lunes, 3 de septiembre de 2018


                                           Vuelo al más acá.
        
                 -  Taxi, taxi. Dice en voz alta y clara a la salida de uno de los hoteles más céntricos de la capital española.

Es un día tormentoso, el granizo es del tamaño de una piedra de unos cuatro centímetros. Un botones le tapa con un paraguas y le despide con un, “le deseo un buen viaje señor”

Se sube y toma asiento en la parte trasera del coche, no le da ni una sola propina al empleado del hotel, pero eso no le preocupa, es su costumbre.
        
                   -  Al aeropuerto, gracias. Le dice, mientras se desabrocha la chaqueta y se mira los zapatos que están empapados.

El tráfico es denso, los semáforos los pilla el conductor todos en rojo, pero no puede hacer nada. Charles no sabe qué hacer, solo mirar una y otra vez el reloj. El paso parece religioso, circula a duras penas, es normal en parte, es un martes a las nueve de la mañana. Todo arranca,  todo es un nuevo día, tormentoso y lluvioso, pero no frío, ya que la primavera ha dejado atrás a un largo y helado invierno. Media hora, treinta minutos tarda en llegar a su primer destino. Mientras le saca una pequeña maleta que porta, él, maletín en mano le paga. Rápido, rápido, pero de golpe,  se para al escuchar…

“Señoras y señores viajeros, les rogamos nos disculpen, por razones meteorológicas el avión 21007, con destino Bruselas tendrá un retraso en su despegue de unas dos horas, cuando esté todo preparado les avisaremos para su embarque.”

No se puede creer lo que escucha, él, un hombre de “altos vuelos”. Se enoja, se cabrea y mirando la hora en su reloj, le da un puntapié a una de las paredes de la sala de espera. Tiempo, solo le falta eso, tiempo. El sudor le burbujea y le resbala por la cara, llegando a empapar el cuello de la camisa. Solo lleva un maletín de piel, sí, uno de esos buenos y una pequeña maleta rodante. Es un alto directivo de telefonía y viaja y viaja, a veces perdiendo la noción horaria. Se dirige a la ciudad belga a cerrar uno de sus mejores tratos. Dinero, es mucho dinero. Charles, que es como se llama él, lleva poco equipaje en sí. Solo la muda de dos días, si hace falta les dirá a los del hotel que se la laven y se la planchen. Zapatos, zapatos de 300 euros, no es mucho para su economía.

Acostumbrado a los “altos vuelos”, no se priva de nada, si hace falta, ya se comprará   ropa.

Suena el motor de una máquina, gira la cabeza hacia dónde viene el sonido y no es otra que la del café, un sin techo el cuál dice llamarse Juan, está sacando uno, con una moneda solidaria. Se lo queda mirando y como si le diese pena, se pregunta, “¿este hombre será feliz?” Es mayúscula su sorpresa, cuando el hombre en cuestión se da la vuelta y con una sonrisa sin dientes, se toma sorbo a sorbo dicho café.

Charles toma asiento en una butaca de tantas del aeropuerto de Madrid.

El hombre sin techo se acerca, Charles ahora lo repudia y se levanta alborotado, maldiciendo entre dientes. Juan se ríe, se destornilla de risa, pero a la vez le cambia la cara y se pone serio. Aunque no sea un hombre con recursos, se siente humillado. Pero calla, se calla, por miedo a que le hagan salir a afuera en medio de la tempestad.
      
                               -     Solo es dinero y poder, la ambición del Ser humano. Hablando para sí mismo, al mismo tiempo que niega con la cabeza.

El de los altos vuelos lo escucha y con un tono de soberbia le responde…
        
                  -  ¿Te parece poco, solo dinero y poder? Viajar en avión, en zona vip y conducir coches de lujo, todo es eso, el sueño de todo Ser  humano.

Como si fuese un programa de ordenador preestablecido, lo llevan en un chip en la cabeza. ¿Dónde está el amor y la amistad, dónde está el verdadero cariño o es qué este provoca un ataque de ansiedad simplemente el hecho de pensarlo?

Soledad, maldita soledad, ¿se puede ser feliz, estando solo? Nadie está completamente solo, nadie está suficientemente fuera del sistema. Si fuese así,  aquellos que lo consiguieran serían verdaderamente felices.

Más relajado se sientan juntos, uno al lado del otro. Uno con un traje y corbata, acompañado por su maletín. El otro, con harapos y ropa vieja, con solo un pequeño carrito, dónde lleva sus cosas personales.  Charles le comenta, le dice como si supiera de verdad, la razón de vivir y como sentirse vivo…
      
                             -    ¡La felicidad se compra!, yo soy completamente feliz. Tengo una casa con mi propio terreno con frutales y tengo un gran coche. Ahora voy a cerrar un negocio que me dará para comprar más felicidad.

Juan, le mira a los ojos, y siendo completamente sincero, le pregunta directamente…
                       --       ¿Tienes amor?

Al escuchar la pregunta rompe en una carcajada y enseñándole su cartera llena de billetes, le responde con otra pregunta.
       
                  --   ¿Qué es el amor?, esto es amor. Yo solo miro el amor de mi cuenta bancaria.

