lunes, 12 de diciembre de 2016

                                           La Casa de Neón

No son las vegas, no es un bulevar, no es solo un casino. En este mundo existe aquello que se conoce como La Casa de Neón. Una casa, un local donde solo entran los mayores con dinero. Si eres así, serás bien recibido, si no te irás por el camino venido. Solo por ver las luces de neón, hay que pagar. Solo tienes que entrar para poder apostar, solo tienes que sentarte y tomarte una copa, para poder ver, para poder admirar las más bellas damas. Unas chicas, que quieren tener una cita de una hora contigo. No la desperdicies y vívelo, déjate enredar por aquellas que parecen serpientes en un arrozal. Déjate enamorar por tiempos, de aquellas que solo buscan el dinero, un dinero fácil. Para un trabajo difícil, no es tan fácil hacer y disimular. Ellas lo saben muy bien, pero no se dejan embaucar y espero llegar al éxtasis esta noche. Solo una noche de libertad, para disfrutar todo el año en cautividad.

Chicas rubias, chicas morenas. Altas o bajitas. Con más y menos pecho, todas cobran precio. Yo le diría algo aquella, a la de la izquierda. Sí, aquella que habla e intenta seducir a un joven que se le ve inexperto. Ella le quiere hacer un descuento, le dice y le sonroja. Se vuelve sudoroso y se marcha, dejándola con la palabra en la boca y las ganas de tener un buen rato con él.

Ella mira, observa y yo me hago el despistado. Todas, cuando digo todas son todas. Son todas iguales de hermosas y dulces, al menos en los ratos de clientes. Después en privado, en sus ratos de ocio quien sabe.

Yo ya no puedo más y me lanzo, me levanto y ando, como el que ha aprendido a hacerlo en un mes. Casi me caigo, casi tropiezo ante tantos ángeles del placer. Es el mismísimo infierno, hace hasta calor o soy yo, que me sube la temperatura. Ella me ve, por fin se fija en mí y nos paramos a mitad de camino. Ella me dice “cien” y yo le digo que “bien”. Me coge con una mano mi derecha, mientras con la otra coge una botella de ron. Redobles de tambor suenan en mi cabeza, mientras me dirijo con ella. Entro en el ascensor y ella no se corta y empieza, empieza a hacer su labor acariciándome la piel.

     -     Eres una zorra, una prostituta de carretera. ¿Cuántos, pero cuantos habrán visto tus bajos? Yo no soy el primero ni soy el último en pagar por tus servicios. Me tendrías que hacer un descuento, por pronto pago. Me tendrías que hacer un vale, un vale para darme otra vuelta por tu cuerpo. Recorrer todo tu espinazo y llegar al coito. Qué más da, si soy el número 20 o el número 99. Lo nuestro no es amor, solo un intercambio de bienes y servicios.

El ascensor sube y se planta en el quinto, salgo ya medio desnudo, nadie puede parar a este volcán en erupción. Me asusta y me pone alerta, no sé si estaré a su altura. Una máquina humana es, una profesional que no me dejará hacer olvidar su destreza.

-          Qué más da, como tú dices, el número no importa. Lo que cuenta es que te merezcas el descuento, todo depende de lo bueno que seas. No te des prisa y te enseñaré el camino del infierno. Un camino envuelto entre el deseo y la lujuria, un corto sendero que te lleva rápido, como si fuese a la vuelta de la esquina.

Gira la llave y abre la puerta, en medio, una cama de 1.35cm con un espejo en la pared. Ella me sonríe, yo le sonrío y entonces, sacando mi pitillera le digo…

-          Fuma un poco de esta  hierba, te sentirás mejor, te sentirás en una nube viajando a la Luna. Sabrás y subirás a las montañas del placer, hasta que el amanecer deslumbre tus ojos azules, azules de color turquesa.

Ya no me sonríe y me dice que no, abre la ventana y me hace señales al reloj.

Acabo de fumar y miro hacia la oscuridad de las estrellas, a ellas me encomiendo para llegar a poner el listón alto, la haré y le hago tambalear hasta las patas del somier. Solo soy un huracán en medio de una isla del caribe. Solo soy unos vientos que le hace descubrir el temor de la explosión del orgasmo. Dice que no pare, dice que no acabe. Yo me estoy mis minutos, pero en verdad suena en la mesita de noche, un reloj que me hace bajar el telón. Le digo, le explico que no he acabado y esto no se puede dejar a medias. Que llevo solo un billete de cincuenta y tengo una botella de ron a la mitad de llena. Ella me dice, me advierte, me aconseja…

-          Quiero bajar en esta estación, tú no tienes límite y ya no te queda suficiente dinero con que pagarme. Vístete y márchate, coge tu viejo Ford del 83’ y duerme en tu casa, hasta que las campanadas de tu iglesia den otra vez las siete de la tarde. Entonces y solo entonces, con dinero contante y sonante, guíñame uno de tus ojos marrones y yo seré tu mujer fiel, a tu lado mientras no te pongas borracho.

Decido no ponerme nervioso, no me altera sus palabras, aunque me coma y me hierva la sangre por dentro, yo le hago una apuesta.

