martes, 31 de marzo de 2020


                                               Por atrás por favor.

Bajando de la montaña corro deprisa, hago zigzag con mi coche, las curvas me las conozco y no veo reflejadas en ellas las luces de ningún auto. Soy veloz, me siento un superhombre. Soy un ganador, tengo ganas de subirme a la noria y alcanzar el cielo oscuro de la noche, me apetece de todo y nada me llegará a satisfacer, lo sé. Así que voy, así que como mi destino está escrito y yo a él lo saludo, lo llamo por su nombre, aunque ahora no me acuerde de cuál es. Me dirijo hacia el mayor error del hombre y de la humanidad,  ¿qué cuál es?, a saber, yo solo sé que no sé lo que quiero, ¿o sí? Llevo una botella de ginebra en la guantera, la guardo como oro en paño, esa, esa es para el amanecer, cuando haya triunfado. Quizás sea eso y eso cuando me muera, se me pueda perdonar, solo pienso, solo reflexiono y divago. Pero, ¡zas!,  qué mejor que ello para darme cuenta de que soy basura, propiamente basura que hay que reciclar. Todo o casi todo se recicla hoy en día, ¿porqué, no el Ser humano? Eso y solo eso me da esperanza de conseguir mis metas. ¿Qué cuáles son?, ¡buff!, ni yo mismo lo sé. Soy muy joven, me veo una larga vida para llegar al zénit.

Bajando de la nube de mis sueños, aparco como puedo, me bajo y me doy de morros con la realidad, una realidad incompleta como yo mismo. Una estrella tan fugaz, tan fugaz que ni el más avispado se da cuenta y nadie se hace una foto con mi imagen veloz. No sé bailar, de ello me doy cuenta, así que la barra es mi mejor amiga. El camarero al ver que consumo, me da charla y yo no hago otra cosa que pedir una, una más y otra más. Hasta que me siento lo suficientemente borracho, lo suficientemente dotado para dar dos mal pasos y me dirijo a la pista. Así que aquí estoy, me creo el rey, no cualquiera, el Rey, ahora no sé de qué palo, porque me parece que soy solo el de copas o el de bastos, porque los oros ya se los han llevado y la espada, la espada se va a quedar sin desenfundar.

Bailando o al menos, moviendo como puedo mí cuerpo, me encuentro en la sala disco de las afueras de una de las principales ciudades y me fijo en una chica y le guiño un ojo y le digo…
       
                      -     Hola guapa, ¿quieres tomar una copa conmigo? Te puedo contar mil y una historias, solo debes aceptar a tomar una, nada más. Conóceme un poquito y seré tuyo para siempre. Solo una, chica solo una y me tatuaré tu nombre en mi antebrazo. ¿Te parece buena idea?

La risa se adueña de casi toda la sala, un hombre grande y corpulento se me acerca. Me agarra de mis partes y no para de apretar, el dolor me sube hasta la cabeza, eliminando de ella todo el alcohol. No respiro, el ahogo me hace vomitar en todo el centro de la pista y me hace poner la cara roja y yo, el Rey, sí yo, acabo marchándome del lugar. Malhumorado e insatisfecho acabo en mi casa. Arriba sí, en la montaña, en mi lugar preferido. Un parking, un escampado en lo alto de la ciudad, dónde es mi casa, en mi coche y mi familia el lugar. Llueve, empieza a llover, está a punto de llegar la primavera y yo sigo sin florecer, sin ser capaz de llegar a la cópula y ser lo que debo de ser. Pienso en la chica, sí pienso en ella y en cientos de ellas, así que acabo jugando al “solitario”, es mí única forma de desahogarme, es mí única forma de satisfacerme que me queda. ¡Oh!, Satán dame diez minutos o quizás algo más y me sentiré feliz, inmensamente feliz. Llueve, las gotas rebotan en el cristal y en el techo del coche, parece un bombardeo. Solo siento eso, el caer del agua y la música estridente de los altavoces del salpicadero, mientras el limpiaparabrisas, me hace centrar mi mirada en ello.

“Tócame, tócame mucho y acaricia mis piernas, llegando hasta la ingle, solo hasta ahí. ¡Ah!, tú sí que sabes satisfacerme, ves, ves estos veinte euros, son tuyos. Tómate, tómate algo conmigo, hazme compañía y serás la reina del lugar. Tú no sabes quién soy, pero si sigues un ratito más conmigo lo sabrás y podrás alardear de que has sido mía. Que te he poseído y te he llevado al séptimo cielo, porque al infierno ya me voy o simplemente me mandan en un correo postal. Quédate, quédate conmigo y tócame, tócame mucho, que mi desenfreno no tenga final y sea como una locomotora a vapor y eche humo, mientras te llevo hasta el clímax, hasta la última estación, pero tranquila que no soy el último tren”.

Todo dura lo que dura, maldita sea mi suerte, es que no tengo remedio. Solo el momento privado de la noche, me hace satisfacer mis más bajos instintos y solo pienso por un momento, que el tiempo se detiene y soy el Rey. Ese rey que me gustaría ser y que no lo consigo por mi mal beber, será por eso o porque llevo la misma ropa y la misma barba hace un mes. Da igual, yo a lo mío. La música, la lluvia, el limpiaparabrisas que sigue para arriba y para abajo, me acompaña a modo de compás y sigo y sigo hasta el final. Ahora sí que me falta el aire, por un par de segundos soy tremendamente feliz.

Acabo, Satán me ha escuchado y me ha dado esos minutos de gloria o de ocaso. Soy joven, demasiado joven, solo debo pensar en que debo reciclarme, que debo cambiar algunos aspectos y hábitos y conseguiré mis metas. Eso, eso no deja de hacerme sentir culpable, porque no quiero ser así. Abro la guantera, gracias a mis reflejos no se me cae una botella de Gordon’s.  Está medio llena, soy positivo, así que me la bebo a sorbos. Satisfecho me quedo dormido, no me doy cuenta, el tiempo pasa y con ello la noche. La lluvia sigue cayendo, pero con menos fuerza, intento arrancar el coche, pero la humedad a calado en él y me deja tirado. Me bajo, el agua me resbala, como todo en cierta manera, pero eso no evita mi enojo y mi enfado. Dándole un puntapié miro la vista de la ciudad, como despierta poco a poco, pero hoy el Sol dice “adiós”, cierro los puños en tensión y aprieto los dientes, diciéndome para mí mismo, “que he hecho para merecer tal destino”.

No tengo familia, no tengo trabajo, duermo y vivo y levito en un coche comprado por poco dinero, gracias a un trabajo dónde poco duré. Todo por mi ira y mi falta de compromiso y falta de puntualidad. Eso no debería ir con mi forma de ser, ya lo sé, debería comprometerme. Pero van pasando el tiempo y con ello los años, voy envejeciendo y el coche ya le chirrían las puertas. Siempre llevo la misma ropa, no suelo ducharme como no sea en alguna oportunidad en algún albergue. La gente ya no me mira, me hago invisible y con ello paso ya desapercibido. Me quedo afuera de todo aquello que importa, un trabajo, una casa, una mujer, qué más da. La rabia no atrae, la codicia no me atrae a mí y al final claudiqué, me di por vencido y con ello me vi abocado al borde de la locura o qué más da. No tengo nombre ni carnet, ya que lo perdí y nadie sabe quién soy, ni siquiera yo ya lo sé. Un hombre, solo era un joven destinado a no tener futuro, todo por querer ser el Rey, no cualquier rey, quizás me hubiera tenido que conformar con las cartas que me dieron al nacer, pero quise cambiarlas y ello, ello me abocó a mi perdición. Todo duró lo que duró, todo fue lo que fue y con ello reaccioné, tarde pero reaccioné. Poco duró, al poco unas nuevas amistades, acostumbrado a ellas codearme, me enseñaron caminos de vinos y otras cosas y con ellos debido a mis malos hábitos y malas costumbres, me vi perdido, me vi fuera de mí, sin lugar a dónde refugiarme y sin saber a quién abrazar, porque en definitiva es cierto que todos necesitamos cariño.

