sábado, 3 de septiembre de 2016

                                               La karraka.

Una vez yo volé muy lejos, solo una vez. Solo fueron algunos años, de los que me acuerdo a ráfagas. Tengo ciertas lagunas, debido a que solo era en mis sueños cuando yo vivía y yo alcanzaba el cielo. Solo era entre los árboles llenos de amapolas, cuando yo era feliz. Me posaba en ellos, como un pajarillo silvestre y cantaba una canción. No sé qué pasó, no sé qué sucedió, pero un día una gran tormenta me despertó y dejé de ser feliz, para enfrentarme a la cruda realidad. Ese bucle que solo te dice lo que tienes que hacer y solo te dice lo que tienes que decir, sin llegar a ser realmente del todo pleno.

El río se llevó las amapolas y los árboles se quedaron sin hojas, debido al viento. Un viento que no se sabe a ciencia cierta, desde donde provenía. Muchos dicen y muchos creen, que venía desde mi propia conciencia, solo creo que no fue la providencia. Yo solo deseaba ser feliz y pensaba que si despertaba con la lluvia pura y transparente, podría llegar a elegir la vida que deseaba. Pero que más lejos de la realidad, que me veo abocado a la soledad. Una soledad que parecía lejana y que me toca el alma, agarrándose a mis huesos. Sin dejarme, sin darme la oportunidad de volver a cantar.  Carcomiendo todo lo que yo pensaba que era verdad y es que lo único cierto es mi nombre y porque este está registrado,  registrado con una fecha de nacimiento. Pero no de muerte y eso me da alas, me da la suficiente fuerza para superar cualquier contra-tiempo y saber dominar una situación parada en el presente. Un presente que no se mueve y si lo hace, lo hace muy despacio. Tan despacio que no me entero, tan lento que cualquier tren regional de montaña, es capaz de adelantar y presentarse con antelación a un futuro, un futuro que puede estar en lo más alto, sí de esa cumbre.

Estoy cansado, muy cansado. Solo deseo volver a dormir, volver a volar entre mis sueños. Qué más da si no son reales, qué más da si no son más que fantasmales. Pero mis alas ya están húmedas y paso frío y tiemblo. Yo creo en ellos y estos me salvan y no me dejan pensar en que mañana será igual, será igual hasta el día de mi muerte. Que mejor amigo hay que uno mismo, ese que te empuja a todo, menos a las vías. A unas vías muertas, que solo tienen parada en la misma salida. En la misma estación, que estación debe ser aquella que me deja volar. Volar haciendo círculos, haciendo como buitres al acecho. Solo quieren mi vida, solo quieren mi suerte y esa, esa ya está echada. ¿Qué partida de cartas, se hace sin comodín? Como trapecista sin red, juego a la vida. Nadie tiene red, solo un duro cemento donde romperse la cabeza y con ello dejar de soñar y por lo tanto de volar. ¿Quién eres tú, que te crees con tal poder? Yo si te conozco, eres el que me hace subir al trapecio y que dé vueltas con mi propio y único riesgo, del riesgo de una persona con un solo nombre y unos solos padres que aguardan que baje y siga un camino, un camino que ellos dicen que es el recto.
Es que no hay camino más recto y más directo, que aquel que te hace vivir rápido, tan rápido que ni el mismísimo tren de alta velocidad te puede alcanzar.

Respiro hondo y una bocanada de aire me llega al corazón, sé que no estoy solo. No estoy acompañado, pero no estoy solo. Tengo que esperar, ser paciente y mis sueños, aquellos que tenía mientras dormitaba en medio de mi mundo, se harán realidad. Yo no  quiero nada raro ni nada nuevo, solo aquello que me permita decir, que me permita pensar que he hecho lo que realmente tenía que hacer. Que rompa el huevo y que mire hacia el cielo y me diga a mí mismo “que he aprovechado realmente la vida”. Quién puede decir y quién puede sacar una canción, un tema de blues cantado en medio del Sol. En medio de aquello que necesita un poco de aire fresco, para que las letras. Aquellas que se componen en medio de un par de cervezas, sean realmente las que valgan la pena. Para que todo hombre que se levante, se alce pero no en armas. Solo levante el puño para decir basta ya, basta de hincar la rodilla y sea capaz de demostrar a contracorriente su valía.
Toda persona tiene su propia habilidad, qué más da la profesión, qué más da que sea de mayor. Lo importante es demostrar y ser de respeto, que ninguna tormenta mueva los árboles y no caiga en las amapolas, esas que dicen que dicen la verdad. Esas que te hacen dormir un letargo, un letargo tan largo como toda tu vida. Despierta si duermes y demuestra que no es fruto de la casualidad que estés aquí y que tienes tu porvenir. Un porvenir labrado por tener el puño cerrado y la mente abierta, como un corazón caliente y un alma valiente, un ser de querer, que encontrará a su propia mujer. Esa que se le cruzará, en la calle o en el parque. Quién lo sabe, solo lo sabe el destino, ese que nos pone a prueba. Ese que nos dicta y nos dice que lo que hemos hecho a estado bien.



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