-          ¿Borracho yo? Vamos a dejarlo, no eres dueña de ti misma, llevas la misma tónica que un servidor. Pero a diferencia de que tú cobras por ello, yo lo hago por vicio y por placer, no me lo niegues que eres de buen hacer.  Está bien, me apuesto mi carro, a que aguanto más de cinco minutos en la cama. Si no es así, te quedas mi coche, si no me devuelves hasta el último céntimo que he pagado por ti.

Quien convence a quien, quien es el convencido, quien es el engañado. Ella sabía que no llegaría ni al primer asalto, ya que la labor estaba casi acabada. Pero solo me miré y por orgullo caí en sus mentiras y fui embaucado de la manera más ruin. No duré, perdí la apuesta. Quien convence a quien, quien es el ganador y quien es el perdedor.

Me ha dejado sin blanca, no llevo suelto ni para el autobús. Hasta el coche me lo he apostado hoy y todo por escuchar la voz de Luz. Una mujer que como su nombre dice, brilla entre la oscuridad de la noche y en el ambiente del casino. Entre luces de neón, me he acostado yo con ella. Sin decirle cosas bonitas, sin una palabra amable, ella ha conseguido sacarme hasta el último euro. La noche sin dinero es larga y más yo, que estoy acostumbrado a conducir y a subir a toda chica guapa que se precie.

No me lo digas más, conciencia déjame en paz y déjame que llegue y duerma si es posible. Que sueñe con el ritmo que tienen algunas chicas, déjame cantar en mis sueños. Suelto los alaridos, suelto los gemidos de una noche loca de desenfreno. Solo con una copa más, me ahogaré entre las sábanas. Solo con una copa de ron, seré capaz de diseñar hasta un avión. Pero no un avión cualquiera, sino uno de combate preparado para ir a alta velocidad. Como una nave estelar, seré yo en tu cuerpo. Como un cohete espacial seré yo adentrando entre mis sueños.

La noche me perturbó y solo tuve que esperar a salir el Sol, para ver y darme cuenta de mi error. Es cierto que esta noche, no la voy a olvidar, pero no por las alas de la libertad. Sino por la agonía y la tristeza, de volver a casa después de un largo caminar. Pero es que la noche me transforma, me envuelve todo lo peor. No sé ser yo mismo y me vuelvo mi anti-yo. Una persona que no tiene secretos, que solo quiere hacer realidad sus sueños prohibidos. Cuál es mi verdadera vida, la nocturna o la diurna. La compañía o la soledad, qué más da, por todo hay que pagar. Por todo hay que abonar una cantidad y solo por ahora es gratis el respirar.

Ya no vuelo en una nube y al lado no tengo nada más que una cama de 90cm, vacía y conmigo solo de compañía. Qué más da si soy inglés o alemán, qué más da, ya no soy un huracán en explosión. Todo quedó en una pequeña tormenta tropical. Seco ha quedado todo, hasta la garganta y la cartera. Sin coche, como si hubiese sido víctima de un timo, he sido cazado. No hay más vuelta, no volveré a esa casa, no volveré a encenderme, para después terminar pagando por algo que solo me desfogará un tiempo limitado. ¿Por qué  me encomendé a las estrellas?

Chicas en la pared, veo chicas en la pared. Por todas las paredes de mi casa, veo chicas en las paredes blancas. No son posters, no son calendarios, solo son imágenes como si me durase el efecto del ron, veo chicas en la pared. Como es posible, solo, aturdido, me voy a la cama y me tapo con la almohada. No se siente nada, nadie habla en voz alta. Pero cierro los ojos y como desde una neblina, veo a una chica que viene y desaparece, es Luz. Siempre me acordaré de su nombre, al igual que de la matrícula de mi coche.

No quiero pensar más en ello, no quiero darle vueltas como si fuese un toro el día de un encierro. Me tapo y me duermo, es domingo y mañana toca ir al tajo. Qué más da, iré en bus y tengo que ahorrar para comprarme uno de segunda o tercera mano. La verdad es que el coche era viejo, era antiguo, pero me llevaba a todos los lados.

Dejo pasar el tiempo, dejo pasar y solo me dedico a trabajar. Solo a eso y a ahorrar. Veo y ya no están las chicas en la pared. Toda la ansiedad desaparece, todo el ahogo como un grito se enmudece, dejándome sentado. No veo otra salida que dejar correr el tiempo. Ya casi no me acuerdo de la chica, pero alguien en el trabajo viene y me lo recuerda, alguien cercano  me dice…
-       
              -         ¿Has visto esta foto?  Es tu coche, que ha caído por un precipicio desde arriba del acantilado.     Ha caído en el agua, entre las rocas cercanas.

No salgo de mi asombro, pero más me llevo la impresión, cuando desconozco la abuela que conducía y le pregunto…
-        
               - Perdona, ¿Quién es esta mujer?

Él me dice, él me responde…
-                   -   Se llamaba Luz, es la que regentaba la Casa de Neón

Me quedo atónito, me quedo de piedra, pero de piedra salina. Solo habían pasado un par de meses, como era posible que fuese una anciana. No quiero, pero me miro al espejo del vestuario  y no salgo de mí, no encuentro palabras al verme. No sé responder a tantas preguntas y amablemente le digo que me deje el recorte de periódico. Los ojos se enmudecen y las lágrimas me recuerdan al sabor del agua del mar. De mientras, no veo ninguna imagen, pero sí una voz que me susurra….      “Adiós”


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