The thief
Son las seis de la tarde, ni las cinco ni la
siete. Simplemente las seis. No amanece, casi anochece y se empiezan a
vislumbrar los destellos de las estrellas en el oscuro cielo de un pueblo cercano a Barcelona. No me he acabado de despertar de la siesta,
como el que ha tenido una pesadilla. Todo esto, lo que estoy viviendo, está
sucediendo como si el destino me lo tuviese escrito.
Estoy sentado en mi viejo Ford Fiesta del
2002, a cincuenta metros de la gloria. Los sudores me empapan la camisa y hace
que me sobre la chaqueta. Bajo la ventanilla, el frío entra en estampida y tiro
de una vez por todas, la ropa de abrigo a la parte trasera del coche y mi
familia, sí, esos que me acompañan me
recriminan mi mala actitud. Como si ellos fueran unos santos vamos, no he
subido a nadie más al auto, porque no cabía. Entre mi madre y mi padre, mi
hermano, mi cuñada y yo ya somos suficientes. Todo porque parece un sueño lo
que vamos a hacer, “un gran golpe”, tan grande que se nos escuchará y hablaran
de nosotros durante un buen tiempo. Esto puede ser el comienzo de una gran
aventura, el comienzo de algo que no tendrá fin.
No me lo pienso muchas veces y escuchando los
gritos de ánimo de mis acompañantes, aprieto el acelerador y me empotro contra
el cristal del escaparate central del Supermercado. Nada resulta dañado, salvo
el vidrio que es hecho añicos. Nadie sale herido y esto va en nuestro favor. No tenemos
pistolas, pero ellos no lo saben. No tenemos vergüenza ajena y eso sí que lo
adivinan. Esto es real, estoy robando en un gran local, en una gran superficie.
El éxtasis y la adrenalina recorre por
todas mis venas, llegando a mi cerebro y provocar con ello, que mi corazón
galope como un caballo de carreras. Todos me toman por loco, desde los dos
guardas de seguridad, hasta dos agentes del cuerpo del Estado, que están fuera
de servicio. Se escuchan disparos al aire, la gente o corre o se tira al suelo.
Pero el griterío amordaza los altavoces y ya no se escuchan las canciones
navideñas. No voy solo, me acompañan los míos, mi familia. Una familia que no es la mejor, pero es la
mía. Solo le pido a Dios, salud y atracos, con los que poder pegarme por unos
días “la vida padre”. Siempre con mis allegados, siempre con aquellos que están
a mi lado pase lo que pase.
La gente corre, huyen de mí y de mi familia,
no saben que somos inofensivos. Solo tenemos ganas de dar un gran golpe y que
mejor día que el 2 de enero de algún año que está en mi recuerdo. Hay niños, muchos niños, los cuales
despiertan de golpe del sueño de los Reyes Magos. Todo son disparos por parte de los cuatro agentes y forcejeos por
parte nuestra. Llega a tal punto la tensión y el nerviosismo, que no me doy
cuenta y se me cae el carnet. Salimos corriendo, salimos de estampida y no nos
podemos llevar ni un móvil. Ni un triste euro, que nos salve la tarde. Corremos
y corremos, cruzamos por medio de la autopista dejando el coche rodeado de
cristales y con el morro arrugado y el capó abierto. Qué rabia me da y me
recriminan por ello, haber perdido el carnet, rezo por algo que no será. Rezo,
siendo ateo. Rezo por mi familia mientras nos escondemos en la noche fría y
oscura del invierno.
Llegamos al cabo del rato a casa, llegamos a
lo que yo pensaba era zona segura y ¡zas!, los de azul son presentes en mi
portal. Todo son coches con sus luces parpadeantes, yo cuento hasta cuatro. En
total ocho policías son en el edificio, no se cansan de preguntar, no se cansan
y no se van. No puedo entrar y no sé qué hacer. Hasta que a mi cuñada, lista de
ella, nerviosa por la espera, le supera la impaciencia y se enciende un
cigarrillo. No es por el humo, pero si por la llama del mechero lo que nos
delata. No tardan en cogernos, no tardan en llevarnos a la comisaría más
cercana. Pienso para mí, hablo para dentro…
- ¡La
cagué! Me han pillado y ahora que hago.
Nos preguntan, nos interrogan. No hay vino ni
cerveza, no hay drogas ni juegos de azar. Solo me dan un cigarrillo a costa de
que hable, yo les digo “tengo mis derechos”. Ellos se miran entre sí y me dejan
solo en la sala. Espera que te espera, tengo todo el tiempo del mundo, tengo
todo aquel que el Juez determine. Robo con fuerza, con daños materiales y quien
sabe más. Todo es un suponer..
-
- ¡La cagué! Me han pillado y ahora de esta no
salgo.
Se me cerraron puertas, se me cerraron todas
aquellas ventanas donde poder el aire respirar, ¿qué será de mí, si no puedo
enviar cartas entre el viento? No tengo cadenas en el cuerpo, pero sí en alma y
alrededor de aquello que estaba en calma. ¿Qué será de aquellos, que en mi
compañía también cayeron? No los veo, no sé nada de ellos. Entre los barrotes
me encuentro, entre los barrotes, detrás de ellos estoy como un lobo salvaje.
Solo deseo, solo ansío la libertad, una libertad que sirva para corregirme. Una
sola oportunidad, para un hombre que cortaron de golpe sus actos.
