viernes, 6 de mayo de 2016


                                               Dicen de una virgen.

Dicen de una virgen, de aquella que vivía al otro lado del lago. Sí, de aquella qué se enamoró perdidamente del hombre menos favorecido del lugar... Ella, bella, hermosa y dulce. Él, testarudo, rudo y feo. Juntos se miraban el reflejo en el agua transparente y se besaban mientras el Sol calentaba sus rostros. Nadie se creía lo que llegaban a ver en primera persona, al pasar cerca de la cabaña, donde ella vivía. La gente de los alrededores, arcaica y mundana, tenían muchos prejuicios sobre el hombre. La muchacha intentaba hacer ver, lo bueno que era por dentro y que en su interior no había maldad ninguna, para que fuera repudiado de tal forma. Por ese motivo decía que era difícil verlo hablar o alternar por las cercanías.
¿Cómo poder demostrar, que la belleza no está solo por fuera? ¿Cómo poder reforzar su amor y conseguir el respeto de los que viven cerca? A ellos, a los del lugar, en verdad poco les importa la mediocridad y se sienten mejores o en más altura.

Ella siempre viste de negro y ello encaja con el color de la estación, ¡otoño! Un clima gris y fresco, que invita ya en ir pensando en el fuego a tierra y en los abrazos cálidos del prójimo. Que no son otros que los de él, de esa persona menospreciada que en ella ha calado, hasta tal extremo, que llega ya a formar parte de su vida y de su alma. Como un par de pájaros, anidan y forman su nido en la cabaña cerca de la orilla. No sienten nada más que el sonido del viento al colarse por las ventanas. ¿Qué habrá visto en él, que tanta sin razón le deja? Ella misma no lo sabe, pero si pudiera hacer una foto, la haría y la colgaría en el comedor de su casa. Para que le acompañara en su ausencia. No hay nada más bonito, que dejar entrar, invitar al amanecer a un nuevo día de amor, de amor conyugal. Que el Sol radie y alumbre el lugar, diciéndoles “buenos días”.
Qué bonito es el otoño, cuando el cielo y la tierra están  húmedas. La lluvia no deja de caer y riega con ello, el amor de la pareja que se cobija en el interior, siendo testigos desde la ventana. Se abrazan y se miran a una distancia tan corta, que no se puede medir. Quién hará de juez o de verdugo, quien será capaz de romper aquello que no se une si no es fundiendo los dos sus corazones. No hay nada ni nadie que pueda alejar el amor y el pensamiento mutuo. Solo, cuando se va de caza o a cortar leña a ella le entra la melancolía y piensa que un niño, un retoño le llenaría de gozo y que no le importaría que se pareciese a su pareja, porque ello le haría recordar y que la espera fuera menos larga en esos momentos de alejamiento.

Él siempre vuelve, vuelve y la abraza como si en ello le fuera la vida. Eso es lo que ha visto ella en él, que es un amor incondicional y que al final tendrán el fruto de su pasión. Una pasión que no se corta, perpetuándose toda la noche. Toda la noche sin más luz que la de Luna, que feliz cierra los ojos y deja hacer a los dos amantes hasta el amanecer. Como una vela que arde, el calor de su llama hace resbalar la cera. Haciendo que esta, quede como fruto en el interior de lo que más desean. ¿Qué más pueden pedir? Les importa bien poco “el qué dirán”, no les hace falta nada más. Él ya no se acerca por el pueblo, como no sea para hacerse de alimentos o de alguna herramienta. No tienen dinero, pero intercambian. Hace trueque y eso les hace seguir adelante. La gente en cuestión de dinero o negocios, no hace menosprecio. Aunque a veces, él mismo lo sabe, él mismo se da cuenta que no siempre sale ganando. No hay más remedio, si en ello va lo que más quiere y lo que más desea.
Cada vez el murmullo y las risas son menores, se dan cuenta del valor humano de la persona y poco a poco, parece ser que se va ganando el respeto. Esto le da fuerzas y coraje para luchar con el apoyo de la que espera sea su mujer para siempre. Lo qué no sabe es lo que no sabe y eso es qué los lugareños no esperan lo que espera ella.

Nueve meses de espera, nueve meses de sentir como se forma y ver como ella engorda. Dentro lleva la semilla que les hará ser una familia completa, como aquello que se une, no como el que se pega, pero si como se funde como el hierro candente que forma un nuevo ser humano. No  les importa, “niño” o “niña”, lo importante es que es el fruto de un amor puro. Un amor que ningún rayo de desesperanza o duda, podrá romper. Como el que siembra un manzano, espera brotar el primer tallo. Van pasando las semanas y con ello, los meses. En estos lugares no existen nada más que un médico y una comadrona, él receloso no consigue convencerla de ir al pueblo.
Todo son miradas y murmullos al llegar. Se sientan en la sala de espera hasta que llega el momento de entrar. La comadrona que no hace nada sin dinero por medio, hace que la enfermera les informe de cuanto les va a costar el seguimiento. Ellos son ahora los que se miran y sin mediar palabra, se levantan y se marchan, sin poder evitar las risas bajas de los del lugar. Unidos, van cogidos de la mano. Ella le hace entrar en razón y en sosiego. Se alejan, pero a paso corto, como los que van dando un paseo se dirigen hacia el lago. No volverán al pueblo y ya verán como lo hacen y deshacen. Pero ella lo parirá sola, ella  solo tendrá el apoyo de su hombre fiel. Si es niño lo llamarán Gabriel, si es niña a saber. Él espera que sea un niño, un niño que en su día se convierta en un hombre. Pero para eso falta mucho tiempo y tiempo es lo que tienen hasta que nazca el retoño. Sin comadrona y sin médico nacerá. Pero con el amor de unos padres crecerá, ¿qué es mejor? El amor o la enseñanza, la confianza o la desconfianza, el desprecio o el respeto. Eso es lo que le enseñarán, vivirán alejados de una sociedad, que no sabe valorar lo que verdaderamente importa y eso, eso es lo más importante.

 

 

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