domingo, 31 de enero de 2016


                                                  Aullidos de lobo

Que sería de la gente, si caminaran con el miedo. Con el susto en el cuerpo del aullido de un lobo, que sería de la gente? Abrirían la puerta, saludarían a un vecino, saldrían a la calle con la misma seguridad. Quién sabe. Solo sé que una conocida mía o una conocida imaginaria, sí que siente los aullidos del lobo. No sale de casa, solo para lo necesario, no abre la persiana, se siente coaccionada por un sonido que parece imaginario. No le hace falta de nada, tiene la nevera llena y goza físicamente de buena salud. Lo que necesita se lo trae a pequeños pasos, pero que no son lo suficientemente grandes, como para sentirse libre. Es conocida por el barrio, aunque ella no conoce a casi nadie. A ninguno se le pasa la vecina del número nueve, en una de las calles más tranquilas de la ciudad. Siente el aullido del lobo, por la noche y por la mañana. Siente un sonido tan agudo y a la vez tan aterrador, que cierra la puerta. La atranca con una silla, por si acaso. Que será de ella, el lobo no le deja en paz. Tan empeñada está en que quiere entrar, que no se da cuenta que ya lo tiene dentro, está dentro de su cabeza. Su cabeza es una selva en mitad de una montaña, una montaña nevada de negatividad. No hay ciervos, no hay conejos. Solo los lobos en manada, suben y bajan en su cabeza. Se mira las manos, se mira los pies y quiere correr, pero hacia dónde? Hacia donde poder escapar si es su mente la que no es capaz de ver, debido a la intensa nevada que cae de sus neuronas.
No sale, no hace vida social. Solo el girar de los discos de vinilo, la envuelven y le recuerdan sus años de juventud. No sale, como no sea para la compra, no hace vida fuera de casa. Solo se mece sentada dejando el tiempo pasar, pero casi no ve la luz del Sol. No se acuerda de cuantos años hace que espera, espera un no sé qué. Que la hace poco a poco marchitar, como una flor que no se riega. “Agua” Agua le hace falta, porque la tierra hace tiempo que está abonada.  Esa agua serían lágrimas de algún ser querido, alguien que la llamara y le diera cariño. Pero no tiene teléfono, no lo tiene porque dice que la observa y la mira de forma obscena. Qué  pensará la conocida si llegase a tener una televisión. A lo mejor ya no serían aullidos, sería una jauría. Una verdadera fiesta carnívora a costa de sus costillas, un manjar que solo podría ser digno de alguna película de cine.
Corazones rotos dibuja en las paredes blancas de la habitación, corazones que alguna vez estuvieron unidos por algo más que un trozo de papel. Aullidos y más aullidos, ella se acuesta y se tapa los oídos con la almohada. Aullidos, aullidos de lobos acercándose sigilosamente. Qué será de ella si la descubren…..Seguro que no acabará en su casa sus últimos días y se verá postrada en alguna cama de alguna habitación acolchada, acolchada en donde no podrá dibujar corazones rotos de papel.¿ Qué serán los aullidos? ¿Serán las voces de su marido, serán las voces de aquellos que ya han partido? Quién lo sabe, a saber.
Es muy tarde y solo mira y ve, que esta noche no hay Luna, luna nueva es la que se presenta y ella hace un respiro, piensa y repiensa que con la Luna llena se muestran más agresivos y sus rostros hacen más pánico y terror.
Duerme, es de noche. Pero en sus sueños, las manadas son grandes, como grandes son sus colmillos. Con el morro encogido, tirando hacia atrás, le enseñan quién es el amo. Quién es el que manda y quién la gobierna. No hay suficiente luz para ella y no hay suficiente fuego, que asuste a la jauría. Que quieren a costa de ella, darse un manjar completo.
