus nervios amedrentar. Miró y miró, viendo cómo pasan los minutos y no pasar otro por esa parada. Tuvieron que quedarse los pelos de su cabeza congelados, antes de que hiciera paso uno nuevo. Aunque no tenía el mismo número y tampoco la misma dirección, se subió sin preguntar destino alguno. Era ya la hora de comer y este iba más vacío, cosa que aprovechó para encontrar sitio, descansar, soplándose las manos. Era enero y solo me acuerdo de que era laborable. Qué más da lo demás, quien busca o que busca uno cuando viaja. Quien sabe, los hay que buscan algo más que un simple transporte a algún lugar. A lo mejor y dejándose llevar otra vez por la música miró, una mujer más o menos de su edad, que leía uno de los periódicos que regalan al subir.

No le hacía caso y solo deseaba que llegara la primavera a su corazón. Observó en sus manos un anillo que le comprometía con otro hombre. Giró la vista, viendo su partida perdida se volvió a dedicar a mirar por la ventanilla, una y otra vez, pero eran horas de estar en casa y había poco tráfico. Solo él y alguno más, viajaban en el mismo. Solo él y alguno más, sería que igual de solitario. Ahora con el corazón roto, había pocos o al menos que lo dijeran. Porque ese sentimiento se lleva dentro y no se aflora, como no sea en una decisión que no se evita.

Llegó al final del trayecto y el conductor, le invitó a bajar. Pero muy educadamente, le compró otro billete. Este se quedó sin palabras y accediendo con un ligero movimiento de hombros, se lo dio en mano. No dijo nada, pero seguro que pensó. Ahora, lo que pensara no se sabe, solo se sabe que Jaime tenía asegurada una hora más de camino. Pero no iría para casa, porque ésta la tenía perdida. Solo su exmujer tenía derecho a entrar. No se puede imaginar, como hubiera sido su vida si no se hubiese cruzado con  ella. A lo mejor, seguiría caliente en su hogar. Es difícil creer, que nunca quiso mujer alguna. Pero ella se presentó y no le pudo decir que no. Le entró en el corazón con el permiso de un solo día y se quedó durante cinco años, anidando en él un polluelo, que no puede olvidar ni quiere.
La carretera se empezaba a helar, se veían los surcos de los neumáticos en la nieve, que como si fuese un tocadiscos y ellos fuesen las agujas de una canción  que parece que nunca termina. Los habitantes de la ciudad que atraviesan, seguro que se recogen en sus casas con sus familias. Los ojos se les humedecen, pensando en su hijo, solo en el pequeño. En aquel con el que tendría que estar a su lado y que ella no le dejaba ver. Aquel que le despertaba por las noches y su exmujer le daba el pecho al pequeño. Recordaba entonces, como observaba en silencio, como tomaba la leche materna y como sus pequeños dedos intentaban sujetarse al pecho, de la entonces era su pareja. Seguía circulando por la travesía, el conductor lo miraba de vez en cuando por el retrovisor. Viéndose extraño, extraño de ser cómplice de Jaime. No podía invitarle a bajar, es más, sentía como una especie de empatía hacia él. No podía dejarle a su merced, con el frío de un día de enero. Ahora recuerdo que era  por navidades y las luces todavía atravesaban colgadas, las calles de la ciudad. ¿Qué haría por la noche? Cuando sintiera el calor de estas fiestas y escuchara a los demás niños. Escuchara sus risas y se imaginara sus sueños.

Diciéndole que no se enfadara, le indicó que se bajará. Que lo sentía mucho, pero no podía dejarle viajar más. Le faltó poco para abrazarle al mirarle los ojos y cuando se alejaba, escuchó una voz rota, que le decía Feliz Navidad. Ya no podía recordar a su madre y a su padre, como eran estas fechas para los tres. Al ser hijo único, gozó de todos los mimos y todas las atenciones, para él solo. A lo mejor por eso, había llegado a ser tan prepotente y también por ese motivo, había perdido todo el amor y todo el cariño. Era fácil quedarse mirando los escaparates, que con tanta atención enmarcan y envuelven al corazón más helado, volviéndolo lleno de aquello que parece perdido para toda la vida.

