Como un niño de cuna, duerme en el sofá, ajeno a los
peligros que le acechan. Tiene 20 años y vive con su madre. Sola ella, hace el
esfuerzo diario de seguir caminando. Él, yendo de muchacha en muchacha, se
divierte sin saber de sentimientos. Los amigotes lo tienen como una persona que
se aprovecha de las mujeres. Un muchacho alto y bien plantado, que se engomina
cada mañana, para poder atraer a aquellas que todavía no le conocen. Como un
murmullo corre la voz por el mundo, quien se creé para jugar de esta manera y
ser tan estúpido.
Sigue durmiendo y a su madre, se le enciende la sangre. Solo
se prepara para juerga tras juerga. No tiene ni oficio ni beneficio y no tiene
intención de cambiar. Mientras tenga una cama y alguna que le invite, para qué
el sudor de su frente.
A veces pasa por delante de las fábricas del polígono y ve a
muchos de su edad, que ya dan el cayo y él se dice para él, “ esto no es para
mí “. Para qué, a lo mejor soy mejor gigoló que trabajador.
Nubes de tormenta se acercan y con un trueno, se despierta
el zagal. La madre sentada en una silla, ve la televisión. Pero mira y no se
calla, “ me puedo sentar”. A regañadientes se despereza y rascándose el
trasero, se dirige al lavabo. Se desahoga y se mira al espejo, acariciándose el
pelo, se prepara. Otra noche, otra muchacha. Como se llamará ahora, cual será
su nombre. Se ve joven y con toda la vida por delante. En cambio, su madre, ya
entrada en años, no sabe que será de su futuro si no espabila y es más sincero.
No tiene dinero, no tiene coche y en la puerta del bar que
hay al bajar un par de calles, se apoya con el pie en la pared. No fuma, porque
no tiene tabaco, pero si gorrea a los colegas que se encuentra. Muchos, hartos
ya no le ofrecen y pasan de largo, llevando de la mano a sus novias. No se da
cuenta, que a la larga la única novia que tendrá será la soledad. Una soledad
completa, por no espabilar. Pero que se le va a hacer si él prefiere ir de
mujer en mujer. Piensa que la juventud es eterna y eso no es verdad, pero no
despierta de su letargo.
Una morena, con ojos verdes y pelo largo negro, pasa por al
lado. No dice nada, solo entra y el muchacho aguarda. Pasan cinco minutos, tal
vez diez. La morena sale a fumar y le dirige una mirada. Que ojos, que
pelo…Quien no se enamora. Le pregunta su nombre y ella contesta “Ana”. Con dos
besos, uno en cada mejilla le dice el suyo. “Alberto” , Así es como se llama.
Le ofrece un cigarrillo, mientras se hace el atardecer. Se quedan rato afuera y
tras pasar el tiempo, ella decide marcharse, no si antes decirle un “hasta
mañana”. Se queda en la duda, si será amor o solo una más de la triste
colección de corazones rotos, que tiene en su agenda.
Esa noche no hay mujeres, no hay caza. Al local donde van
por las noches, ya le conocen y alguna incluso repite, por su buen hacer . No
es ningún escándalo ni ningún secreto, la que va, ya sabe de que va la
historia. Pero esta vez, es él el que dice que “no”. Se reserva, solo piensa en
la morena. No le preguntó la edad, pero uno más, uno menos., es de su edad.
Alguna vez ha pensado en dar el salto a mujeres maduras, que
sabe que son las que tienen los cuartos. Pero tiene temor a la reacción de
algún marido celoso, no se atreve. Alberto espera y es consciente por una vez.
Pero la noche es larga y sin dinero, no tarda en irse para casa. Hoy no ha
habido suerte o simplemente se ha negado por una vez a si mismo.
Se cree y sueña por la noche, de que las mujeres tienen
dueño, como si fuesen una propiedad que se traspasa o se venden. Tiene un
corazón que parece que no ha latido nunca, tiene un corazón en el que la
sangre, parece no regar los abismos de la pasión.
Duerme y espera, espera y duerme. Ya sea por la mañana, ya
sea por la noche. Mientras su madre hace lo contrario, se despierta y friega,
se desvela y cocina. Dándole vueltas a la sopa, no deja de pensar que será
cuando ya no esté en este mundo. Como podrá ayudarle y abrirle los ojos, quien
sabe porque le caen las lágrimas, empañando el cristal de las gafas.
Dan las nueve, dan las diez. Él se levanta, la sopa ya estará
fría. Pero el caldo ya está a fuego lento, que es como mejor sabe. Quien sabe,
se despereza y mira por la ventana, el Sol se cuela, llenando la habitación de claridad. Pero ésta no acaba de llegarle a la
cabeza y piensa en Ana como un bien preciado, una nueva jugada y una nueva
pieza en su colección. No tiene miedo, usa protección. Es lo único en lo que
piensa y se le inunda el cerebro. Sigue mirando por la ventana, a través del
cristal. Solo apartando un poco la cortina, ve la gente pasar. Cada uno a lo
suyo, cada uno a su trabajo, mientras él solo se rasca el trasero. Es Lunes y
todo el pueblo está en movimiento, algunos desde la madrugada.