Tendría que pensar en cómo escapar de la casa de su montaña nevada. Esa que no le permite ser libre, libre y gozar en libre albedrío, con sus convecinos. Pero es muy fácil hablar y ella solo se tapa con la manta, para que no le entre el frío helado de la noche. “Bajar” Gran reto el que se quiere tomar, cuando ella piensa y sabe que los lobos acechan al otro lado de la puerta. No hay estrellas que iluminen, no hay Luna. Porque esta se esconde y la traiciona, la traiciona y piensa en quién ha tenido como maestra. Piensa en que está al borde de la locura o del acierto más asombroso. Quién lo puede saber, ¿ quien puede saber si una sola llama no asusta a los lobos? Que puede ser lo que les atemorice. Unos lobos que parecen que vengan del mismísimo infierno. No sabe, no acierta a comprender.¿ Puede ser que haya hecho un pacto con el diablo? y este, venga a cobrarse lo acordado. No es solo su alma, sino su cuerpo entero es lo que quiere y se lo recuerda con un agudo aullido, de cualquier morro de cualquier lobo de la manada. Imaginario o no, quien sabe la verdad. No tiene teléfono, no puede llamar y en su cabeza no deja de nevar. Su alma cada vez está más congelada, se siente cada vez más cerca de lo más lejano. Para ella lo ve así, lejano por su edad, se considera todavía joven, pero a la vez frágil. No puede ser cierto, no puede ser verdadero. No hay lobos al igual que no hay cazador o este no escucha a la manada en su puerta. Todo puede ser el invierno en pleno mes de Junio. Por un momento y solo por un breve instante fija su mirada en un zapatero que tiene en la entrada. Es de madera, de color cerezo, pero ella lo ve de piedra. Ella en vez de ver zapatos, ve troncos de árbol. Ella en vez suelas y cordones, ve trozos de rama seca y periódicos viejos. En medio de la desesperación echa más periódicos en el zapatero y revistas que un día leyó. Se piensa que es una estufa con su propia chimenea, que no deja de ser el bajante del agua. Ciega de su locura, enciende un papel y lo tira dentro de los zapatos.  Estos, empiezan a arder, a hacer fuego y la llama se hace cada vez más grande. Ella en vez de verse caliente y cobijada de su nevada, se ve inundada por humo negro. Humo que no le deja ver y que le bloquea la entrada.  Despierta de su pesadilla, pero se ve ahora cercada por un fuego animado.  El zapatero arde y ella se siente amenazada, esta vez de verdad. No hay lobos rodeando su casa, no hay nadie. Sus neuronas dejan de echar copos de nieve. Solo la voz de algún vecino, que alerta a los bomberos, escucha en la lejanía.  Ella siente miedo, ella se siente impotente y no sabe qué  hacer y no hace nada más que acurrucarse en el suelo, gritándole al cielo.
No tardan más de cinco minutos en llegar, siente la sirena. Pero no mira, porque la ventana está bloqueada, a la vez que la persiana bajada. ¿Será un leñador o será un bombero? Alguien con un hacha, echa la puerta abajo. Las llamas dominan el recibidor y ella solo sabe decir “marchaos, marchaos y dejarme en paz”. Es la mente la que la domina y no quiere darse cuenta del peligro que le acecha.
Ya no hay lobos merodeando su casa, solo la camilla de una ambulancia, la hace volver a la realidad. No hay peores lobos que los que tiene uno en la cabeza, al igual que la vista cegada por una nevada copiosa que deja el alma helada. Qué será de ella, pobre mujer. Ya no hay vuelta atrás y con el paso de unos días, se verá recluida o en el mejor de los casos, en algún lugar de acogida.