Yo recé, yo oré, incluso llegué a entrar a una iglesia. De rodillas supliqué a un hombre que estaba clavado en una cruz y al final me quedé solo, me quedé compuesto y sin novia, todo por culpa, todo por mí mal hacer. Ya dejé de soñar, ya dejé de merecer y solo tuve la ocasión alguna vez y por egoísmo, lo perdí todo. La avaricia rompe el saco, la envidia me corroe y todo aquello que deseo ya está elegido. Así que ahora vagabundeo por las calles de esta ciudad, pidiendo limosna para beber una copa más. No quiero albergues, no quiero oportunidades, me doy por vencido, me doy por callado y maltratado. Todo ocurre así, aquí gana la hipocresía y la mentira. Aquí gana lo que uno no desea y como es así prefiero el puente o el metro, la estación de tren o la de autobuses. Veo la gente ir y venir, yo me río, a mí me satisface y sobre todo si veo pasar una chica guapa de buen ver. La vista aún no engaña, aunque se pierda con los años, siempre algo refleja.

Ya no soy el que era, ya no tengo veinticinco años, tengo ya cuarenta y todo pasa, todo pasa y todo termina, así qué, ¿qué más puedo pedir? Las luces de la noche me encantan, las farolas de las calles iluminan el turbio lugar adónde habito, quién hace a quién, quién es el portador del saber del triunfo, todo por una copa más, sería capaz hasta de…  qué más da, no sé si sería capaz.

Iré al infierno, eso seguro. Iré para abajo, de eso estoy convencido. Qué más da, todo lo que pido ha sido servido y yo, como un idiota lo he perdido. Merodeando por los oscuros callejones, donde la luz de la farola no refleja. Alguien se me acerca por detrás y me dice y me llama “amigo”.
       
                -       ¿Qué haces tan solo?, ven conmigo, te invito a una copa y a lo que quieras.

Dos rayas, dos líneas blancas, comportaron mi curva descendente hacia la perdición. ¿Qué fue de aquel, qué fue de aquello que fui? No se sabe, si fue por un ataque de histeria o fue por un ataque de soberbia. Solo tenía, solo contaba con veinticinco años y ya puse mi barco a la deriva, ya no encontré puerto de mar, ya que las olas me precipitaron contra las rocosas playas del Norte.  Con que ahora con cuarenta, qué más da. Le acompañé, por un tiempo me reconfortó, no me sentí tan solo, habían muchos como yo y el verme reflejado no sé si fue de mal ganar o de mal perder. Aunque yo ya hacía tiempo que lo había perdido todo, todo por culpa de aquel que yo ya consideraba mi hermano y lo que era es un desalmado, que solo buscaba mi perdición.

El destino dicen que no está marcado, yo creo que en mi caso me pusieron una equis en la frente y ya fui ganado para la sociedad, carne de cañón para todo aquel que se me acercaba. Una partida de cartas, un tapete en dónde poder dejar los pocos dineros que llevaba en mi descosido bolsillo. Todo era lo que era y con ello, me llegaron los buitres que están al acecho de aquel que no sabe ni siquiera que existe. Todo fue tan real, como una película sin final, sin saber el destino de aquel o de aquello que nos rodea.

Años, muchos años me llevaron el buscar mi propio Norte, ya que mi brújula quedó rota por toda una  falsa amistad, pero no merece la pena ni recordar. Solo diré que fueron días de vino y algo más, ese algo más me lo guardo o quizás lo cuente más adelante, pero por ahora me lo reservo. Total solo tenía veinticinco años y ahora con cuarenta ya era todo un perdedor y mi vida iba a ser pasada con más pena que gloria. Ahora a veces recapacito y pienso, pienso y recapacito…

“Me pensaba ganador, me pensaba luchador y era todo lo contrario, solo un corredor de malos bares y malos hábitos, yo ya no me siento más engañado ya que todo cambia, como cuando sale el Sol y despierta el día. La resaca te recuerda que ha sido otra noche perdida y sin más sigue así, sin cambiar como un boomerang me devuelve la bofetada, como una mala jugada me devuelve mis malas cartas”.

Recuerdos de un ayer que hay que olvidar o al menos no volver a vivir, ya que no es de mérito u orgullo propio, el caminar sentido de la soberbia o del orgullo. Hoy he vuelto a nacer, hoy me he vuelto a levantar, aunque camino solo respiro el aire limpio del respeto y de la bondad hacia el prójimo. Ello me lleva a saber que todo aquello que ahora siembro, será brotado como olivos en medio de la ciudad. Alguien de verdad se me acercó por detrás y poniendo su mano en mi hombro, me hizo girar no solo la cabeza para ver quién era. No era la chica, no era el hombre corpulento y mucho menos el que me llamo “amigo”. Solo diré que quién puede reciclar a quién, solo uno mismo no, necesitaba ayuda y esa mano me condujo a la alegría, a la verdadera alegría. A veces no creemos que existen, pero sí que existen y gracias a esa persona, todo cambia.

Como un alma poderosa me siento, como un ave rapaz vuelo alto sin llegar a saber de más malas caídas, de fallos y altos vuelos en los que los picos de las montañas son falsas laderas sin importancia. Me considero fuera de cualquier tipo de histeria, de confrontación, ya que soy el mejor, ya que soy el más poderoso. Esta fuera de lugar, cualquier idea, cualquier imagen de ambigüedad.

No puede ser, yo no soy de soberbio ni retrógrado, quizás un poco chapado a la antigua, pero nada más. En mí no alberga ningún tipo de maldad, solo ser un poco quisquilloso y quizás y solo quizás, algo embaucador y malintencionado. Pero de ello, a ser malvado va un trecho, bueno, un trecho de dos centímetros, como de delgada es la línea que lo separa. Yo solo buscaba diversión, solo eso, ya que estoy vivo me quería divertir y ser feliz. Con un par de copas de más, a lo mejor, solo necesitaba compañía, compañía para poder no sentirme tan mal, a sabiendas que hago lo peor que se puede hacer, que es vivir.



miércoles, 25 de marzo de 2020


                                                  Como un ciclón

Maldita sea, maldito sea aquel que se me asemeja y que se dé con un canto en los dientes, que así se les pudran. Estoy aquí y no me desvaneceré, estoy allí y lucharé por todo aquello que tiene sentido y porque no, también por aquello que no veo pero presiento. Esta es una historia, cierta o verdadera, real o no, no deja de ser como todo en la vida. Una mentira que se desvanece al perecer, una película de acción que deja de tener emoción al cuerpo sucumbir al paso de los años, llegando a ser anciano. Por eso y  por ese motivo la cuento y la escribo ahora, para que esta no sea borrada y aniquilada en el vacío del tiempo. Esta es sobre un amigo cercano, iluso él que se pensaba que iba a encontrar la paz y nada más fuera de la realidad, en verdad encontró la discordia y con ella llegó a desquiciarse, llegando incluso a ser ingresado cierto tiempo, hasta que recuperó el Norte y con ello su vida. Todo fue o al menos así me lo dice o me lo cuenta con pelos y señales, mientras tomábamos una cerveza fría y que ahora al cabo de los años, acompañado por un café caliente la escribo.

Un día de septiembre de 1984

Suspira ahora divorciado, pero libre, no sabe si reír o sonreír, si llorar o gritar. Todo depende de la suerte que haya caído la balanza, todo depende de sus ganas de ser. Es un hombre maduro y curtido en más de una batalla, no sabe si le llegarán nuevos retos o estos serán unos repetidos de otras veces y no le apetece verse en mismas situaciones. Camina, anda despacio sin perder la álgida postura que le da su personalidad y altura. Hombre adinerado, solo ha perdido cierta cantidad de dinero y alguna propiedad, pero ya contaba con ello, es el precio por su tan ansiada libertad. A lo mejor no ha sido lo verdaderamente justa que debía haber sido, pero donde manda juez no manda nadie, así que acata e intenta llegar dando un paseo a algún lado donde no le espere nadie.

