Por atrás por favor.
Bajando de la montaña corro
deprisa, hago zigzag con mi coche, las curvas me las conozco y no veo
reflejadas en ellas las luces de ningún auto. Soy veloz, me siento un
superhombre. Soy un ganador, tengo ganas de subirme a la noria y alcanzar el
cielo oscuro de la noche, me apetece de todo y nada me llegará a satisfacer, lo
sé. Así que voy, así que como mi destino está escrito y yo a él lo saludo, lo
llamo por su nombre, aunque ahora no me acuerde de cuál es. Me dirijo hacia el
mayor error del hombre y de la humanidad, ¿qué cuál es?, a saber, yo solo sé que no sé
lo que quiero, ¿o sí? Llevo una botella de ginebra en la guantera, la guardo
como oro en paño, esa, esa es para el amanecer, cuando haya triunfado. Quizás
sea eso y eso cuando me muera, se me pueda perdonar, solo pienso, solo
reflexiono y divago. Pero, ¡zas!, qué
mejor que ello para darme cuenta de que soy basura, propiamente basura que hay
que reciclar. Todo o casi todo se recicla hoy en día, ¿porqué, no el Ser
humano? Eso y solo eso me da esperanza de conseguir mis metas. ¿Qué cuáles
son?, ¡buff!, ni yo mismo lo sé. Soy muy joven, me veo una larga vida para
llegar al zénit.
Bajando de la nube de mis sueños,
aparco como puedo, me bajo y me doy de morros con la realidad, una realidad
incompleta como yo mismo. Una estrella tan fugaz, tan fugaz que ni el más
avispado se da cuenta y nadie se hace una foto con mi imagen veloz. No sé
bailar, de ello me doy cuenta, así que la barra es mi mejor amiga. El camarero
al ver que consumo, me da charla y yo no hago otra cosa que pedir una, una más
y otra más. Hasta que me siento lo suficientemente borracho, lo suficientemente
dotado para dar dos mal pasos y me dirijo a la pista. Así que aquí estoy, me
creo el rey, no cualquiera, el Rey, ahora no sé de qué palo, porque me parece
que soy solo el de copas o el de bastos, porque los oros ya se los han llevado
y la espada, la espada se va a quedar sin desenfundar.
Bailando o al menos, moviendo
como puedo mí cuerpo, me encuentro en la sala disco de las afueras de una de
las principales ciudades y me fijo en una chica y le guiño un ojo y le digo…
–
- Hola guapa, ¿quieres tomar una copa conmigo? Te
puedo contar mil y una historias, solo debes aceptar a tomar una, nada más.
Conóceme un poquito y seré tuyo para siempre. Solo una, chica solo una y me
tatuaré tu nombre en mi antebrazo. ¿Te parece buena idea?
La risa se adueña de casi toda la
sala, un hombre grande y corpulento se me acerca. Me agarra de mis partes y no
para de apretar, el dolor me sube hasta la cabeza, eliminando de ella todo el
alcohol. No respiro, el ahogo me hace vomitar en todo el centro de la pista y me
hace poner la cara roja y yo, el Rey, sí yo, acabo marchándome del lugar.
Malhumorado e insatisfecho acabo en mi casa. Arriba sí, en la montaña, en mi
lugar preferido. Un parking, un escampado en lo alto de la ciudad, dónde es mi casa,
en mi coche y mi familia el lugar. Llueve, empieza a llover, está a punto de
llegar la primavera y yo sigo sin florecer, sin ser capaz de llegar a la cópula
y ser lo que debo de ser. Pienso en la chica, sí pienso en ella y en cientos de
ellas, así que acabo jugando al “solitario”, es mí única forma de desahogarme,
es mí única forma de satisfacerme que me queda. ¡Oh!, Satán dame diez minutos o quizás algo más y me sentiré feliz,
inmensamente feliz. Llueve, las gotas rebotan en el cristal y en el techo del
coche, parece un bombardeo. Solo siento eso, el caer del agua y la música
estridente de los altavoces del salpicadero, mientras el limpiaparabrisas, me
hace centrar mi mirada en ello.
“Tócame, tócame mucho y acaricia mis piernas, llegando hasta la ingle,
solo hasta ahí. ¡Ah!, tú sí que sabes satisfacerme, ves, ves estos veinte
euros, son tuyos. Tómate, tómate algo conmigo, hazme compañía y serás la reina
del lugar. Tú no sabes quién soy, pero si sigues un ratito más conmigo lo
sabrás y podrás alardear de que has sido mía. Que te he poseído y te he llevado
al séptimo cielo, porque al infierno ya me voy o simplemente me mandan en un
correo postal. Quédate, quédate conmigo y tócame, tócame mucho, que mi
desenfreno no tenga final y sea como una locomotora a vapor y eche humo,
mientras te llevo hasta el clímax, hasta la última estación, pero tranquila que
no soy el último tren”.
