sábado, 15 de septiembre de 2018

                                                      Affair

No es que lo diga yo, pero dicen los que lo dicen, que un hombre de familia. Un hombre hecho y derecho,  como dicen los que lo dicen.  Andaba por un maizal, rozando con las yemas de los dedos las mazorcas que brotaban a la luz del Sol. Correteaba su hijo pequeño, un niño de siete años llamado David. Corría y corría, su padre, el hombre de familia llamado Juan, le seguía con el oído su cantar. Un hombre de familia de 37 años que nunca había pensado, nunca se le había ocurrido el tener un affair.  Cuál sería su sorpresa, cuál no fue una descabellada idea, sino los signos de su corazón, que su amante iba a ser quién iba a ser.

Todo empieza o todo acaba, según se mire un seis de junio de un año que más vale recordar o quedar en el olvido, según se mire y según se quiera saber o detener en el tiempo.

Eran las cuatro de la tarde de un miércoles, la brisa del mar se le cuela por la nariz e intenta encender un cigarrillo. La brisa se hace viento y no puede prenderlo tan cerca de la orilla. Un hombre joven, de unos veinticinco años se le acerca para ayudarle. Le tapa   el aire, le hace de muro con sus manos y él encendiendo el mechero, consigue encenderlo.

¡Gracias mozo! Le dice, estrechándole la mano.

¡No hay de qué! Le responde amablemente.

El niño no se da cuenta, está absorto viendo el ir y venir de las olas en la orilla del mar.

¿Es tu hijo? Le pregunta el mozo.

Sí. Le responde de manera orgullosa Juan.

El mozo mira a un lado y a otro, hasta que comido por la curiosidad le pregunta…

¿Y tu mujer?

Trabajando, dentro de un rato iremos a buscarla y a cenar.

¡Qué bien! Me alegro por vosotros, yo cenaré solo.

¿Y eso, no tienes novia? Pareces un joven bien plantado.

Ja,ja,ja, ¡qué va! Por ahora estoy soltero y sin compromiso. ¿Quieres tomar algo, te invito?

Juan lo mira a los ojos y ve una mirada limpia y sin maldad. Y total son solo las cuatro de la tarde, algo tiene que hacer hasta las siete, que es la hora de salida de su esposa.

Bueno. ¡David!, vuelve. Le llama, haciéndole aspavientos con los brazos.

En el mismo paseo, donde se sienta la gente a comer un bocadillo, toman asiento los tres.

Dos cervezas y una Fanta, por favor.

Se ve y se escucha el devenir de la gente, se huele la brisa, el sabor salado del mar. Carlos, que es como se llama el joven. Quiere y lo consigue, hacerse el simpático con Juan. No demuestra nada, solo se muestra alegre y extrovertido. Hasta tal punto que se intercambian los números de teléfono uno al otro, pero no solo eso. Carlos le busca la mirada, le busca, pero sin lanzarse a la piscina. Solo hablan y hablan, con el niño como testigo.

¡Dios!, qué hora es. Tengo que marcharme, mi mujer sale del trabajo y tengo que ir a buscarla. Lo siento, seguimos la charla otro día.

El mozo se muestra amable y estrechándole la mano se despide. Tiene ya lo que buscaba, el número del móvil. Llevaba media hora observándole desde la playa y hasta que no ha visto ocasión no se ha acercado. Ahora lo tiene claro, sabe que es un buen hombre, no le hará daño ni jugará con él. Pero siente que un flechazo le ha llegado al alma y no dejará perder la oportunidad.

Termina el miércoles y también el jueves, no es hasta el viernes cuando Juan le llama y después de un rato de charla, dicen de verse a las nueve en el mismo lugar. Son solo la una de la tarde y le sudan las manos. No se da cuenta o quiere hacerse el ciego y no ver lo que va a suceder. No sabe cómo, no sabe el porqué, pero el destino le tenía marcado el cruce con Carlos. Qué más da, solo quería saber, saber cosas que cree que su nuevo amigo ya conoce.

No sabe que decirle a su mujer, ella sale de trabajar y le dice en cierta manera una verdad a medias. Si le importaba que fuera a ver a un viejo amigo de la infancia, que se ha topado con él y que ha quedado para tomar una cerveza. La mujer, inocente ella, accede y él se ve libre.  Contento, llega al lugar de encuentro, solo el corazón le palpita, le late como un coche de carreras o mejor dicho, le galopa como un caballo salvaje a campo abierto. Se presenta, llega el joven y se saludan estrechándose las manos. La nota suave, nada en comparación con las suyas, ásperas del trabajo con la madera. Carpintero por encargo es, y ahora está en sus horas libres. Carlos, a saber a qué se dedica, solo le dice que por ahora está en una fábrica, pero que estudia veterinaria como puede. Cenan algo rápido y se marchan a unos de los locales de la zona.

Del roce de manos a plena luz del día a las miradas nocturnas a la luz de unas lámparas alógenas, que sobresalen de un falso techo. A dónde había llegado y ahora no podía negarse a sí mismo lo que sucedía. Se veía en un local extraño, con música y gente diferente para él, mala escusa a su mujer. Todo serán mentiras y engaños a partir de ahora, hasta los besos en los labios parecían raros, no era a lo que estaba acostumbrado. Pero no quería engañarse para sí mismo, que todo era una fábula y era un cuento para mayores, cuando es la realidad lo que le estaba sucediendo.

