EL CORRECAMINOS
Hola viejo amigo, a ti me
acerco para que cuentes mi historia, para que esto no sea un mero relato más.
Quiero que sirva para romper el silencio y poder decir que todo puede ser como
es, una simple jugada del destino. Puedes llamarlo suerte o desgracia, todo
depende de con el prisma con el que se mire, todo es un sordo despertar.
Para situarte, me encontraba
de paseo, con las manos en los bolsillos, cuando aburrido, sin nada mejor que
hacer me adentré dentro de un local de juegos y apuestas. Todos me llamaban
señor, todo era agradable mientras aflojaba la cartera y los euros circulaban,
todo era precioso, todo lleno de luces y suelo de moqueta, todo menos el no
poder fumar, aunque clandestinamente había un lugar llamado lavabo, donde se
permitía o al menos la gente se calmaba los nervios con unas caladas a saber de
qué. Así que te dejo que antes de que dé la medianoche y la Luna sea más
brillante, escribas lo siguiente…
Mientras
sentado estaba ahí, en el lavabo le llegaban ciertos olores, ciertos aromas que
no eran de menospreciar. Todo ello le desembocó en una especie de viaje o de ilusión.
Todo le llevó a ser el personaje de una película en donde el protagonista era
él, que más podía pedir, le llegaban los aromas y de forma gratuita se acababa
colocando. No fumaba, pero solo el aspirar para dentro, el respirar le llevaba el
volar libremente hasta alcanzar el mismísimo cielo. Todo ello, hasta que de
golpe entró en su particular infierno y no, no fue Satanás quién le llevó
mediante el engaño, solo fue, que abstraído llegó a ver todo aquello que para
su persona le era completamente desconocido y ocurrió así…
Anda
descalzo, camina despacio, no corre ni tampoco vuela, pero José Luís se cree un
halcón durante y el día y una lechuza por la nocturnidad y la oscuridad. Qué
más dará, lo importante es el caminar cada uno su camino. Fieras de la noche,
demonios de la mañana, son los que le acechan, que según va transcurriendo las
horas, el tiempo parece que se detenga. No hay luces de farolas por los
senderos del bosque, ni faros que deslumbren en medio de la negritud de la
noche. De todo aquel que le acompaña, de todo aquel que lo conoce sabe que no
es amigo de las tempestades y de las malas amistades. Todo es de diferente color,
todo no es transparente, algo o algunos son turbios, como el agua estancada y
que no se mueve en tiempo, tiempo que es relativo, porque seguro que mañana
habrá un nuevo mañana y una nueva oportunidad.
Vive
entre los árboles, busca comida por las ramas y se esconde entre los arbustos,
todo aquello que se mueve le es ajeno y por ello, tiene que estar siempre en
alerta y con los ojos bien abiertos, ya que en cualquier momento, en tan solo
un instante, todo puede girarse en contra y ser devorado o atacado, bien vete a
saber. Solo aquello que no se ve pero lo intuye, le es bienvenido. Todo lo
demás, ni se fía ni dejará de preocuparle, como un As de picas resulta la
partida, solo le falta el rey, para cantar “Black-Jack”, veintiún puntos y
habrá ganado lo suficiente, como para despedirse de ese maldito mundo que es la
bebida y el juego.
Sigue
caminando, sigue dando paseos por las mesas, algunas cuadradas, otras redondas,
todo depende de lo que busque, hasta ciertas chicas que merodean, guapas ellas,
pero no fáciles de conseguir, como no sea por dinero o fama, que les traigan un
poco de diversión ellas no suelen perder el tiempo. Lindas mujeres que saben
hacer su trabajo, me abrazan y me seducen, solo huelen mi dinero y a mí me da
igual. Todo, todo es por pasar una buena noche, creo que me lo tengo merecido,
todo es de luces de colores, cartas y dados, con señores de pajarita. Qué más
da, recordaré la noche, me acordaré entre la penumbra y el Sol de la mañana.
Solo debo sacar la cartera y todo queda dicho y hecho, soy un señor, soy el
señor Don José Luís. Todo es como es, lleno de energía y como si fuese un
cartel de neón, me alumbro, me siento lleno de fuerza y a ello voy. Me siento
lleno de vibración, pido hasta la música que deseo escuchar, que más se puede
pedir o elegir, solo una chica… No,
prefiero que sean dos las que me acompañen. No, prefiero que sean dos, una para
cada brazo, una para cada mano. Eso sí, con respeto, sin llegar a bajarlas
hacia lugares prohibidos. Me ríen mis chistes sin gracia, me dan besos en la
mejilla, en la boca no, aunque lo deseo, hasta que cincuenta euros me cuestan
un simple piquito, pero merece la pena, la chica se lo merece.