Tiene 20 años y se imagina la vida dentro de otros 20 y esos
son iguales para él. No se imagina ni por asomo, los peligros que le acechan
desde que se quedó dormido en el sofá. Padres y más padres, que ya lo conocen y
ponen coto a sus hijas. No dejan que se acerquen, por temor a lo que pueda
pasar. Son muy jóvenes para entender, que solo es un corazón en destierro. La
luz sigue entrando y sigue mirando por el cristal. De golpe y sin darse cuenta,
es tanta la claridad que le ciega los ojos y piensa escuchar una voz, una voz
que le alerta de lo que se le avecina.
Hace caso omiso y se viste y se engomina, dándole un beso en
la frente a la madre, sale a la calle.
Pero no llega a poner pie en el portal, cuando es apuñalado por un
hombre de mediana edad, diciendo a la vez “ toma lo que te mereces”. Corre
calle abajo sin antes dejar el cuchillo en un contenedor de basura. Las sirenas
de la ambulancia alertan a la pobre mujer, que parece que le cae el mundo encima, cuando le pican a la
puerta de su casa. “Su hijo está grave, puede acompañarnos. Corre que te corre,
se calza los zapatos y cogiendo las llaves y el bolso, se sube a la ambulancia
y de manera apresurada le aprieta las manos a su hijo, fundiéndose en una sola.
Corre, circula rápido hasta el hospital. Ahora sí que llora, ahora espera que
no sea demasiado tarde.
Alberto se ve fuera de su cuerpo, se ve desde el techo. Ve a
su madre y ve a los del equipo de emergencias, de un lado a otro. De golpe,
siente como si una mano se asentara en su hombro. Quien es? Un ángel, quien lo
sabe. A saber. Solo escucha lo que le dice “ ves en lo que te has convertido?
Piensa si tienes una oportunidad”.
El equipo, le lanza una sacudida de electrógenos. Le cortan la herida y
Alberto vuelve a su cuerpo. A los dos minutos, abre de nuevo los ojos. Solo ve
los fluorescentes, solo ve la luz reflejada en las pantallas. Mientras lo
llevan en camilla a una zona de vigilancia intensiva. Ella ya respira, le dicen
que está estable, que han conseguido cortar la hemorragia.
Hace guardia y se
queda toda la noche, hasta que abatida por el cansancio se duerme. Pasa el
rato, pasan las horas. Una mano se asienta esta vez en el hombro de la mujer,
ella se despierta sobresaltada. “Disculpe señora, porqué no se va para casa y
descansa, a su hijo lo vamos a subir a planta”. Da un suspiro y acepta, no sin
antes volver a apretarle la mano a su hijo diciéndole un “hasta luego”.
Está ya en casa, se ducha y se asea. Cuando pican a la
puerta, es la policía que quieren saber. Ella dice no saber nada y que su hijo
está grave y ahora no puede atenderles. Cosa que entienden y respetan y solo se
dedican a trabajos de policía científica.
Se toma un café y deja entrar la luz por el balcón. Al cabo
de unos minutos, se posa en la baranda un pájaro, un pájaro que parece hablarle
y le dice, le comenta que tiene una nueva oportunidad, que le dé tiempo, que él
lo sabe.
Sonríe, pero con la boca pequeña se dice a si misma, si es
cierto todo lo que pasa. Ya aseada y más tranquila, sale a la calle a esperar
el autobús. A esperar esa oportunidad que dicen tener, ella se dice a si misma,
que es muy joven. El “48”, es su autobús. Se sube y se asienta, todo el mundo a
lo suyo. No saben o no quieren saber. Llega a la parada y se baja, pregunta en
que habitación se encuentra y la enfermera le dice, que está en la 3ª planta y
en la habitación numero 32. Pulsa el botón del ascensor y el corazón se le
acelera…En un momento está en la puerta, mira para adentro y ve que la saluda
con una sonrisa. Pero no le cuenta lo acontecido, al igual que ella se lo
calla. Es un secreto, es algo que los dos omiten.
Que ha sido un ángel, quien ha sido. Promete aprovechar la
oportunidad y le dice a la madre “ Voy a buscar trabajo madre” , ella no se lo
cree, pero no se lo dice.
Es la hora de comer y una
enfermera, le ayuda a incorporarse. Le duele, tendrá el recuerdo para
toda la vida. Una bonita cicatriz, para un mal recuerdo o quien sabe. El
destino de la persona no sabe donde se va a asentar y solo piensa, en varias
cosas a la vez. Parece que esta vez la rueda de la fortuna ha rodado a su
favor. No se ve más pájaros ni se ve a nadie más. No tiene visitas, no tiene
amistades de verdad ni novia a quien besar. Pero se dice para si mismo “esto va
a cambiar”. No lo escucha su madre, pero ella sonríe. Porque sabe que el
destino, le ha dado una nueva oportunidad, una nueva vida que empezar y empieza
en la salida del hospital a las dos semanas. Nadie pregunta, nadie se interesa
y se da cuenta del vacío de su vida. Solo están ellos dos, pero con el amor
familiar serán capaces de caminar un tiempo juntos. Hasta que encuentre esa
compañera, que no le lleve por los senderos de la discordia. Si no al revés, lo
lleve por el sendero del amor y del respeto hacia la persona amada.
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