“¡Sílvia!, tú que los has sido todo para mí, te dejo marchar y marcharé yo también. Al rocío de la mañana este invierno, que no vea reflejada tu cara ya que esta, todavía alberga algo de amor en mi corazón, aunque no sea fácil te dejo marchar y me siento como un águila rapaz y vuelo alto, vuelo sin saber de ángeles y demonios, todo eso lo dejo para  los entendidos. Yo solo busco el nada, el vacío dentro de mí para volver a llenarme de risas y de emociones, pero antes debo vaciarme.

No me llores en las esquinas y no cometas errores que lamentes, nuestros barcos siguen flotando en un mar llamado sociedad, así que prepárate para el mar en calma y también como no, en grandes olas de siete metros”.

Camina por el parque de la ciudad, es grande, es hermoso de ver, sobre todo los domingos que es cuando está en pleno bullicio. Las parejas caminan de la mano y los que ya son padres corren detrás de sus pequeños vástagos, intentando alejarlos de peligros. Él solo camina con las manos en los bolsillos, mirando al foro, respirando el aire limpio de la mañana y todo hace un suponer que se aleja de la realidad, pero vuelve a los cinco minutos al verse enfrentado con una nube de color ceniza que tapa el cálido Sol del final del verano. Ahora anda deprisa, temeroso de la lluvia, temeroso como todos, que al mirar al cielo, no ven más que como se van acercando, se van desarrollando la tormenta, no cualquier tormenta, es la tormenta.

Como si bajase del cielo, un ángel se posa encima de su hombro derecho y le dice y le aconseja, con un susurro en el oído…
    
                                    -        ¡Hola Damián!, yo soy el portador de tu luz, soy tu vigilante y tu guía. No te acostumbres a que te hable, ya que no soy muy de palabras, pero la ocasión se lo merece.

Él, mi gran amigo sorprendido, intenta con la mano sacudirse el hombro y como si fuese polvo, sopla para apartárselo de sí mismo. Se cabrea, se enoja y sin llegar a saber si aún continua ahí posado. Le dice casi gritando…
       
                              -      Apártate de mí, yo no necesito ningún portador de luz, ni ángel ni nada por el estilo.

Ahora corre, la gente que deambula por los alrededores lo miran con la cara atónita y llenos de estupor. No entiende, no saben el porqué del grito y empiezan a murmurar entre ellos. Damián hace caso omiso y sigue triste, pero sincero, sigue su camino calle arriba, como si en la cumbre estuviese arriba y esta fuese la meta de su vida y allí encontrara a sus preguntas todas las respuestas. Cada vez es más cuesta arriba, mira para abajo y sonríe al ver el  camino andado, aunque casi se cae del vértigo que le causa la gran altura. “Libre”, canta pero como si fuese el colmo de los colmos, le vuelve a aparecer…
       
                                -      Tú te crees que lo sabes todo y no sabes nada, nadas a contracorriente, no tardarás en agotarte, no puedes ir en contra de la luz, es imposible. Todo es como es, aquel que sigue al pastor, sigue bienaventurado su camino. ¿No lo entiendes?, yo te lo explico si eres tan clemente como dices.

Como humo de un cigarrillo surge de la nada. Se abre un plano en la nada, en el vacío de aquello que lo llamamos El Todo.
      
                  -               No nades entre las corrientes y camina por la derecha, no seas como algunos que caminan por la izquierda, por según que sendero, ya que te puede alcanzar el lobo, ese tan tenebroso, todo por ser una oveja descarriada.

No para y teme volver a recaer en el fatal desenlace de un ingreso hospitalario, así que ahora más suave, hace como el que escucha llover y sigue calle arriba. ¿Dónde estará, que se ve ya perdido y desorientado? Aquel que aparece y desaparece, sigue ahí, al lado de su oreja y como un zumbido de abejorro le sigue diciendo, le sigue hablando…
      
                      -       Sigue el buen camino, emparejarte y procrea como un buen servidor de aquel que no se dice su nombre y te verás recompensado por una dicha jamás igualada. Sigue el camino de la mayoría y no seas una minoría que no sirve a nadie ni para nada. Todo ya sabes cómo funciona, ya sabes que el Ser humano funciona como funciona y no quieras saber lo que viene después. Vive esta vida y no pienses en querer saber demasiado, ya que la ignorancia conduce a la felicidad y la pobreza a no necesitar de nada más que un palo y un vaso de hojalata con el que poder beber de la abundancia de aquel que ya sabes quién es.

La nube negra de ceniza, rompe en lágrimas y empieza a llover a cántaros, de manera inusual, de manera torrencial. No sabe cómo, pero le aparece un hombre, más anciano diría yo, vestido todo de negro, vestido de cabeza hasta los pies, ya que llevaba hasta sombrero. Le tapa, le protege con gran paraguas y le dice que se lo regala. Él, mi amigo del alma le da las gracias y al cogerlo, al agarrarlo la vibración hace que le llegue a la cabeza cierta conversación. Todo, según Damián sucedió así y al final comprenderéis porque yo le visitaba a menudo.
      
                           -Satán ven conmigo, acércate y demos un largo paseo hasta la eternidad nos colme, ¿qué será de mí, después de todo esto? Ven, mírame a los ojos y dime que ves.  No me digas que solo ves melancolía y tristeza, que de eso no busco. Acércate, entra dentro de mí y dime que todo va bien, que todo va a salir bien y no, como dicen algunos, que vaticinan una gran derrota.

Una ráfaga de viento le hace volar en mil partes el paraguas, quedando a merced de las aguas que caen desde el cielo. Un rayo, un relámpago, seguido de un trueno, le hace volver en sí o mejor dicho, verse desnudo con las ropas que viste completamente empapadas por la lluvia. Entonces y solo entonces, sin beber ningún vaso de vino ni ninguna cerveza, solo abre la boca dirigiéndola hacia arriba y entre la lluvia que cae, algunas van directas a su garganta y entre burbujeo dice casi gritando…

“Que el amor nos haga fuertes y que sea la mano del hombre la que haga salir el Sol, dime ahora que no estás bien. Estoy aquí, a tu lado, para que no llores, para que no sufras. Porque aquello que es rebeldía no es maldad, porque la soberbia ciega y la envidia te mata. Pero si eres consciente y eres en tu interior, en lo más hondo de tu Ser un poquito feliz, esa pequeña llama solo habrá que avivarla, soplando de manera suave, haciendo que tus sueños se hagan realidad”.

Se sorprende, le habla su propio interior, su propio Ser, su propia alma, la que imaginaba curada de espantos y de todo lo que le rodea. Así que casi de rodillas y cruzando las manos, alza la mirada al Universo diciéndole…
     
                                  -          Tú sabes cuales son mis sueños, hazlos realidad y creeré en ti.

No es un haz de luz la que se manifiesta, sino un sombrío escalofrío que le recorre todo el cuerpo, llegando hasta los mismísimos huesos. Los pelos se le ponen de punta y le lloran los ojos, no sabe si de emoción o de pavor a saber que es cierto lo que intuía él. Pero la respuesta no se hace esperar y tras ella, se queda nublada ahora su mente y su alma en un sin saber de verdades y acertijos.
   
                                        -     No, así no funcionan las cosas, tienes que ser tú, el que con tu actitud seas capaz de hilvanar el patrón que te lleve como marinero en el mar, haciendo ti un lobo de las más altas montañas nevadas. Hazlo así y confía en mí.

Bajando la empinada calle, pone rumbo a casa, a su hogar silenciado, ya no habrá ni más gritos ni más discusiones. Baja respirando hondo, baja tranquilo, hasta que en un momento, en un solo segundo, le da la mano un niño. No tendrá más de diez años y le dice como salido de la nada.
      
                  -         Hola Damián, yo soy tu yo de hace años, te acuerdas, éramos iguales y lo seguimos siendo, compórtate así si es como lo deseas, saca el niño que llevas dentro y dibuja, pinta o escribe. También simplemente juega a hacer castillos de naipes, pero no los hagas en el aire porque el viento de la discordia y de la envidia, los puede derribar.

Se queda sorprendido y al volver en sí, ya no nota el tacto de la mano del niño. Ya no sujeta la suya y cuando mira a su alrededor, no ve a nadie. Todo el mundo aún sigue encerrado después de la tormenta, al menos ya no le miran, ya van a lo suyo o al menos eso cree. El Sol sale y ve como el aire despeja las nubes cargadas. Se alegra y sonríe, así que acelera el paso.

