sábado, 17 de octubre de 2020

 

                               MORIR EN EL ATARDECER

Como un juego de niños nos pensamos que es la vida y nada más lejos de la realidad, ya que esta es un asunto serio, cuando la mortandad afecta a una parte de la humanidad. Todo hay que mirarlo con lupa y no dejarse vencer, no hay nada que pueda con la sociedad si esta nace unida. Tengo más veinticinco años, quizás ya haya cumplido el doble, quién sabe. A saber,  ello me ha llevado a darme cuenta de que la vida es el valor más preciado que se tiene y con el que no se puede jugar.

Pedro, es un niño de unos diez años que corre con sus amigos en un parque, se me hace extraño el no verles con los móviles en las manos. Dicen que todos los niños van al cielo, seguro que es para darles una segunda oportunidad y vuelvan fortalecidos a la vida propiamente dicha. A lo mejor y solo a lo mejor, en cada nube del cielo hay un niño jugando, y cuando se cierra el día y se torna gris oscuro, es porque vuelven en masa. No hay nada más que temer, todo es un tránsito, un volver a nacer. Ya sea en el cielo o en el infierno, todos tenemos adónde ir, otra cosa es que lo elijamos con nuestro propio criterio, pero nada más.

No es por nada, pero es mi nieto y con su madre, que es mi hija, pasamos la tarde soleada de un sábado. Un sábado diferente, para un día diferente. Hoy es mi cumpleaños, la edad no importa, llega un momento que se deja de llevar la cuenta. No por nada, solo por no ver tan próximo el final. Así que disfruto de ver a tan joven niño, correr como lo hacía yo con su misma edad y no había las tecnologías de hoy en día. En un momento se para y fija su mirada en mí, cosa a la que yo le respondo.

         Pedro no me mires así, no llores, tu abuelo estará contigo siempre.

Un abejorro le zumba al oído a Pedro, no sabe si viene del cielo o del infierno, no sabe todavía ya que a su corta edad es puro, como el agua de los manantiales de las montañas. No sabe, pero el abejorro le zumba, intenta espantarlo con las manos pero no puede. Llega a temer por sus ojos y casi tapándoselos con las manos por completo, se dirige hacia su madre. Ella intenta consolarle y tranquilizarle, diciéndole que solo es una mosca muy grande.

      ¿Quién hace de testigo? Tu no, por favor. Que te tengo demasiado visto, necesito alguien diferente, alguien especial. Como en un jardín de rosas me encuentro, bailo y bailo. Pero todavía no encuentro mi testigo, testigo de mi amor. Mi amor por la vida, mi amor por el aire que respiro. No encuentro testigo, que firme con su corazón esta alianza. Le digo yo al viento, mientras, estirando las piernas para adelante,  cierro los ojos y me evado en el parque con el Sol tardío de cara.

Busco y busco y entre  un jardín de rosas me encuentro. Que feliz que soy y no sé a quién decírselo. No encuentro a nadie,  parece un jardín rodeado por un desierto de arena. Arena tórrida que no me deja ver el sol. Porque como me deje, intentaré alcanzarlo con las manos. Aunque me queme, aunque me abrase, ¡soy tan feliz!, que le haría testigo de mi alegría.  ¿Solo por el hecho de estar vivo, que más deseo?, no puedo desear más, que seguir bailando hasta la eternidad, al son de la música silenciosa.

Silenciosa y agradable. Solo el silencio mientras bailo. Mientras bailo, dejo mi cabeza volar, volar hacia donde yo desee y teniendo el Sol como testigo, qué más puedo pedir. Solo estar en mi jardín de rosas, con la única compañía de mi propio Ser.

Sigo con mi evasión, tengo al lado a mi hija, conque puedo desconectar por cinco minutos.

El Sol no sale, el desierto árido no le deja. Tendré que abrir la puerta y gritar. Gritar al cielo, lanzar un grito al aire. Para hacerme escuchar, ya que solo el silencio amortigua mi alegría. Una música silenciosa, para un baile, un baile de rosas.

Escorpiones en el anochecer, escorpiones que salen desde las mismísimas entrañas del desierto. Ya no bailo, ahora descanso. Descanso, pensando en un mañana. Un mañana que deseo que sea como el de hoy. Bailando en un jardín de rosas o ha sido todo un espejismo. Un espejismo de un desierto caluroso en extremo. Un desierto que te hace ver lo que quieres ver. Pues déjalo, a mí me hace feliz. Porque, aunque no he visto el Sol. He bailado, he disfrutado y espero en un mañana, hacerlo en compañía. Una compañía que no se hará esperar, solo tengo que pedírselo al Sol y éste, por su gracia, me lo concederá y también lo veré, como veré el jardín de rosas. Un jardín de rosas en mitad de un desierto árido, donde la verdadera compañía son los escorpiones.

