MORIR EN EL ATARDECER
Como
un juego de niños nos pensamos que es la vida y nada más lejos de la realidad,
ya que esta es un asunto serio, cuando la mortandad afecta a una parte de la
humanidad. Todo hay que mirarlo con lupa y no dejarse vencer, no hay nada que
pueda con la sociedad si esta nace unida. Tengo más veinticinco años, quizás ya
haya cumplido el doble, quién sabe. A saber, ello me ha llevado a darme cuenta de que la
vida es el valor más preciado que se tiene y con el que no se puede jugar.
Pedro,
es un niño de unos diez años que corre con sus amigos en un parque, se me hace
extraño el no verles con los móviles en las manos. Dicen que todos los niños
van al cielo, seguro que es para darles una segunda oportunidad y vuelvan
fortalecidos a la vida propiamente dicha. A lo mejor y solo a lo mejor, en cada
nube del cielo hay un niño jugando, y cuando se cierra el día y se torna gris
oscuro, es porque vuelven en masa. No hay nada más que temer, todo es un
tránsito, un volver a nacer. Ya sea en el cielo o en el infierno, todos tenemos
adónde ir, otra cosa es que lo elijamos con nuestro propio criterio, pero nada
más.
No
es por nada, pero es mi nieto y con su madre, que es mi hija, pasamos la tarde
soleada de un sábado. Un sábado diferente, para un día diferente. Hoy es mi
cumpleaños, la edad no importa, llega un momento que se deja de llevar la
cuenta. No por nada, solo por no ver tan próximo el final. Así que disfruto de
ver a tan joven niño, correr como lo hacía yo con su misma edad y no había las
tecnologías de hoy en día. En un momento se para y fija su mirada en mí, cosa a
la que yo le respondo.
– Pedro no me mires así, no llores, tu
abuelo estará contigo siempre.
Un
abejorro le zumba al oído a Pedro, no sabe si viene del cielo o del infierno,
no sabe todavía ya que a su corta edad es puro, como el agua de los manantiales
de las montañas. No sabe, pero el abejorro le zumba, intenta espantarlo con las
manos pero no puede. Llega a temer por sus ojos y casi tapándoselos con las
manos por completo, se dirige hacia su madre. Ella intenta consolarle y
tranquilizarle, diciéndole que solo es una mosca muy grande.
– ¿Quién hace de testigo? Tu
no, por favor. Que te tengo demasiado visto, necesito alguien diferente,
alguien especial. Como en un jardín de rosas me encuentro, bailo y bailo. Pero
todavía no encuentro mi testigo, testigo de mi amor. Mi amor por la vida, mi
amor por el aire que respiro. No encuentro testigo, que firme con su corazón
esta alianza. Le digo yo al viento,
mientras, estirando las piernas para adelante, cierro los ojos y me evado en el parque con el
Sol tardío de cara.
Busco
y busco y entre un jardín de rosas me
encuentro. Que feliz que soy y no sé a quién decírselo. No encuentro a
nadie, parece un jardín rodeado por un
desierto de arena. Arena tórrida que no me deja ver el sol. Porque como me
deje, intentaré alcanzarlo con las manos. Aunque me queme, aunque me abrase, ¡soy
tan feliz!, que le haría testigo de mi alegría. ¿Solo por el hecho de estar vivo, que más
deseo?, no puedo desear más, que seguir bailando hasta la eternidad, al son de
la música silenciosa.
Silenciosa
y agradable. Solo el silencio mientras bailo. Mientras bailo, dejo mi cabeza
volar, volar hacia donde yo desee y teniendo el Sol como testigo, qué más puedo
pedir. Solo estar en mi jardín de rosas, con la única compañía de mi propio Ser.
Sigo con mi evasión, tengo
al lado a mi hija, conque puedo desconectar por cinco minutos.
El
Sol no sale, el desierto árido no le deja. Tendré que abrir la puerta y gritar.
Gritar al cielo, lanzar un grito al aire. Para hacerme escuchar, ya que solo el
silencio amortigua mi alegría. Una música silenciosa, para un baile, un baile de
rosas.
Escorpiones
en el anochecer, escorpiones que salen desde las mismísimas entrañas del
desierto. Ya no bailo, ahora descanso. Descanso, pensando en un mañana. Un
mañana que deseo que sea como el de hoy. Bailando en un jardín de rosas o ha
sido todo un espejismo. Un espejismo de un desierto caluroso en extremo. Un
desierto que te hace ver lo que quieres ver. Pues déjalo, a mí me hace feliz.
Porque, aunque no he visto el Sol. He bailado, he disfrutado y espero en un
mañana, hacerlo en compañía. Una compañía que no se hará esperar, solo tengo
que pedírselo al Sol y éste, por su gracia, me lo concederá y también lo veré,
como veré el jardín de rosas. Un jardín de rosas en mitad de un desierto árido,
donde la verdadera compañía son los escorpiones.
Donde
está el mundo, donde está la sociedad. Yo sigo en mi sueño, un sueño que es un
jardín de rosas. La noche es fría y
aletarga mi baile, no sé que hacer, estoy demasiado nervioso como para dormir.
