viernes, 23 de octubre de 2020

 

                                                  QUIEN ESTÉ LIBRE….

Desde alguna parte, de un o no lejano continente, habla ya sin desespero aquel que ya no se encuentra entre nosotros o quién sabe, solo él y yo lo sabemos, así que le dejo que se exprese como mejor sepa y sin irme por las ramas le dejo hablar y continuar desde el otro plano seguir viviendo, ya que ello para mí no lleva peligro alguno.

En un barco sin rumbo me encuentro, en un avión con las alas rotas me alzo volando o surcando los mares tenebrosos de aquel que es llamado o despertado, diciéndole que es libre. “Libertad”, bonito nombre es este. “Libertad”, es lo que no llego a encontrar por ningún lado. Tendré que probar andando, sí, caminando por los senderos del saber y seguir, seguir aprendiendo mediante la empatía y el respeto.

No alzo la espada en pos del hambre ni de la guerra, la alzo en pos de aquello, que como digo, se llama “libertad”. Qué más da de dónde venga, qué más da desde adónde provenga si la muerte me acecha en cualquier ladera o en cualquier desierto. No por sed precisamente sea esta, sino por culpa de algún lobo hambriento o de algún escorpión con algún maldito veneno, ellos sí forman legión en su territorio, ya sean las frías montañas o los áridas arenas.

Os preguntareis cuál es mi nombre, este es Manuel Sánchez y no soy otra cosa que escritor o trovador en aquellos lugares donde sea bienvenido todo aquel que sea maestro de las frases. Estoy aquí presente, estoy enfrente de una mesa para escribir de puño y letra, todo aquello que mi boca por cobardía, no es capaz de decir a los cuatro vientos. Sentado en una biblioteca en Constantinopla me encuentro y a la luz de una lámpara de aceite dejo fluir las palabras. Todo era diferente antes, siempre dicen que lo anterior, que lo pasado fue mejor y se vivía de una forma más libre. Ahora, ahora hay que andarse con más cuidado, porque al menos la libertad de expresión a veces queda bajo sospecha de no ser así de libre.

Mi buen amigo Abel Santos, sabe de qué hablo y no son de correrías de juventud precisamente. Tanto él como yo, somos escribientes, pero no de cualquiera, sino de gente de alto rango, de personas influyentes. Yo guardo las espadas y escribo lo dictado por ellos, qué mandándolo o elevándolo a cierta persona, hacemos enmudecer toda la ciudad y a todo el imperio de Constantino “El Grande”. Que desde lejos llega su valentía y agallas, como así su sabiduría e inteligencia.

“Marie, tú eres mi destino, solo tú sabes de mis dones y de mis flaquezas, ¿qué sería todo sin tu apreciación? ¡Marie!, tú eres mi razón de vivir y por ti, por ti lo hago todo. Quiero conseguir formar una familia contigo, quiero verme envejecer a tu lado. Yo soy lo que soy, guerrero en las batallas y un ángel de luz en las nubes, en esas adónde te encuentras tú.

No hay día que no piense en ti, todo circula a tu alrededor. Cada vez que alzo mi espada, lo hago con el valor que tú me has dado para hacerlo, cada vez que planeo una batalla, cada vez que cojo y me subo a mi caballo, este galopa también diciendo también tu nombre. Solo le falta ser persona, pero eso, eso a un animal no se le tiene permitido, aunque lo respeto y cuido de él como si así se tratase.

¿Qué es el amor?, el amor, ¡ay!, se lo pregunta mucha gente, ya que no todos han tenido la oportunidad o han visto llegar y apreciar tal capricho del destino. Pero este, este no es mi caso, yo te he visto, yo he coincidido contigo y me valió una sola noche a la luz de la Luna, para saber que es, que esto que me ha ocurrido es amor, amor del de verdad. No un capricho deseo sexual solo, te quiero como amiga, te admiro como cómplice y claro está, también te deseo como mujer”.

Todavía recuerdo de él sus palabras y sus frases….

      Manuel. Coge el caballo más rápido y llévale esta carta y dásela en mano. No te alejes, no te vayas hasta que veas que la abra. Me dice, mientras me pone la mano encima del hombro, que apretando fuertemente, me hace apreciar su confianza en mí.