 

lunes, 25 de enero de 2016


                                              Todavía te sigo queriendo.

Quien necesita afecto, quien necesita un abrazo. Puedes ser tú? Puede ser que yo lo necesite, pero me hago el fuerte. No lloraré por nada, no lloraré por nadie. Porque nadie se lo merece, nadie es de tan buen corazón y de tanto agradecer, que merezca tal trato. Solo me compadezco yo solo, solo y siempre solo. Por el egoísmo humano, muchos nos vemos solos, pero no hundidos. Qué más da, para donde gire la rueda, la rueda de la fortuna, que nos sentimos agraciados incluso en la más absoluta soledad
Hace meses que te fuiste de mi lado, hace tiempo que partiste en otra dirección. Norte o Sur, Este u Oeste, que más da.  Me has dejado solo, solo y mayor. Soy quizás un anciano sin suerte, porque no pude arrancarte de tus labios un último beso. Me siento solo y pongo la música, esa música que bailábamos juntos los dos.¿ Te acuerdas de que parecíamos dos locos, bailando en medio del comedor? ¿Te acuerdas de nuestro amor, te acuerdas de nuestra promesa?  Esa promesa juramos entre nosotros, con el Sol y la Luna, como testigos. Yo sí y te echo a faltar. Miro la silla, está vacía.  Miro la cama y es muy grande para una persona sola y anciana, mi cuerpo necesita de tus caricias, no estoy acostumbrado a dormir solo. Me gustaba seguir el ritmo del amor, bailar y reír.  Salir de trabajar e ir con el paso rápido, para aprovechar cada segundo, cada latido de mi corazón. Solo a tu lado y desearte cada noche, taparnos con las mantas y que estas, abrigaran nuestra unión. Del amor que antes era deseo y  con el tiempo se transformó en cariño y respeto. ¿Qué puedo hacer ahora? Solo me siento en el balcón de nuestro piso y a veces, pienso en no mirar tanto al Sol. No hay nada que me dé calor, no hay nada ni nadie que me devuelva tus besos y abrazos. Así no son las reglas del juego, del juego de la vida. El primero en marchar, tenía que haber sido yo. Haberte entonces esperado y con ello, el deseo de formar una sola alma, una sola luz que nos guiara. No digo ni quiero pensar en la edad, pero acuérdate que nos conocimos siendo aún muy jóvenes. Sola tú, sola tú has sido mi gran amor. Te he sido fiel y ahora que ya no estás, te seguiré queriendo. Quizás más todavía, no quitaré las fotos y con la música en mis oídos, las miraré con alegría. No sé, creo que lloraré. Pero no por tu pérdida sino por la suerte de tenerte. De tenerte y saber, que pasados unos años me reencontraré contigo y te volveré a ver. Cuando esto ocurra ya nada ni nadie, podrá separar lo que nos enlazó una vez, como una pareja de jóvenes enamorados. Cuando nos cogíamos de la mano por debajo de la mesa, cuando nos besábamos en el umbral de tu puerta y tu padre, salía enojado.
Me siento encarcelado, los barrotes son invisibles, pero son presentes y no me dejan ver dónde estás, desde dónde me observas. Si fuese un pájaro en cautividad, moriría muy rápido. Yo no sé cantar como ellos, pero tengo unas alas. Unas alas que me permiten volar y soñar contigo. Pongo una vela y la llama arde, arde y se aviva. Eso me da de qué  pensar. Si realmente te has ido o estás ahora mismo aquí, a mi lado en el sofá. Huelo a tu perfume ¿Estaré loco? Si es así, correré desnudo por el monte. Correré e intentaré alcanzar la Luna, una Luna que es de propiedad. Propiedad de aquellos que aúllan por la noche, pero que me permiten sentarme como uno más de la manada. Respeto y afecto es lo que tengo con ellos. Amor y desconsuelo contigo. ¡Amor! Por no poder abrazarte y  desconsuelo, por no poder besarte. Ahora y solo ahora, entiendo a aquellos ancianos que se sientan en el banco. Tristes, ven el pasar de la gente. Con el Sol deslumbrándoles en los ojos, son capaces de vislumbrar entre los pasillos de las sombras. A los hombres y mujeres que pasean juntos, con la ilusión de formar familia, familia que después, cada uno de los miembros, seguirán su propio camino y su propio destino. Que será de aquel que no lo haga…..en definitiva, al final nos vemos solos. Ya sea la pareja o uno mismo, acabamos siendo tan mayores que no encajamos en la selva del asfalto. Se nos relega a un puesto, a un lugar, el cual no estamos acostumbrados. Debido a tanta lucha y tanto esfuerzo, creemos que merecemos mayor recompensa, que la soledad y el estar sentados. Que será de mí, llega un momento que pensamos hasta en nuestro funeral. Quien vendrá a despedirse, quien vendrá a mostrar un poco de respeto hacia mi persona. No lo pensamos o no queremos comentarlo, pero es así. De quien dependerá mi entierro, de un hijo, de un hermano. Quien nos dedicará un poco de tiempo, para que nuestra marcha sea honrosa.

