miércoles, 25 de enero de 2017

                                   Aquel otro lado del bosque Norte

Llueve, llueve a cantaros, el jardinero del cielo riega todo lo que rodea a la cabaña de madera y yo me encuentro en ella, a campo abierto, mirando a través de la ventana como cae el agua. ¡Hoola! Nadie responde, solo los truenos y los relámpagos se hacen notar con un atronador sonido uno y con una viva imagen de lo desconocido en el otro. Soy ajeno a todo aquello que hay al final, sí, allí en el horizonte. Allí, hasta donde me llegan los ojos, sí, en aquel lado del bosque Norte, donde viven o creo al menos que viven, pequeños y diminutos animalillos a los que no les doy la más mínima importancia. Solo miro por la ventana, esta se encuentra empañada por el contraste de la calidez ambiental, en ella hago pasar el dedo haciendo un círculo, siento bienestar en un día gris de otoño y me caliento con el fuego a tierra de la casa. Escucho crujir los leños que ya me he provisionado y que deben de durarme hasta que la tierra vuelva a dar su flor.

Suena el viento, rugen las nubes, estamos en plena tormenta. Esa, que influye tanto respeto, que me atenaza y me deja embaucado mirando y mirando, pasando el rato. No existe todavía la radio ni la televisión, pero me entretengo, hago pasar el tiempo. Estaría loco si saliera ahora de casa, pero ¿Porqué no? ¿Porqué, no salir y disfrutar de los milagros de la naturaleza? Así es y estoy en medio del campo, quedándome empapado pero sonriente. ¡Qué locura! Vuelvo a casa al rato y me desmonto en una carcajada, me río de mí mismo y sé que he disfrutado del momento. No hay mejor música que aquella que nos proporciona la misma naturaleza, ya sea en la caída de la lluvia, como así en los pájaros en su época de celo, sin olvidar los sonidos del viento, sí, esos que se cuelan por las rendijas y se hacen notar en el espacio sordo del salón.

Sueño despierto, sueño feliz y contento, o al menos a mí me lo parece. Por fin tengo compañía, en que sea la misma tormenta, esa que de todo se adueña y parece que nos anuncie el fin del mundo. Me acompaña y yo, yo le hablo y le digo cosas, ¿Qué cosas? Son íntimas y entre el recodo de la sala, duermo ahora, duermo triste, pasadas ya unas horas de la caída de la noche. Sigue lloviendo, sigue el viento golpeando en los troncos de madera, de los que está hecha la cabaña. Mis manos, ásperas del trabajo, se unen, se alían para hacer calor entre ellas. Me las froto, las lleno de energía y ello me  hace espabilar y ponerme de pie. Mis piernas cansadas del caminar diario hacia el pueblo, todavía no descansan y yo me adelanto a mi propia alma y me recojo, subiendo unas escaleras hechas de manera artesanal y me tumbo, me tumbo en una cama de paja y ahora duermo sí, solo y en posición recogida. Solo siempre solo, el simple chasquido de la madera llena el hueco vacío del altillo. No paso frío, no quiero ni levantar la mirada por encima de la manta y me arropo, me tapo hasta que solo la nariz hace de señal de que hay alguien o algo está viviendo debajo de ella. ¡Qué más da! No tengo ni mujer ni más compañía que la lluvia, esta sigue castigando el tejado de la cabaña, mañana seguramente tendré que revisarlo.

Pasan las horas, no los años. Pasa la noche, llegando el amanecer, alumbrando el entorno y rompiendo las nubes. ¡Ya no soy un niño! Pero tampoco quiero llegar a ser un hombre solitario y amargado, por la sencilla razón  de que el único abrazo que doy es a la almohada, triste de mí, es la única que me espera por las noches. Solo una vela, una triste vela, alumbra mi dormitorio que no es otra cosa que el altillo de mi hogar .Todas las noches y cuando llega la hora de despertar, el Sol ese que sí que es grande, me alumbra la cabaña entera. Sale él como cada mañana, sale y me da la mano, me conduce hacia el espeso bosque. Corro, salto y ando, qué más da, ¡soy un hombre libre! Piso las piedras redondas del río y lo cruzo y lo vuelvo a hacer. Cerca del río voy cantando, cerca del río voy alegre y saltando. Soy solo todavía un muchacho y no pienso en nada, no pienso en que pueda perderme, pueden darme por desaparecido, ¿pero quién?  Y nada más lejos de la realidad, ya no veo el pico de la montaña, ya no veo donde está el norte y por donde puedo volver. ¡Ay! Qué será mí. ¡Ay! Qué será de aquellos que me quieren de verdad. Solo, me siento solo. No hago caso, no miro ni los peces como saltan en el agua.

Tengo una pequeña guitarra, tan pequeña que parece una mandolina, con ella me acompaño e intento que el tiempo se detenga. Pero no todo quiero que esté como un mar en calma, sollozo, sí sollozo. No sé a dónde ir, no sé a quién enviar una carta desde mi corazón. No busco ni reina ni princesa, solo busco a una a la que tratar de igual manera. Todas son reinas, todas son princesas, pero la mía será la que haga mía y podamos disfrutar de este tiempo, un tiempo que es caprichoso y no hablo por las nubes ni los vientos, hablo por aquello que no es permanente, como no lo somos nosotros mismos. Escribo en mis pensamientos, deslizo suavemente mi mente y me digo, “dónde estará tal bella muchacha”…Seguiré amándote siempre estés donde estés. Búscame entre la penumbra y la noche, que estaré a tu lado. Para los tiempos de los tiempos, nada podrá frenar nuestro amor. Sígueme y tocarás las estrellas, con la punta de los dedos. Respira hondo si aún te queda aliento y si no es así, si ya has dado el último suspiro, espérame. Yo me uniré a ti y seremos uno.

