Historias de un pasado reciente
Lánzame una respuesta y yo te lanzaré una pregunta. Lánzame
un puñetazo y yo te lanzaré un puntapié. No intentes agacharme, pues no lo
conseguirás. Te crees más listo y más inteligente que yo, puede ser, no lo voy
a poner en duda. Pero tampoco pongas en duda mi energía y mi dignidad. Mi
energía de una juventud que aún conservo y una dignidad que sigue intacta. No me mires por encima del hombro, que entonces yo lo haré
subido a una azotea. Vivo y revivo en cada vida lo mismo y ese mismo es un
instante, que ya es pasado. Desde que he empezado a escribir estas frases, he
ido fabricando, construyendo mi pasado y forjando mi presente. Qué más da, es vertiginoso lo rápido que pasa el
tiempo. Con qué no me vengas con historias si no quieres que te cuente la mía.
Como el que juega a la ruleta en un casino, sigo con mi
suerte y sigo caminando altivo, me siento poderoso. Me siento con tanto poder y
me sonríe tanto la billetera, que pienso y repienso y tomo una decisión. Entro
y tomo asiento cerca de un escenario con chicas bellas y dulces. Bailan y se contonean
en una barra vertical., la música seduce por igual. Yo me siento contento y
pido una copa. Yo creo que me la merezco, después de un arduo día, en el qué he
tenido que aguantar a mi jefe. Un hombre que no tiene dos dedos de frente, que
manda y manda sin pensar el porqué de las cosas, si yo fuese el jefe….Miro y disfruto del espectáculo, solo hago el esfuerzo de levantar la copa. ¡Ya era hora! El día ha sido caótico, mucho que tragar y mucho que soportar. Al menos ahora es mi tiempo y me lo bebo de un trago. ¡Otra copa! Le digo al camarero, pero esta la tomaré de forma más pausada. Ya me desfogaré, por ahora me relajaré viendo a estas lindas chicas, como hacen su trabajo. Lánzame una mirada morena y seré tuyo en este mismo instante, en este mismo presente. Baila delante de mí y hazlo de forma sensual, sin caer en el pecado del sexo. Me gustaría ser la barra donde te mueves y deslizas tu bello cuerpo. Rozar tu piel con la mía, volviendo el momento, el presente en un momento carnal.
Música de danza, de danza para unas andanzas que son propias de mi edad. Soltero, divorciado o viudo, qué más da. No te hace falta saber, solo el saber puede romper es hipnótico momento. Cada uno sabe su propia vida y no hace falta ser tan transparente.
Te acercas y te pongo 20 euros en la liga por un guiño de
ojos. Creo que merece la pena, ¿no? No te falto y tú tampoco me faltas a mí el respeto, cada cual juega su
papel en la vida. Yo no sé cuánto te durará la belleza ni tampoco sé cuánto a mí me durará la
riqueza, con qué, le doy un sorbo a la copa de whisky y me echo en el respaldo
del asiento. No tengo prisa, alargo las piernas y me dispongo a pasar un buen
rato. No tengo a nadie que me espere ni a nadie que me cuide. Estoy en la calle
tal, número tal. El local es grande y hay chicas igual de hermosas que tú, pero
tú eres la que más me atrae. Luces de colores, música ambiental, hace resurgir mis más
bajos instintos. Me pido otra bebida, pero esta vez me la trae la chica que se
contonea. 50 Euros me cuesta la acción, ¿pero no es lo que quiero? Ella observa y se percata de los
billetes que hay en mi cartera y con una sonrisa me caza y me dice, me susurra
al oído que me vaya con ella al terminar la actuación. Yo, llevando dos copas y media encima, accedo y me espero. Sin
darme cuenta, se sienta un hombre en la mesa que hay detrás de la mía. Yo no me quedo con el detalle y en unos de
mis deliciosos momentos, hace caer unas gotas en mi copa. Ella hace como qué
mira para otro lado y baila y se contonea, hasta que se para la canción y se
baja. Ya termina el baile, han pasado quizás quince minutos. Pero como en un
canto de sirenas, empiezo a encontrarme. Ella se sienta encima de mí, me besa y
me acaricia. La veo, la observo, pero
cada vez de forma menos nítida…Las gotas empiezan a hacer su efecto y empiezo a
adormecerme. No siento, no me encuentro. Todo se apaga, como en un final de
fiesta y yo no recuerdo nada.
No me acuerdo si he salido por mi propio pie o me han tirado
como un paquete postal, no me acuerdo si me ha dicho o no, su nombre. Qué más
da. Me siento congelado, aturdido y semiconsciente. ¿Qué ha pasado? Me siento
desnudo y en la parte trasera de una calle del centro de una ciudad. No llueve,
pero parece tener intención de hacerlo. El viento es frío y húmedo y a mí me
faltan los pantalones. Como salir, sin llamar la atención y me detengan.
Igualmente, algo debo de hacer. Es cuestión de minutos de que la gente que
pasea a lo lejos, al final de la calle, se dé cuenta de mi presencia.
¿Qué ha podido pasar? Solo me acuerdo de una chica y mi
copa, nada más. Tiene que haber sucedido algo o alguien me ha adormecido, todo
parece un robo. Pico a una puerta metálica que hay sin nombre alguno y nadie
atiende a mi llamada. ¿Cómo poder demostrar lo sucedido? Me siento avergonzado
y con el aliento alcoholizado.
De pronto una luz cegadora me inunda los ojos, haciendo que
estos los entrecierre, poniendo las
manos en frente de ellos. Estos dicen ser los de la Ley y vienen y me
preguntan…Por mucho que me pregunten, no sé lanzarles las respuestas. Piensan o creen, que solo soy un borracho más y me hacen entrar y sentarme en el coche patrulla. Les digo donde vivo y que estoy solo, que no tengo a nadie. Pero como la dirección es de la zona alta, pues no me creen y me dicen que hasta no diga la verdad, no me dejarán marchar y que tengo derecho a una llamada.
Les vuelvo a decir y les repito que no tengo a nadie y el
único número que se me ocurre es el de mi jefe, pero no son horas de llamar. A
lo que ellos responden, que tendré que pasar la noche y que al alba y más
sereno, veré y recordaré. No me esposan, pero me encierran. A mí. ¿Qué ha sido de mi
ego y soberbia? Pasan los minutos que parecen horas y estas parecen quietas.
Por fin entra un rayo de Sol y se me acerca un uniformado y me pregunta, yo le
vuelvo a contar lo mismo y ellos, ellos me piden un número de teléfono. No
quedándome más remedio que dar el de mi jefe. Alertado, no tarda en venir y corroborar lo dicho. Me mira y
yo agacho la mirada. Quién lanzará ahora las respuestas y quién lanzará las
preguntas. Algunas no tienen ni perdón ni contestación. Salgo con unos
pantalones prestados y después de llamar al cerrajero y cambiar de llaves la
puerta, entro en mi casa. Me pego una ducha de agua caliente, me siento sucio y
me digo y me repito, que no volveré a subestimar a nadie y que no volveré a ser
tentado por la vanidad y la lujuria. Ya que no solo he puesto mi persona en
cuestión, si no mi propio puesto de trabajo y bienestar.
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