Así, que no me lo pienso dos veces y sin abrir boca, me marcho, ¿adónde?, pues a la casa de Marie. ¡Qué!, adónde vive, eso no viene a cuento o a relato alguno. Es secreto, de los cuales yo soy bien aprendido, de ahí la confianza.

Pasan los días, no meses, pero sí algunos días a caballo y llego a mi destino. Me bajo de él y acercándolo a un abrevadero, le hago beber y que descanse, que también se lo ha ganado. Llevo tatuado un escorpión, no muchos saben el porqué, pero aquí lo digo y que sea la gente quien diga lo que desee, menos juzgarme, ya que de cuestiones de amor nadie está libre de hacerlo, nadie puede tirar la primera piedra. ¿Quién no se ha enamorado alguna vez?, quién sea capaz de levantar la mano es que no tiene ni corazón ni alma, eso o ha tenido muy mal encaminado el destino.

Hago caso a mi superior y picando con los nudillos en su puerta, hecho dos pasos para atrás y con las manos cruzadas en la espalda espero a que me abra. Es guapa, es muy guapa y le doy la razón a mi general, entregándole la carta no me muevo. Ella se queda mirando, y le digo que no espero propina, solo que la abra y me dé una respuesta a la que hacerle llegar.

Marie, lee esbozando una sonrisa y me dice que me espere. Yo espero y espero, hasta que al acabar de leer la misiva, me cierra la puerta en las narices. Me hace esperar un buen  rato y cuando iba a volver a picar en la puerta, ella me abre…

      Hola soldado. Dile que cada noche sueño con él, que entra en mi alcoba y me hace suya y que cada gota de sudor, que cada sollozo en la mirada, es el amor el que habla. ¿Cómo el poder saber, si se encuentra en la distancia?  No puedo verlo, pero lo siento dentro de mí, su corazón ya me pertenece y como si fuésemos almas gemelas, volamos en libertad. Que no hay metros ni kilómetros, solo algunos ríos o afluentes que nos dividen. Pero llegará el día que me desposará, eso lo sé, lo percibo, como si fuese yo dueña de mi propio destino, porque no hay mayor suerte que el poder elegirlo.  Dile a tu general, que le esperaré. Me he cortado un mechón de pelo para le dé suerte en sus guerras, tómalo y llévalo con esta respuesta. Huelo la carta y el perfume me embriaga, pero despidiéndome de ella, me marcho sin mirar atrás.

Cabalgo rápido. En principio por la lealtad hacia mi superior, después por el anhelo a que me mande de nuevo con otra carta. Con todo esto solo sucede una cosa, solo sucede un hecho y es el siguiente….

La confianza y la lealtad se desmoronan, van cayendo en picado mientras van creciendo los deseos de robarle el amor, de hacer mía esa mujer. De poseerla y convencerla de que yo soy mejor que mi general. ¿Cómo hacerlo?, a saber. Algo se me ocurrirá, cabalgo y cabalgo. Esta vez voy más rápido, mi caballo nota el agotamiento y el cansancio, tanto que cerca de mi regreso, se cae al suelo. Agotado muere, enfadado y ciego me quedo yo. Que ahora no camino, sino corro para no ser visto por nada ni por nadie.

Al final llego y entregándole la carta, le veo llorar de felicidad y eso, eso me hace hervir la sangre. Como una mujer va a romper la confianza, la lealtad y la amistad entre dos hombres. Porque aunque seamos de estatutos diferentes, no dejamos de desear y esta vez, esta vez deseamos lo mismo.

Él mirándome a los ojos, no me pone una mano, me pone las dos, una en cada hombro y me dice, me cuenta lo dichoso que es. La carta de Marie, le ha dado alas y se arriesga más de la cuenta. Se arroja más a su destino o a la muerte. Lleva consigo la carta, lleva consigo aquella que le hace vivir, yo, yo no soy nadie, solo un humilde escribiente. Que batalla tras batalla, ve a su general arriesgar todo aquello que es merecedor de valor, como es la propia vida. Cruzada a cruzada,  veo que busca lo que alguien o alguno le ordenó y que él le prometió lealtad y confianza.

