jueves, 3 de noviembre de 2016

                                              Amanece y desvanece   


El agua del mar, arrastra parte de la arena de una playa española a lo más profundo de su interior.  Barcos de hierro y de madera, se ven a lo lejos. Estos descansan, pero no se acercan demasiado, tienen cosas que ocultar y que no deben de ser descubiertas. En ellos no ondea ninguna bandera, el mástil está desnudo. Solo son tres, las naves fragatas y desde la costa de Cádiz,  el vigía los avista y da la voz de alarma.  Todos en sus puestos, no se sabe a lo que vienen. Muchos cañonazos han recibido ya y muchos son los ataques, como para dejar de estar prevenidos. ¿Pero estos barcos que traerán, cuando recogen en silencio las velas? Solo el viento puede hacer que esto cambie, solo el Sol o la lluvia, puede hacer que los tripulantes fantasmas, recuperen la sangre. ¿A quiénes pertenecerán? ¿De dónde serán nacidos? A lo mejor no son de nadie, a lo mejor son del mundo.

Son del mundo, porque no tienen ni patria ni madre. Son del mundo, pero eso no significa tener el derecho de recorrerlo. Ya que con maldad y sometimiento, las bodegas van llenas de esclavos. Esclavos negros que ansían recuperar la libertad maldita, para sentirse otra vez como halcones en la noche. Solo unos pequeños animalillos conviven con ellos, en los oscuros espacios de unos barcos de la época. Todo era por fuera limpio y sus hombres de diferentes lugares, con ademanes un poco bruscos. Bruscos son aquellos  que son mercaderes de seres humanos, de personas que por su diferente color, ya están marcados. No sabrán nunca lo que es otra vez la libertad y todo por ser un poco más oscuros.

Todo merece un respeto, eso es cierto. Todo menos aquello, que nos rebela y nos hace defender nuestro propio yo. Mercaderes quizás, solo compran y venden. Ellos no son ni piratas ni bucaneros, no son ni ladrones ni sicarios. Solo son eso, hombres. Hombres libres con el torso desnudo, como su corazón y su mente.

¿Qué será de ella? Mi patria es el mundo y todo aquello que le rodea, ya sean ríos o árboles, todo ello es un regalo que merece ser preciado y no tiene cabida ni la venta ni la posesión. ¡Ay! Qué será de mí, cuando yo ya no tenga fuerzas para luchar. Qué más da será, si la dicha o la bondad no reinan en nuestros corazones. Yo ya no seré para luchar ni pactar al ritmo de una música estridente, ya sea melodiosa o agresiva. Qué más da, yo ya no podré decirle al corazón lo mucho que me quiero. Qué más da, si soy una rata, un mero roedor. No sé porque doy tanto miedo y la gente corre asustada cada vez que me ven. Sé a ciencia cierta, de que dicen que llevo conmigo la peste y que no soy bien recibida en ningún lugar. Pero es que del barco no puedo saltar, no puedo, no sé nadar.

