Fue ayer
Cuál es esa verdadera
verdad, que tanto nos asusta o nos ciega y no nos deja ver más allá del
horizonte. Será la muerte propiamente dicha, esa sí, esa que nos acecha cada
día al levantarnos, esa que sabemos que nos dejará sin aliento, haciendo
perecer nuestro cuerpo. Qué sería de aquellos que vienen desde el otro portal y
nos pican a la puerta, a una puerta trasera, llamada intuición, quizás médium o sexto sentido. Yo no digo ser
portador de ello, yo solo soy un escritor aficionado de relatos, que se deja llevar
por la intuición y se abstrae hasta conseguir escribir primero unas frases,
luego unos párrafos, para culminar en relato tras relato. Espero y deseo que
sean de vuestro agrado, ya que con ellos yo me libero, ya que con ellos yo me
divierto e intento que vosotros también lo hagáis.
Toca el campanario, son las doce del mediodía, ni la una ni
las dos, mediodía y el hambre aprieta,
hasta llegar en pensar en pegarle bocados a las piedras del camino. En vez de
ello y haciéndome valer de que soy solo un niño y estoy viviendo mi infancia,
le tiro una de estas a una vieja casa ya en ruinas. Rompo un cristal y me rompo
en una carcajada, tanto que me pilla un vecino, que cogido de la oreja me lleva
hasta casa. El espectáculo no es pequeño y la cara de mi madre tornándose de
color rojo tampoco. Cuando el hombre ha soltado todo lo que llevaba dentro, es
el turno de mi madre, que no es que me pegue, pero sus palabras son como
guantazos en la cara.
Me manda con una voz a la habitación, no tengo lamentos,
pero tampoco excusa, que le vamos a hacer, esta vez me han pillado. Prometo
vengarme del vecino, alguna se me ocurrirá, ya que la venganza se sirve en un
plato frío. Son las dos de la tarde y abro la puerta, mi madre con otra voz me
manda otra vez al interior. Sin comer me he quedado, todo por un cristal, pero
en fin, cierto es que no se puede ir haciendo el gamberro y romper cristales
ajenos. Solo tengo nueve años y mi madre ya se preocupa de mi porvenir. No sé
lo que seré, si seguiré estudiando o acabaré como acabaré. La verdad, por ahora
no me preocupa, solo quiero divertirme con mi amigo y poco más. Son otros
tiempos, no existen ni los ordenadores ni los móviles, el tiempo de los dibujos
animados solo son los fines de semana y media hora. Qué le vamos a hacer, paso
el tiempo dejando mi cabeza volar. Que se puede hacer en estos tiempos si no
que jugar y jugar, pero eso cuando a uno le dejan.
Juego con mi gato, Yombi se llama o mejor dicho le llamo,
castigado sin cenar me parece, en la habitación con él me he quedado. Yo, con
el hambre que traía y no se le ocurre otra cosa a mi madre que dejarme sin
alimento alguno hasta la hora del desayuno. Son las nueve de la noche y me
madre entra, marcando autoridad me manda a la cama. Así que Yombi y yo nos
vamos a esta. El estómago no deja de retorcerse de hambre, yo no quiero ni
aguanto hasta la mañana. Creo que he
quedado con la lección aprendida y si no es así, seré más cauto y miraré dos
veces a todos los lados. Me espero, no queda más remedio, mi madre está en su
momento particular con mi padre, es su rato privado y eso, eso ya lo entiendo y
lo respeto. Ojalá cuando yo sea mayor, tenga una mujer guapa e hijos, no ni uno
ni dos, tres. Ese es mi sueño, lo de lo que quiero ser, no tengo ni idea y lo
dejo un poco a las alas del destino.
Bueno hablando y parafraseando, me dan las doce otra vez,
pero esta vez de la noche. No me descuido, no enciendo la luz ni piso al gato.
Como si fuese en un comando en una
operación especial, me adentro a oscuras en la cocina, abro la nevera y se
hace la luz. Hay un plato con un trozo de tortilla de patatas con mi nombre
escrito en un trozo de papel, “Pedrito”, abajo pone buenas noches. Madre mía,
sí, madre mía, solo hay nada más que una. Tampoco están mandona, solo debo no
romper los cristales de las casas, aunque estén estas en ruinas.