Las campanas de una iglesia cercana, dieron las seis de la tarde. La noche estaba a punto de caer y él sin cobijo, no quería pensar y solo quería olvidar. Tenía móvil, cierto. Pero solo para escuchar música y ver la hora. No tenía saldo, no podía hablar con nadie y nadie tenía ningún interés en llamar. En darle una sola oportunidad, porque todo aquel que le rodeó, era solo por puro interés. No sabe si hay alguien pensando en él, no sentía ni abrigo ni cariño. No besaba a ningún ser querido desde hace años, porque aquellos que simplemente quería, eran sus padres y estos hacían un tiempo que ya habían marchado. No sabía, no se atrevía en decidir. En tomar la decisión de irse con ellos, en dejar el mundo, un mundo solo movido por el interés de todo aquello que mueve la hipocresía y la codicia.
Paseaba sin destino y sin darse cuenta, yendo con sus pensamientos un coche le arrolló. Le arrolló de muerte, solo sentía una voz tenue. Una voz de una enfermera, que le hablaba mientras le miraba sus heridas. Abrió los ojos y al verla, abrió el corazón con una sonrisa. Era muy guapa y atenta, solo escuchó que le decía…
        
                   -Has tenido mucha suerte.

       Asintió con la cabeza y varios días fueron de estar en el hospital, varias fueron las visitas de la enfermera. Cuando le preguntó, donde vivía. Él solo pudo decir la verdad y esa era que vivía en la calle. A lo que ella respondió…
        
-             -    No te preocupes, si quieres dejar la calle te ayudaremos.


Era el primer hecho desinteresado que recordaba, sintió una ola de calor dentro de su alma y esta la recogió con alegría. No volvería a ver a la dicha enfermera, pero siempre se acordaría de ella y ahora, ahora empezaba para él una nueva vida. Una vida donde hay que abrir más el corazón y no ser tan prepotente y tan egoísta. Tan hipócrita y ser merecedor, merecedor de ser feliz con alguna compañía.

jueves, 3 de noviembre de 2016

                                              Amanece y desvanece   


El agua del mar, arrastra parte de la arena de una playa española a lo más profundo de su interior.  Barcos de hierro y de madera, se ven a lo lejos. Estos descansan, pero no se acercan demasiado, tienen cosas que ocultar y que no deben de ser descubiertas. En ellos no ondea ninguna bandera, el mástil está desnudo. Solo son tres, las naves fragatas y desde la costa de Cádiz,  el vigía los avista y da la voz de alarma.  Todos en sus puestos, no se sabe a lo que vienen. Muchos cañonazos han recibido ya y muchos son los ataques, como para dejar de estar prevenidos. ¿Pero estos barcos que traerán, cuando recogen en silencio las velas? Solo el viento puede hacer que esto cambie, solo el Sol o la lluvia, puede hacer que los tripulantes fantasmas, recuperen la sangre. ¿A quiénes pertenecerán? ¿De dónde serán nacidos? A lo mejor no son de nadie, a lo mejor son del mundo.

Son del mundo, porque no tienen ni patria ni madre. Son del mundo, pero eso no significa tener el derecho de recorrerlo. Ya que con maldad y sometimiento, las bodegas van llenas de esclavos. Esclavos negros que ansían recuperar la libertad maldita, para sentirse otra vez como halcones en la noche. Solo unos pequeños animalillos conviven con ellos, en los oscuros espacios de unos barcos de la época. Todo era por fuera limpio y sus hombres de diferentes lugares, con ademanes un poco bruscos. Bruscos son aquellos  que son mercaderes de seres humanos, de personas que por su diferente color, ya están marcados. No sabrán nunca lo que es otra vez la libertad y todo por ser un poco más oscuros.

Todo merece un respeto, eso es cierto. Todo menos aquello, que nos rebela y nos hace defender nuestro propio yo. Mercaderes quizás, solo compran y venden. Ellos no son ni piratas ni bucaneros, no son ni ladrones ni sicarios. Solo son eso, hombres. Hombres libres con el torso desnudo, como su corazón y su mente.

¿Qué será de ella? Mi patria es el mundo y todo aquello que le rodea, ya sean ríos o árboles, todo ello es un regalo que merece ser preciado y no tiene cabida ni la venta ni la posesión. ¡Ay! Qué será de mí, cuando yo ya no tenga fuerzas para luchar. Qué más da será, si la dicha o la bondad no reinan en nuestros corazones. Yo ya no seré para luchar ni pactar al ritmo de una música estridente, ya sea melodiosa o agresiva. Qué más da, yo ya no podré decirle al corazón lo mucho que me quiero. Qué más da, si soy una rata, un mero roedor. No sé porque doy tanto miedo y la gente corre asustada cada vez que me ven. Sé a ciencia cierta, de que dicen que llevo conmigo la peste y que no soy bien recibida en ningún lugar. Pero es que del barco no puedo saltar, no puedo, no sé nadar.

