ATARDECER EN PENUMBRA
Dicen, que a grandes rasgos el
destino está escrito. Dicen, que a grandes rasgos cuando el atardecer es
sombrío, las Sombras salen al acecho. Como buitres carroñeros salen en busca de
alguna víctima, quién lo sabe. A saber.
Joel
camina por la calle en dirección opuesta a su casa y no lo sabe, no se da
cuenta que va a un destino incierto, incierto como es la palabra Alzheimer. No
se da cuenta todavía su único hijo de lo que le pasa a Joel a su todavía no
avanzada edad, ya que cuenta con tan solo sesenta años de vida en este mundo.
Sigue
caminando, sigue andando, son las cinco de la tarde de un cercano ya invierno y
la noche acecha, las farolas empiezan a encenderse y a tomar colorido también
las luces navideñas. Estamos a mediados de diciembre de un tal año, que prefiero dejar atrás. Todo no
son cánticos y turrones, la fiesta sin las personas allegadas no es una fiesta
y un jolgorio, que como cada año debe ir cogiendo forma, hasta llegar el fin del
año.
En
las avenidas de la gran ciudad, el bullicio es importante, la gente va y viene
de sus compras navideñas, sin fijarse en si alguien necesita ayuda. Todo es
como es, todo aquello es inculcado desde nuestra tierna infancia. Es muy fácil
pasar por delante de alguien desorientado y no ofrecerle nuestro apoyo. Nadie,
absolutamente nadie se compromete ni echa una mano. Todo se ha vuelto muy
egoísta y Joel necesita ayuda.
El
cielo está raso, así que la helada promete ser dura y Joel sigue caminando por las
calles sin una dirección correcta. Que sería de aquellos que velan por nuestra
seguridad si no estuviesen allí adónde hacen falta. La policía local está para
lo que está, para servirnos de ayuda y de defensa. Es tal su desconcierto, que
al final se da cuenta de que se ha perdido, no sabe, no se ubica y ello le
lleva al desespero, tal es, que al final una pareja de policías se dan cuenta
solo viendo el rostro desencajado y temeroso de Joel. Acercándose y con su
máximo respeto le preguntan y le hablan. Le piden el carnet de identidad, no
por otra cosa que no sea el saber adónde vive, adónde va y cuál es su destino.
Sorprendido
se queda el agente, cuando ve que lleva consigo un teléfono.
– ¡El móvil!, lleva móvil, de
esos antiguos pero lleva.
– ¿Tiene hijos, sabe cómo se
llaman? Le pregunta en un tono suave.
Agita
de forma negativa su cabeza, es tal su nerviosismo que empieza a pegarse el
mismo, a golpearse con las manos el rostro. La pareja de policías, le retienen
y lo intentan relajar, llaman a una ambulancia, esta no tarda en llegar. Al
mismo tiempo y a voleo, llama a uno de los números que hay anotados en el
teléfono.
Suena
tres veces y a la cuarta, cogen la llamada y acierta….
– Hola. Disculpe, le llama la
policía, ¿cuál es su parentesco con Joel
Sánchez?
– Soy su hijo. ¿Hay algún
problema?
– No se preocupe, está con
nosotros, se encuentra bien, algo desorientado, pero bien.
– ¿En qué calle se encuentran?
– Estamos en la avenida
Madrid, ¿puede venir a buscarlo o prefiere que lo acerquemos a su casa?
– Me harían un gran favor si
lo trajeran a casa, les espero aquí.
– No se preocupe, ahora vamos
para allá.
Joel,
en una pizca de luz, exclama y piensa ya más tranquilo, piensa y exclama…
“Dame fuerzas señor, dame
fuerzas para que al menos no olvide mi nombre, maldita sea mi estampa, maldita
sea aquella neurona que se ha parado y me ha dejado bloqueado. No puedo
recordar más allá de mi nombre y edad”.