Dos segundos de aire,  es lo que pide el reo, dos segundos para respirar el aire enrarecido de la prisión naval. ¿Quién está más encarcelado? El preso que ansía la libertad o la rata que no puede salir de la misma nave. Sí señores, algunos vivimos en cárceles de oro. Tenemos la libertad, pero no la aprovechamos. Tenemos miedo a salir y nadar hacia la orilla. ¿El motivo? Pues no se sabe, a saber. El hecho es que también queremos y no podemos. Lo nuestro es una prisión mental. Al menos el preso sabe que tarde o temprano echará sus alas a volar y de él depende volver a ser encarcelado. Lo nuestro, lo de algunos es romper el muro que representa la fobia y la ansiedad. ¿Quién de los dos vive en más libertad? ¿Quién de los dos se siente más libre o disfruta y es más feliz? Yo no digo que no, pero dar vueltas alrededor, dar círculos me da la sensación de tener que roer la madera. De morder y morder, arañar y arañar, hasta que el agua penetre y provoque una situación límite. Esa situación, en la que el reo es liberado a su destino, que probablemente sea el de la muerte. Tener la suerte de poder contarlo. ¡Ay! Aquellos que no puedan, los que no sepan nadar hasta la orilla.  Nosotros podemos ser felices en nuestras cárceles de oro, al igual que un pájaro cantor. Ellos no paran de cantar y están encarcelados. En jaulas, para la admiración de otros o de nosotros mismos. Quien no desea volar a cielo abierto y sentirse libre, libre y lleno de gozo. Tenemos que hacer un esfuerzo y conseguir unas pequeñas metas, que para nosotros son grandes pasos. No todos podemos salir y sentirnos completamente libres. Hay muchos que no pueden y se sienten pájaros cantando en sus jaulas.
Paredes de madera y un ancho mar, es lo que nos separa de la libertad. Pero uno piensa en la proa, ¿para qué saltar, para qué salir?   ¿A dónde voy? Hay muchos caminos y uno de ellos es el de no andar, es el de no caminar y quedarse avanzando sin salir de la bodega. La mente es muy poderosa y puede viajar, viajar sin rumbo predeterminado en busca de esos dos segundos que nos hacen libres. Libres y sentir el vértigo como el que se lanza en el aire. Un aire limpio, limpio y puro, que nos hace volar. Dos segundos por favor, que quiero sentir mi alma volando en libertad.

¿Porque lloras? Me preguntan desde a lo lejos, desde donde nace el silencio y todo está en calma. Lloro y lloro, porque soy un simple roedor. No puedo hacer más que roer y comer, pegarle mordiscos a las manzanas que hay ahí, al lado de los barriles de agua. Yo no soy como tú, ahí encadenado y ajusticiado, por algo que no has hecho, ¿verdad?

Eso no lo sabes, pero no lloro y soy fuerte, aunque se me caigan los dientes de tanto apretar la mandíbula. Pero apreto   que conste, solo por rabia y desesperación. Todos los de arriba se sienten felices, felices y libres. Trabajan como marineros de un capitán del cuál no saben ni su rostro, ni su imagen ni su nombre. ¿Quién puede ser tan cegado? Para seguir a alguien con quien ni siquiera has hablado, quien te da las pautas de un trabajo. Un trabajo pagado con agua y comida, nada más. Ni monedas ni piedras preciosas.

Se acerca un galeón español, lo sé porque en lo más alto, en la vela mayor. En la punta está ondeando, una bandera que es la de España y no es pequeña. Se debe de ver desde a lo lejos, será para advertir de su presencia. Se acerca y se acerca.

–          Rata, roe la madera y deja de hablar y de mirarme. Que tus dientes no pueden con las cadenas que me atan y me será imposible escapar.

Como tiene que ser el amanecer de sombrío, cuando la niebla apaga al Sol. Los esclavos no saben si es de noche o es de día, no hay ni camas ni ventanas. Solo el frío y húmedo suelo de madera, anclados como bestias, encadenados por el mero hecho de haber vivido en una zona virgen. Cuanto tiempo pasará, a lo mejor solo unos mil años. Para que sean considerados personas. El barco español se acerca, ellos son tres naves de comercio “ilegal” de esclavos y el galeón lleva en sus laterales, cañones preparados para enfrentarse a cualquier situación. No ofrecen resistencia, pero tampoco quieren ser capturados.