Sentado Juan, entrecruza los dedos y echando la cabeza para atrás, estira las piernas.
      
                              --     ¿Te cambio mi vida por la tuya?

Ahora es Charles el que le mira y atónito se pone de pie y cogiendo el maletín le grita, al mismo tiempo que toma dirección a la terminal.
        
                       --  ¿Estás loco? Yo soy una persona, tú, tú eres… se calla, mirándole por encima del hombro.

Como en un susurro,  le baja el tono a la conversación y le lanza otra pregunta.
     
                                     --   ¿Vas a coger el avión al final, vas a volar a cerrar el trato?
       
                      -- Claro que sí, todo tiene un precio. Hasta tú tienes un precio, si quieres te pongo en un escaparate y te pego en ese abrigo que llevas una etiqueta con una cifra. Le responde de manera altiva.
        
                       -- No cojas el avión, tómate tu tiempo, busca o deja que llegue el amor a tu vida. Si no, sino serás un anciano solitario. Con mucho dinero sí, pero para qué, no tienes ni hijos ni nietos.

Sorprendido por la afirmación del sin techo  y mirando para todos los lados,  le habla más exaltado. 

                  --  ¿Cómo sabes eso?, yo no he abierto la boca.
        
                         --  Muy simple, no llevas anillo de casado y tienes ya una edad, unos años que ya no puedes dejar escapar a las buenas mujeres que se te acerca.

Han pasado ya casi las dos horas y se marcha, no se despide de Juan, solo le balbucea palabras malsonantes, mientras mira su reloj. En el tablero electrónico, anuncian la salida del vuelo y la puerta de embarque. Se dirige y después de hacer cola. Se echa mano al bolsillo de la chaqueta, no se lo puede creer, no encuentra el pasaje ni el  pasaporte. No puede demostrar que compró el billete ni la persona que dice ser y le hacen salir de la puerta de embarque. Se enfada, se cabrea, llama a la policía y esta se persona con la compañía de dos agentes de seguridad.

Sin pasaporte y siendo extranjero se queda sentado, mientras buscan al que él acusa, que no puede ser otro según dice, que el misterioso vagabundo. Piensa en los dineros, en el capital que puede llegar a perder, hasta el peligro que puede correr su trabajo si no llega a culminar el acuerdo. De mientras piensa y repiensa…

                  --  Miro a través del cristal de la terminal,  como alza el vuelo el avión que he perdido.   ¿Cómo me ha robado el pasaje? Se pregunta cerrando los puños y apretando los dientes.

Suena un estruendo y pienso que es el despegue del 21007, pero ciertamente es para mí una sorpresa, no me caben los ojos en mis órbitas, cuando veo, cuando observo, que se viene abajo y chocando contra la pista, se hace mil pedazos. Me llevo las manos a la cabeza, sin darme cuenta se me escapa un poco la orina. Me toco, me palpo, y salvo la zona húmeda, estoy entero y el corazón me late, a ciento-cuarenta por minuto. Parece un caballo desbocado, pero me late. Miro asustado y alborotado a  mi alrededor.

Entre la nube negra del queroseno quemado, ve un rostro, ve a alguien que le es familiar. Alguien que en cierta manera se ha comportado como alguno de esos que la gente llaman ángeles. Mira la hora, mira otra vez a la nube. Es Juan esbozando una sonrisa, es ese que tal se pensaba que no entraba en la vida. El sin techo, le enseña con la mano alzada, los papeles y el pasaje. Le entran ganas de denunciarle, le entran ganas de apalearle, pero sabe en definitiva que le ha salvado la vida.

Todo es relativo, el avión, lleno a rebosar de queroseno, explota llegando a romper los cristales del puente de la terminal. Se hace el caos, los bomberos y los servicios de emergencia llegan rápido. Pero todo es en vano, porque no hay supervivientes, no hay nada que hacer. Solo apagarlo y rezar, hacer una oración por todos aquellos que iban en el vuelo.

No sale de la sala de espera, pero menos sale de su asombro, al ver, en la misma sala, en una de las butacas, su pasaporte y su pasaje. Ahora el corazón le da un vuelco y llama a los agentes, estos vienen y le dicen, le comentan que hoy es su día de suerte. Que lo enmarque en el calendario. No ha salido de su asombro todavía y pregunta…
        
                       -- ¿Conocen a un vagabundo llamado Juan?

La pareja de policías, le dicen que hay muchos, que no saben quién es y despidiéndose de Charles le aconsejan que descanse y que mañana compre otro vuelo.

No ha conocido mujer alguna, pero no ha hecho nunca daño a nadie, tanto trabajar no le ha dado tiempo para encontrar, lo que dicen esa alma gemela. Siempre recordará el rostro, la cara de Juan. Un hombre, un alma o simplemente un ángel que le ha hecho ver, lo que realmente no tiene precio ni se puede comprar. La vida como tal y el cariño y la amistad, no están en venta. Al igual que las personas, todo lo material se queda aquí, todo aquello lo que somos es lo que nos llevamos. Pero a Charles, le queda una oportunidad, una posibilidad y ahora sí, él es el que esboza una sonrisa y negando con la cabeza, no se cree la fortuna que tiene y esa, esa es estar vivo.





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