En uno de esos días, viendo que la muerte no se le acercaba lo que yo desearía, en uno de sus descansos, le mezclo en la copa de vino, algo turbio, algo que de traidor se me puede llamar, pero que el amor me sabrá perdonar. Bebe sin saborear, bebe sin saber y no pasan ni del Sol a la Luna, cuando yace primero enfermo y luego a los dos días, muerto. Yo lloro, pero no de pena, aunque eso parezca y con la excusa de hacer llegar la noticia me marcho del frente.

En un campo silvestre me encuentro, el Sol hace poco que se hace presente y nos da los buenos días, me parece estar al lado de Marie. Solo el aroma de su perfume y su mechón de pelo me acompaña. Como una canción de amor robada, le he plagiado el sentimiento y los ardores de pasión a mi general. Amor, solo amor y por ella he sido capaz de darle de tomar del veneno de la copa de plata. Que sería de aquello que no es de enfrentamiento si en mí me embriaga la cobardía. Al revés, la valentía y la hipocresía, mezclada con la traición me lleva a caballo prestado a casa de tal gentil doncella. Ella será mía, solo mía o al menos eso creo yo. ¿Qué podría evitarlo o quién se pondría en mitad de mi camino?, nadie sabe llegar a su destino. Solo yo soy capaz y por ello he llegado a matar, no solo al general sino a la confianza y a la lealtad que de mí hacía merecedor de respeto en la brigada.

De luto se cierne la casa de Marie al hacerle llegar la noticia, no me deja ni entrar, me dice que me marche, no sin antes darme las gracias. Yo me quedo perplejo, yo me quedo sin palabras y sin saber el que hacer. Me siento en una roca y dejo pasar el tiempo, mientras el aire me da la cara. Se hace de noche y con ello, viene el frío y los lobos. Enciendo una hoguera e intento ahuyentarlos como puedo, pero son muchos y al final uno de ellos se lanza al brazo, el cuál no puedo sacármelo de encima. Los demás, por lo menos cuatro conté, hicieron lo mismo y solo pude rogar que fuera rápido, pero así no fue. Fue una muerte lenta, como mandada por alguien de alto rango en plena venganza. Marie no salió ni nadie llamó a nadie, a lo mejor no sintió ni sintieron mis llantos ni mis gritos de dolor. Todo al final se revuelve, todo al final se tiñe de rojo por culpa de la traición y la cobardía. Cruzada a cruzada, habíamos llegado a entablar confianza y amistad. Yo le admiraba y él me respetaba y le asombraba mi buena letra y mi buen hacer. Que pasó, sino la envidia y los celos por una bella mujer, lo que lo revolvió todo. Devolviéndome todo aquello que malogré, fui pasto de aquellos que son dueños de la oscuridad. Todo por un simple o no tan simple deseo. No logré mi objetivo, no logré mi deseo, solo que el destino se me volviera en contra mía.

sábado, 17 de octubre de 2020

 

                               MORIR EN EL ATARDECER

Como un juego de niños nos pensamos que es la vida y nada más lejos de la realidad, ya que esta es un asunto serio, cuando la mortandad afecta a una parte de la humanidad. Todo hay que mirarlo con lupa y no dejarse vencer, no hay nada que pueda con la sociedad si esta nace unida. Tengo más veinticinco años, quizás ya haya cumplido el doble, quién sabe. A saber,  ello me ha llevado a darme cuenta de que la vida es el valor más preciado que se tiene y con el que no se puede jugar.

Pedro, es un niño de unos diez años que corre con sus amigos en un parque, se me hace extraño el no verles con los móviles en las manos. Dicen que todos los niños van al cielo, seguro que es para darles una segunda oportunidad y vuelvan fortalecidos a la vida propiamente dicha. A lo mejor y solo a lo mejor, en cada nube del cielo hay un niño jugando, y cuando se cierra el día y se torna gris oscuro, es porque vuelven en masa. No hay nada más que temer, todo es un tránsito, un volver a nacer. Ya sea en el cielo o en el infierno, todos tenemos adónde ir, otra cosa es que lo elijamos con nuestro propio criterio, pero nada más.