Hace meses que me fui de tu lado, hace tiempo que no olvido lo de estar los dos viejitos sentados. La Luz me ciega y no me deja mirar hacia delante, me escriben, me hablan, me guían. Pero no hay final, solo me miro las manos y no me las veo tan arrugadas. Es al revés, cada vez me las veo más jóvenes. Aquí no existe ni el espacio ni el tiempo, me siento completamente sola. Solo Luz, luz cegadora que no deja ver a más de lo que es mi alma. Ya no tengo cuerpo, fui testigo que cumpliste con mi último deseo. Eso te lo agradezco y solo me queda en mi memoria tu nombre, porque te amo. No apagues nunca la vela y seguiré a tu lado, será como un faro en mitad de una tormenta. Siempre sabré donde estás. Todavía te sigo queriendo y yo sé, que tú sigues sintiendo lo mismo hacia mí. Como es posible, todavía queda algo más que el recuerdo dentro de ti. Queda parte de mi esencia, queda parte de mi Ser dentro de tu alma y sé, estoy convencida que nos volveremos a ver. Sigue con la misma canción, esa que lleva nuestro nombre escrito en el suelo del comedor. No quiero que bailes solo, siéntate y cierra los ojos, yo entraré dentro de ti y te amaré, te envolveré como cuando éramos jóvenes y no buscábamos otra cosa que no fuera el deseo carnal y el amor de juventud.
Uno puede ya dejar escrito y dejarlo todo pagado,  que si nadie lo gestiona, que será de mí. No sé que pasa, pero no se abraza a los difuntos ni el día de su muerte. Muerte y vida, vida y muerte. Blanco y negro, todo tiene su lado contrario. Podré ver mi propia despedida? Habrá algo después o simplemente seremos de paso y olvidados. Quien pregunta por su abuelo a cierta edad, después de que él, haya estado a nuestro lado desde nuestro nacimiento. Quien es capaz, de no agradecer los minutos y las horas de paciencia y entretenimiento, que ha tenido con nosotros. Yo me acuerdo, aunque fuese bien pequeño, yo me acuerdo. De mis paseos y el corretear por el parque, mientras él, se liaba un cigarrillo con toda la paciencia del mundo. Porque para eso estaba jubilado y ya viendo su vida terminar, que más gozo que ver a uno de su sangre, su vida empezar. Estuvo a mi lado y su despedida fue rápida, pero clara. Cada charla, cada conversación que acababa en una sonrisa cómplice. Lo echo de menos ¿Porqué? No dejan de sollozarme los ojos y las lágrimas, caen sobre el papel.

jueves, 14 de enero de 2016


                                                    El cigarrillo

Voy caminando por las calles, es de noche y las luces de las farolas me iluminan el paseo. Una noche fresca de otoño, una noche de hojas secas esparcidas por las aceras y el bolsillo de la chaqueta me hace recordar, que llevo en él un ticket. Un ticket, una llave de entrada a un mundo, ya desconocido. Una entrada a un local de baile, pero pienso y no quiero ser tentado, soy un hombre casado y me debo a una dulce mujer. El anillo me delata, me miro los dedos de la mano. Hago el amago de quitármelo y se me ve la marca, un detalle que hace más de testigo. Pero pienso y repienso, que tengo tres horas hasta que salga mi mujer de trabajar. No tengo hijos, no tengo más responsabilidad en este momento que el de esperar en casa y vigilar a León, mi gato. Paso y me paro enfrente de la puerta. ¿Qué hago, entro o no entro? Las luces del letrero parpadean, son de un color azul eléctrico. Señoras hermosas veo entrar en el baile y el diablo me convence y mostrando la entrada a los vigilantes del local, no me lo pienso,  doy dos pasos y bajo unas cuantas escaleras. Ya dentro, hombres y mujeres, bailando agarrados. Música de orquesta, música de todos los tiempos tocan en el pequeño escenario. Yo no soy de danza y me voy a la barra. Haciendo una seña al camarero, me pido una copa. No quito la mirada de ella, solo hago que girar el cubito de hielo, mientras se derrite.  Estoy abstraído con la música, cuando se me acerca una bella dama….
Dame fuego por favor, dame fuego para que le dé una calada. Es puro vicio, pero es pura libertad. Enciéndeme el cigarrillo y bailaré contigo. Suelta la copa y seré yo el que beba de tu elixir y fragancia masculina. No siempre bailo, no siempre bebo. Pero siempre fumo hasta que me consumo ¿Quieres una calada? Te prometo que es solo tabaco, que mis años de juventud han pasado y no creas, han pasado factura. No en euros ni en dólares, solo en una salud un poco más frágil.