Sigilosamente, sin encender la luz de la cocina, me como la
tortilla, parezco un lobo hambriento, qué más da. Estoy tan abstraído, que no
me doy cuenta y siento el golpear de dos dedos en mi hombre. ¡Vaya!, mi madre.
Pero esta vez con una sonrisa me acaricia el pelo y bebiendo un vaso de agua se
marcha. Todo ello sin luz alguna, estamos hablando en la época de que los
móviles eran todavía de ricos y eran bastante voluminosos.
¿Te imaginas, que se cumpliera la profecía?, que todos
llegáramos algún día a ser inmortales. Que nuestra alma corriera por dentro de
un cuerpo que ni se oxidara ni pereciera, que todo aquellos que deseamos y
anhelamos se hicieran realidad. Que todo aquello que parece ahora todo un
misterio, se convirtiese en una auténtica realidad.
Jugábamos sin darnos cuenta en nuestro lugar favorito, una
casa abandonada, una casa en ruinas en las que los ruidos del crujir de los
maderos eran verdaderos y a nosotros nos parecían algo misterioso, todo como si
hubiese algún tipo de conexión entre este mundo y el otro, aquel que llamamos
paralelo.
Pecábamos, al menos eso nos decían, cuando acercábamos
alguna amiga con algún pretexto y nuestro gran logro era darnos un beso, un
inocente beso que nos nublaba hasta el amanecer. Todo era posible, todo aquello
que parecía fuera de lo común nos elevaba y nos llenaba de energía. Éramos
inseparables, éramos como hermanos, hermanos desde la más pequeña infancia.
Pedrito era más arrojado, era más valiente que yo, al menos eso
pensaba yo y me llenaba de admiración hacia él. Yo, en cambio era más travieso,
era más gamberro. Había una piscina vacía, grande, tan grande y profunda que no
se podía bajar abajo si no era por una escalera comida por el óxido.
Jugábamos al futbol con los demás chicos, eran habituales
los enfrentamientos, unas veces por defenderlo a él, otras veces era al revés.
Qué más da, es hoy todavía y en mi memoria y recuerdo han quedado grabado
aquellos recuerdos infantiles. Éramos solo niños y el destino dijo que venía ya
por su alma. No podré borrar aquel día, no podré borrar aquella mañana de
verano, ya no íbamos al colegio, estábamos de vacaciones. Casi tres meses de
risas y juegos. Hasta que un fatídico día de julio, pasó lo que pasó, resbaló y
dándose en la cabeza contra el suelo, se quedó. Yo no sabía mediar palabra
alguna, corrí como no había corrido nunca en busca de algún mayor. Todo fue mi
rápido, al primero que encontré, con el primero que me topé fue con un
barrendero, que al escuchar mi tartamudeo no se lo pensó dos veces y soltó la
escoba.
No se pudo hacer nada, los de emergencias y la policía, me
preguntaron por lo sucedido, yo les dije como pude lo sucedido. La madre,
histérica, no se lo podía creer. Es hoy en día y todavía nos miramos con
recelo, como si yo hubiese tenido alguna culpa de ello.
Han pasado cierto tiempo, treinta años de lo ocurrido, tal
día como hoy ocurrió. Yo sigo soltero, saliendo los fines de semana en busca de
alguna a la que poder echarle el lazo. Todo es así, un trabajo aburrido en una
triste imprenta y una triste vida, sin tener compañía femenina nada más que de
vez en cuando. Pero no pensemos en ello, ya estamos a jueves y el sábado por la
noche promete, al menos soy así de positivo. La ventaja de vivir solo, es que
puedes tener tus rutinas y tus manías, puedes echarte en el sofá y el mando de
la televisión es todo tuyo. Estoy absorto con unos vídeos musicales y mirando
un cuadro pienso para mí y hablando solo, me vienen recuerdos de mi niñez. Algo
canaliza dentro de mí y siento la vibración de Pedro, como si envuelto en mil
demonios, viniese desde el otro lado. Yo no me asusto y solo le pregunto e
intento hablar con él.
