lunes, 20 de junio de 2016


                                                      Clavos en la cruz

Sangran las manos, como señal de darle la bienvenida a la muerte. Sangran las manos al estar los clavos firmemente fijados en el madero. No llora y no ha querido sentarse detrás de un burladero. Ha dado la cara y le ha costado la vida en este mundo. ¿Quién es tan alta personalidad?, que lo clavan por destacar entre su comunidad. ¿Quién es el que no llora? y solo mira al cielo. ¿Quién es y cómo se siente? Al esperar que vengan a buscarle, los que no son de aquellos. Qué más da, él siempre sincero fue y por eso detenido marchó.
Mira hacia el suelo y ve gente, gente bien que lo llora o se mofa. ¿Quién hace lo correcto? Unos dirán, los que lloran, porque no hay que mofarse de nadie ni nadie faltarle el más mínimo respeto. No puede ser que albergue dentro de su alma o cuerpo, tanta bondad  y consuelo. Cómo es posible, que no mienta y sea tan sincero, tan sincero que le cueste tal sufrimiento. Todavía no se ven los buitres al acecho, pero sí se le posa un cuervo. Él no mira y solo se desconsuela con aquellos que lo despiden y se apiada de aquellos, que ahora se sienten fuertes y libres.

Reza una pregaria, pero no por sí mismo, si no por los que le van a ver marchar. Los que van a ver su último suspiro y así, soltar su último aliento. Es como el acero y se le acerca al final el cuervo…

-         Vente conmigo, vente y vuela alto y deja a estos, que no merecen tanto amor y abrazo.

-         ¿Qué dices? Yo no me uno a vosotros, sois dueños de la oscuridad y yo soy la Luz.

-         ¿Quieres volver a nacer? Una y otra vez, hasta que tu alma se harte de tanto ir y venir. Te prometo que conocerás a lo largo de tus vidas, las más bellas mujeres y nadarás en la abundancia.

El que va pereciendo en la cruz, se lo piensa. Es buena la oferta del cuervo, es buena y piensa en la posibilidad de “vivir”. Qué más da, el que se dice padre, ya lo asquea y lo recrimina. Es de pensar, que volver al mundo es nada más y nada menos que volver a ser feliz una y otra vez.

         - Dime que me serás infiel y arderás en el infierno, te expulsaré y no podrás decir  que soy  tu  padre. Dime que te rebelarás y te irás a donde no podrás volver atrás.

Llora, ahora sí. Llora, no por el dolor de los clavos sino por las palabras del que dice ser su padre. Qué más da, sigue con la fe intacta. Solo le tiene que demostrar que es digno de entrar y sentarse a su derecha. Aunque a veces las palabras, duelen más que cualquier clavo. Cada hora de soledad, es como un clavo en la cruz. Una cruz que a veces no está fijada al suelo sino al alma. Qué más da, quien seas. A lo mejor no resaltarás como él, pero sí sufres y tus lágrimas son de sangre, de sangre de un ser bondadoso y bueno, es que eres como lo es el que perece en el madero.
No hay mar sin olas, al igual que no hay alegría sin sufrimiento. Uno cuenta las arrugas de su piel, por victorias al amanecer. A despertar cada mañana, sabiendo que va a vivir un nuevo día.

El cuervo le picotea con cuidado la mano, consiguiendo sacarle un clavo. Él siente el alivio y se lo agradece, pero no por ello decide marcharse con él. Pájaro negro, como oscuridad que impera ya en la noche. Una Luna encendida y burlona, que no consigue alumbrar de tal forma, que ciegue sus pensamientos y decisiones.
¿Qué le tendrá preparado el destino? Si este lo tiene escrito al nacer, ya sabe perfectamente su futuro. Un futuro que no será incierto si hace caso al cuervo y se va con él. A la oscuridad, donde con su propia luz, alumbre y dé calor a aquellos que andan ciegos y con un frío helado. Helado como los corazones de aquellos que no son de ellos, sin que nadie que los guíe, pero ellos se sienten libres.  Estos no vuelven y dicen que esperan al de la cruz. Se pregunta si será todo un engaño, para no volver y para estar encadenado por ser quien es.

Se mira la mano liberada y ve la sangre, que empapa su mano. Entonces mira al cuervo y le dice…

-          Si es cierto lo que dices, me iré contigo. Lo firmaré con mi propia sangre, pero tienes que jurar, que no me atarás por siempre.

Este, esbozando una sonrisa. Asienta y le dice que los de la oscuridad no juran, pero si le promete tal destino.

-          ¿Ves la Luna? Enséñale tu mano y esta se teñirá de sangre, firmando y dando fe de lo acordado.

El que perece, en un momento de lucidez, se echa para atrás y el pájaro se cabrea, se enoja y se enfada, echando sus alas a volar. Entonces y solo entonces se le acerca un niño y le pregunta…

-          Hola señor. ¿Qué ha hecho usted, para merecer tal castigo?

El que perece, se sorprende de la pregunta y le responde en voz tenue, pero sincera.

-          Decir la verdad criatura, esa es la mayor condena que le puede caer a cualquier alma. La sinceridad, la honestidad y la bondad, ellos no son caminos para estas vidas.

El niño sonríe y se desvanece en la oscuridad de la noche, la Luna se vuelve brillante pero no está teñida de rojo. Un rojo que hubiera significado, la pérdida de esperanza y de sentido de hacer el bien. Aunque dicen y solo algunos, que la oscuridad es hacer el bien, pero a la vez de forma rebelde y descarada.
Pasa el rato, pasan las horas de la noche y vuelve a amanecer. Pero el que está clavado en la cruz, ya se ha marchado. La gente se alegra, al igual que lo que refleja su rostro. Ahora sin vida, pero todavía deja legado y es su palabra, su palabra y su mensaje.

 

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