Se percata que la gente lo mira otra vez a través del cristal de la ventana, no entiende nada. Se pelea, se discute y cuando consigue la tal ansiada libertad se ve atado por aquellos y aquellas que reflejan su rostro. Qué será de Damián, solo deseaba sentirse de nuevo joven, una segunda oportunidad, pero con la lección aprendida. En cambio todo lo que siente o presiente son reproches y más malas miradas.

No se lo piensa más y por adelantar, se adentra en el mundo del metro, todo por llegar antes a su hogar, dulce hogar. No quiere mirar, se agarra a la barra vertical y respira tres veces hondo mientras espera su parada. El corazón le late deprisa, parece que vaya más rápido que el convoy, pero no es así y cuando quiere darse cuenta, ya está respirando el aire fresco que ha dejado la tormenta.

Canta una canción como le dijo el niño, baila con las cortinas echadas para que nadie le tilde de ido, es de agradecer de que por fin ya sea libre y pueda tomar las riendas de su vida. Baila y baila hasta el anochecer, que cansado cae rendido en el butacón que tiene en el salón. Su mente se evade, hasta que sumido en un dulce sueño entra en un mundo por ahora para él desconocido. El niño, el mismo niño ahora en sueños, le vuelve a coger de la mano y le dice “no temas”. Sigue caminando, sigue viajando su mente o quizás su propio Ser dejando descansar su cuerpo todavía húmedo, quién lo sabe, a saber.

No ve ninguna luz destellante ni ningún Ser digno de nombrar, solo paz, mucha paz y risas, muchas risas. “Estamos en el país de los muertos”, le dice el niño. Damián se asusta, casi se cae del butacón, pero vuelto a sentarse, no tarda en rendirse de nuevo. Camina y le saludan, no ve a nadie conocido, pero parece que todos le conocen a él. Todo pasa rápido, tan rápido que son ya las siete de la mañana y solo siente una cosa, la mano dormida como si hubiese estado en una mala postura. La mueve, la masajea y esta, poco a poco se recupera.

Es lunes por la mañana, las siete para ser más concretos y según me contó mi amigo el Sol le cegaba ya desafiante y él no dejaba de mirar con los ojos entreabiertos. No pasaron ni cinco minutos, cuando escuchó la voz del mismo niño. Era cierto, era él mismo de pequeño, ¿qué le pasaba, qué le ocurría? Voces entre la pared sobresalían, risas y más risas, se escuchaba el corretear de Damián con diez años. Se asustó, se atemorizó tanto que no pudo caminar, le temblaba el pulso, sudor frío en la frente y un café que no llegaba a su destino, ya que salpicaba antes las paredes del pasillo. Al final el vaso fue al suelo y las voces se acallaron y el corretear se detuvo. Los ojos se le nublaron de tal forma, que pensó en la ceguera perpetua y no sabía qué hacer. A quién pedir disculpas, como remediar la situación, era un no perdonado de la vida.

Como fantasmas nos recorren a veces los tiempos ya vividos, como una auténtica pesadilla suenan los gritos silenciosos de una época vivida. No hay más, al poco de contarme toda la historia, se precipitó por el balcón. Unos dijeron que perdió el equilibrio, otros dijeron que tropezó con sus mismas zapatillas, pero nadie dijo de oír ni escuchar. Era un quinto piso, orientado al Sol, quién sabe si este se vengó o fue una simple casualidad y aunque hicieron todo lo posible, todo era un charco de sangre con la cabeza abierta y los brazos con las palmas de la mano boca arriba, formando una cruz, no hubo remedio. Ahora, seguramente el mismo niño le estaría esperando para acompañarle al otro portal. No se supo nunca si fue suicidio o accidente, pero el recuerdo de aquello me quedó grabado de tal forma, que ya de anciano lo recuerdo, ha pasado mucho tiempo desde la última cerveza, solo espero que el día que me toque despedirme, me vengan para acompañarme y me explique él mismo lo sucedido.