No es por nada, pero es mi nieto y con su madre, que es mi hija, pasamos la tarde soleada de un sábado. Un sábado diferente, para un día diferente. Hoy es mi cumpleaños, la edad no importa, llega un momento que se deja de llevar la cuenta. No por nada, solo por no ver tan próximo el final. Así que disfruto de ver a tan joven niño, correr como lo hacía yo con su misma edad y no había las tecnologías de hoy en día. En un momento se para y fija su mirada en mí, cosa a la que yo le respondo.

         Pedro no me mires así, no llores, tu abuelo estará contigo siempre.

Un abejorro le zumba al oído a Pedro, no sabe si viene del cielo o del infierno, no sabe todavía ya que a su corta edad es puro, como el agua de los manantiales de las montañas. No sabe, pero el abejorro le zumba, intenta espantarlo con las manos pero no puede. Llega a temer por sus ojos y casi tapándoselos con las manos por completo, se dirige hacia su madre. Ella intenta consolarle y tranquilizarle, diciéndole que solo es una mosca muy grande.

      ¿Quién hace de testigo? Tu no, por favor. Que te tengo demasiado visto, necesito alguien diferente, alguien especial. Como en un jardín de rosas me encuentro, bailo y bailo. Pero todavía no encuentro mi testigo, testigo de mi amor. Mi amor por la vida, mi amor por el aire que respiro. No encuentro testigo, que firme con su corazón esta alianza. Le digo yo al viento, mientras, estirando las piernas para adelante,  cierro los ojos y me evado en el parque con el Sol tardío de cara.

Busco y busco y entre  un jardín de rosas me encuentro. Que feliz que soy y no sé a quién decírselo. No encuentro a nadie,  parece un jardín rodeado por un desierto de arena. Arena tórrida que no me deja ver el sol. Porque como me deje, intentaré alcanzarlo con las manos. Aunque me queme, aunque me abrase, ¡soy tan feliz!, que le haría testigo de mi alegría.  ¿Solo por el hecho de estar vivo, que más deseo?, no puedo desear más, que seguir bailando hasta la eternidad, al son de la música silenciosa.

Silenciosa y agradable. Solo el silencio mientras bailo. Mientras bailo, dejo mi cabeza volar, volar hacia donde yo desee y teniendo el Sol como testigo, qué más puedo pedir. Solo estar en mi jardín de rosas, con la única compañía de mi propio Ser.

Sigo con mi evasión, tengo al lado a mi hija, conque puedo desconectar por cinco minutos.

El Sol no sale, el desierto árido no le deja. Tendré que abrir la puerta y gritar. Gritar al cielo, lanzar un grito al aire. Para hacerme escuchar, ya que solo el silencio amortigua mi alegría. Una música silenciosa, para un baile, un baile de rosas.

Escorpiones en el anochecer, escorpiones que salen desde las mismísimas entrañas del desierto. Ya no bailo, ahora descanso. Descanso, pensando en un mañana. Un mañana que deseo que sea como el de hoy. Bailando en un jardín de rosas o ha sido todo un espejismo. Un espejismo de un desierto caluroso en extremo. Un desierto que te hace ver lo que quieres ver. Pues déjalo, a mí me hace feliz. Porque, aunque no he visto el Sol. He bailado, he disfrutado y espero en un mañana, hacerlo en compañía. Una compañía que no se hará esperar, solo tengo que pedírselo al Sol y éste, por su gracia, me lo concederá y también lo veré, como veré el jardín de rosas. Un jardín de rosas en mitad de un desierto árido, donde la verdadera compañía son los escorpiones.

Donde está el mundo, donde está la sociedad. Yo sigo en mi sueño, un sueño que es un jardín de  rosas. La noche es fría y aletarga mi baile, no sé que hacer, estoy demasiado nervioso como para dormir. Aunque creo que ya lo hago y me caliento, con la arena del desierto. No veo a estas horas el jardín, es oscuro. Será solo un sueño o se va a convertir en pesadilla. A saber.

