Quién
me toca el piano
¿Quién toca el
piano antes del anochecer? ¿Quién pone velas negras en el candelabro de plata?
Ya no se ven las siluetas en la penumbra, ya no se sabe quién te manda o quién te ordena o
encumbra. ¡Poder elegir!, que gran avance o quizás y solo quizás sea posible
que no. Quién sabe, a saber.
¿Quién toca el
piano, quién toca en armonía sus teclas?, ya sean blancas o negras. Solo la Luz
o la Oscuridad. O quizás y solo quizás, tonos de grises. Quién puede decir de sí
mismo, estar salvado, sino aquel que no baila al ritmo de la canción. ¿Quién se
sienta y le da a las teclas? ¿Quién sabrá que es de diferente armonía? Como
sirenas cantan y como marineros caen en su hechizo. No hay arpas en el cielo,
no hay puertas de acero. Todo es una cortina transparente lo que nos separa,
nos separa del cariño y del odio, nos separa de la esperanza y del engaño.
¿Pero quién narices, toca ese ritmo que me enamora? Me enamora y me hace sonreír, un leve movimiento
de mis labios y esbozo una sonrisa, una sonrisa llena de gozo.
Las velas negras
se consumen poco a poco, elevando un hechizo, un hechizo a ritmo de unas notas
musicales, formando una melodía que no es otra cosa que la vida. Una vida llena
de cautiverio y tristeza, como un ser raptado en plena juventud. Para dónde y
en qué dirección va el humo que expulsa y como resbala la cera de esta, no cae
a la base. Se evapora como un humo, que no se condesa y desaparece entre la
atenta mirada del que toca.
¿Quién quiere a
quién? Qué más da, si tus rosas no son
de verdad y tus espinas, se afilan para poder cortar. Corazones rotos, almas
llenas de desengaños al amanecer. No son tallos de una flor, son alambres de
espino enrollados en mi corazón. ¿Quién ha sido querido de verdad? Solo el del
piano lo sabe, solo quién baila a su ritmo. Da igual, él no se quita la
chistera, no se muestra tal y como es. ¡Ay!
Aquel que se haga el sordo y no obedezca, será castigado y ajusticiado
hasta que diga, aunque no lo crea, aquello que quieren escuchar. Una y otra vez
la misma melodía. Una y otra vez, aquella sinfonía. ¿Es un réquiem o
una alegría? Una, la llamada a la mismísima muerte, la otra al nacimiento o a la
unión en libertad. A veces me desespera y a veces me enoja, qué más da. Solo él
se sonroja y esboza una leve sonrisa, como si el director de orquesta fuese.
Bailando los pies los tiene, mientras suave y levemente, pero con sentido y
ritmo, toca y toca el piano de cola. Qué más da. No envejece, para él no existe
el tiempo si no es en discordia.
Camino por una
carretera sin destino, ando por los
senderos del placer, ¿quién me va a parar? El que toca la melodía, no me puede
frenar, soy como un tornado, soy un volcán en erupción. Nadie sabe por dónde
voy a ir, pero todos se apartan. ¡Qué será de mí! Estaré condenado o
simplemente soy complacido por mis buenos actos, que no son pocos.
Me aturde y me perturba,
la forma de hacer de los que se sienten libres y tienen la cadena de su amo,
enrollada al cuello. Quiero viajar rápido, no quiero dejar de correr. Ya no
bailo, ya no silbo la melodía del piano. ¡Qué será de mí! No lo sé, quién lo
sabe. Nadie acierta y hacen quinielas para poder adivinar mi destino. Este no
está escrito, como si fuese una canción, no hay, no hay partitura que lea mi
buena voluntad. Porqué será rebelde, pero no es mala. Solo soy un travieso
adulto, el que ya sabe, ya acierta por donde van a redoblar las campanas.
Hace frío, tengo
frío, ¿a dónde me adentro? Hace frío, tengo frío, ¿cuál es mi destino? He
descubierto que desde que nací, mi destino está escrito. A grandes rasgos, pero
escrito. Tengo que tener algo que hacer, ese hacer es diferente a los demás. No
sé todavía cuál es, cuál va a ser mi granito de arena, ese por el que se me
recordará. No sé verdaderamente en qué consiste mi viaje, pero es en un tren de
largo recorrido. No sé, si es hacia el Norte o al Sur. No sé si es al Este o al
Oeste. Lo único seguro es que es desde este punto.