El mozo y él, sentados en unos taburetes al lado de la barra, entrecruzaban las piernas y se tocaban los dedos de forma cómplice. Todo era como un sueño, al que no estaba preparado.

No. Le dijo en un susurro en la oreja. No, a una situación que quería desvanecer como si fuese humo a campo abierto.

Sí. Le dijo el joven, sí, porque dice que no es nada malo. 

Le intenta convencer de qué todo lo que se vive, no es lo que está estipulado y marcado por la sociedad, que todo puede ser como uno quiera que sea.

Cierra los ojos y déjate llevar. Le susurra ahora él a Juan.

Siente cosas, se siente a gusto, se deja llevar y de los toques de los dedos, pasan a los roces con las manos en las piernas. Salta entonces de donde estaba sentado. Son la una de la mañana y casi sin decir adiós, se marcha para casa. No pone música en el coche, lo ha dejado plantado, pero le acompaña en su cabeza y quién sabe si en el corazón. Amor, amor extraño entre dos hombres. Nunca lo había pensado y nunca se lo había imaginado. Una puerta tan grande como la de un castillo, se le estaba abriendo. Solo habían pasado dos días y ya estaba engañando a su propia esposa e incluso a su propio hijo.

Disimulos al llegar a casa, disimulos que no pueden entrar en debate, por riesgo de que le cojan en una mentira. Es viernes y ya no tiene que trabajar al día siguiente. Su mujer le pide lo que le pide y él ya no puede, no consigue quitárselo de la cabeza y evadirse. Ella empieza con la mosca y el run-run. No lo cree, en tantos años de matrimonio, no lo había visto intentar algo con ninguna mujer, menos con un hombre y menos tan joven.

Vientos huracanados de cambio, se levanta a las tres de la madrugada y móvil en mano, sale al balcón…

¿Carlos? Pregunta en voz baja.

Sí, hola Juan.

Diez minutos de charla, que parecieron dos. La mujer dormida, es ajena a toda la situación. David, su hijo, se despierta y ve a su padre vestirse.

¿A dónde vas, papá?

Vete a la cama y duerme, voy a dar un paseo.

Pon las manos en la tierra y escucharás mi corazón. Pon la mirada hacia el cielo y verás cómo te amo yo. Todo es como si estuviese dormido o levitando. Todo es relativo, no todo es conflictivo. Los árboles no dejan de mover sus ramas, se siente el cambio. Solos, a la luz de una farola de debajo de casa, hablan, solo hablan. Ha venido, ya son dos, ya son pareja, ¿o no?  Juan le explica, que quiere a su mujer, pero necesita saber. Preguntas y más preguntas que solo se pueden saber entre sábanas. Se sube al coche del joven y se dirigen a un hotel al otro lado de la ciudad. El camino se hace largo, solo queda amortiguado por las miradas que se hacen en algunos instantes.

Sonríe, Carlos sonríe. Juan en cambio, medita tras medita si hace lo correcto o hace lo que verdaderamente le apetece. Llegan al hotel y paga con la tarjeta, el conserje no pregunta, solo les pide los carnets como es de costumbre.

Habitación 212.

Se miran y cogiendo la llave suben en el ascensor. Los dos, todavía están quietos, solo cuando cierran la puerta de la habitación a sus espaldas. Los roces y los besos, se vuelven frenéticos. Noche de alcoba, no piensa en su mujer sola. Necesita saber, necesita con hechos lo que le llevaba a la duda. No hay más, el silencio domina la ciudad. Solo los locos gemidos de aquellos que verdaderamente se aman, se adueñan de la noche. Pasa rápida la noche, pasa sin darse cuenta en un momento. Abre los ojos de golpe, estaba contento por lo averiguado, pero ahora está nervioso, nervioso porque ha cometido un error. Ha pagado con la tarjeta y ahora lo verá su amada y fiel esposa, que ajena a todo, se despierta con la cama desierta. Solo David, el hijo de ellos, va corriendo y dándole varios besos, le da los buenos días a su madre. Es sábado y está contento. No lo mismo que ella, que cogiendo el móvil, se enciende un cigarrillo al mismo tiempo. Llama, le llama una y otra vez, solo el buzón de voz le responde. No hay nadie ni nada más, solo el rato dejarlo pasar.

No se da cuenta todavía, pero en una sola noche, le habían robado a su amor y esposo. Un mozo, un hombre joven se ha puesto en el camino de Juan. Lo dejaba todo y se marchaba con él. No sabía cómo acabaría todo y si iba a ser de durar, pero se marchaba. Quizás la rutina de hacer lo correcto, le lleva a olvidar su pasado, lo único que no olvida es a su hijo. Es lo único que valora de la relación con su esposa, no sabe cómo, pero se le desgarraría el corazón perderlo por hacer unos cambios en su vida.

Carlos, lo había conseguido. No sabe cómo, pero se marchaban los dos a vivir juntos. La ropa en la calle, tirada por el balcón, es lo que se encuentra Juan. Solo mira para arriba, buscando a su hijo. Ella, enterada de todo, lo echa para atrás con el brazo.

No mires a tu padre, ya no va a volver a verte.

Él lo escucha, y recogiendo la ropa, cabizbajo se sube al coche de Carlos. Se marcha, echa una mirada para atrás, para que no se le borre todo y guardar en su memoria el barrio dónde había vivido los últimos años.

Como acabaría la cosa, no lo sé. A lo mejor han pasado demasiados años o ha sido hace poco la historia, quien sabe. No todo está escrito y dónde vive ahora es toda una incógnita.

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