Yo te doy fuego, pero solo serás humo a mi lado. No me interesas para nada, no me interesa ni tu físico ni siquiera tu aliento a eucalipto. No quiero besarte, ya beso al whisky que me estoy bebiendo. Como me inoportunas en mi rato de soledad, una soledad de solo un rato. Estoy casado y yo le soy fiel ¿No ves el anillo de casado? Llevo muchos años con la misma y todavía no me he cansado.
No sabes lo que dices, mira a tu alrededor. Todo de mujeres y ahora mírame. ¿No soy guapa, no soy deseable? No te pido que te cases conmigo ni me lleves de viaje de novios, solo que me des fuego y si no quieres bailar, al menos charlemos un rato.  ¿Qué te parece?

No podía con la copa y no es que pesara mucho, es que ya había perdido práctica debido a la rutina marital. Respiré hondo y de un trago me la bebí y diciendo “bailemos”  me vi en medio de la pista. No a un lado, en una esquinita. No, en medio de la pista. Música de baile, baile de ir agarrados. Yo no bajaba la mano de la cintura y ella no paraba de hablar. Le seguí la corriente sin saber verdaderamente de que hablaba. Solo miraba el local y a las personas, nadie conocido. ¡Uf!  Volví a respirar y mirando la hora, me hice el sorprendido y de forma correcta me despedí de ella. No sabía su nombre ni ella sabía el mío y sola fumando se quedó en la pista. No se enfadó, no se cabreó. Pero ya me echó el ojo. “Un hombre casado, en fin”,  pensó para ella.
Solo había pasado una hora y me quedaban dos, pero ya no me arriesgué y a mi casa me marché. Caminando fui mirando los escaparates, la circulación de los coches. Algunos de ellos, eran taxis. Saben que a estas horas, es cuando la gente pide más el servicio. Algunos se paran como no quiere la cosa, en las entradas de los locales. Prefieren echar el rato parados  y poder atender lo más rápido posible a sus clientes. Pero yo, caminé y caminé por un rato, hasta llegar a mi portal. Giré la maneta y subí las escaleras, hasta llegar al piso. Un piso humilde y pequeño, que ya tenía de soltero.

Restos de carmín para una tarde de estreno, es lo que me he dado cuenta que tengo en la camisa. Porqué tuve que encontrar en ese local, porqué me dejé tentar. No puedo echarla a lavar sin más, como puedo borrar la tarde y la mancha. Lo habrá hecho a propósito, seguro que sí. Como le dije que era casado, seguro que.. en fin. “Donde tengo la pastilla de jabón, me queda una hora y media, hasta que llegue mi mujer.”  Frotaba y frotaba, mientras recordaba la melodía de las canciones. Canciones de un ayer y canciones de un ahora. Tan presente, como el cuello de la camisa. Poco a poco, va desapareciendo y con ello, me quedo más tranquilo. La acabé de mojar y la metí en la lavadora, mezclándola con la demás ropa. Me hice con una sudadera y cogí en brazos a León y lo acariciaba. Ya solo falta una hora, para que entre por la puerta mi querida esposa. La misma con la que me casé y que hoy dudo estar tan enamorado como lo estuve en su día. La rutina me había apaciguado y ya no era el mismo. El mismo que frecuentaba la noche, como un soltero en busca de algo más que una amistad. Por aquel entonces, el sexo me dominaba la mente y ahora solo el trabajo y las facturas me lo ocupa. A veces hemos pensado en tener hijos, pero ni ella ni yo nos sentimos preparados. Ninguno de los dos, quiere tener tal responsabilidad. Criarlos y educarlos, verlos crecer y un día verlos marchar. Por eso llevamos años los dos solos, a veces las tardes son mudas y sordas, con el único sonido de la televisión.
Está a punto de llegar, hecho el último vistazo a la ropa. Todo en orden, todo pasará desapercibido y no tendré que dar explicaciones. Aunque a veces y solo a veces, me pregunto de porqué tengo que explicar mis actos, como si hiciera algo imperdonable o fuese un crío con su madre. León me da la señal, se lanza como felino que es, sobre la puerta blindada. Una sonrisa al gato, es lo primero que hace, dándole un mimo y unas caricias. Me veo superado por un gato y eso me enfurece, pero trago saliva y le doy a ella un hola y un beso. Deja las llaves en el recibidor y se sienta en el sillón…

Vengo muerta, no tengo ni hambre. ¿Como te ha ido el día?
Le hago un gesto con los hombros, haciéndole ver que no he salido, salvo para ir al trabajo. Que he estado con León y poco más…

Te huele el aliento. ¿ Has bebido?
Me he tomado una copa. Le respondo y me vuelvo al sofá.

