jueves, 20 de agosto de 2020

 

                                                                         Fue ayer

Cuál es esa verdadera verdad, que tanto nos asusta o nos ciega y no nos deja ver más allá del horizonte. Será la muerte propiamente dicha, esa sí, esa que nos acecha cada día al levantarnos, esa que sabemos que nos dejará sin aliento, haciendo perecer nuestro cuerpo. Qué sería de aquellos que vienen desde el otro portal y nos pican a la puerta, a una puerta trasera, llamada intuición,  quizás médium o sexto sentido. Yo no digo ser portador de ello, yo solo soy un escritor aficionado de relatos, que se deja llevar por la intuición y se abstrae hasta conseguir escribir primero unas frases, luego unos párrafos, para culminar en relato tras relato. Espero y deseo que sean de vuestro agrado, ya que con ellos yo me libero, ya que con ellos yo me divierto e intento que vosotros también lo hagáis. 

Toca el campanario, son las doce del mediodía, ni la una ni las dos,  mediodía y el hambre aprieta, hasta llegar en pensar en pegarle bocados a las piedras del camino. En vez de ello y haciéndome valer de que soy solo un niño y estoy viviendo mi infancia, le tiro una de estas a una vieja casa ya en ruinas. Rompo un cristal y me rompo en una carcajada, tanto que me pilla un vecino, que cogido de la oreja me lleva hasta casa. El espectáculo no es pequeño y la cara de mi madre tornándose de color rojo tampoco. Cuando el hombre ha soltado todo lo que llevaba dentro, es el turno de mi madre, que no es que me pegue, pero sus palabras son como guantazos en la cara.

Me manda con una voz a la habitación, no tengo lamentos, pero tampoco excusa, que le vamos a hacer, esta vez me han pillado. Prometo vengarme del vecino, alguna se me ocurrirá, ya que la venganza se sirve en un plato frío. Son las dos de la tarde y abro la puerta, mi madre con otra voz me manda otra vez al interior. Sin comer me he quedado, todo por un cristal, pero en fin, cierto es que no se puede ir haciendo el gamberro y romper cristales ajenos. Solo tengo nueve años y mi madre ya se preocupa de mi porvenir. No sé lo que seré, si seguiré estudiando o acabaré como acabaré. La verdad, por ahora no me preocupa, solo quiero divertirme con mi amigo y poco más. Son otros tiempos, no existen ni los ordenadores ni los móviles, el tiempo de los dibujos animados solo son los fines de semana y media hora. Qué le vamos a hacer, paso el tiempo dejando mi cabeza volar. Que se puede hacer en estos tiempos si no que jugar y jugar, pero eso cuando a uno le dejan.

Juego con mi gato, Yombi se llama o mejor dicho le llamo, castigado sin cenar me parece, en la habitación con él me he quedado. Yo, con el hambre que traía y no se le ocurre otra cosa a mi madre que dejarme sin alimento alguno hasta la hora del desayuno. Son las nueve de la noche y me madre entra, marcando autoridad me manda a la cama. Así que Yombi y yo nos vamos a esta. El estómago no deja de retorcerse de hambre, yo no quiero ni aguanto hasta la mañana.  Creo que he quedado con la lección aprendida y si no es así, seré más cauto y miraré dos veces a todos los lados. Me espero, no queda más remedio, mi madre está en su momento particular con mi padre, es su rato privado y eso, eso ya lo entiendo y lo respeto. Ojalá cuando yo sea mayor, tenga una mujer guapa e hijos, no ni uno ni dos, tres. Ese es mi sueño, lo de lo que quiero ser, no tengo ni idea y lo dejo un poco a las alas del destino.

Bueno hablando y parafraseando, me dan las doce otra vez, pero esta vez de la noche. No me descuido, no enciendo la luz ni piso al gato. Como si fuese en un comando en una  operación especial, me adentro a oscuras en la cocina, abro la nevera y se hace la luz. Hay un plato con un trozo de tortilla de patatas con mi nombre escrito en un trozo de papel, “Pedrito”, abajo pone buenas noches. Madre mía, sí, madre mía, solo hay nada más que una. Tampoco están mandona, solo debo no romper los cristales de las casas, aunque estén estas en ruinas.

