No
paro de llorar.
No sé qué me pasa, pero todo me cansa. No levanto los pies
del suelo y arrastro mi alma en pena. Ni mi mujer ni mis hijos me entienden y
ni mi madre ya me quiere. ¿Qué sucede, que he hecho? Para tal situación, tiene
que haber algo que ha sucedido. Miro a través de la ventana y solo veo la gente
pasar. Solo gente, solo personas con o sin rumbo definido. Se me ha parado la
vida en seco, de ir a 180 km/h a parar de golpe, como si dejara la marca de las
ruedas en el arcén, me ha quedado la mente. Guitarras distorsionadas suenan a mis espaldas, como
distorsionada es la voz de mi mujer, que me grita de frente. Los altavoces me
hablan en una dirección y mi mujer, en otra. No hay quien lo aguante, cojo las
llaves y dando un portazo me encuentro pisando la acera de la calle. Me mezclo
entre las personas, me engulle la masa humana. Ando sin camino trazado y
quisiera borrar de un plumazo la marca de la frenada. Solo quiero olvidar y si
es posible quedarme sordo. Pero eso no está a mi alcance, me pita un coche en
un paso de cebra. Lo miro y veo detrás del cristal, un hombre obeso que solo
hace que balbucear insultos y hacer desmanes. Agacho la cabeza y diciéndome
para mí que no, la muevo de lado a lado. Que será de la buena gente y el
respeto, de los saludos y los buenos días.
Un hombre riega las calles, como el que riega el jardín de
su casa. Con tanto mimo y tanto esmero, que me da apuro el pisar. Pero él me da
paso y yo agradeciéndole el gesto sigo el camino trazado. Cómo creo que he
seguido, desde que mis abuelos y mis padres me enseñaron. Que serán de mi
esposa e hijos, los he dejado solos. Ya hace de eso. Uhmm! Diez minutos y ya
los echo de menos. Asintiendo conmigo mismo, pongo la marcha directa y camino
para casa. Ando rápido, pero sin correr. Hay que dejar que las aguas se calmen,
hay que dejar que el aceite no hierva o puedo salir escaldado. No es de
cobardes retroceder y ceder, es de valientes enfrentarse a las situaciones.
Miro el móvil, ninguna llamada, ningún mensaje. Da igual, yo voy para casa,
vuelvo al redil. Como pastor de mi rebaño, tengo que cuidar de mis ovejas y de
mi pastora, que sería de ella sin mí. Yo sé que me quiere y vuelvo por ella y
por el chaval greñudo, que hace retumbar la casa con la música dichosa.
Qué raro… he llegado a la puerta y no se escucha nada, solo
el girar la llave hace volver todo a la realidad. ¿O cuala es ella? Existe la
realidad completa, porque la felicidad lo dudo. Dudo y solo creo que existe la
rutina. Abro la puerta y la dejo medio sin cerrar. Que pasa, los altavoces
callan y mi mujer, parece que no está o no exista. Como es posible, me dirijo
al lavabo y me miro al espejo. ¿Alegría o tristeza? ¿ Esperanza o melancolía?
El chaval greñudo soy yo y ¿mi mujer? Entonces, no tengo ni novia, sigo
caminando y exploro todo el piso. Quienes son los de las fotos, son mis padres,
son mis amigos o son mis abuelos? Quien
lo sabe, a saber. Entonces….que es lo que me pasa. ¡La habitación! por fin doy
con la mía. Miro mi música, miro mis libros…..que es lo que me pasa. Que será
de mí. Qué situación más rara he vivido,
porque al menos para mí, ha sido real. Tan real, como que me pellizco y me hago
daño. ¡Ah! Hay que fastidiarse, que es lo que pasa. Donde estoy, será este mi
hogar o tampoco las llaves son las mías. Todo el mundo tiene llaves, algunas
son de abrir puertas, otras de abrir almas. Cualas serán las mías propias, no
sé ni siquiera si tengo novia. Busco entre los bolsillos, hecho mano a una
cartera y veo un carnet con mi foto, veo un nombre y una dirección. Suspiro, al
menos estoy en mi casa y sé cual es mi nombre. Podría ser cualquiera, pero soy
el del carnet. Sigo mirando la cartera, nada, cinco euros y poco más. Me siento
solo y me asiento en el sofá, no me reclino para atrás. Solo espero que el
tiempo pase, a ver quién viene. A ver quién me responde a todas mis preguntas.
No son de fácil respuesta y alguna la encuentro en mi
interior. Solo quiero recordar, para seguir adelante. No quiero llorar, pero me
saltan las lágrimas. No sé si de alegría o tristeza, porque por un momento me
he sentido casado y con hijos. A lo mejor ha sido una visión del futuro o algo
por el estilo. Veo un paquete de cigarrillos encima de la mesa centro y me
pregunto si yo fumo. Cojo uno y lo enciendo, aspiro el humo para adentro y ello
me tranquiliza, sigo fumando hasta que acaba siendo una colilla. La miro, la
observo y la apago. Me froto las manos, pero no por ansia de algo, sino por nervios
de quién puede atravesar la puerta. La noche se echa encima y sigo solo. Dan las siete, dan las ocho y ya mismo serán las nueve y
sigo dejando la marca en el mismo sitio. No sé si me habré dormido y habrá sido
todo una pesadilla. Poco a poco, me tranquilizo y vuelvo a soltar un suspiro,
ahora estoy en la cocina y con refresco en mano, pienso en la cena. No sé si
hacer o esperar, esperar a qué. A que alguna buena madre entre por la puerta y
me prepare algo que me repose en el estómago, como reposar por la noche, con
todas las respuestas aprendidas. Me miro y me remiro, me voy al lavabo y vuelvo
a mirar el reflejo del espejo. Un chaval greñudo, que solo sabe su nombre.
Aunque poco a poco, va recordando. Sabe que no bebe, sabe que solo fuma tabaco.
Recuerdo que le trae las ganas de volver a coger un cigarrillo. Fuma y ahora
mira por la ventana, ya no hay gente andando por la calle ni coches circulando
a toda velocidad. Estoy absorto, cigarrillo en mano. Cuando una mujer entra por
la puerta y dice “Carlos, que hace la puerta medio abierta”. Yo me quedo
callado, no me acordaba ni de la puerta, Al ver a la mujer, miro al mismo
tiempo la foto. Pero le digo o mejor dicho, le pregunto ¿Quién eres?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario