Túnica blanca
Camina por las calles empedradas de Sitges, nadie le ve el
rostro. La capucha le oculta y no le ven
y casi tampoco no ve él, solo mirando fijamente al suelo. Lleva sandalias de
esparto ¿ Quién es quién camina, por esas calles empinadas? El olor a mar
salada, se cuela por todos los rincones y no hace evidenciar al caminante su
sudor. Todo es ajetreo y él se mezcla en mitad de los famosos
carnavales del lugar. Sigue subiendo. Hasta que al llegar al final de la
cuesta, echa la cabeza para atrás y descubriéndose la cabeza, observa la línea
del horizonte y el mar. Todo está tranquilo allá arriba, nada comparado con el
jolgorio que se vive abajo, en sus playas. No baja y se asienta en un pedrusco,
que a saber los años que llevará sin que nadie note su presencia. Como a él
mismo, hace años que yendo a su aire. Ha
hecho de la soledad, su compañera infatigable. No busca amor, no busca sexo. De
ello, hace años que el ritmo de la vida le ha cambiado. Solo busca paz y
sosiego. El que le da algún lugareño, que le invita a un café o bocadillo. No
busca más y él, él es feliz. Feliz, porque no tiene que seguir una rueda. Una
cadena de plata, como es la vida misma.
Pasa el rato, pasan las horas y la noche se acerca,
sigilosamente y sin darse cuenta se hace todo oscuro. Entonces y solo entonces,
empieza su camino de bajada. Un camino, donde cada vez se hace más evidente, la
fiesta y los disfraces. La música y los cantes, se hacen estridentes y empieza
a caminar rápido. Llegando a una pensión donde dormitará, pide la llave. Solo
es por una noche, no puede permitirse más. Pero merece la pena y abriendo la
puerta, le falta tiempo para cerrar bien las ventanas. Vuelve a sentarse, esta
vez a los filos de la cama. Se mira los pies, unos pies cansados y doloridos,
que una ducha y un baño caliente, le hará olvidar que siente el daño producido.
Tantos años caminando, tanto recorrido para no ver el trabajo construido. Sin pensarlo más de la cuenta, está en la ducha, pero no canta.
No es ni de mucho hablar ni de mucho cantar. Solo cierra los ojos y deja
resbalar el agua por su cara. Con las palmas de las manos, se frota por la
frente y la nariz. Haciéndose como un masaje, un masaje que le haga descansar.
A ratos aguanta hasta la respiración, mientras se da directamente en la cara.
Se tapa la boca y el agua sigue cayendo. Lleva un rato y a falta de jabón, se
sale y se seca con la toalla. Una toalla con un membrete grabado, un logo del
lugar donde dormita. Acaba y la deja encima del lavamanos. Nuevo se siente
nuevo, ni los pies le duelen cuando anda descalzo.
Es pleno mes de febrero, pero se da cuenta que no hay
calefacción y el frío y la humedad se acentúan. Sin cenar ni beber, se acuesta
e intenta terminar el día con un buen
descanso. Solo le viene a la mente, las piedras del camino andado,
piedras y más piedras. Como las que carga en su mochila, una mochila imaginaria
que representa su conciencia. Él, antes ladrón, no quiere mostrarse tal como es. Se
acuerda y se acuerda que a un hombre le arrebató la vida. Fue un accidente, él
siempre se dice lo mismo, pero le mató. Se juró, que al salir de la prisión, no
volvería a seguir ese sendero. Un sendero neblinoso que no le deja hacer ver lo
correcto. ¿ Correcto? Que es lo correcto. Ahora le parece que lo hace, aunque
siga sin encajar en ese puzle llamado “sociedad”. No encuentra trabajo y
cansado de buscar, se ha puesto a caminar. Solo cobra la voluntad del pueblo,
solo se alimenta de lo que le dan. Pero de alguna manera, es feliz. Es feliz,
como el sueño que tiene mientras duerme. Poco a poco la música y alboroto
callejero, deja paso al ritmo más pausado de los lugareños. Algunos abren sus
tiendas y negocios. Otros pasean la resaca, como pueden. Él ya despierto, baja
y le paga la habitación. Ya en la calle se tapa de nuevo, vestido con su túnica
blanca. Cosa que no le deja ver ni sus sandalias. Que en pleno invierno,
castiga a sus pies.
Cuanto tiempo habrá más de lamento, cuanto tiempo seguirá
pensando en aquel momento. Hasta la justicia, aquella que nos juzga o nos
protege, se dio cuenta. Se le disparó el arma, no estaba acostumbrado y en
medio de los nervios del atraco, se le disparó. Era un hombre, que con la
cartilla en la mano, se encontraba en el banco. Aquel día no llevaba la túnica,
aquel día estaba nervioso y la ansiedad le dominaba. Sigue el mismo recorrido que las vías del tren, sigue un
sendero hacia el Sur. No tiene destino, pero sí tiene camino. Bordeando,
escucha y ve el paso de los trenes. Trenes que parecen lejos de su alcance,
pero a la vez tan cerca. Cuanto tiempo habrá que pasar, hasta que la gente le
dé una oportunidad. Cuanto tendrá que esperar, para tener su trabajo y hacer él
a su voluntad. Que esperan de este triste caminante si ha llegado a su
desesperación, llegando a creer que era más libre en prisión.
Mucho duda de esa oportunidad, pero siempre hay un segundo
de esperanza a lo largo del día. No deja de bordear el camino, no deja de oler
a mar y eso, contando con las gaviotas que vuelan cerca de la orilla, le hace
tener alas. Alas para imaginar. Imaginar y desear, porque eso, al menos por
ahora no tiene precio ni está en venta. Imaginar que es todavía un niño y
volverá a abrazar a su madre. Una madre, que en su día perdió la esperanza de
verle recto por la vida. Recto y honrado, cosa que el alcohol y el juego, no le
dejo en su día. Pensando en que eso era disfrutar, no se dio cuenta y su
juventud dejó marchar. Ahora camina sin saber volver, volver a ser familiar. No
quiere ni desea mujer alguna, no quiere, no quiere remar. Porque a su madre,
echa a faltar. Se acuerda y se lamenta, mientras camina. Que ella se fue, se
marchó a mejor vida y no pudo despedirse como él pretendía. Al menos se
acordará de cuando en su niñez, le esperaba para ir para casa juntos. Mientras
le contaba una de vaqueros, ella sonreía.
Unas lágrimas se adueñan de sus ojos y cruzándose con un
hombre con su perro, se para. No le pregunta porque llora, pero sí porque va
así vestido. Nota burla en el hombre y cerrando los puños, se aleja. Se aleja y
sin mirar para atrás ve que siempre será un don nadie. Alguien que no tendrá ni
nombre, todo porque no existe el perdón y la redención. Por mucha condena que
se pague, que se puede hacer si no se le acepta y se le respeta. Piensa y
caminando, caminando. Llega hasta un hostal, pero no tiene dinero y piensa y
piensa. Pero ya no camina, está desfallecido y tiene frío, se le congelan los
pies con el aire gélido que viene del Norte. Se tumba en un banco, destrozado y con los ojos entre
abiertos, observa a la gente caminar. Nadie le mira, nadie se percata de su
presencia. Sigue siendo día de carnaval y le hacen por uno que ha bebido más de
la cuenta. Está helado y sin recursos, solo piensa en la muerte como libertad.
Entonces y solo entonces, pasa por su lado una pareja de la policía local. Le
despiertan, le hablan y le preguntan. Siendo transparente les comenta su
situación. Una llamada por la radio, una simple llamada y se ve en un refugio.
No para de agradecer el gesto y es que no se puede estar en la calle en pleno
febrero. Le dan un poco de pan y chóped, se muestra agradecido, sobre todo por
el café caliente en un vaso de plástico. No está solo y puede hablar, pero se
calla de su andar. Habla del tiempo, habla de como está la cosa. Sabe que es su
oportunidad, esa que tanto ha buscado y se pone en mano de aquellos que quieren
fuera verlo. Fuera de la calle y remontar camino. Porque mientras hay un halo
de esperanza, uno sueña. Aunque los sueños se mezclen a veces con las
pesadillas diarias, que nos hacen andar con sandalias de esparto.
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