viernes, 29 de abril de 2016


                                               Petunias blancas.

Camino entre un jardín de petunias blancas, las voy rozando con las manos mientras canto una canción. Una canción, una oda al amor. Al amor puro y sincero. Respiro, respiro y aspiro y me llena de gozo y de alegría mi interior. Soy muy joven y todavía creo en los príncipes azules y que quien sabe si algún día, alguno rondará mi balcón. Un balcón de un piso pequeño, aunque a mí me parezca un gran castillo. Con torreones y almenas, con galerías y escondites, donde poder perderte entre sus sombras y sus sueños.
Guitarra en mano, me venga como un trovador de un juglar y me ronde y me llore, me llore rogando mi perdón. Mi perdón por querer robar mi corazón, un corazón qué hoy en día sigue sin dueño y qué tardará en tenerlo. Ya que no creo que haya truhan ni tenor de merecerlo ni estudiante en conocerlo.

Camino y salto, a la vez que me agacho a sentir el olor de esta pequeña flor. Flor que me envenena de sentimientos amorosos el corazón. Un corazón todavía inexperto y todavía sin forjar por los desengaños, esos que hacen daño. Lloro, lloro pero no por tristeza, sino por la alegría de tener todavía mis nubes. Mis nubes y particular cielo, que se llama esperanza. Esperanza de cuando aún todavía no se sabe el sabor de un beso sincero, el sabor y el olor que embriaga el corazón, un corazón todavía dormido por mi niñez.
El suelo es de piedra, pero emergen de las jardineras las flores del bien, unas flores que mi madre cuida con el máximo respeto a su naturaleza. El suelo es de piedra, pero entre ellas nacen, lo que llaman malas hiervas. Esas que dice mi padre que hay que cortar, que hay que cortar desde raíz, para que no crezcan más. Aunque para mí, a mi corta edad ya me parece imposible.

No en barro, no en arcilla se encuentran. Son en pequeñas jardineras dentro de un invernadero, relucen sus blancos pétalos y no corre aire, como no sea de la puerta que tengo medio abierta. Corro, camino, salto, juego en mi invisible lugar de recreos. Soy muy joven, para ciertas cosas y muy mayor para otras. Pero lo que es seguro, es qué todavía soy una niña. Una niña no de tirabuzones pelirrojos, aunque tenga mis pecas. Mis padres, me cuidan y me miman, dejándome entrar sola en el lugar preferido de mi madre. Simplemente no tengo que tocar las flores, aunque ganas me entran. Tengo que seguir lo prometido o me cortarán las alas invisibles, esas que me hacen volar en mi aire y espacio especial.
¡ Dardos envenenados, abejas asesinas es lo que salen desde el invernadero vecino! Intentan entrar en mi jardín de petunias, quieren dañar mis preciadas flores, pero les cierro la puerta.

Aguijones malintencionados intentan polinizar las flores, para que estas siembren la semilla del Diablo. ¿De dónde han salido, las malditas que no se cuentan en número? De qué color son, que tantas son, que forman una sombra.
Las petunias en sí, ajenas al peligro siguen luciendo en plena primavera, su polen y su color blanco. Blanco como pureza de lo todavía virgen. Me niego a que entren y dañen o me provoquen un sinfín de picaduras.

Suena como una música estridente, el zumbido de estas. Un zumbido que hace poner en alerta a mi madre, que sale por el portal. Asustada, me dice, me grita, que no abra el invernadero por ninguna causa. Alterada, la veo teléfono en mano. Pero la duda le asalta, ¿a quién llamar, a quién pedir ayuda? El vecino de al lado, parece no estar y las abejas vienen desde su lugar. No son las preciosas flores lo que más le preocupa, si no mi propia vulnerabilidad a aquello que me acecha. Que hago, donde me protejo. La puerta la mantengo cerrada, aunque se estrellen contra el plástico transparente, no pueden entrar. Algunas empiezan a desfallecer y deciden tomar un camino diferente llevadas por el viento.
Su propietario llega a casa, alterado y en disputa se discute con los de su alrededor. Algunos llaman a la policía local, otros a la ambulancia preocupados y angustiados por las sendas picaduras que inundan sus brazos y piernas. Él lleno de soberbia y ego, hace alarde de saber controlar una situación que parece incontrolable. No me gustaría estar en su piel, por mucho que no muestre picadura alguna. La policía al llega,  fumiga y adormece a estos malditos insectos voladores y hace imperar la paz vecinal. Santa madre, me viene y me abraza, mirando y remirando mi cuerpo. Suspirando al ver, al observar que no hay nada que curar. Solo y solamente ahora, gira la cabeza y le lanza una mirada al propietario. Me hace volver a casa y ella a paso rápido se lanza en discusión con él. Los de la  Ley los separa y lo tienen que custodiar hasta que entra en su casa. Todo queda pendiente entre acusaciones y denuncias, por aquellas diminutas pero que en número son bastantes atemorizantes y peligrosas.

Una noche más dormirán las flores, una noche más de primavera en la que el polen tendrá que volar a través del aire. Todo queda tranquilo y camino en dirección a la salida, cuando algo llama mi atención. Que hace una mariposa como tú, aquí dentro de esta pequeña flor. Con qué colores más bonitos has pintado tus alas, se nota que ha llegado la estación más alegre del año. Que haces hablando o insinuándote a una abeja, no ves que es peligrosa. ¿ Cómo se ha colado esta? No lo notas, no lo ves, solo decides despertar tu deseo natural. Aunque sea antinatural o quién sabe. A saber.
Esta es fuerte, pero solo flirteas con ella y es qué más no puedes hacer. Ella observa tus alas coloreadas y da un zumbido con las suyas. Llora a polen rompido la flor, tiembla y se le estremece el tallo al ver que ella no puede ni andar ni saltar, ni correr ni volar. Hace de mera espectadora, mientras del polen hace de testigo de cargo y vuela alrededor de las dos. No me acerco, por miedo, por temor a qué me pique. Pero la mariposa, se muestra como en un cuento de hadas y tiene por completo hipnotizada a su nueva amiga. Apago las luces y solo dejo aquella que no puedo apagar, que es la Luna, que manda su reflejo.

Me marcho, las dejo a las dos y callando boca, me voy a cenar. Seguro que me despertaré a medianoche e intentaré observarlas.  Quién sabe, si esta diminuta abeja que ha conseguido entrar y se pega el festín y como buen truhan o tenor, después con el primer rayo de Sol, se escapa y le cuenta a su Reina su andanza.

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