Todo
es como es, la jungla, el bosque que como un laberinto no tiene salida y el que
la encuentra, lo puede o no contar, todo depende de la suerte, de nada más,
solo de la suerte. No hay nada más inventado, como no sea un atraco, pero ello
tiene un alto precio y todas las jugadas de las de perder. Hay que ser un
profesional en la materia, todo un experto del engaño para poder salir
victorioso y jactarse a reír, con los bolsillos repletos y con la frontera al
lado, para debido el caso, poder escapar dando esquinazo a todo aquel que porra
en mano te quiera detener.
José
Luís sigue su paso, pero anda algo perdido y algo desorientado, todo es debido
a que la cartera empieza a flojear. Toma asiento en una butaca de la barra del
local, se pide un Jack, no el que le gustaría cantar, este viene acompañado con
dos piezas de hielo en un vaso de cristal. Observa y se queda pensativo en cómo
hacer la jugada ganadora y poder contarlo sin quedarse sin blanca. Solo piensa
y mira la cartera, todavía le lanza una ligera sonrisa por los billetes que en
ella guarda. Euros, a saber cuántos para poder ganar o poder perder. Todo es
relativo, el barman le sonríe y entabla conversación con él, todo ello mientras
se bebe a Jack.
–
¡Hola amigo!, ¿qué tal va la noche? Le dice, mientras limpia y saca brillo a unas copas de cristal.
–
No me quiero ni me puedo quejar, solo llevo perdidos unos
cuantos billetes. Le contesta, mientras
mueve el vaso y los hielos acaban casi deshechos.
–
No se preocupe amigo, ya verá como tendrá suerte, se lo veo
en los ojos. Le intenta embaucar, para
que siga apostando.
–
Es posible, solo debo elegir el juego. Le responde, dejando uno de veinte encima de la barra y se despide.
–
¡Que tenga suerte, amigo! Le
contesta el barman, moviendo la cabeza de forma negativa, sin que José Luís se
percate.
¡Yo
quiero ser!, piensa para sí mismo. ¡Yo quiero tener!, se susurra así mismo y se
lanza a la mesa de los dados. Piensa que es fácil, cree que le será sencillo
ganar algo de dinero, al menos recuperar lo ya perdido. Nada más lejos de la
realidad, todo aquello que era importante se desvanece y se ve de nuevo en el
bosque. Se apagan las luces, al menos las suyas, al verse con la cartera vacía.
Ya no le sonríe, ya no abulta, y lo más grave es que todo no deja de ser un
sueño. Hasta las chicas se desvanecen como si fuesen humo y lo dejan solo y
desorientado. ¿Pero cuál será, el del casino o el del bosque?, quién lo sabe, a
saber. A lo mejor, su mejor y más acertado pensamiento es el haberse retirado
al bosque. Ya no existen leones, como no sea en la sabana africana o las
serpientes en los grandes desiertos.
Yo
solo soy un simple narrador o también un simple historiador de aquellas
personas que lo han llegado a perder todo, todo menos la camisa y eso es por no
querer ir sin ropa por la calle, que si poder se pudiera andarían hasta
desnudos intentando recuperar la mala jugada.
Un
banco en la calle o la rama de algún árbol es el mejor lugar para un
desmerecido descanso para relajar los nervios por todo aquello perdido. Todo
está escrito, todo menos lo que elegimos o el camino que se bifurca, uno lleno
de flores como margaritas y el otro empedrado y lleno de malas hierbas, ¿cuál
de él cuál elegir? Todo no es blanco o negro, pero a veces una decisión
desafortunada, le puede llevar a cualquiera al fracaso. No quiere pensarlo y
tumbándose en el banco, se hace la idea que está en un bosque, un bosque donde
ya es el halcón de la mañana, pero con tanto cansancio se duerme pensando en la
lechuza nocturna, a ver que cazar, a ver de dónde recuperar el dinero y adónde
poder ir.
