El salmón dorado.
Camino a la vera del río e intento pescar con mi caña, a
todo aquel pez que intenta subirlo. Piso el barro de la concordia, con mis
botas de la discordia. Son como saltamontes, dando brincos y nadando a contra
la corriente. El agua cristalina del riachuelo forma al final como en cascada y
es prácticamente imposible, creer que se armen de valor y sean capaces de
subir. Como el que escala el Everest entre una intensa nevada, así son ellos. Como
será posible, como serán capaces o a qué aspiran, llegando a la cima.
Yo camino para abajo, hacia el valle a dónde se forma un
gran lago. Un gran lago rodeado por unas laderas montañosas, desde las cuales
sobresalen unas nubes parecidas a unos
algodones. En él veo pescadores qué como yo he intentan pescar a los preciados
pescados, que ya sea de forma deportiva o por necesidad, son de estímulo para
que el hombre se lance a su pesca. Salmones de color anaranjados, nadan, pegan
saltos llenos de alegría, ajenos a lo que les acecha. Qué será de ellos si los pescan y no los
devuelven al agua. A nosotros nos pasa algo parecido, nos pasamos la vida
luchando a contra la corriente y solo conseguimos llegar a la muerte. ¿Quién
dice que no haya un pescador al otro lado? Nos devuelven a la vida o seguimos
el curso de una cadena, que parece no tener fin. Una que puede ser placentera y
rodeado de todos aquellos que son queridos y amados o llenos de vacío y
soledad. Eso lo que provoca que se produzca un valle de lágrimas, pero solo
será por un tiempo. Pero las nubes de la tristeza y de la melancolía no duran
mucho y se apartan, dejándole espacio al Sol y a la Luz. El Ser Humano es
fuerte, es duro y al poco solo le queda un vago recuerdo o eso al menos es lo
que aparenta. Aparenta y es cierto, porque el qué se queda, se cree libre de
momento. Me miro en el agua cristalina y
a trasluz da el reflejo, solo me veo el rostro. Un rostro que continuamente va
cambiando, menos los ojos. Los ojos son el espejo del alma y estos me dicen,
estos me responden, que todavía soy joven. Me lo dice los ojos o algún espíritu
que se cuela en mi mirada.
Solo espero no tener que escalar hasta la cima, porque me
siento muy a gusto en el valle, en el lago intentando pescar. En el lago
charlando con los demás, pasando el rato, como si no pasase la vida o ésta la
dejara escapar.
Hay muchos peces, el agua es clara y está limpia, si fuera
en todos los sitios igual… Cuantos pescadores habría, si fuese todo como
nacimientos de agua. Qué somos, sino solo aquello que nos refleja. Somos eso o
también nos engaña la vista. Una vista que aunque sea la misma, está cansada.
Está cansada de ver acciones, que no son de ser...
Cuenta una leyenda, qué aquel que llegue a hablar con uno de
ellos, será recompensado con una vida eterna. Sin subidas ni lucha, solo
disfrutar y beber vino. Quién se lo puede creer, yo no me lo creo. Es más con
qué lengua me va a hablar el salmón, solo podemos aprender a ser tenaces y
luchadores. Para poder salvar los obstáculos de la vida misma, guardo ya mi
caña y llegando al lago, me siento en una piedra redonda y veo la gente
moverse. Charlando entre ellos, no pierden de vista el sedal. Ese mismo sedal
que te puede llegar a producir y caer en un engaño, mordiendo el anzuelo de la
mentira.
Me entra calor y quiero darme un baño, pero para ello debo
alejarme de ellos. No es por nada y lo es por todo. Por todo aquello que
conlleva molestar y espantar a los peces, llevando al enfado a estos señores.
Ha llegado la primavera y con ello un adversario, ese no es
otro que el oso. El oso pardo de los Pirineos, ese animal que es mucho más
fuerte y más grande que tú. Tiene hambre y de zarpazo en zarpazo, va cazando
aquellos que se hunden en las profundidades del lago. Parece un ángel o un
demonio, qué más da, los engulle sin
saborear. Aquellos que no quieren escalar, son los primeros en ser devorados.
Los que saltan o brincan, son difíciles de coger. Y es qué es casi imposibles
cazarlos al vuelo, son menos listos quizás, pero tienen más energía, tienen más
ímpetu. Solo desean subir, para no tener que bajar. El oso sigue en su parte de la orilla, nos miramos frente a
frente. Yo no le ataco ni me acerco y él se queda a su libre albedrío, cazando
y devorando. ¡Ay! Qué será de aquel que le moleste, qué será de aquel que se le
acerque. A saber. Cada uno a lo suyo...
Los perezosos son los primeros en caer, no quedará ninguno.
¿Después cuales serán? Llegará el momento en el que solo quedemos el oso y los
pescadores. Entonces qué pasará si no
recogemos y nos marchamos, ¿nos verá el oso cara de pescado? Nado y nado, llegando a bucear en lo más profundo del lago y
me veo, me veo un solo salmón. Reluce por su color dorado, no es anaranjado
como los demás y eso me llama la atención y me acerco. Le relucen las escamas
al reflejo del Sol y eso aturde al oso, qué no lo ve con claridad. Este me dice
y me pregunta "si sigue el oso en la orilla", yo le digo que
"sí" y se marcha, se marcha alejándose en lo más lejos de esta. Aquí es donde me doy cuenta, que la pereza no está reñida
con la inteligencia y todo puede ser, por querer pasar de procrear y nadar
siempre, pensando en que la juventud no le va abandonar. Quién sabe si por su
color dorado o por su soberbia, será cazado sin poder escapar de las zarpas del
oso. Solo un oso, solo un ángel o demonio. Porqué estoy soñando o me falta el
aire.Ya se dará cuenta, cuando quiera y no pueda saltar, entonces y solo entonces, será cazado por el oso. Porque pescado por el hombre, seguro que no. No se le ve pez de ser engañado, lanzando un anzuelo. Se le nota maduro en cuestiones de mentiras y se le ve avezado en cuestiones de supervivencia. Seguirá nadando, pero yo ahora me subo a la superficie. No aguanto más la respiración y dando una bocanada de aire, muevo la cabeza de lado a lado. Viendo en uno de ellos al oso, ya cansado y que se marcha, con la tripa bien llena.
El Sol también hace un hueco a la Luna y se retira,
retirando a los pescadores de la jornada. Salgo del agua y me noto con frío y
es qué todavía no es verano y las noches, todavía no son cálidas. Un pez, un salmón, dos salmones. Algunos se
hacen fotos, otros ya los reservan para mañana ser cocinados. Todos salvo yo,
han pescado alguno y creo y solo pienso. Que no volveré a pescar o quizás sí.
Ha sido un espejismo o una alucinación, los peces no hablan ni tienen memoria. El salmón me ha hablado o solo ha sido un alma
en tránsito que por la falta de oxígeno, se ha comunicado conmigo, como si
estuviese en trance, quien lo sabe. A saber
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