El día apunta alto y con calor, además de la tensión. Por fin se ve al capitán, al que manda en las tres naves y el principal responsable del sufrimiento de aquellas pobres almas que esperan en el interior de los buques. No hay pájaros, no hay gaviotas en el mar. Solo pena y dolor, de aquellos que son como son. De un color diferente y de un lugar diferente, que no los hace menos e inferiores. Pero es que en aquellos tiempos, cuando todo se medía en el poco saber. Hacía de ellos una mercancía barata, menospreciada por muchos y odiado el sistema por algunos. Era muy normal y todo aquel que se preciara, tenía a su orden más de uno. El día sigue avanzando y el galeón toma posición, bajando una barca se acerca a una de las tres. Que parecerá, si digo que yo me escondí detrás de un barril lleno de vino. A lo mejor fue el olerlo, lo que me llevó a ver cómo les ofrecían a los españoles unas cuantas monedas, cómo también unas de las más bellas mujeres.

El visitante le dice al capitán…
-        --        Están en costas españolas con mercancía ilegal, no puedo dejarles marchar.
No se lo pensó dos veces ni le miró a los ojos, haciendo el que se vuelve para atrás, gira entre sí mismo, para asestarle una puñalada. Aquellos marineros de la barca, intentan cargar los mosquetones. Pero los hombres de la nave, ya los dejan muertos de varias cuchilladas, saltando a la barca y haciéndola hundir. Suben rápidamente y despliegan las velas en un intento de huida. Todo ello hace que pase la mañana y la tarde acecha con el solo poder absoluto del galeón.
-        
      -          ¡Rápido! Soplad si hace falta, pero tenemos que largarnos.

Como cruzadas en el viento, surge una tempestad. Llueve, llueve y relampaguea. Haciendo que la noche que ya nos alberga, se vuelva de  día un momento, permitiendo ver como haces de luz, a todos aquellos que nadan. Ya sean amos o esclavos, da igual, el mar no conoce de clases y se engulle al más pintado. Cómo será la mañana enfrente de la orilla de la playa. El viento de levante, trae consigo la renovación de un aire apestado por la crueldad de unos semejantes y que no escaparán de la condena y de la prisión. Huelen la muerte muy cerca y deciden tomar una respuesta, que es hundirse con los esclavos atados de pies y manos. No solo gritan ya las ratas en el interior, si no también aquellos que ven acabar su sufrimiento y encarcelamiento. Un estruendo, como un cañonazo y los barcos ya están inclinándose a un lado. El agua sumerge a todo aquello que es con vida. Las ratas ágiles corren y trepan hasta donde el agua no llega, los pobres que están en el interior, al estar atados no corren la misma suerte. Solo aquella que narra se salva, llevándose en la memoria a aquel con quien mantuvo la conversación. ¡Todos muertos!

Rocas que quiebran el casco de los barcos, rocas que miran impasibles, el perecer de la tripulación. No tienen salida, es la muerte o la condena. No tienen escapatoria, es la orilla o lo infinito del mar. Ellos eligen el infinito, prefieren morir de sed que morir en una fría y húmeda cárcel del castillo.

–          Pereced – Dicen a lo lejos, desde el borde de la orilla.

No salen los negros, no salen porque no tienen escapatoria. Solo una hilera de ratas, más grandes que conejos, nadan ellas sí, hacia la costa. Esto a lo mejor le llega hasta a los mismísimos Reyes. La noticia se escampará por todo el país, se hablará y se pasará de boca en boca, haciendo que esta sea tergiversada de una manera brutal. Yo solo cuento lo que vi y como lo viví. Una simple rata de barco, pero un poco de respeto que yo no voy por las cloacas. Yo voy por sitios y lugares más preciados. Yo no llevo la peste, solo llevo el mensaje de aquel que podría haber sido mi amigo y que se ahogó, justo cuando ideábamos un plan. Podría haber roído la madera, pero no tuve tiempo y solo conseguí arrancarle un “hasta luego”. Quién sabe, yo creo que pereció. Muchos fueron los cuerpos sin vida que encontraron dentro y muchos fueron arrastrados hacia la arena. Quedando los cuerpos inertes, como si fuesen estatuas de cera. No podían hablar, pero cada uno de ellos, explicaba con su rostro una manera de morir.

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