      ¿Quién vuela bajo, quien quiere despertarme?, yo no quiero mirar al cielo, ahora oscuro y sin estrellas. Pero siento que no estoy solo, ¿quién vuela tan bajo, que siento casi hasta su respiración?

El Sol otoñal me calienta de verdad, mientras mi nieto juega ajeno a cualquier peligro, con la atenta mirada de su madre. Yo aprovecho y sigo con mi particular evasión o viaje.

Pasa por mi lado, ya sé que es. Es un buitre, se piensa que soy una presa. Se piensa, que en el frío nocturno voy a perecer, que voy a fallecer, perdiéndome en mi sueño. Vuelvo en sí, todo es un sueño. Menos el ave, que vuela por encima, a mi alrededor. Busco calor y me entierro en la arena, no hay árboles para hacer una quema. No hay nadie que me cobije y me dé abrigo. Yo solo busco el dormir y seguir en el sueño de mi jardín de rosas.

      Sol, ven a verme. Yo te adoro y quiero bailar, estoy viendo mi sombra en el jardín. Sol, ven a verme y te demostraré que soy de merecer. Solo quiero bailar, haz de testigo. Ya que no hay hombre, lo suficientemente valiente y osado para batirme en duelo o pelea. Sé tú mi testigo, solo espero y espero a verte salir por el horizonte. Un horizonte, que se pierde en mi vista. Ahora ciega, por la oscuridad de la noche, pero después me cegaré, me cegaré por mi ilusión y por tu luz. Yo seguiré bailando en mi jardín de rosas.

Espero el amanecer, un amanecer negro sin sol. Solo su sombra resplandecerá en el desierto, solo sus destellos serán capaces de atravesar el viento. Viento que enturbia el cielo y no deja que mire la cegadora luz del cielo. Vuelvo a mi jardín, vuelvo con mi música y bailo entre las rosas sin espinas, unas espinas que me atravesarían el alma y me harían despertar de mi letargo.

No aparece ningún rey o templario y yo no me puedo sentir como alguien que forma a la realeza. No hay caballero que monte a caballo, para partirle los lomos y pasearle su sangre  por la arena de las dunas. No quiero despertar, no quiero salir de mi jardín. Sin que antes haya llegado mi mujer, aquella que quiera hacerme grande y librarme de los escorpiones.

¿Me habla una serpiente o soy yo que deliro?, me habla y me dice que me vaya. ¿Qué me vaya, a dónde?  ¿Cómo ha entrado en mi jardín, habrá llegado entre las entrañas de la tierra y quiere conducirme a una pesadilla? Yo le digo, que no me salgo de mi sueño y ella me muerde, haciéndome despertar ante un doloroso grito.

Solo veo arena y más arena, el jardín ha desaparecido. Solo veo arena, ni serpientes ni escorpiones. Pero me miro la pierna dolorida y veo la marca de los colmillos. Me ha mordido, eso es cierto y verdadero. No es un sueño, que ocurrirá ahora….

Poco a poco, desfallezco y me quedo tumbado en la tierra del parque.. No hay templario, solo soy yo. El sol calienta en lo más alto. Ahora que no puedo tocarlo, sale. Veo o creo ver, alguien que corre, corre en mi busca. Es solo un espejismo, el veneno va haciendo su efecto, no volveré a bailar y ni tan siquiera caminar.

El Sol quiere hablarme, la luna ha desaparecido en el horizonte. Ya no puedo más, me muero. Me muero solo y sin testigos. La serpiente ha sabido morder y ¿ahora de quien seré, quien vendrá a buscar mi alma? Cierro los ojos despacio y para siempre, no habrá esta vez quien me despierte. Ya que no es un sueño, es la verdadera muerte, que se me lleva con ella.

Se hace el amanecer, nace un nuevo día y expira una nueva alma. ¿Qué será de aquel que marcha, qué será de aquel que no encuentre su nuevo camino?

Se marchó, se fue, pero siempre le quedará en el recuerdo los cuentos y las batallas de cuando era joven y era un apuesto truhan, hasta que quedo enamorado de la que es su abuela. Batallas difíciles de entender, pero que se las contaba diciéndole al oído que no hiciera lo mismo ya que ello te puede llevar a la perdición.

