jueves, 7 de abril de 2016


                                                   Yo quiero aprender.

Alex es un niño de ocho años, que observa como hacen deporte unos de su misma edad. Le gustaría jugar, le gustaría correr….Pero para él, estar sentado en una silla de ruedas, le hace muy cuesta arriba una pendiente imaginaria. Imaginaria, porque no existe tal pendiente. Observa y a veces se le humedecen los ojos, al ver correr a esos niños. Niños con discapacidad intelectual, que tienen otras pendientes. Pendientes, difícil de subir, más por la poca información que tiene la gente, que por ellos mismos. Está atardeciendo y le entra frío, su madre le acerca una manta con la que poder arroparse. Pero le ve la mirada triste y se marchan para casa. Su madre siempre atenta y cariñosa, no le deja de hablar y de animarle.
       -         Puedes cantar, pero no debes llorar, estoy aquí, a tu vera. Quién sabe que puertas podrás abrir, cuando seas con edad. Debes de disfrutar de otra manera. ¡Ves! Aquellos niños, corren y saltan y están contentos. ¿Porqué tú no? Que esta silla no te lo impida.
Alex, la mira y calla dándole la vuelta a la silla, se dirige hacia el coche. Este día  ha acabado por hoy y mañana tiene que estudiar. Va a la escuela, como cualquiera. No hay límites, no hay barreras, en el colegio hay rampas, pero no pendientes. Hay maneras de hacer las cosas, hay maneras de vivir.

Tomiche sí va a una escuela especial, como especial es él. No existen discapacitados, todos tienen sus habilidades. Solo hay que descubrirlos y hacerlos florecer, como una rosa en primavera. A él, le gustaría aprender a jugar al ajedrez, le gustan los juegos de estrategia, pero no sabe quién puede enseñarle. Sin hacer ninguna burla de su manera de ser y de su personalidad. También sueña, sueña con echarse novia cuando sea mayor. Trabajar, trabajar y llegar a ser un señor. Por ahora estudia y el tiempo libre lo aprovecha para hacer deporte. Es como se desahoga, es como ríe y se ilusiona. Son muchos que como él, sueñan despiertos. Porque no existe la gente que es superior, porque no hay gente inferior. Todos son únicos, únicos y especiales. Porque se viene al mundo a vivir y eso significa soñar y reír.
Nada más importa, solo la amistad y el respeto. La amistad de aquellos que son diferentes y por una razón u otra, se sienten apartados de una gente, que ni sabe ni entiende. Porqué un niño sentado en una silla, no puede correr y sentir el viento en su cara y el porqué un niño que anda en círculos, no puede aprender a caminar en el camino de su vida.

Corre y salta Tomiche, pero no puede solo encaramarse a lo más arriba del muro. Un muro desde dónde se ve el horizonte, el horizonte y los sueños. Sueños de jugar, sentado en frente de una mesa. Con alguien a quien poder mirarle a la cara y decirle “te voy a ganar”, pero al mismo tiempo saber. Que si pierde, habrá participado y habrá superado un reto. El reto mental de jugar al ajedrez, cosa que no cree que sea tan difícil de aprender a mover las fichas le motiva y le da vida, el poder poner atención y competir en algo que lo ve quizás, como un sueño.

Ya están dormidos, cada uno sueña con lo suyo. Uno con poder correr en una Olimpiada, el otro más se ve campeón del mundo de ajedrez. Cada uno sueña en su libertad, esa libertad que solo tienen los niños. Porque pueden estar despiertos y estar en otra galaxia, pueden volar sin mover los pies del suelo. Entre sueños gritan los dos en silencio “libertad”, pero no es hasta la mañana siguiente. Que cómo en un cruce del destino, se encuentran, se topan en medio de la ciudad. Cada uno de ellos, con sus madres. Se dicen “perdón”, cada uno de los dos se miran y se ven ese algo que les diferencian. No son nada tontos y se dan cuenta, que a cada uno de ellos les separa una barrera invisible y que a la vez no existe, porque no existe nada que separe a nadie. Solo la libertad, la libertad de sentirse sin depender de nadie. Son solo niños y siguen cada uno su camino. Solo queda y solo falta que pasen las horas y llegue otra vez la tarde. Una tarde en la que se encuentran en la pista de atletismo. Alex es el primero en ver a Tomiche y le saluda.

-Hola, haces atletismo?

-Si corro los 1.500 metros.

-A mí ya me gustaría, pero me tengo que conformar con veros correr.

-Yo, yo te puedo ayudar. Si quieres correr, tienes que poner los brazos fuertes.

-Que dices. No me veo….

“Tomiche” se escucha a lo lejos. El monitor le llama y tiene que dejarle.

-Luego hablamos si eso.

-Vale, hasta luego.

Alex se siente con esa cosa que se siente, cuando algo va a cambiar. Se queda pensando y le pregunta a su madre que está cerca…

-¿Mama, crees que es posible correr con la silla?