Un
descanso que le hace soñar, ¿soñar despierto o soñar dormido?, quién lo puede
saber. A veces, este es tan profundo que lo vive en primera persona, como si
fuese la propia realidad. La mañana, el Sol le calienta los huesos y le
refresca la mente. La gente ni lo mira, hacen caso omiso y no le ofrecen ayuda
alguna. Él sigue, en su bosque particular y sueña, sueña y vuela como un halcón
en busca de su presa. Ratas de mala muerte, ratones sin vida alguna, son sus
preferidos. Fáciles de coger, fáciles de agarrar, todo es un sueño. Solo el
ronroneo del estómago le hace despertar al paso de las horas, ya con el
mediodía se ve lanzado a la desesperada, lanzado al menosprecio social, todo
cuando el día anterior era todo un señor. Todo depende de Don Dinero, al menos
todavía limpio y con la barba de un solo día, al incorporarse y sentarse en el
banco, le hace volver a lo que él piensa que es la realidad y pasar inadvertido
entre la muchedumbre, que como en cualquier ciudad se mueve.
Necesita
un café, un buen café, pero no lleva dinero ni conoce lugar alguno adónde le
puedan fiar un solo sorbo de algo caliente. Entonces recuerda que tiene casa,
que todavía no lo tiene todo perdido y que podrá contarlo. Solo una pregunta,
solo se pregunta, ¿adónde carajo se encuentra? No sabe y pasea sin sentido,
camina como lo haría por un bosque nocturno, sin mayor iluminación que la Luna,
y eso si está de suerte y refleja la luz, haciendo como de faro en mitad de una
niebla marítima. Pasea, camina despacio hasta al llegar a una boca de metro, se
ubica, pero no lleva ni siquiera para comprar el billete. Así, que poniendo los
brazos en jarra y respirando hondo, se dispone a caminar. Ahora ya no es el
bosque, ahora es el auténtico desierto sin final aparente de lo que le espera.
Se palpa los bolsillos y se le escapa una ligera sonrisa, lleva las llaves del
piso consigo. Eso le alivia, pero tiene los labios y todo ello seco y medio
agrietado de la propia sequedad.
Recuerda
las dulces chicas y sacando la lengua, saborea a su Jack todavía en sus labios.
Toda una noche diferente, pero que le ha servido de lección, ya que dos veces
más y todo ello le puede abocar al precipicio de la ruina. Suenan las campanas
de la discordia y despierta al sonido del golpear en el lavabo, es un hombre.
Pero no un hombre cualquiera es el de seguridad que le apremia a salir, ya que
el local cierra por hoy. Sale del lavabo con la cara sudorosa, pero feliz con
una sonrisa. El personal se queda sorprendido, todo ha sido un sueño o un
verdadero viaje, sin salir de la estación, un correcaminos de andares despacio
en forma de ese. ¿Quién será el que se lo niegue, habrá sido un sueño?, la
cartera le dice que no, solo le quedan cinco euros, cinco malditos euros para
el verdadero trayecto hacia su casa. Qué más da, ya dejarán de sonar las
campanas, las campanas de la locura y de la codicia, de la avaricia y de todo
aquello que conlleva el querer más.
Se
hace el amanecer cuando por fin llega a su casa, como el que no ha bebido en
horas, bebe y como el que no ha comido en días, come. No espera ni un segundo
más de la cuenta y se ve dentro de la ducha. No se cree lo sucedido, de la
experiencia vivida y que no volverá a repetirse.
Sale
de ella y mirándose al espejo, se mira la barba, se mira la lengua, se mira los
ojos. En una el sabor del whisky, en la cara necesita un afeitado, pero en los
ojos, en los ojos se ve los de la serpiente y como si de verdad hubiera jugado
a los dados le viene a la mente. Se palpa, pero está desnudo, corre, salta y
vuelve a mirar la cartera. Algo ha desaparecido, algo con lo que no contaba y
no es otra cosa que la tarjeta. Solo ve la tarjeta del médico, pero la que importa no está. Así
que mira por el teléfono la cuenta, ahora sí que despierta de golpe, no se ha
dado cuenta, como ha sucedido, solo le viene flashes, como momentos vividos o
momentos destruidos y los que no sabe cómo ha sucedido, pero lo han dejado en
rojo, en números rojos.
Todo
son imágenes que se le cruzan en la mente, ahora recuerda, el abrir y cerrar de
la puerta del lavabo. Solo, sentado iba sacando billete tras billete, mientras
bebía algo turbio y le echaban el humo en la cara. Engaño, había sido víctima
de un engaño, que como travestido sin salir de un pequeño espacio, había
recorrido todo el local de ocio. Un correcaminos sin mover un pie, un andador
descalzo en un bosque donde no hay piedad, para aquel que no sabe ni entiende.
Mariposas veía en el cielo, serpientes en el suelo, todo en un falso techo de
pladur. Grandes espejos en el lugar, no se dio ni cuenta, es lo que tiene la
noche, que a veces confunde hasta al más listo.
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