Como
algo que le retuerce por dentro de sí mismo, le revuelve el estómago y se
vuelve descuidado, pero a la vez le hierve la sangre. El bullicio de la gente,
hace nacer bullicio dentro de sus venas. Gracias a la amabilidad de los policías,
ha podido superar el trance, aunque mucho me temo no volverá a salir solo. Ya,
sentado en la parte trasera del vehículo policial, cree escuchar cierta voz,
que viene o atraviesa los cristales del coche policial.
“Dime viejo amigo, que ya te
encuentras solo y sin ningún recuerdo. Dime cuál será tu próximo destino, cuál
será el próximo acontecimiento, se acabaron los paseos por la gran ciudad. Eres
todo mío y solo mío, yo seré tu dueño, pero no recordarás ni tu nombre. Así que
hazte la idea, que ya mismo no tendrás memoria y te moverás menos que un árbol
en un día sin viento”.
Veinte
minutos dura el paseo y su hijo le espera desesperado, no sabe que pasa
todavía. Es ajeno e incauto, no sabe nada, porque su padre había llevado sus
pérdidas de memoria de forma oculta y secreta. Nunca se había percatado, quizás
no le había mostrado la atención que necesitaba. Se promete a sí mismo que
nunca más, así que abriéndole la puerta y dando las gracias a la pareja de
policías lo hace entrar. Los nervios les comen a los dos, el susto les ha hecho
reaccionar. Sentándose los dos en el sofá, ve la mirada perdida de Joel, como
si no supiese dónde está. Solo con el tabaco
como compañero, fuma uno detrás de otro, se siente nervioso. ¿Quién eres tú?,
le pregunta a su hijo. Que entre lloros, se lo recuerda. Con los ojos llenos de
lágrimas le dice y le comenta, que es su única familia que le queda.
¡El
testamento!, ahora se acuerda y no recuerda si lo ha hecho o no y se lo
pregunta a su hijo, que sorprendido le responde que sí. Le acompaña a la
habitación y mirando dentro de una carpeta de color azul ahí está la copia,
todo listo y preparado, para el día que no esté. Él solo pregunta, al menos
para sí mismo, cuando y para qué lo había dejado preparado. Su hijo entre
sollozos, le recuerda que la madre ya ha fallecido y que fue al mes cuando lo
dejó todo preparado. Solo para el día que él muera, solo para el día que falte esté
todo en orden.
Abriendo
una simple caja de zapatos, miran muchas fotos de vida andada, que como unos
zapatos viejos, aguardan llenos de polvo el volver a ser vistos. Joel en la
mitad de las fotos no se recuerda y en otras, echa unas risas con su ya hijo
adulto. ¿Qué habrán sido de esos años en los que uno era más joven?, todo son
vagos recuerdos de un ayer que hoy presente, lo ven muy cercanos, tanto, que en
algunos de los casos han pasado cerca de treinta años.
Se
hace de noche y ello les lleva a cenar y a dormir, es sábado y tienen todo el
domingo para ellos dos. Pero así de tristes son los lances del destino, que a
la mañana de un día que debería ser festivo se torna gris ceniza, como en polvo
se convierte Joel. Tomando café en una terraza observa el ir y devenir de la gente. No se
preocupa, no atiende a llamadas funestas. El hombre fallece, Joel no puede más
y el alzhéimer, lo ha ido apagando demasiado rápido. Él quería vivir más, él
era su sueño el ver a sus nietos ver crecer, pero su hijo se ha quedado soltero
y sin pareja. No ha habido manera y tampoco ha puesto mucho empeño en ello, no
era crucial para su vida. Así qué ahora con su marcha, solo le queda las fotos
y poco más, siempre estará en su pensamiento y ruega, mejor dicho suplica, no
padecer dicha enfermedad. Ya que morir sin saber, debe ser lo más triste que
debe de haber. Ya que aparece por la
mañana frío en la cama, no sabe qué hacer, como si hubiese quedado congelado,
se perpetúa en el tiempo, hasta que reacciona y agiliza los trámites para que
sea incinerado.