Donde está el mundo, donde está la sociedad. Yo sigo en mi sueño, un sueño que es un jardín de  rosas. La noche es fría y aletarga mi baile, no sé que hacer, estoy demasiado nervioso como para dormir. Aunque creo que ya lo hago y me caliento, con la arena del desierto. No veo a estas horas el jardín, es oscuro. Será solo un sueño o se va a convertir en pesadilla. A saber.

      ¿Quién vuela bajo, quien quiere despertarme?, yo no quiero mirar al cielo, ahora oscuro y sin estrellas. Pero siento que no estoy solo, ¿quién vuela tan bajo, que siento casi hasta su respiración?

El Sol otoñal me calienta de verdad, mientras mi nieto juega ajeno a cualquier peligro, con la atenta mirada de su madre. Yo aprovecho y sigo con mi particular evasión o viaje.

Pasa por mi lado, ya sé que es. Es un buitre, se piensa que soy una presa. Se piensa, que en el frío nocturno voy a perecer, que voy a fallecer, perdiéndome en mi sueño. Vuelvo en sí, todo es un sueño. Menos el ave, que vuela por encima, a mi alrededor. Busco calor y me entierro en la arena, no hay árboles para hacer una quema. No hay nadie que me cobije y me dé abrigo. Yo solo busco el dormir y seguir en el sueño de mi jardín de rosas.

      Sol, ven a verme. Yo te adoro y quiero bailar, estoy viendo mi sombra en el jardín. Sol, ven a verme y te demostraré que soy de merecer. Solo quiero bailar, haz de testigo. Ya que no hay hombre, lo suficientemente valiente y osado para batirme en duelo o pelea. Sé tú mi testigo, solo espero y espero a verte salir por el horizonte. Un horizonte, que se pierde en mi vista. Ahora ciega, por la oscuridad de la noche, pero después me cegaré, me cegaré por mi ilusión y por tu luz. Yo seguiré bailando en mi jardín de rosas.

Espero el amanecer, un amanecer negro sin sol. Solo su sombra resplandecerá en el desierto, solo sus destellos serán capaces de atravesar el viento. Viento que enturbia el cielo y no deja que mire la cegadora luz del cielo. Vuelvo a mi jardín, vuelvo con mi música y bailo entre las rosas sin espinas, unas espinas que me atravesarían el alma y me harían despertar de mi letargo.

No aparece ningún rey o templario y yo no me puedo sentir como alguien que forma a la realeza. No hay caballero que monte a caballo, para partirle los lomos y pasearle su sangre  por la arena de las dunas. No quiero despertar, no quiero salir de mi jardín. Sin que antes haya llegado mi mujer, aquella que quiera hacerme grande y librarme de los escorpiones.

¿Me habla una serpiente o soy yo que deliro?, me habla y me dice que me vaya. ¿Qué me vaya, a dónde?  ¿Cómo ha entrado en mi jardín, habrá llegado entre las entrañas de la tierra y quiere conducirme a una pesadilla? Yo le digo, que no me salgo de mi sueño y ella me muerde, haciéndome despertar ante un doloroso grito.

Solo veo arena y más arena, el jardín ha desaparecido. Solo veo arena, ni serpientes ni escorpiones. Pero me miro la pierna dolorida y veo la marca de los colmillos. Me ha mordido, eso es cierto y verdadero. No es un sueño, que ocurrirá ahora….

Poco a poco, desfallezco y me quedo tumbado en la tierra del parque.. No hay templario, solo soy yo. El sol calienta en lo más alto. Ahora que no puedo tocarlo, sale. Veo o creo ver, alguien que corre, corre en mi busca. Es solo un espejismo, el veneno va haciendo su efecto, no volveré a bailar y ni tan siquiera caminar.

El Sol quiere hablarme, la luna ha desaparecido en el horizonte. Ya no puedo más, me muero. Me muero solo y sin testigos. La serpiente ha sabido morder y ¿ahora de quien seré, quien vendrá a buscar mi alma? Cierro los ojos despacio y para siempre, no habrá esta vez quien me despierte. Ya que no es un sueño, es la verdadera muerte, que se me lleva con ella.

Se hace el amanecer, nace un nuevo día y expira una nueva alma. ¿Qué será de aquel que marcha, qué será de aquel que no encuentre su nuevo camino?

Se marchó, se fue, pero siempre le quedará en el recuerdo los cuentos y las batallas de cuando era joven y era un apuesto truhan, hasta que quedo enamorado de la que es su abuela. Batallas difíciles de entender, pero que se las contaba diciéndole al oído que no hiciera lo mismo ya que ello te puede llevar a la perdición.

Falleció en su propio sueño, ¿cuál sería tal veneno que le mató?, todo será una incógnita. Lágrimas ruedan del rostro de Pedro, su madre, acongojada no sabe cómo reaccionar. Pero al menos ve, se da cuenta de la sonrisa que tiene su ya fallecida cara, a lo mejor es el rostro de la propia muerte, que como premio, ha querido que fuera en un sueño de un cálido día de otoño.

 

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