jueves, 14 de enero de 2016


                                                    El cigarrillo

Voy caminando por las calles, es de noche y las luces de las farolas me iluminan el paseo. Una noche fresca de otoño, una noche de hojas secas esparcidas por las aceras y el bolsillo de la chaqueta me hace recordar, que llevo en él un ticket. Un ticket, una llave de entrada a un mundo, ya desconocido. Una entrada a un local de baile, pero pienso y no quiero ser tentado, soy un hombre casado y me debo a una dulce mujer. El anillo me delata, me miro los dedos de la mano. Hago el amago de quitármelo y se me ve la marca, un detalle que hace más de testigo. Pero pienso y repienso, que tengo tres horas hasta que salga mi mujer de trabajar. No tengo hijos, no tengo más responsabilidad en este momento que el de esperar en casa y vigilar a León, mi gato. Paso y me paro enfrente de la puerta. ¿Qué hago, entro o no entro? Las luces del letrero parpadean, son de un color azul eléctrico. Señoras hermosas veo entrar en el baile y el diablo me convence y mostrando la entrada a los vigilantes del local, no me lo pienso,  doy dos pasos y bajo unas cuantas escaleras. Ya dentro, hombres y mujeres, bailando agarrados. Música de orquesta, música de todos los tiempos tocan en el pequeño escenario. Yo no soy de danza y me voy a la barra. Haciendo una seña al camarero, me pido una copa. No quito la mirada de ella, solo hago que girar el cubito de hielo, mientras se derrite.  Estoy abstraído con la música, cuando se me acerca una bella dama….
Dame fuego por favor, dame fuego para que le dé una calada. Es puro vicio, pero es pura libertad. Enciéndeme el cigarrillo y bailaré contigo. Suelta la copa y seré yo el que beba de tu elixir y fragancia masculina. No siempre bailo, no siempre bebo. Pero siempre fumo hasta que me consumo ¿Quieres una calada? Te prometo que es solo tabaco, que mis años de juventud han pasado y no creas, han pasado factura. No en euros ni en dólares, solo en una salud un poco más frágil.

Yo te doy fuego, pero solo serás humo a mi lado. No me interesas para nada, no me interesa ni tu físico ni siquiera tu aliento a eucalipto. No quiero besarte, ya beso al whisky que me estoy bebiendo. Como me inoportunas en mi rato de soledad, una soledad de solo un rato. Estoy casado y yo le soy fiel ¿No ves el anillo de casado? Llevo muchos años con la misma y todavía no me he cansado.
No sabes lo que dices, mira a tu alrededor. Todo de mujeres y ahora mírame. ¿No soy guapa, no soy deseable? No te pido que te cases conmigo ni me lleves de viaje de novios, solo que me des fuego y si no quieres bailar, al menos charlemos un rato.  ¿Qué te parece?

No podía con la copa y no es que pesara mucho, es que ya había perdido práctica debido a la rutina marital. Respiré hondo y de un trago me la bebí y diciendo “bailemos”  me vi en medio de la pista. No a un lado, en una esquinita. No, en medio de la pista. Música de baile, baile de ir agarrados. Yo no bajaba la mano de la cintura y ella no paraba de hablar. Le seguí la corriente sin saber verdaderamente de que hablaba. Solo miraba el local y a las personas, nadie conocido. ¡Uf!  Volví a respirar y mirando la hora, me hice el sorprendido y de forma correcta me despedí de ella. No sabía su nombre ni ella sabía el mío y sola fumando se quedó en la pista. No se enfadó, no se cabreó. Pero ya me echó el ojo. “Un hombre casado, en fin”,  pensó para ella.
Solo había pasado una hora y me quedaban dos, pero ya no me arriesgué y a mi casa me marché. Caminando fui mirando los escaparates, la circulación de los coches. Algunos de ellos, eran taxis. Saben que a estas horas, es cuando la gente pide más el servicio. Algunos se paran como no quiere la cosa, en las entradas de los locales. Prefieren echar el rato parados  y poder atender lo más rápido posible a sus clientes. Pero yo, caminé y caminé por un rato, hasta llegar a mi portal. Giré la maneta y subí las escaleras, hasta llegar al piso. Un piso humilde y pequeño, que ya tenía de soltero.

Restos de carmín para una tarde de estreno, es lo que me he dado cuenta que tengo en la camisa. Porqué tuve que encontrar en ese local, porqué me dejé tentar. No puedo echarla a lavar sin más, como puedo borrar la tarde y la mancha. Lo habrá hecho a propósito, seguro que sí. Como le dije que era casado, seguro que.. en fin. “Donde tengo la pastilla de jabón, me queda una hora y media, hasta que llegue mi mujer.”  Frotaba y frotaba, mientras recordaba la melodía de las canciones. Canciones de un ayer y canciones de un ahora. Tan presente, como el cuello de la camisa. Poco a poco, va desapareciendo y con ello, me quedo más tranquilo. La acabé de mojar y la metí en la lavadora, mezclándola con la demás ropa. Me hice con una sudadera y cogí en brazos a León y lo acariciaba. Ya solo falta una hora, para que entre por la puerta mi querida esposa. La misma con la que me casé y que hoy dudo estar tan enamorado como lo estuve en su día. La rutina me había apaciguado y ya no era el mismo. El mismo que frecuentaba la noche, como un soltero en busca de algo más que una amistad. Por aquel entonces, el sexo me dominaba la mente y ahora solo el trabajo y las facturas me lo ocupa. A veces hemos pensado en tener hijos, pero ni ella ni yo nos sentimos preparados. Ninguno de los dos, quiere tener tal responsabilidad. Criarlos y educarlos, verlos crecer y un día verlos marchar. Por eso llevamos años los dos solos, a veces las tardes son mudas y sordas, con el único sonido de la televisión.
Está a punto de llegar, hecho el último vistazo a la ropa. Todo en orden, todo pasará desapercibido y no tendré que dar explicaciones. Aunque a veces y solo a veces, me pregunto de porqué tengo que explicar mis actos, como si hiciera algo imperdonable o fuese un crío con su madre. León me da la señal, se lanza como felino que es, sobre la puerta blindada. Una sonrisa al gato, es lo primero que hace, dándole un mimo y unas caricias. Me veo superado por un gato y eso me enfurece, pero trago saliva y le doy a ella un hola y un beso. Deja las llaves en el recibidor y se sienta en el sillón…

Vengo muerta, no tengo ni hambre. ¿Como te ha ido el día?
Le hago un gesto con los hombros, haciéndole ver que no he salido, salvo para ir al trabajo. Que he estado con León y poco más…

Te huele el aliento. ¿ Has bebido?
Me he tomado una copa. Le respondo y me vuelvo al sofá.

Tú mismo, ya sabrás lo que haces.
Bienvenido a la discusión y a la rutina, me digo para mí. Ella no me escucha y se va a la habitación. Se desnuda, pasando por delante de mí. La miro y observo que todavía está deseable y le pregunto….

¿Quieres que te acompañe?
Se echa a reír y me responde…No gracias, ahora no estoy para nada.

Echo la espalda para atrás y cruzando las piernas, cojo el mando de la televisión. Pasa el rato, nada nuevo y pienso..¿Que hubiera pasado si hubiera echado “una canita al aire”? ¿Me hubiera pillado o podría haber pasado desapercibido? Quien sabe. A saber.

 

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