Se
ve solo en la funeraria, se ve solo velando a su difunto padre, tantos amigos
tenía que ninguno de ellos vinieron a despedirse, a darle el último adiós. Vestido
con un traje negro yace en el ataúd, con la cara sin expresión ninguna. Pero ve
o al menos intuye, como si esbozara una sonrisa, como si hubiese hecho ya el
viaje al otro lado. Eso le tranquiliza, solo no llega a comprender, como
ninguno de aquellos que decían ser amigos incluso desde la infancia, no fuesen
por respeto. Pero en fin, la noche pasa y al día siguiente es llevado al
crematorio y con ello, cuando se ve preparado recoge las cenizas. Entre lloros,
no puede evitarlo, llora sin desconsuelo por su tan rápida marcha.
No
le ruega a ningún dios, ya que no cree en ellos. Solo habla con las cenizas de
su padre, solo piensa en la mejor manera de esparcirlas y se acuerda, le viene
a la memoria, como le gustaban los almendros en flor. Así que se acerca a un
parque cercano, y rodeando uno de estos árboles, le guarda no un minuto si no
cinco. Ahí, quieto mirando para abajo, se despide de él. Ya se aleja, ya se va
para casa, pero antes necesita tomar un café. Hace frío y la navidad ya no va a
existir. Se acabaron las cenas para dos, se acabaron los regalos y todas
aquellas uvas de la suerte se desvanecen en el viento helado de diciembre.
Como
la espada de Damocles, ha sido la marcha de Joel, ha segado no solo su vida si
no también la de su vástago. Ahora se recluye, le llevará tiempo reconocer que
ya no escuchará ni su voz ni su a veces mal humor. No sabe o sí, la cuestión es
que el piso ahora le parece demasiado grande para él solo. Le viene a la cabeza
lo de alquilar una habitación, pero perdería por completo su propia identidad e
intimidad. Así, que armándose de valor sigue pasando la fregona, por su piso,
ahora ya solo suyo.
Pasa
el tiempo, pasan incluso un par de meses, hasta que al final se da cuenta de
que la marcha ha sido definitiva. Se pregunta, que le diría si lo viese por
última vez, si hubiese tenido la ocasión de despedirse cogiéndole de la mano.
No lo entiende, todavía no le tocaba, tenían que haberse reído mucho más de lo
que lo han hecho. Todo no son lloros ni lamentos, solo le queda la duda de
siempre, de dónde venimos y adónde vamos. Espiritismo se llama, quiere contactar
con él, que al menos no se sienta tan solo y tan abandonado.
No
sabe cómo se hace, pero lo mira por internet, no quiere dejarse llevar por el
instinto y quiere hacerlo de forma correcta, así que se pasa tres días mirando
el cómo lograr contactar con una persona allegada, tan allegada como es la
figura y el alma de su querido padre.
Divaga
mientras enciende una vela y habla solo o al menos eso no se lo cree él….
“Como si fuese hoy, hace dos
meses que te marchaste, dejando en mi interior un gran vacío en mi corazón. Me
siento deprimido y solo el ver tu sonrisa y que me dijeras cuatro frases me
quedaría contento. Solo lamento el haber estado demasiado metido en mí mismo,
solo siento un desgarro por no haber mantenido más rato contigo. Vagos
recuerdos me vienen de mi niñez y como me balanceabas en el parque. Vagos
recuerdos me vienen, hasta cuando me saqué el carnet de conducir y lo
celebramos como si la lotería nos hubiese tocado. Esos recuerdos y alguno más,
pero son ellos pocos, para todos los que podían haber sido. Quiéreme, quiéreme
mucho, que yo lo hago e intento hablar contigo mientras miro fijamente a la
llama de la vela, que como si fuese cierto, se alza y se hace larga, como si
hubiese acertado a la primera”.
Hay
trenes de largo y corto recorrido, pero en fin el suyo ha sido de media
distancia. No quiero recordar lo malo, no quiero recordar cuando tenía que
decirte quién soy yo. No deseo que el vivir en este mundo sin su compañía sea
lo que es, un verdadero calvario. Una soledad completa. Así que siendo las
cinco de la tarde, me levanto de la mesa y apagando la vela, me marcho, me
marcho y ando y ando. Temo a veces que me pase igual, pero recuerdo por ahora las calles y también es de reconocer que soy
más joven, joven pero más solo.
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