jueves, 20 de septiembre de 2018

                                             Una mujer llamada Dolores.

Que no digan que no me acuerdo, que no digan que no lo tengo ni mucho menos en el pensamiento. Si ya a mi edad no busco querer y no quiero hacer un hombre de papel. Solo escribo este relato en su recuerdo, como si fuese ayer cuándo me puso el anillo en mi dedo. Desposándome y haciéndome suya, para siempre de todos los tiempos. Aquí dejo escrito sus palabras o parte de aquello que al final aconteció.

¡Tú! Sí tú, al que llaman el Más Grande. Como es posible que no me ayudes, cuando te lo imploro y me machacas como a golpes de martillo cuando descanso. Dice ella, levantándose de la silla, apoyando las manos en la mesa y mirando al techo.

David clava, David sierra y pule y pule la madera, como si de su propia vida se tratase. No hay nadie, huraño y solitario no contrata a ningún peón, por  no darle ni un céntimo. Tal es, que cada noche cuenta el dinero ganado dignamente  y cada noche barre su carpintería, como si fuese en ello su destino.

Dolores, su mujer, conociendo ya a su marido, aprovecha todo alimento que entra en su cocina. No lo deja pasar, pero siempre, él siempre mira las bolsas de basura antes de  tirar nada al contenedor. No tienen hijos, solamente están los dos, ni primos ni hermanos, solo ellos dos y viven  sin muchas amistades. Ella, Dolores siempre hubiera deseado tener descendencia y si hubiera podido elegir, le gustaría que hubiera sido una niña, una a la que poder transmitir sus pensamientos y ser cómplice, ¡porqué, no!, de todos aquellos amoríos que fuera el caso. Pero sabe que a su marido, David, no le gustan los griteríos y los lloros de los pequeños, como tampoco  gastarse ni un euro en ellos. La idea de la familia se fue desvaneciendo poco a poco, hasta que ya alcanzado cierta edad, solo comparten el mal carácter y poco más.

Estoy cansado de todo, hasta de ti, mujer. No se puede respirar el mismo aire, es dañino. Me duele el alma cada vez que me tocas, ya no quiero hacer el amor contigo. Busca, rebusca en el baúl de los recuerdos, si hay alguien cerca de ti y llévatelo al catre. A mí, a mí ya me has visto demasiado. Dormiré en la habitación pequeña, te cedo la grande. Solo una cosa, no me molestes, como no sea para traerme las cuentas de lo gastado.

No me viene de sorpresa, no te pregunto si hay otra mujer, porque sé que con lo feo que eres y lo huraño que te has vuelto, no invitas a café a ninguna.

¿Te crees que soy un títere, te crees que alguien me maneja los hilos?, estás muy  equivocada. Yo soy mi propio amo y soy mi propio dios, nadie me maneja.

Cerveza en mano, se dirige a la habitación y de un portazo se encierra, se aísla en su propio mundo. No sabe cómo, no sabe de dónde, pero con la música a todo gas, empieza a cantar. Solo sale para ir hacia la nevera a por más cerveza. Ese es su único camino, además del de ir a su trabajo, no hay más. Rico en posesiones, pobre en felicidad, ese es David.

Sudoroso, espera la marcha del verano. No sabe lo que son unas vacaciones, no por nada, solo por no gastar un dinero. Amasa y amasa, esperando un para qué, que no lo sabe ni él mismo.

Si existes de verdad, mándame una señal desde el cielo, una señal tan fuerte que haga retumbar todo el suelo. Le ruega ella al de arriba, si verdaderamente existe.

Ya no sabe en que creer, ya no sabe a quién querer. Ya se ha marchado, al igual para siempre, a lo mejor vuelve dentro de unos días. Sabe, que por mucho que discutan, por mucho que saque su mal humor. En la carpintería se desfoga, secándose el sudor con las manos, unas manos ásperas de los años de profesión.

Pasan dos días y no vuelve, ella sabiendo por experiencia a donde buscarle…

Camina, ella camina despacio y vuelve otra vez a echar la mirada al cielo. No sin cerrar los ojos, por el deslumbre de mirar tan fijamente. Quiere darle una de sus múltiples sorpresas y presentarse allí, en el lugar dónde se conocieron, cuando él era todavía un simple aprendiz de su padre.