Tú mismo, ya sabrás lo que haces.
Bienvenido a la discusión y a la rutina, me digo para mí. Ella no me escucha y se va a la habitación. Se desnuda, pasando por delante de mí. La miro y observo que todavía está deseable y le pregunto….

¿Quieres que te acompañe?
Se echa a reír y me responde…No gracias, ahora no estoy para nada.

Echo la espalda para atrás y cruzando las piernas, cojo el mando de la televisión. Pasa el rato, nada nuevo y pienso..¿Que hubiera pasado si hubiera echado “una canita al aire”? ¿Me hubiera pillado o podría haber pasado desapercibido? Quien sabe. A saber.

 

miércoles, 6 de enero de 2016


                                               Túnica blanca

Camina por las calles empedradas de Sitges, nadie le ve el rostro.  La capucha le oculta y no le ven y casi tampoco no ve él, solo mirando fijamente al suelo. Lleva sandalias de esparto ¿ Quién es quién camina, por esas calles empinadas? El olor a mar salada, se cuela por todos los rincones y no hace evidenciar al caminante su sudor. Todo es ajetreo y él se mezcla en mitad de los famosos carnavales del lugar. Sigue subiendo. Hasta que al llegar al final de la cuesta, echa la cabeza para atrás y descubriéndose la cabeza, observa la línea del horizonte y el mar. Todo está tranquilo allá arriba, nada comparado con el jolgorio que se vive abajo, en sus playas. No baja y se asienta en un pedrusco, que a saber los años que llevará sin que nadie note su presencia. Como a él mismo, hace años que yendo a su aire.  Ha hecho de la soledad, su compañera infatigable. No busca amor, no busca sexo. De ello, hace años que el ritmo de la vida le ha cambiado. Solo busca paz y sosiego. El que le da algún lugareño, que le invita a un café o bocadillo. No busca más y él, él es feliz. Feliz, porque no tiene que seguir una rueda. Una cadena de plata, como es la vida misma.

Pasa el rato, pasan las horas y la noche se acerca, sigilosamente y sin darse cuenta se hace todo oscuro. Entonces y solo entonces, empieza su camino de bajada. Un camino, donde cada vez se hace más evidente, la fiesta y los disfraces. La música y los cantes, se hacen estridentes y empieza a caminar rápido. Llegando a una pensión donde dormitará, pide la llave. Solo es por una noche, no puede permitirse más. Pero merece la pena y abriendo la puerta, le falta tiempo para cerrar bien las ventanas. Vuelve a sentarse, esta vez a los filos de la cama. Se mira los pies, unos pies cansados y doloridos, que una ducha y un baño caliente, le hará olvidar que siente el daño producido. Tantos años caminando, tanto recorrido para no ver el trabajo construido. Sin pensarlo más de la cuenta, está en la ducha, pero no canta. No es ni de mucho hablar ni de mucho cantar. Solo cierra los ojos y deja resbalar el agua por su cara. Con las palmas de las manos, se frota por la frente y la nariz. Haciéndose como un masaje, un masaje que le haga descansar. A ratos aguanta hasta la respiración, mientras se da directamente en la cara. Se tapa la boca y el agua sigue cayendo. Lleva un rato y a falta de jabón, se sale y se seca con la toalla. Una toalla con un membrete grabado, un logo del lugar donde dormita. Acaba y la deja encima del lavamanos. Nuevo se siente nuevo, ni los pies le duelen cuando anda descalzo.

Es pleno mes de febrero, pero se da cuenta que no hay calefacción y el frío y la humedad se acentúan. Sin cenar ni beber, se acuesta e intenta terminar el día con un buen  descanso. Solo le viene a la mente, las piedras del camino andado, piedras y más piedras. Como las que carga en su mochila, una mochila imaginaria que representa su  conciencia. Él, antes ladrón, no quiere mostrarse tal como es. Se acuerda y se acuerda que a un hombre le arrebató la vida. Fue un accidente, él siempre se dice lo mismo, pero le mató. Se juró, que al salir de la prisión, no volvería a seguir ese sendero. Un sendero neblinoso que no le deja hacer ver lo correcto. ¿ Correcto? Que es lo correcto. Ahora le parece que lo hace, aunque siga sin encajar en ese puzle llamado “sociedad”. No encuentra trabajo y cansado de buscar, se ha puesto a caminar. Solo cobra la voluntad del pueblo, solo se alimenta de lo que le dan. Pero de alguna manera, es feliz. Es feliz, como el sueño que tiene mientras duerme. Poco a poco la música y alboroto callejero, deja paso al ritmo más pausado de los lugareños. Algunos abren sus tiendas y negocios. Otros pasean la resaca, como pueden. Él ya despierto, baja y le paga la habitación. Ya en la calle se tapa de nuevo, vestido con su túnica blanca. Cosa que no le deja ver ni sus sandalias. Que en pleno invierno, castiga a sus pies.