Dos segundos de aire,  es lo que pide el reo, dos segundos para respirar el aire enrarecido de la prisión naval. ¿Quién está más encarcelado? El preso que ansía la libertad o la rata que no puede salir de la misma nave. Sí señores, algunos vivimos en cárceles de oro. Tenemos la libertad, pero no la aprovechamos. Tenemos miedo a salir y nadar hacia la orilla. ¿El motivo? Pues no se sabe, a saber. El hecho es que también queremos y no podemos. Lo nuestro es una prisión mental. Al menos el preso sabe que tarde o temprano echará sus alas a volar y de él depende volver a ser encarcelado. Lo nuestro, lo de algunos es romper el muro que representa la fobia y la ansiedad. ¿Quién de los dos vive en más libertad? ¿Quién de los dos se siente más libre o disfruta y es más feliz? Yo no digo que no, pero dar vueltas alrededor, dar círculos me da la sensación de tener que roer la madera. De morder y morder, arañar y arañar, hasta que el agua penetre y provoque una situación límite. Esa situación, en la que el reo es liberado a su destino, que probablemente sea el de la muerte. Tener la suerte de poder contarlo. ¡Ay! Aquellos que no puedan, los que no sepan nadar hasta la orilla.  Nosotros podemos ser felices en nuestras cárceles de oro, al igual que un pájaro cantor. Ellos no paran de cantar y están encarcelados. En jaulas, para la admiración de otros o de nosotros mismos. Quien no desea volar a cielo abierto y sentirse libre, libre y lleno de gozo. Tenemos que hacer un esfuerzo y conseguir unas pequeñas metas, que para nosotros son grandes pasos. No todos podemos salir y sentirnos completamente libres. Hay muchos que no pueden y se sienten pájaros cantando en sus jaulas.
Paredes de madera y un ancho mar, es lo que nos separa de la libertad. Pero uno piensa en la proa, ¿para qué saltar, para qué salir?   ¿A dónde voy? Hay muchos caminos y uno de ellos es el de no andar, es el de no caminar y quedarse avanzando sin salir de la bodega. La mente es muy poderosa y puede viajar, viajar sin rumbo predeterminado en busca de esos dos segundos que nos hacen libres. Libres y sentir el vértigo como el que se lanza en el aire. Un aire limpio, limpio y puro, que nos hace volar. Dos segundos por favor, que quiero sentir mi alma volando en libertad.

¿Porque lloras? Me preguntan desde a lo lejos, desde donde nace el silencio y todo está en calma. Lloro y lloro, porque soy un simple roedor. No puedo hacer más que roer y comer, pegarle mordiscos a las manzanas que hay ahí, al lado de los barriles de agua. Yo no soy como tú, ahí encadenado y ajusticiado, por algo que no has hecho, ¿verdad?

Eso no lo sabes, pero no lloro y soy fuerte, aunque se me caigan los dientes de tanto apretar la mandíbula. Pero apreto   que conste, solo por rabia y desesperación. Todos los de arriba se sienten felices, felices y libres. Trabajan como marineros de un capitán del cuál no saben ni su rostro, ni su imagen ni su nombre. ¿Quién puede ser tan cegado? Para seguir a alguien con quien ni siquiera has hablado, quien te da las pautas de un trabajo. Un trabajo pagado con agua y comida, nada más. Ni monedas ni piedras preciosas.

Se acerca un galeón español, lo sé porque en lo más alto, en la vela mayor. En la punta está ondeando, una bandera que es la de España y no es pequeña. Se debe de ver desde a lo lejos, será para advertir de su presencia. Se acerca y se acerca.

–          Rata, roe la madera y deja de hablar y de mirarme. Que tus dientes no pueden con las cadenas que me atan y me será imposible escapar.

Como tiene que ser el amanecer de sombrío, cuando la niebla apaga al Sol. Los esclavos no saben si es de noche o es de día, no hay ni camas ni ventanas. Solo el frío y húmedo suelo de madera, anclados como bestias, encadenados por el mero hecho de haber vivido en una zona virgen. Cuanto tiempo pasará, a lo mejor solo unos mil años. Para que sean considerados personas. El barco español se acerca, ellos son tres naves de comercio “ilegal” de esclavos y el galeón lleva en sus laterales, cañones preparados para enfrentarse a cualquier situación. No ofrecen resistencia, pero tampoco quieren ser capturados.