Es cierto, la justicia funciona, la justicia
se elabora, para aquellos que andan y obran honradamente, por los senderos de
la vida. No puedo creer, no puedo imaginar. Que yo soy aquel que empotró un
coche, un solo coche, fuera detenido y encarcelado por varios años. No quiero,
no digo la cantidad de ellos que me han caído y ciertamente no sé qué haré
cuando salga, ya que todo son las compañías y el entorno. Si vuelvo de dónde
salí, no tardaré en entrar y dejarme en estas frías paredes, unos años más. Se escuchan los gritos y las voces por la
noche, donde está aquel que me cante o me susurre, hasta que quede
profundamente dormido. Abrazo la almohada, me tapo los oídos con ella, pero ni
con esas llego a conciliar el sueño. Necesito fumar, necesito tomar algo que me
ayude a evadirme por unas horas. Hacer un viaje nocturno, sin moverme de la
litera. Que será de mí, ¡oh Dios! Si existes, perdona mis actos y dame una
oportunidad, no me dejes solo aquí, donde el hombre se vuelve como un animal en
celo. Dame la paz, a partir de mañana seré más bueno y más honrado, atrás
dejaré mi corto caminar por la delincuencia.
No veo el Sol por la mañana, solo una sirena
anuncia un nuevo despertar. ¿Qué habré dormido? Cinco o seis horas, más con el
griterío es imposible. Comparto celda con un extranjero que poco sabe de mi
idioma, así que poco puedo comunicarme, como no sea con señales y con gestos.
Hay un respeto debido a la situación compartida, solo sé que se llama Omar y
tendrá más o menos mi edad. No salgo de mi asombro de como se lo toma. Parece
ser un guerrero de las prisiones, yo en cambio es mi primera vez y estoy
asustado. Me calma, me intenta relajar con señas. Me da miedo hasta ir a las duchas, siento
pánico. No es nada cierto de lo que se dice o se cuenta, ¿o es verdad? Por si
acaso, ando con cuidado. Miro donde piso y solo espero que el tiempo pase sin
consumirme. Es poco en verdad, los años que me han caído. Es además cierto, que
con buen comportamiento la pena se reducirá. Al menos mi abogado, uno de tantos
de oficio, me alienta y me da la esperanza.
Me entretengo de mientras en la biblioteca, será la timidez o la cobardía lo que me lleva a aislarme y al solo hablar con mi compañero
de celda.
Se hacen largos los meses y pasados dos años,
mi abogado viene con una buena noticia, me conceden un permiso penitenciario.
Por fin respiro de nuevo, por fin huelo la libertad. No sé a dónde ir, qué
camino tomar. Me encuentro en la enrejada de la cárcel y pienso que no volveré
a entrar, ¿cómo hacerlo? Pues ya veremos.
Faltan cinco minutos para las nueve, faltan
cinco minutos para que sea la hora. Es primero de mes y “the thief” (que es
como me llamaba Omar), estoy sentado en un taburete de la barra de un bar
cercano. Desde ahí puedo mirar y observar por los cristales, como la gente va y
viene. Soy un “As”, un experto en mi
trabajo. Intento darme ánimos y solo tengo que esperar la ocasión, cuando
alguna o alguno va a sacar dinero. No tengo sentimientos ni remordimientos, me
da igual joven que anciana, hombre o mujer, trabajador o pensionista. Es
primero de mes y observo y observo, solo es un reto. Nada más importa, unos
euros, un dinero que me viene ni al pelo. Sigo y sigo con mi cigarrillo, fumando
mientras lo acompaño con una copa de coñac. Nada más importa, qué más da, me
pego la gran vida haciendo de la ajena una desgracia. Algo me despierta de su
letargo momentáneo, algo me despierta poniendo ojo avizor. Una madre con su
hijo pequeño, este no deja de correr y saltar. La madre anda nerviosa, pero yo,
“the thief” observo y veo, como se dirige al cajero. Este es mi momento, esta
es mi ocasión y no lo dudo pagando para no dejar sospecha la copa, me acerco.
Es uno de estos cajeros que hay dentro de la
oficina, en estos, aunque parezca mentira es de más fácil acceso, para todos
aquellos que desean robar y hacer desgraciado si hace falta a quien sea. Yo, “The thief” espero que sea dentro, miro
hacia todos los lados. Izquierda o derecha, delante y atrás. Para todos los
sitios y no se ve ahora a tanta gente. El niño no deja de increpar a la madre y
esta cuando va a salir, la empujo hacia dentro otra vez y con un simple boli en
la garganta la hago sudar. No duda ni un solo momento, el niño se ha quedado
callado, blanco y asustado. Ella obedece y no tarda en darme toda la cantidad,
el sueldo del marido. No le sale la voz tampoco y no sabe si se ha orinado
encima. Yo, “The thief” no corro, pero ando rápido, con toda la cantidad
substraída. ¿Cuánto será? A saber. Solo yo lo sé, pero no lo cuento, ahora no
es el momento.
Solo pienso y me río, de cuantas veces podría
hacerlo sin ser cogido, sin ser visto. Como un águila soy, como un halcón vuelo
sin ser vigilado. Así soy yo, una especie en extinción. No le he hecho daño a
nadie nunca, ni hace falta. Con un simple boli me sirve, me sirve para mi
tarea. La pobre mujer queda maltrecha y con un mes largo. La policía, las
cámaras, ya me conocen. Soy un buitre que se ceba de aquellos y aquellas que se
ven más indefensas. ¿Pero, atrapado? Nunca, nunca más me pillarán.
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