–
Hola viejo amigo, hace años que no sabía nada de
ti, atrás quedaron los años de pequeños gamberros, que nos divertíamos haciendo
la puñeta a los mayores. Que es de tu nueva vida, te marchaste demasiado joven,
me alegra notar tu vibración. Esa que me eleva y me lleva a recordar aquellos
años en los que se podía jugar a la pelota en medio de la calle.
No todo el mundo podía
permitirse un coche, algo muy normal en los tiempos que vivíamos y tantos hay ahora
que nadie sabe el número.
Como un sordo grito, como una voz en silencio se hace, no
siento nada más, todo es oscuridad con la única iluminación de la Luna al reflejar
la luz del Sol. Se ha marchado o al menos no siento su vibración. Jugábamos a
la pelota, hasta que un triste día el balón cayó en una piscina vacía y quiso
bajar, resbalándose fatalmente.
–
¡Vuelve! Le
digo sin levantarme de la silla. ¡Vuelve! Explica lo que hay al otro lado.
Siento, percibo e intuyo, una voz aguda que me dice que me
vaya a dormir, que viajaremos juntos, que me lo quiere enseñar todo. Que es
libre, pero que la vida en la Tierra hay que vivirla, porque cuanto más se
vive, más se aprende.
Como un niño pequeño me duermo, concilio de sueño y llego a
un pacto con el diablo, este me da la oportunidad del saber y como algo
sobrenatural, salgo de mi cuerpo, salgo y no veo nada, solamente oscuridad. A
lo lejos, en la oscuridad del vacío del Cosmos, veo a alguien que me llama por
mi nombre.
–
Carlos, Carlos, Carlos estoy aquí Carlos.
No me lo puedo creer, pero no me puedo despertar, estoy en
lo más profundo de un sueño o simplemente viajo como en un barco por las aguas
de la oscuridad. Noto como si alguien me cogiera de la mano y me dice Carlos,
Carlos, Carlos soy yo Pedro. Siento mi cuerpo otra vez, siento como este galopa
al viento. El corazón me va a cien por minuto, el sudor me empapa, pero yo me
agarro fuertemente de la mano de mi más viejo amigo. Solamente veo estrellas y
constelaciones, solo veo más soles, estrellas en la lejanía. Pero en un momento
no muy lejano, me veo rodeado de otras almas, es entonces cuando me doy cuenta
de que hay algo más aparte esta vida. Son como pelotas de tenis, me enorgullece
como siempre aquel a cuál más admiro, me vuelvo otra vez niño. ¿Será posible?,
pues sí, es posible. Cuando me doy cuenta, me veo otra vez en la casa
abandonada, abajo en la piscina hablando con mi amigo Pedro. Solos los dos, nos
volvemos a ver otra vez cara a cara. No deja de llenarse la piscina, no sé
cómo, pero en unas pispas me voy flotando al lado del siempre buen amigo.
Me dice, me comenta a voz baja, todo como si fuese un
secreto…
–
Hay vida después de la muerte. Ves, es cómo
flotar en la piscina, flotas hasta que el día que muere tu cuerpo, entonces y
solo entonces, te hundes para abajo. Entonces aprendes a vivir como los peces,
en otra vida simplemente es así, desde aquí verás todo lo que es verdad. No te
creas todo aquello que dicen, ya que es para atemorizar a más joven y convencer
al más viejo, somos lo que somos, almas,
simplemente almas llenas de energía. Es así, es aquí a lo lejos, la
constelación de Orión, yo pertenezco a ella. Esa es mi casa, cuando tu cuerpo
perezca, tú volverás a la tuya, no te preocupes que nos seguiremos viendo. Será
como cuando éramos niños, pero esta vez nada de tirar piedras a los cristales.
Cuando me quiero dar cuenta estoy de vuelta, otra vez en
casa en mi cama y me veo empapado, no de sudor, no de lágrimas, si no las aguas
de la oscuridad. Todo es así, es tanto qué son las 4:00 cuando estoy debajo de
la ducha, agua limpia, tan limpia como en la que me bañaba en la piscina. ¿Cómo
es posible?, pero me siento feliz de haber conocido realmente a mi amigo, no sé,
sinceramente se habrán más encuentros todo depende de él.