No fue igual, no fue como siempre y la sorpresa fue para ella. Malhumorado, más de costumbre, estaba colocando piezas de hierro subido en una escalera.

No discutas conmigo, que yo te sigo queriendo. No te enfurezcas con la única persona que de verdad te quiere y te respeta.

La mira fijamente, al mismo tiempo que coloca una de las piezas metálicas. Es tal su enfurecimiento, que se suelta de los agarres, con tan mala suerte que resbala cayendo al suelo. No hubiera pasado nada, incluso se hubieran reído, si no fuera porque la pieza en cuestión golpeó en la cabeza de David, dejándole primero inconsciente y luego muerto por  el derrame. Ella lloraba, ella le volvía a suplicar al de siempre, pero esta vez no la escuchó y él se marchó. Falleció con la cabeza reposando en sus manos, nada pudo hacer los de la ambulancia cuando llegaron y envuelto en una bolsa se lo llevaron.
Dolores, sumergida en su sufrimiento, recuerda y no olvida, y escribe o mejor me relata. Porque si escribiera ella, los papeles estarían húmedos por las lágrimas de sus ojos rojizos, de tanto esfuerzo. Mientras, sigue a los del coche fúnebre, hace un recuerdo, hace como si estuviese viéndolo a través de una de las ventanas del taller.

Un armario de cocina para un cliente, es lo que está haciendo. Piensa, mientras clava las puntas. Habla solo, habla y habla, huraño y rencoroso. Pero no mal hombre, no es capaz de maldad alguna y por ese motivo, todos los días, como si todavía fuesen novios, a las seis y media de la tarde, Dolores lo espera dónde siempre. Dónde siempre se encontraban, en el café de Sebas. Era el único extra que se permitía, los dos euros con cuarenta de los dos cortados, que eternizaban hasta la hora de cenar. Después la ducha y a cenar, poco más. Ya no tenía ganas, ni le apetecía a ninguno de los dos ir más allá. Así que un beso de buenas noches, terminaban el día y con el sonido del despertador, empezaba un nuevo día. Vuelta y vuelta, cada día lo mismo desde hace años. Pero no le agobiaba, le gustaba la rutina y la sonrisa de ella, mientras desayunaba.

Lloro, lágrimas desconsoladas el día de su muerte. Dolores ya es libre, ella no sabe si llora por la fortuna o por lo infortunio, pero llora. Está ella sola, no hay nadie, solo los que tapan con yeso el agujero. Estará durante mucho tiempo, lo único que no sabe es cuanto deberá estar de luto. A su edad, no puede pedir mucho más. Pero, quién sabe, la vida da muchas vueltas. Pero nunca olvidará, la caída. El porqué, tuvo que ir de visita y gritarle mientras estaba subido en la escalera.

No sabe el porqué, pero se siente homicida o al menos un poco culpable por lo sucedido. La policía, la dejó en paz. “Muerte, en accidente laboral”, es lo que pone en los papeles de defunción.

“Viaja lejos, pero despacio, para que yo pueda ver tu camino y seguir el mismo. No sé el porqué, pero te sigo queriendo. Siento la soledad como se me acerca y solo la llama de una vela, me hará compañía. Esa pequeña llama, demostrará que eres de un gran corazón. Nada tiene que ver que discutiéramos o no fuésemos ya un matrimonio modélico. Pero nos queríamos a nuestra manera y eso, eso nos enseña que todo no está escrito ni enseñado. Ya que de la mismísima muerte, de la pérdida de alguien que no sabías que amabas, se aprende.”

Seguro que si tuviera una guitarra española, se la cantaba, le cantaba una especie de canción. Como despedida, mirando hacia el cielo, ahora que no está la Luna. Que solo las estrellas hagan de testigo, que solo los cometas anuncien su despedida. Sin llegar a lastimar a nadie, sin avisar de su llegada, el ángel de la muerte se llevó su alma. Sin dejar despedirse ni decir un “hasta luego”, porque nadie se escapa de ella, pero todos nos volvemos a encontrar. Al menos es la esperanza de Dolores, que ahora, se sienta en su mecedora en el balcón de su casa, sintiendo el aire fresco del otoño que está por llegar. No sabrá nunca, si ha sido fortuna o infortunio, tiene todo lo que le queda de vida en este mundo, para encontrar la verdad.


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