Sigilosamente, sin encender la luz de la cocina, me como la tortilla, parezco un lobo hambriento, qué más da. Estoy tan abstraído, que no me doy cuenta y siento el golpear de dos dedos en mi hombre. ¡Vaya!, mi madre. Pero esta vez con una sonrisa me acaricia el pelo y bebiendo un vaso de agua se marcha. Todo ello sin luz alguna, estamos hablando en la época de que los móviles eran todavía de ricos y eran bastante voluminosos.

¿Te imaginas, que se cumpliera la profecía?, que todos llegáramos algún día a ser inmortales. Que nuestra alma corriera por dentro de un cuerpo que ni se oxidara ni pereciera, que todo aquellos que deseamos y anhelamos se hicieran realidad. Que todo aquello que parece ahora todo un misterio, se convirtiese en una auténtica realidad.

Jugábamos sin darnos cuenta en nuestro lugar favorito, una casa abandonada, una casa en ruinas en las que los ruidos del crujir de los maderos eran verdaderos y a nosotros nos parecían algo misterioso, todo como si hubiese algún tipo de conexión entre este mundo y el otro, aquel que llamamos paralelo.

Pecábamos, al menos eso nos decían, cuando acercábamos alguna amiga con algún pretexto y nuestro gran logro era darnos un beso, un inocente beso que nos nublaba hasta el amanecer. Todo era posible, todo aquello que parecía fuera de lo común nos elevaba y nos llenaba de energía. Éramos inseparables, éramos como hermanos, hermanos desde la más pequeña infancia.

Pedrito era más arrojado, era más valiente que yo, al menos eso pensaba yo y me llenaba de admiración hacia él. Yo, en cambio era más travieso, era más gamberro. Había una piscina vacía, grande, tan grande y profunda que no se podía bajar abajo si no era por una escalera comida por el óxido.

Jugábamos al futbol con los demás chicos, eran habituales los enfrentamientos, unas veces por defenderlo a él, otras veces era al revés. Qué más da, es hoy todavía y en mi memoria y recuerdo han quedado grabado aquellos recuerdos infantiles. Éramos solo niños y el destino dijo que venía ya por su alma. No podré borrar aquel día, no podré borrar aquella mañana de verano, ya no íbamos al colegio, estábamos de vacaciones. Casi tres meses de risas y juegos. Hasta que un fatídico día de julio, pasó lo que pasó, resbaló y dándose en la cabeza contra el suelo, se quedó. Yo no sabía mediar palabra alguna, corrí como no había corrido nunca en busca de algún mayor. Todo fue mi rápido, al primero que encontré, con el primero que me topé fue con un barrendero, que al escuchar mi tartamudeo no se lo pensó dos veces y soltó la escoba.

No se pudo hacer nada, los de emergencias y la policía, me preguntaron por lo sucedido, yo les dije como pude lo sucedido. La madre, histérica, no se lo podía creer. Es hoy en día y todavía nos miramos con recelo, como si yo hubiese tenido alguna culpa de ello.

Han pasado cierto tiempo, treinta años de lo ocurrido, tal día como hoy ocurrió. Yo sigo soltero, saliendo los fines de semana en busca de alguna a la que poder echarle el lazo. Todo es así, un trabajo aburrido en una triste imprenta y una triste vida, sin tener compañía femenina nada más que de vez en cuando. Pero no pensemos en ello, ya estamos a jueves y el sábado por la noche promete, al menos soy así de positivo. La ventaja de vivir solo, es que puedes tener tus rutinas y tus manías, puedes echarte en el sofá y el mando de la televisión es todo tuyo. Estoy absorto con unos vídeos musicales y mirando un cuadro pienso para mí y hablando solo, me vienen recuerdos de mi niñez. Algo canaliza dentro de mí y siento la vibración de Pedro, como si envuelto en mil demonios, viniese desde el otro lado. Yo no me asusto y solo le pregunto e intento hablar con él.