Todo dura lo que dura, maldita
sea mi suerte, es que no tengo remedio. Solo el momento privado de la noche, me
hace satisfacer mis más bajos instintos y solo pienso por un momento, que el
tiempo se detiene y soy el Rey. Ese rey que me gustaría ser y que no lo consigo
por mi mal beber, será por eso o porque llevo la misma ropa y la misma barba
hace un mes. Da igual, yo a lo mío. La música, la lluvia, el limpiaparabrisas
que sigue para arriba y para abajo, me acompaña a modo de compás y sigo y sigo
hasta el final. Ahora sí que me falta el aire, por un par de segundos soy
tremendamente feliz.
Acabo, Satán me ha escuchado y me
ha dado esos minutos de gloria o de ocaso. Soy joven, demasiado joven, solo
debo pensar en que debo reciclarme, que debo cambiar algunos aspectos y hábitos
y conseguiré mis metas. Eso, eso no deja de hacerme sentir culpable, porque no
quiero ser así. Abro la guantera, gracias a mis reflejos no se me cae una
botella de Gordon’s. Está medio llena,
soy positivo, así que me la bebo a sorbos. Satisfecho me quedo dormido, no me
doy cuenta, el tiempo pasa y con ello la noche. La lluvia sigue cayendo, pero
con menos fuerza, intento arrancar el coche, pero la humedad a calado en él y
me deja tirado. Me bajo, el agua me resbala, como todo en cierta manera, pero
eso no evita mi enojo y mi enfado. Dándole un puntapié miro la vista de la
ciudad, como despierta poco a poco, pero hoy el Sol dice “adiós”, cierro los puños en tensión y aprieto los dientes,
diciéndome para mí mismo, “que he hecho
para merecer tal destino”.
No tengo familia, no tengo
trabajo, duermo y vivo y levito en un coche comprado por poco dinero, gracias a
un trabajo dónde poco duré. Todo por mi ira y mi falta de compromiso y falta de
puntualidad. Eso no debería ir con mi forma de ser, ya lo sé, debería
comprometerme. Pero van pasando el tiempo y con ello los años, voy envejeciendo
y el coche ya le chirrían las puertas. Siempre llevo la misma ropa, no suelo
ducharme como no sea en alguna oportunidad en algún albergue. La gente ya no me
mira, me hago invisible y con ello paso ya desapercibido. Me quedo afuera de
todo aquello que importa, un trabajo, una casa, una mujer, qué más da. La rabia
no atrae, la codicia no me atrae a mí y al final claudiqué, me di por vencido y
con ello me vi abocado al borde de la locura o qué más da. No tengo nombre ni
carnet, ya que lo perdí y nadie sabe quién soy, ni siquiera yo ya lo sé. Un
hombre, solo era un joven destinado a no tener futuro, todo por querer ser el
Rey, no cualquier rey, quizás me hubiera tenido que conformar con las cartas
que me dieron al nacer, pero quise cambiarlas y ello, ello me abocó a mi
perdición. Todo duró lo que duró, todo fue lo que fue y con ello reaccioné,
tarde pero reaccioné. Poco duró, al poco unas nuevas amistades, acostumbrado a
ellas codearme, me enseñaron caminos de vinos y otras cosas y con ellos debido
a mis malos hábitos y malas costumbres, me vi perdido, me vi fuera de mí, sin
lugar a dónde refugiarme y sin saber a quién abrazar, porque en definitiva es
cierto que todos necesitamos cariño.
Yo recé, yo oré, incluso llegué a
entrar a una iglesia. De rodillas supliqué a un hombre que estaba clavado en
una cruz y al final me quedé solo, me quedé compuesto y sin novia, todo por
culpa, todo por mí mal hacer. Ya dejé de soñar, ya dejé de merecer y solo tuve
la ocasión alguna vez y por egoísmo, lo perdí todo. La avaricia rompe el saco,
la envidia me corroe y todo aquello que deseo ya está elegido. Así que ahora
vagabundeo por las calles de esta ciudad, pidiendo limosna para beber una copa
más. No quiero albergues, no quiero oportunidades, me doy por vencido, me doy
por callado y maltratado. Todo ocurre así, aquí gana la hipocresía y la
mentira. Aquí gana lo que uno no desea y como es así prefiero el puente o el
metro, la estación de tren o la de autobuses. Veo la gente ir y venir, yo me
río, a mí me satisface y sobre todo si veo pasar una chica guapa de buen ver. La
vista aún no engaña, aunque se pierda con los años, siempre algo refleja.
Ya no soy el que era, ya no tengo
veinticinco años, tengo ya cuarenta y todo pasa, todo pasa y todo termina, así
qué, ¿qué más puedo pedir? Las luces de la noche me encantan, las farolas de
las calles iluminan el turbio lugar adónde habito, quién hace a quién, quién es
el portador del saber del triunfo, todo por una copa más, sería capaz hasta de… qué más da, no sé si sería capaz.