El día apunta alto y con calor, además de la tensión. Por fin se ve al capitán, al que manda en las tres naves y el principal responsable del sufrimiento de aquellas pobres almas que esperan en el interior de los buques. No hay pájaros, no hay gaviotas en el mar. Solo pena y dolor, de aquellos que son como son. De un color diferente y de un lugar diferente, que no los hace menos e inferiores. Pero es que en aquellos tiempos, cuando todo se medía en el poco saber. Hacía de ellos una mercancía barata, menospreciada por muchos y odiado el sistema por algunos. Era muy normal y todo aquel que se preciara, tenía a su orden más de uno. El día sigue avanzando y el galeón toma posición, bajando una barca se acerca a una de las tres. Que parecerá, si digo que yo me escondí detrás de un barril lleno de vino. A lo mejor fue el olerlo, lo que me llevó a ver cómo les ofrecían a los españoles unas cuantas monedas, cómo también unas de las más bellas mujeres.

El visitante le dice al capitán…
-        --        Están en costas españolas con mercancía ilegal, no puedo dejarles marchar.
No se lo pensó dos veces ni le miró a los ojos, haciendo el que se vuelve para atrás, gira entre sí mismo, para asestarle una puñalada. Aquellos marineros de la barca, intentan cargar los mosquetones. Pero los hombres de la nave, ya los dejan muertos de varias cuchilladas, saltando a la barca y haciéndola hundir. Suben rápidamente y despliegan las velas en un intento de huida. Todo ello hace que pase la mañana y la tarde acecha con el solo poder absoluto del galeón.
-        
      -          ¡Rápido! Soplad si hace falta, pero tenemos que largarnos.

Como cruzadas en el viento, surge una tempestad. Llueve, llueve y relampaguea. Haciendo que la noche que ya nos alberga, se vuelva de  día un momento, permitiendo ver como haces de luz, a todos aquellos que nadan. Ya sean amos o esclavos, da igual, el mar no conoce de clases y se engulle al más pintado. Cómo será la mañana enfrente de la orilla de la playa. El viento de levante, trae consigo la renovación de un aire apestado por la crueldad de unos semejantes y que no escaparán de la condena y de la prisión. Huelen la muerte muy cerca y deciden tomar una respuesta, que es hundirse con los esclavos atados de pies y manos. No solo gritan ya las ratas en el interior, si no también aquellos que ven acabar su sufrimiento y encarcelamiento. Un estruendo, como un cañonazo y los barcos ya están inclinándose a un lado. El agua sumerge a todo aquello que es con vida. Las ratas ágiles corren y trepan hasta donde el agua no llega, los pobres que están en el interior, al estar atados no corren la misma suerte. Solo aquella que narra se salva, llevándose en la memoria a aquel con quien mantuvo la conversación. ¡Todos muertos!

Rocas que quiebran el casco de los barcos, rocas que miran impasibles, el perecer de la tripulación. No tienen salida, es la muerte o la condena. No tienen escapatoria, es la orilla o lo infinito del mar. Ellos eligen el infinito, prefieren morir de sed que morir en una fría y húmeda cárcel del castillo.

–          Pereced – Dicen a lo lejos, desde el borde de la orilla.

No salen los negros, no salen porque no tienen escapatoria. Solo una hilera de ratas, más grandes que conejos, nadan ellas sí, hacia la costa. Esto a lo mejor le llega hasta a los mismísimos Reyes. La noticia se escampará por todo el país, se hablará y se pasará de boca en boca, haciendo que esta sea tergiversada de una manera brutal. Yo solo cuento lo que vi y como lo viví. Una simple rata de barco, pero un poco de respeto que yo no voy por las cloacas. Yo voy por sitios y lugares más preciados. Yo no llevo la peste, solo llevo el mensaje de aquel que podría haber sido mi amigo y que se ahogó, justo cuando ideábamos un plan. Podría haber roído la madera, pero no tuve tiempo y solo conseguí arrancarle un “hasta luego”. Quién sabe, yo creo que pereció. Muchos fueron los cuerpos sin vida que encontraron dentro y muchos fueron arrastrados hacia la arena. Quedando los cuerpos inertes, como si fuesen estatuas de cera. No podían hablar, pero cada uno de ellos, explicaba con su rostro una manera de morir.