Aunque creo que ya lo hago y me caliento, con la arena del desierto. No veo a
estas horas el jardín, es oscuro. Será solo un sueño o se va a convertir en
pesadilla. A saber.
– ¿Quién vuela bajo, quien
quiere despertarme?, yo no quiero mirar al cielo, ahora oscuro y sin estrellas.
Pero siento que no estoy solo, ¿quién vuela tan bajo, que siento casi hasta su
respiración?
El Sol otoñal me calienta de
verdad, mientras mi nieto juega ajeno a cualquier peligro, con la atenta mirada
de su madre. Yo aprovecho y sigo con mi particular evasión o viaje.
Pasa
por mi lado, ya sé que es. Es un buitre, se piensa que soy una presa. Se
piensa, que en el frío nocturno voy a perecer, que voy a fallecer, perdiéndome
en mi sueño. Vuelvo en sí, todo es un sueño. Menos el ave, que vuela por
encima, a mi alrededor. Busco calor y me entierro en la arena, no hay árboles
para hacer una quema. No hay nadie que me cobije y me dé abrigo. Yo solo busco
el dormir y seguir en el sueño de mi jardín de rosas.
– Sol, ven a verme. Yo te
adoro y quiero bailar, estoy viendo mi sombra en el jardín. Sol, ven a verme y
te demostraré que soy de merecer. Solo quiero bailar, haz de testigo. Ya que no
hay hombre, lo suficientemente valiente y osado para batirme en duelo o pelea.
Sé tú mi testigo, solo espero y espero a verte salir por el horizonte. Un
horizonte, que se pierde en mi vista. Ahora ciega, por la oscuridad de la
noche, pero después me cegaré, me cegaré por mi ilusión y por tu luz. Yo
seguiré bailando en mi jardín de rosas.
Espero
el amanecer, un amanecer negro sin sol. Solo su sombra resplandecerá en el desierto,
solo sus destellos serán capaces de atravesar el viento. Viento que enturbia el
cielo y no deja que mire la cegadora luz del cielo. Vuelvo a mi jardín, vuelvo
con mi música y bailo entre las rosas sin espinas, unas espinas que me
atravesarían el alma y me harían despertar de mi letargo.
No
aparece ningún rey o templario y yo no me puedo sentir como alguien que forma a
la realeza. No hay caballero que monte a caballo, para partirle los lomos y
pasearle su sangre por la arena de las
dunas. No quiero despertar, no quiero salir de mi jardín. Sin que antes haya
llegado mi mujer, aquella que quiera hacerme grande y librarme de los
escorpiones.
¿Me
habla una serpiente o soy yo que deliro?, me habla y me dice que me vaya. ¿Qué
me vaya, a dónde? ¿Cómo ha entrado en mi
jardín, habrá llegado entre las entrañas de la tierra y quiere conducirme a una
pesadilla? Yo le digo, que no me salgo de mi sueño y ella me muerde, haciéndome
despertar ante un doloroso grito.
Solo
veo arena y más arena, el jardín ha desaparecido. Solo veo arena, ni serpientes
ni escorpiones. Pero me miro la pierna dolorida y veo la marca de los
colmillos. Me ha mordido, eso es cierto y verdadero. No es un sueño, que
ocurrirá ahora….
Poco a poco, desfallezco y
me quedo tumbado en la tierra del parque.. No hay templario, solo soy yo. El
sol calienta en lo más alto. Ahora que no puedo tocarlo, sale. Veo o creo ver,
alguien que corre, corre en mi busca. Es solo un espejismo, el veneno va
haciendo su efecto, no volveré a bailar y ni tan siquiera caminar.
El
Sol quiere hablarme, la luna ha desaparecido en el horizonte. Ya no puedo más,
me muero. Me muero solo y sin testigos. La serpiente ha sabido morder y ¿ahora
de quien seré, quien vendrá a buscar mi alma? Cierro los ojos despacio y para
siempre, no habrá esta vez quien me despierte. Ya que no es un sueño, es la
verdadera muerte, que se me lleva con ella.
Se
hace el amanecer, nace un nuevo día y expira una nueva alma. ¿Qué será de aquel
que marcha, qué será de aquel que no encuentre su nuevo camino?
Se
marchó, se fue, pero siempre le quedará en el recuerdo los cuentos y las
batallas de cuando era joven y era un apuesto truhan, hasta que quedo enamorado
de la que es su abuela. Batallas difíciles de entender, pero que se las contaba
diciéndole al oído que no hiciera lo mismo ya que ello te puede llevar a la
perdición.
Falleció
en su propio sueño, ¿cuál sería tal veneno que le mató?, todo será una
incógnita. Lágrimas ruedan del rostro de Pedro, su madre, acongojada no sabe cómo
reaccionar. Pero al menos ve, se da cuenta de la sonrisa que tiene su ya
fallecida cara, a lo mejor es el rostro de la propia muerte, que como premio,
ha querido que fuera en un sueño de un cálido día de otoño.
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