        Hola viejo amigo, hace años que no sabía nada de ti, atrás quedaron los años de pequeños gamberros, que nos divertíamos haciendo la puñeta a los mayores. Que es de tu nueva vida, te marchaste demasiado joven, me alegra notar tu vibración. Esa que me eleva y me lleva a recordar aquellos años en los que se podía jugar a la pelota en medio de la calle.

No todo el mundo podía permitirse un coche, algo muy normal en los tiempos que vivíamos y tantos hay ahora que nadie sabe el número.

Como un sordo grito, como una voz en silencio se hace, no siento nada más, todo es oscuridad con la única iluminación de la Luna al reflejar la luz del Sol. Se ha marchado o al menos no siento su vibración. Jugábamos a la pelota, hasta que un triste día el balón cayó en una piscina vacía y quiso bajar,  resbalándose fatalmente.

        ¡Vuelve! Le digo sin levantarme de la silla. ¡Vuelve! Explica lo que hay al otro lado.

Siento, percibo e intuyo, una voz aguda que me dice que me vaya a dormir, que viajaremos juntos, que me lo quiere enseñar todo. Que es libre, pero que la vida en la Tierra hay que vivirla, porque cuanto más se vive, más se aprende.

Como un niño pequeño me duermo, concilio de sueño y llego a un pacto con el diablo, este me da la oportunidad del saber y como algo sobrenatural, salgo de mi cuerpo, salgo y no veo nada, solamente oscuridad. A lo lejos, en la oscuridad del vacío del Cosmos, veo a alguien que me llama por mi nombre.

        Carlos, Carlos, Carlos estoy aquí Carlos.

No me lo puedo creer, pero no me puedo despertar, estoy en lo más profundo de un sueño o simplemente viajo como en un barco por las aguas de la oscuridad. Noto como si alguien me cogiera de la mano y me dice Carlos, Carlos, Carlos soy yo Pedro. Siento mi cuerpo otra vez, siento como este galopa al viento. El corazón me va a cien por minuto, el sudor me empapa, pero yo me agarro fuertemente de la mano de mi más viejo amigo. Solamente veo estrellas y constelaciones, solo veo más soles, estrellas en la lejanía. Pero en un momento no muy lejano, me veo rodeado de otras almas, es entonces cuando me doy cuenta de que hay algo más aparte esta vida. Son como pelotas de tenis, me enorgullece como siempre aquel a cuál más admiro, me vuelvo otra vez niño. ¿Será posible?, pues sí, es posible. Cuando me doy cuenta, me veo otra vez en la casa abandonada, abajo en la piscina hablando con mi amigo Pedro. Solos los dos, nos volvemos a ver otra vez cara a cara. No deja de llenarse la piscina, no sé cómo, pero en unas pispas me voy flotando al lado del siempre buen amigo.

Me dice, me comenta a voz baja, todo como si fuese un secreto…

        Hay vida después de la muerte. Ves, es cómo flotar en la piscina, flotas hasta que el día que muere tu cuerpo, entonces y solo entonces, te hundes para abajo. Entonces aprendes a vivir como los peces, en otra vida simplemente es así, desde aquí verás todo lo que es verdad. No te creas todo aquello que dicen, ya que es para atemorizar a más joven y convencer al más viejo, somos lo que somos, almas,  simplemente almas llenas de energía. Es así, es aquí a lo lejos, la constelación de Orión, yo pertenezco a ella. Esa es mi casa, cuando tu cuerpo perezca, tú volverás a la tuya, no te preocupes que nos seguiremos viendo. Será como cuando éramos niños, pero esta vez nada de tirar piedras a los cristales.

Cuando me quiero dar cuenta estoy de vuelta, otra vez en casa en mi cama y me veo empapado, no de sudor, no de lágrimas, si no las aguas de la oscuridad. Todo es así, es tanto qué son las 4:00 cuando estoy debajo de la ducha, agua limpia, tan limpia como en la que me bañaba en la piscina. ¿Cómo es posible?, pero me siento feliz de haber conocido realmente a mi amigo, no sé, sinceramente se habrán más encuentros todo depende de él.

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