Iré al infierno, eso seguro. Iré
para abajo, de eso estoy convencido. Qué más da, todo lo que pido ha sido
servido y yo, como un idiota lo he perdido. Merodeando por los oscuros
callejones, donde la luz de la farola no refleja. Alguien se me acerca por
detrás y me dice y me llama “amigo”.
–
- ¿Qué haces tan solo?, ven conmigo, te invito a
una copa y a lo que quieras.
Dos rayas, dos líneas blancas,
comportaron mi curva descendente hacia la perdición. ¿Qué fue de aquel, qué fue
de aquello que fui? No se sabe, si fue por un ataque de histeria o fue por un
ataque de soberbia. Solo tenía, solo contaba con veinticinco años y ya puse mi
barco a la deriva, ya no encontré puerto de mar, ya que las olas me
precipitaron contra las rocosas playas del Norte. Con que ahora con cuarenta, qué más da. Le
acompañé, por un tiempo me reconfortó, no me sentí tan solo, habían muchos como
yo y el verme reflejado no sé si fue de mal ganar o de mal perder. Aunque yo ya
hacía tiempo que lo había perdido todo, todo por culpa de aquel que yo ya consideraba
mi hermano y lo que era es un desalmado, que solo buscaba mi perdición.
El destino dicen que no está
marcado, yo creo que en mi caso me pusieron una equis en la frente y ya fui
ganado para la sociedad, carne de cañón para todo aquel que se me acercaba. Una
partida de cartas, un tapete en dónde poder dejar los pocos dineros que llevaba
en mi descosido bolsillo. Todo era lo que era y con ello, me llegaron los
buitres que están al acecho de aquel que no sabe ni siquiera que existe. Todo
fue tan real, como una película sin final, sin saber el destino de aquel o de
aquello que nos rodea.
Años, muchos años me llevaron el
buscar mi propio Norte, ya que mi brújula quedó rota por toda una falsa amistad, pero no merece la pena ni
recordar. Solo diré que fueron días de vino y algo más, ese algo más me lo
guardo o quizás lo cuente más adelante, pero por ahora me lo reservo. Total
solo tenía veinticinco años y ahora con cuarenta ya era todo un perdedor y mi
vida iba a ser pasada con más pena que gloria. Ahora a veces recapacito y
pienso, pienso y recapacito…
“Me pensaba ganador, me pensaba luchador y era todo lo contrario, solo
un corredor de malos bares y malos hábitos, yo ya no me siento más engañado ya
que todo cambia, como cuando sale el Sol y despierta el día. La resaca te
recuerda que ha sido otra noche perdida y sin más sigue así, sin cambiar como
un boomerang me devuelve la bofetada, como una mala jugada me devuelve mis malas
cartas”.
Recuerdos de un ayer que hay que
olvidar o al menos no volver a vivir, ya que no es de mérito u orgullo propio,
el caminar sentido de la soberbia o del orgullo. Hoy he vuelto a nacer, hoy me
he vuelto a levantar, aunque camino solo respiro el aire limpio del respeto y
de la bondad hacia el prójimo. Ello me lleva a saber que todo aquello que ahora
siembro, será brotado como olivos en medio de la ciudad. Alguien de verdad se
me acercó por detrás y poniendo su mano en mi hombro, me hizo girar no solo la
cabeza para ver quién era. No era la chica, no era el hombre corpulento y mucho
menos el que me llamo “amigo”. Solo
diré que quién puede reciclar a quién, solo uno mismo no, necesitaba ayuda y
esa mano me condujo a la alegría, a la verdadera alegría. A veces no creemos
que existen, pero sí que existen y gracias a esa persona, todo cambia.
Como un alma poderosa me siento,
como un ave rapaz vuelo alto sin llegar a saber de más malas caídas, de fallos
y altos vuelos en los que los picos de las montañas son falsas laderas sin
importancia. Me considero fuera de cualquier tipo de histeria, de
confrontación, ya que soy el mejor, ya que soy el más poderoso. Esta fuera de
lugar, cualquier idea, cualquier imagen de ambigüedad.
No puede ser, yo no soy de
soberbio ni retrógrado, quizás un poco chapado a la antigua, pero nada más. En
mí no alberga ningún tipo de maldad, solo ser un poco quisquilloso y quizás y
solo quizás, algo embaucador y malintencionado. Pero de ello, a ser malvado va
un trecho, bueno, un trecho de dos centímetros, como de delgada es la línea que
lo separa. Yo solo buscaba diversión, solo eso, ya que estoy vivo me quería
divertir y ser feliz. Con un par de copas de más, a lo mejor, solo necesitaba compañía,
compañía para poder no sentirme tan mal, a sabiendas que hago lo peor que se
puede hacer, que es vivir.