Bésame en los labios, bésame y une tu alma con la mía. Abrázame y caliéntame que estoy helado en el otro lado del bosque Norte. Abrázame y dame calor, calor y amor que estoy desconsolado. Desconsolado de no poder acercarme a ti en tantos años. Aquí el tiempo pasa más despacio y parece que ha pasado una eternidad, cuando en realidad ha sido un suspiro. Ahora puedes reunirte conmigo y volaremos juntos, como abejas en vibración nos comunicaremos. Nos comunicaremos y sabremos probar la miel de nuestros propios labios. Bésame y saldré de esta prisión donde me han encarcelado, encarcelado sin estar atado como un perro. Solo las serpientes del río hacen guardia, en la fría oscuridad a la sombra de los árboles. Bésame y saldré de esta prisión y veremos por fin la luz, esa luz prometida y que ciega al verla por primera vez.

No es la primera vez que nos vemos, pero sí que nos tocamos y nos rozamos. Como puede ser si ya no existe el tiempo. ¿No tenemos manos ni boca, como puede ser? A saber. Yo no sé responder a esa pregunta.  ¿Venderías tu alma al diablo por tenerme cerca? ¿Venderías tu alma por instante de placer? A saber. No me respondas, acércate y mírame con la mirada fija en ese haz de luz que me he convertido y déjate llevar, yo te haré de guía. Quién sabe si yo he sido el que ha vendido el alma al diablo. No corras, Lucifer está cerca. Salúdale, es un amigo. No es como lo pintan, no hay cuadro donde puedan plasmar su verdadera imagen. Solo el verlo en el otro mundo, hace que conozcas la verdad.

Se hace de noche, se hace oscuro y tengo frío, frío y miedo. Miedo a todo aquello que no conozco y me es ajeno. Estoy cansado, muy cansado. Solo el sueño me domina y caigo, tumbado cerca de un pino. Qué será, será. Solo un sueño, os es verdad lo que os explico. Que es el tiempo en una eternidad, una eternidad que nos aguarda como en un baile de sombras. ¿ Sombras, qué son las sombras? Son aquellas almas errantes que no tienen cabida porque son expulsadas y se refugian unas con las otras. Pero en verdad son estas detenidas, detenidas y encarceladas porque no tienen derechos, derechos. Solo son sombras en la noche, en una noche fría y helada de aquí al otro lado del bosque Norte. Bosque perdido donde se encuentra aquello que no es de nadie, bosque que está en más de un corazón.

¿Buscas amor para tu corazón, buscas consuelo? Yo te lo puedo vender, solo tienes que prometerme que el día de tu final, serás mío.

No hay almas puras, eso es un error. ¿Qué alma es pura en estos tiempos? Tiempos en los que cruzar un desierto se cree tan increíble, como imposible. Yo cruzo ese desierto cada día, yo camino descalzo entre la ardiente arena. ¿Que busco? A saber. Lo sabré el día que muera mi cuerpo. Lo que estoy seguro es que no soy ninguna sombra, puedo ser un alma errante, a lo mejor puedo ser quien creo que soy. Pero no moriré en vano, dejaré plasmada mi idea, dejaré plasmada el baile de sombras, que hay en la oscuridad de la noche. Dejaré que otros se me acerquen y me pregunten y digan. ¿El qué? A saber. Yo no lo sé. Solo sé que no soy una sombra.

Dos enanos se me acercan por la mañana, me ponen las manos en el hombro y me despiertan, me alborotan y me zarandean, hasta que en un ataque de nervios, me hacen levantar y ponerme de pie.  Les digo mi edad y se asombran, pero mayor es el mío cuando me dicen ellos, que sobrepasan la centena. No me lo puedo creer y es más, al dar uno de ellos un silbido, se asoman entre los arbustos, unas cuantas ardillas y estas, parecen que hablan o al menos eso creo yo, si no es todo un sueño. ¿Qué será de mí? Perdido en el bosque y rodeado de ardillas y enanos. No son estatuas de arcilla, aunque sean moldeables en su carácter, no son de barro. Son unas cuantas ardillas y unos cuantos enanos, los que vienen a echarme una mano. No alcanzan a darme la mano, pero me dicen que no tema y que cierre los ojos. Así lo hago y camino y camino, no salgo de mi asombro, no salgo de mí, cuando me veo en la salida. Me veo, porque abro los ojos y me veo en campo abierto, solo me queda el recuerdo del olfato y del oído. Un olor a húmedo, normal después del día anterior y de los pájaros, esas diminutas aves que cantan en libertad.

Es todo una quimera o  una epopeya, quien sabe la verdad cierta. Solo sé que me encontré guiado por aquellos seres pequeños, no digo diminutos ni menos bajos, porque son seres grandes, grandes como los mismos árboles y montañas, ya que gracias a ellos, logré salir de aquel gran bosque, con aquellos pinos que se alzaban sin dejar paso a la luz del Sol.

No encontré ni reino ni princesa, solo mi cabaña al salir al prado. Solo, siempre solo, no tenía ni tengo mujer, solo ahora a ellos. Juro y prometo, prometo y juro ante la luz del Sol y el brillo de la Luna, que nos les faltará ni comida ni bebida, al menos mientras yo exista. Fiestas no, solo alegría y cantares, habrán por las cálidas noches de verano. Cuentos y demás relatos, habrán en las duras noches de invierno. Ellos son mis salvadores y ahora son mis hermanos, no de sangre, pero sí de espíritu.