- Claro que sí hijo. Si es tu deseo.

Alex sonríe, sonríe después de no se acuerda cuando. Solo espera que termine la actividad Tomiche, su madre espera. Espera con la paciencia y el deseo de ver siempre esa sonrisa dibujada en el rostro de su hijo.
Pasa la hora y llega el atardecer, le acerca la manta y Alex le dice que no tiene frío, que si se  pueden quedar un rato más, a lo que ella accede. Pasa la hora y Tumiche se acerca y sin mediar casi palabra le pega un susto al corazón.

-         Hola, ya estoy aquí.

-         ¿Que haces? Puedo caerme.

-         ¡Qué va!

Empuja la silla a toda velocidad, empuja el corazón triste de Alex, para que este se vuelva a  ser alegre. Siguen así un buen rato, hasta que las dos madres les hacen volver…

-         Mañana nos vemos. Dice en voz alta Alex.

-         Claro que sí, mañana tienes que correr tú solo.

-         ¿Qué dices? Todavía no tengo los brazos fuertes.

-         Ya, ya hablaremos mañana.

Se despiden chocando las manos, se despiden dando la bienvenida a una buena amistad. Abre con alas tu corazón, siembra con esperanza tu porvenir. Porque, como siempre sale el Sol por la mañana. No habrá nube, que amenace una tormenta que pueda tumbar dos árboles unidos por la amistad y el respeto. Aquella empatía que demuestra que juntos, podemos conseguir nuestros propios sueños. Aquellos que alguna vez hemos pensado, que son inalcanzables por los lances del destino. Son hoy en día posibles, si dejamos de ser tan individualistas y pensamos todos unidos. Si juntamos nuestros corazones, nuestras alas se harán inmensas, alcanzando lo más alto del cielo. Podrán algún día Alex y Tomiche decirse adiós, sabiendo que solo es un hasta luego. Podrán competir y demostrar que no hay barrera más alta, que aquella que se marca uno mismo. Eso seguro que  sí lo sabrán cuando lleguen a la edad adulta, por ahora a disfrutar cada uno en su juego. Compartiendo, eso sí. Las risas y las bromas, la cercanía de su niñez y la bondad que albergan en sus corazones.
Llora y ríe al mismo tiempo. Tiembla y se muerde las uñas, desea que sea la hora para volver a correr con su nuevo amigo. El Sol sale y entra por la ventana de la clase, así que la nube le deja. “No lloverá”, se dice así mismo. Los estudios, siempre son lo mismo, son especiales porque no puede llevar el mismo ritmo que los de otras escuelas. Pero se esfuerza y tiembla, tiembla porque quiere preguntarle si sabe jugar al ajedrez y si le puede enseñar. Han pasado ya muchos soles y muchas nubes y ni gota ha caído, así que se va acompañado de su madre y un tablero antiguo de su padre y unas viejas fichas, que casi ya no se distinguen las blancas de las negras. Llega corriendo, tablero en mano y Alex al verle, le pregunta…

-    ¿Cómo es que vienes tan corriendo y ese tablero?

-    Era de mi padre. ¿Sabes jugar?

-    ¿Que si sé jugar? Trae, vamos al Sol.

-    Pero no sé…Tengo que entrenar.

Se lo pregunta al monitor y este mira a la madre que le sonríe.

-    Venga Tomiche, pero solo hoy.

Salta contento y se dirige hacia las butacas de la pista, para sentarse al mismo nivel que Alex.

      -     Acércame el tablero de ajedrez.

      -      Pero si yo………

      -      No te apures, que yo te enseñaré.

      -      ¿Cómo? Si no sé ni mover las piezas.

       -       Igual que tú me ayudas, yo te ayudo a ti. Si quieres podemos ser como hermanos, puedes ser mi mejor amigo.

       -        Es buena idea. Yo te enseñaré a correr por la pista, serás como un coche de carreras.
Después de unas risas, Alex estaba al lado de Tomiche, enseñándole a jugar. Con la ilusión, de quizás quien sabe. Si se prepara bien, poder participar en unos paralímpicos. Son sueños de niño, pero a esta edad hay que tenerlos, para conseguir la meta. Una meta que no deja de ser la voluntad de superarse y romper barreras.

Duerme con la luz encendida, no la grande sino una pequeña que tiene encima de la mesita de noche. Tomiche es feliz, ajeno a todo lo que le rodea. Solo piensa a veces en su amigo Alex, a los dos les gusta competir. Son los dos, deportistas, pero hay algo o mejor dicho un juego que le gustaría aprender. Ese es el ajedrez, a veces lo da por perdida la partida antes de mover ficha. Pero Alex le impulsa con su ánimo, al igual que él le impulsa con sus brazos. Tarde o temprano, terminarán jugando cada uno su partida. Uno en juegos de mesas, el otro en juegos más al aire libre. Juego donde sobre la manta y juego donde no haga falta nada más que saber de estrategia.

 

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