Falleció en su propio sueño, ¿cuál sería tal veneno que le mató?, todo será una incógnita. Lágrimas ruedan del rostro de Pedro, su madre, acongojada no sabe cómo reaccionar. Pero al menos ve, se da cuenta de la sonrisa que tiene su ya fallecida cara, a lo mejor es el rostro de la propia muerte, que como premio, ha querido que fuera en un sueño de un cálido día de otoño.

 

viernes, 2 de octubre de 2020

 

                                   ATARDECER EN PENUMBRA

Dicen, que a grandes rasgos el destino está escrito. Dicen, que a grandes rasgos cuando el atardecer es sombrío, las Sombras salen al acecho. Como buitres carroñeros salen en busca de alguna víctima, quién lo sabe. A saber.

Joel camina por la calle en dirección opuesta a su casa y no lo sabe, no se da cuenta que va a un destino incierto, incierto como es la palabra Alzheimer. No se da cuenta todavía su único hijo de lo que le pasa a Joel a su todavía no avanzada edad, ya que cuenta con tan solo sesenta años de vida en este mundo.

Sigue caminando, sigue andando, son las cinco de la tarde de un cercano ya invierno y la noche acecha, las farolas empiezan a encenderse y a tomar colorido también las luces navideñas. Estamos a mediados de diciembre de un  tal año, que prefiero dejar atrás. Todo no son cánticos y turrones, la fiesta sin las personas allegadas no es una fiesta y un jolgorio, que como cada año debe ir cogiendo forma, hasta llegar el fin del año.

En las avenidas de la gran ciudad, el bullicio es importante, la gente va y viene de sus compras navideñas, sin fijarse en si alguien necesita ayuda. Todo es como es, todo aquello es inculcado desde nuestra tierna infancia. Es muy fácil pasar por delante de alguien desorientado y no ofrecerle nuestro apoyo. Nadie, absolutamente nadie se compromete ni echa una mano. Todo se ha vuelto muy egoísta y Joel necesita ayuda.

El cielo está raso, así que la helada promete ser dura y Joel sigue caminando por las calles sin una dirección correcta. Que sería de aquellos que velan por nuestra seguridad si no estuviesen allí adónde hacen falta. La policía local está para lo que está, para servirnos de ayuda y de defensa. Es tal su desconcierto, que al final se da cuenta de que se ha perdido, no sabe, no se ubica y ello le lleva al desespero, tal es, que al final una pareja de policías se dan cuenta solo viendo el rostro desencajado y temeroso de Joel. Acercándose y con su máximo respeto le preguntan y le hablan. Le piden el carnet de identidad, no por otra cosa que no sea el saber adónde vive, adónde va y cuál es su destino.

Sorprendido se queda el agente, cuando ve que lleva consigo un teléfono.

      ¡El móvil!, lleva móvil, de esos antiguos pero lleva.

      ¿Tiene hijos, sabe cómo se llaman? Le pregunta en un tono suave.

Agita de forma negativa su cabeza, es tal su nerviosismo que empieza a pegarse el mismo, a golpearse con las manos el rostro. La pareja de policías, le retienen y lo intentan relajar, llaman a una ambulancia, esta no tarda en llegar. Al mismo tiempo y a voleo, llama a uno de los números que hay anotados en el teléfono.

Suena tres veces y a la cuarta, cogen la llamada y acierta….

      Hola. Disculpe, le llama la policía,  ¿cuál es su parentesco con Joel Sánchez?

      Soy su hijo. ¿Hay algún problema?

      No se preocupe, está con nosotros, se encuentra bien, algo desorientado, pero bien.

      ¿En qué calle se encuentran?

      Estamos en la avenida Madrid, ¿puede venir a buscarlo o prefiere que lo acerquemos a su casa?

      Me harían un gran favor si lo trajeran a casa, les espero aquí.

      No se preocupe, ahora vamos para allá.

Joel, en una pizca de luz, exclama y piensa ya más tranquilo, piensa y exclama…

“Dame fuerzas señor, dame fuerzas para que al menos no olvide mi nombre, maldita sea mi estampa, maldita sea aquella neurona que se ha parado y me ha dejado bloqueado. No puedo recordar más allá de mi nombre y edad”.