Cuanto tiempo habrá más de lamento, cuanto tiempo seguirá pensando en aquel momento. Hasta la justicia, aquella que nos juzga o nos protege, se dio cuenta. Se le disparó el arma, no estaba acostumbrado y en medio de los nervios del atraco, se le disparó. Era un hombre, que con la cartilla en la mano, se encontraba en el banco. Aquel día no llevaba la túnica, aquel día estaba nervioso y la ansiedad le dominaba. Sigue el mismo recorrido que las vías del tren, sigue un sendero hacia el Sur. No tiene destino, pero sí tiene camino. Bordeando, escucha y ve el paso de los trenes. Trenes que parecen lejos de su alcance, pero a la vez tan cerca. Cuanto tiempo habrá que pasar, hasta que la gente le dé una oportunidad. Cuanto tendrá que esperar, para tener su trabajo y hacer él a su voluntad. Que esperan de este triste caminante si ha llegado a su desesperación, llegando a creer que era más libre en prisión.

Mucho duda de esa oportunidad, pero siempre hay un segundo de esperanza a lo largo del día. No deja de bordear el camino, no deja de oler a mar y eso, contando con las gaviotas que vuelan cerca de la orilla, le hace tener alas. Alas para imaginar. Imaginar y desear, porque eso, al menos por ahora no tiene precio ni está en venta. Imaginar que es todavía un niño y volverá a abrazar a su madre. Una madre, que en su día perdió la esperanza de verle recto por la vida. Recto y honrado, cosa que el alcohol y el juego, no le dejo en su día. Pensando en que eso era disfrutar, no se dio cuenta y su juventud dejó marchar. Ahora camina sin saber volver, volver a ser familiar. No quiere ni desea mujer alguna, no quiere, no quiere remar. Porque a su madre, echa a faltar. Se acuerda y se lamenta, mientras camina. Que ella se fue, se marchó a mejor vida y no pudo despedirse como él pretendía. Al menos se acordará de cuando en su niñez, le esperaba para ir para casa juntos. Mientras le contaba una de vaqueros, ella sonreía.

Unas lágrimas se adueñan de sus ojos y cruzándose con un hombre con su perro, se para. No le pregunta porque llora, pero sí porque va así vestido. Nota burla en el hombre y cerrando los puños, se aleja. Se aleja y sin mirar para atrás ve que siempre será un don nadie. Alguien que no tendrá ni nombre, todo porque no existe el perdón y la redención. Por mucha condena que se pague, que se puede hacer si no se le acepta y se le respeta. Piensa y caminando, caminando. Llega hasta un hostal, pero no tiene dinero y piensa y piensa. Pero ya no camina, está desfallecido y tiene frío, se le congelan los pies con el aire gélido que viene del Norte. Se tumba en un banco, destrozado y con los ojos entre abiertos, observa a la gente caminar. Nadie le mira, nadie se percata de su presencia. Sigue siendo día de carnaval y le hacen por uno que ha bebido más de la cuenta. Está helado y sin recursos, solo piensa en la muerte como libertad. Entonces y solo entonces, pasa por su lado una pareja de la policía local. Le despiertan, le hablan y le preguntan. Siendo transparente les comenta su situación. Una llamada por la radio, una simple llamada y se ve en un refugio. No para de agradecer el gesto y es que no se puede estar en la calle en pleno febrero. Le dan un poco de pan y chóped, se muestra agradecido, sobre todo por el café caliente en un vaso de plástico. No está solo y puede hablar, pero se calla de su andar. Habla del tiempo, habla de como está la cosa. Sabe que es su oportunidad, esa que tanto ha buscado y se pone en mano de aquellos que quieren fuera verlo. Fuera de la calle y remontar camino. Porque mientras hay un halo de esperanza, uno sueña. Aunque los sueños se mezclen a veces con las pesadillas diarias, que nos hacen andar con sandalias de esparto.