¡Ay! Mi granito
de arena, en un reloj de estos está y solo el que toca, tiene el poder de darle
la vuelta. Boca arriba, boca abajo, qué más da. Solo el que toca, ve y dirige
la canción y el tiempo. Solo el ve, caer la arena, para después volver para
atrás. O para adelante, ¿quién lo sabe? A saber. De mientras,
escucharé la melodía de la vida. Esa que me transmite y yo quiero hacer llegar.
No lloro, no merece la pena. En cambio sí río, hasta de mí mismo y de frío,
porque ya se acerca el invierno. Este promete ser largo y duro, pero yo no sé
si estoy aquí o allí, solo espero la hora de marchar. De marchar a alguna
dirección, esa sí, esa que no tiene ni nombre ni letrero. Solo unos puntos
suspensivos...
No ahogues mis
penas en una lluvia dócil, hazlo si quieres, en una lluvia tormentosa y de
granizo. Que vengan vientos, que rasguen mis velas, dejándome sin luz y sin
horizonte. Que no vea la brillantez de las estrellas, tapa si puedes, la Luna y
déjame en la más absoluta oscuridad. Despiertame de mi letargo, como un oso en
primavera. Saldré hambriento y querré comerme la vida y saciaré mi sed de
aventuras mojando mi garganta con la lluvia tormentosa del anochecer. Frío,
mucho frío me entra. Al saber que solo estaba dormido y que necesito solo un buen
azote, para saber que esta es para vivirla con respeto.
¿Quién le puede
romper, quién le puede destrozar tal piano?
Si este está encima de una nube, si este está encima, flotando en el
aire de un atardecer. Qué más da, yo no soy querido, si no es por aquella que
me parió y me amamantó. Todavía guarda ella recuerdos, todavía yo mantengo
intacto mi amor por ello. Qué se puede decir, a lo mejor en ese momento se le
rompió una cuerda al piano o simplemente estaba desafinado. Quién lo sabe. Solo
el que toca, es capaz de saberlo. Pero espero no quedarme en medio, en medio de
dos mundos, este y el paralelo. Aquel donde descanse mejor, ahí me quedaré,
para recuerdo de unos pocos. A lo mejor la canción sea como un bucle y no acabe
nunca. No acabe y pueda llegar a ser inmortal, ¿pero que son estos deseos? Qué
son en realidad, todo aquello que muere con facilidad, ya sea una rosa o ya sea
un pez, todo ellos tienen un final, todos ellos se van y siguen la cadena. Una
rosa se marchita, un pez sirve de alimento. Qué más da, yo no soy capaz de
parar de bailar. Una música que no deja de vibrar en mi corazón. Es una sin
título, es una anónima, solo dirigida a mi persona. Espero que sea con final
feliz y no me llegue a herir.
Envío un millar
de ratas, envío un millar para que se coman las cuerdas de tal instrumento
musical. Sus dientes, contienen la sed de la rebeldía y de la venganza. Dónde
se irá ahora a tocar, como no sea en tierra, lo veo difícil. Estas son
dirigidas al son de una guitarra distorsionada en su vibración, pero no en
hambruna. De unas cuerdas no hay de donde alimentarse, pero sí en la promesa de
convertirlas en almas. En almas que bajen luego a la Tierra, para poder decir,
para poder contar lo cierto y verdadero. Qué más da si se acerca ya el
anochecer o solo es la Luna cubriendo al Sol. Un eclipse que no es causal o sí.
Lo cierto es que además el cielo se cubre por amenazadoras nubes, que pueden
dejar al que toca, destrozado y que llueva en medio de una depresión mental.
Una depresión, por no poder detener el avance de los roedores, depresión por
dejar de ser quien es. Convirtiéndole en un simple pájaro con mal infortunio.
¿Quién es el que se salva, seré yo o quizás tú? Que eres quién me lees. Qué no entre la
histeria en vuestras cabezas y en vuestros corazones, todo es concebido. Todo
es hecho por el que escribe y este, no puede ser más que aquel que impulsa las
letras en este relato. ¿Quién te quiere? ¿Quién te ama sin condición? Seré yo o
será él. El que toca y sabe de música, sabe de algo más que hacer rimas y
ritmos. El que toca, ya no lo hace. El que toca sabe mucho de leer, pero no
sabe dirigir. Quién es mejor director de su propia orquesta que uno mismo. El
piano está destrozado por las ratas y por la lluvia. La Luna se adueña del
cielo, al igual que las estrellas del anochecer. Será verdad que ahora viajo,
viajo hacia dónde aquel que sabe pierde la pista.
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