Como algo que le retuerce por dentro de sí mismo, le revuelve el estómago y se vuelve descuidado, pero a la vez le hierve la sangre. El bullicio de la gente, hace nacer bullicio dentro de sus venas. Gracias a la amabilidad de los policías, ha podido superar el trance, aunque mucho me temo no volverá a salir solo. Ya, sentado en la parte trasera del vehículo policial, cree escuchar cierta voz, que viene o atraviesa los cristales del coche policial.

“Dime viejo amigo, que ya te encuentras solo y sin ningún recuerdo. Dime cuál será tu próximo destino, cuál será el próximo acontecimiento, se acabaron los paseos por la gran ciudad. Eres todo mío y solo mío, yo seré tu dueño, pero no recordarás ni tu nombre. Así que hazte la idea, que ya mismo no tendrás memoria y te moverás menos que un árbol en un día sin viento”.

Veinte minutos dura el paseo y su hijo le espera desesperado, no sabe que pasa todavía. Es ajeno e incauto, no sabe nada, porque su padre había llevado sus pérdidas de memoria de forma oculta y secreta. Nunca se había percatado, quizás no le había mostrado la atención que necesitaba. Se promete a sí mismo que nunca más, así que abriéndole la puerta y dando las gracias a la pareja de policías lo hace entrar. Los nervios les comen a los dos, el susto les ha hecho reaccionar. Sentándose los dos en el sofá, ve la mirada perdida de Joel, como si no supiese dónde está.  Solo con el tabaco como compañero, fuma uno detrás de otro, se siente nervioso. ¿Quién eres tú?, le pregunta a su hijo. Que entre lloros, se lo recuerda. Con los ojos llenos de lágrimas le dice y le comenta, que es su única familia que le queda.

¡El testamento!, ahora se acuerda y no recuerda si lo ha hecho o no y se lo pregunta a su hijo, que sorprendido le responde que sí. Le acompaña a la habitación y mirando dentro de una carpeta de color azul ahí está la copia, todo listo y preparado, para el día que no esté. Él solo pregunta, al menos para sí mismo, cuando y para qué lo había dejado preparado. Su hijo entre sollozos, le recuerda que la madre ya ha fallecido y que fue al mes cuando lo dejó todo preparado. Solo para el día que él muera, solo para el día que falte esté todo en orden.

Abriendo una simple caja de zapatos, miran muchas fotos de vida andada, que como unos zapatos viejos, aguardan llenos de polvo el volver a ser vistos. Joel en la mitad de las fotos no se recuerda y en otras, echa unas risas con su ya hijo adulto. ¿Qué habrán sido de esos años en los que uno era más joven?, todo son vagos recuerdos de un ayer que hoy presente, lo ven muy cercanos, tanto, que en algunos de los casos han pasado cerca de treinta años.

Se hace de noche y ello les lleva a cenar y a dormir, es sábado y tienen todo el domingo para ellos dos. Pero así de tristes son los lances del destino, que a la mañana de un día que debería ser festivo se torna gris ceniza, como en polvo se convierte Joel. Tomando café en una terraza observa el ir y devenir de la gente. No se preocupa, no atiende a llamadas funestas. El hombre fallece, Joel no puede más y el alzhéimer, lo ha ido apagando demasiado rápido. Él quería vivir más, él era su sueño el ver a sus nietos ver crecer, pero su hijo se ha quedado soltero y sin pareja. No ha habido manera y tampoco ha puesto mucho empeño en ello, no era crucial para su vida. Así qué ahora con su marcha, solo le queda las fotos y poco más, siempre estará en su pensamiento y ruega, mejor dicho suplica, no padecer dicha enfermedad. Ya que morir sin saber, debe ser lo más triste que debe de haber.  Ya que aparece por la mañana frío en la cama, no sabe qué hacer, como si hubiese quedado congelado, se perpetúa en el tiempo, hasta que reacciona y agiliza los trámites para que sea incinerado.

Se ve solo en la funeraria, se ve solo velando a su difunto padre, tantos amigos tenía que ninguno de ellos vinieron a despedirse, a darle el último adiós. Vestido con un traje negro yace en el ataúd, con la cara sin expresión ninguna. Pero ve o al menos intuye, como si esbozara una sonrisa, como si hubiese hecho ya el viaje al otro lado. Eso le tranquiliza, solo no llega a comprender, como ninguno de aquellos que decían ser amigos incluso desde la infancia, no fuesen por respeto. Pero en fin, la noche pasa y al día siguiente es llevado al crematorio y con ello, cuando se ve preparado recoge las cenizas. Entre lloros, no puede evitarlo, llora sin desconsuelo por su tan rápida marcha.

No le ruega a ningún dios, ya que no cree en ellos. Solo habla con las cenizas de su padre, solo piensa en la mejor manera de esparcirlas y se acuerda, le viene a la memoria, como le gustaban los almendros en flor. Así que se acerca a un parque cercano, y rodeando uno de estos árboles, le guarda no un minuto si no cinco. Ahí, quieto mirando para abajo, se despide de él. Ya se aleja, ya se va para casa, pero antes necesita tomar un café. Hace frío y la navidad ya no va a existir. Se acabaron las cenas para dos, se acabaron los regalos y todas aquellas uvas de la suerte se desvanecen en el viento helado de diciembre.

Como la espada de Damocles, ha sido la marcha de Joel, ha segado no solo su vida si no también la de su vástago. Ahora se recluye, le llevará tiempo reconocer que ya no escuchará ni su voz ni su a veces mal humor. No sabe o sí, la cuestión es que el piso ahora le parece demasiado grande para él solo. Le viene a la cabeza lo de alquilar una habitación, pero perdería por completo su propia identidad e intimidad. Así, que armándose de valor sigue pasando la fregona, por su piso, ahora ya solo suyo.

Pasa el tiempo, pasan incluso un par de meses, hasta que al final se da cuenta de que la marcha ha sido definitiva. Se pregunta, que le diría si lo viese por última vez, si hubiese tenido la ocasión de despedirse cogiéndole de la mano. No lo entiende, todavía no le tocaba, tenían que haberse reído mucho más de lo que lo han hecho. Todo no son lloros ni lamentos, solo le queda la duda de siempre, de dónde venimos y adónde vamos. Espiritismo se llama, quiere contactar con él, que al menos no se sienta tan solo y tan abandonado.

No sabe cómo se hace, pero lo mira por internet, no quiere dejarse llevar por el instinto y quiere hacerlo de forma correcta, así que se pasa tres días mirando el cómo lograr contactar con una persona allegada, tan allegada como es la figura y el alma de su querido padre.

Divaga mientras enciende una vela y habla solo o al menos eso no se lo cree él….

“Como si fuese hoy, hace dos meses que te marchaste, dejando en mi interior un gran vacío en mi corazón. Me siento deprimido y solo el ver tu sonrisa y que me dijeras cuatro frases me quedaría contento. Solo lamento el haber estado demasiado metido en mí mismo, solo siento un desgarro por no haber mantenido más rato contigo. Vagos recuerdos me vienen de mi niñez y como me balanceabas en el parque. Vagos recuerdos me vienen, hasta cuando me saqué el carnet de conducir y lo celebramos como si la lotería nos hubiese tocado. Esos recuerdos y alguno más, pero son ellos pocos, para todos los que podían haber sido. Quiéreme, quiéreme mucho, que yo lo hago e intento hablar contigo mientras miro fijamente a la llama de la vela, que como si fuese cierto, se alza y se hace larga, como si hubiese acertado a la primera”.

Hay trenes de largo y corto recorrido, pero en fin el suyo ha sido de media distancia. No quiero recordar lo malo, no quiero recordar cuando tenía que decirte quién soy yo. No deseo que el vivir en este mundo sin su compañía sea lo que es, un verdadero calvario. Una soledad completa. Así que siendo las cinco de la tarde, me levanto de la mesa y apagando la vela, me marcho, me marcho y ando y ando. Temo a veces que me pase igual, pero recuerdo por ahora  las calles y también es de reconocer que soy más joven,  joven pero más solo.