SIMPLEMENTE
GABRIEL.
Al reflejo de la Luna me estoy yo, a la luz de un
candil me alumbro con la intención de escribir, de que sea algo maestro o
quizás algo más interesante que otras veces dependerá de vuestra atención. Solo
deseo transcribir mis deseos de vivir, mis ansias de saber, de saber no sé el
qué. Es la noche perfecta para narrar y relatar, es la noche perfecta para
decidir y escribir lo que en su día sucedió y que yo años me callé, todo por el
que dirán, todo por no querer dar que hablar. Pero eso se acabó y hoy un día de
fin de año me da por contar la verdad o al menos lo que a mí me parece que fue
lo real, ya que si fue algo irreal no sé qué hago aquí.
Todo empezó un día antes o quizás dos antes de empezar
un nuevo año de a saber cuál, que tal
fue que no sé ni cuál es….
“¡No
señor!, yo no soy el que tú dices, yo soy alguien diferente, alguien nuevo en
este mundo del que se dice sociedad. Entre la marginación y el rechazo no
existe verdaderamente ni el odio ni el rencor, lo que existe es algo más penoso
que no se merece la pena ni nombrar y yo,
como persona única y diferente me rebelo contra todo ello. Soy un hombre nuevo,
un hombre quizás con unos cuántos años ya encima, pero nuevo en mi interior solamente.
La chapa solamente es el cuerpo el que envejece, lo demás, el que lo desea con
fuerza sigue intacto y joven, como aquel que era por entonces. Es más, dicen
bien que si soy un joven entrado en años, un joven que quizás no le falta
experiencia o quizás sí, pero ahora ya con el cuerpo un poco oxidado sé que la
experiencia es la vivencia de haber vivido, ya sé que la experiencia se
adquiere no de los libros sino de las aventuras y desventuras que hayamos
tenido.”
¡Gabriel!, nombre de Arcángel para aquel que va
caminando y suspirando o seré yo que le doy el ambiente a un relato al que parece
suspirar mientras pienso y escribo, quién lo sabe verdaderamente si no soy yo
mismo. No hay duda, vamos caminando y lo hacemos de forma que nos rebelamos
contra todo aquello llamado “sociedad”, qué más da lo que digan los demás, lo
importante es ser uno mismo y no seguir la norma de todos aquellos que dicen
estar adaptados e integrados en la sociedad, una sociedad que te machaca si te
sales del redil. Qué más da, Gabriel se sienta en un banco público, en uno de
esos de madera que hay en cualquier parque de la ciudad. Toma descanso después
de la caminata y es verdaderamente cuando sentado y mirando al cielo, se
enciende un pitillo, cuando ve como el tiempo ha transcurrido sin más pena que
gloria. Al ver a las demás personas, quién sabe el motivo y el porqué, pero
piensa un segundo, en solo un instante que la vida no es la que ha merecido
vivir o quizás ha perdido el tiempo a verla como la vivía.
Siente el sonido del viento, como en un susurro le
hablan las hojas de los árboles, “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, él no pierde los
nervios ante tal momento, pero tal hecho le pone en alerta. Se le cae el cigarrillo,
son como gritos, son como gritos de desesperación, los que escucha y eso le mina
el alma de tal forma, que se refugia en el banco colocándose tiritando de miedo
en forma de posición fetal. Empieza a temblar, martillos en la cabeza,
martilleos es lo que le vienen, no sabe el porqué, pero como si le hablasen desde el mismísimo
infierno, escuchó la voz. Más que una voz parece un trueno, no sabe si va a
haber tormenta, le da igual mojarse o empaparse. Los nervios se adueñan de él,
no se mueve del miedo, sigue escuchando el sonido de las hojas diciendo su
nombre, “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, como si fuese el verdadero Arcángel quiere
luchar contra todos los demonios del infierno o quizás no y solo quiera hacer
amistad y respeto con aquellos que son del saber. El Sol ya no se ve, queda
este tapado, queda este ignorado por unas nubes de color ceniza que amenazan
con lluvia, quedando el cielo oscuro como si de un eclipse solar se tratase.
Uno podría verlo como algo normal en un otoño de una
ciudad cualquiera, pero no es así, demonios con lanzas es lo que surgen de las
nubes. Demonios con alas revolotean por encima del parque, girando a su
alrededor. Dando círculos vuelan a su lado, mientras dicen su nombre una y otra
vez. Es eso o todo es la imaginación que se apodera de él, ni Gabriel piensa
que llueve, solo piensa que empiezan a caer las gotas como lágrimas de un
triste ayer.
–
“Gabriel, Gabriel, Gabriel”, ven con
nosotros Gabriel. Sé uno más de los nuestros y te demostraremos cómo es la
tenebrosa oscuridad, no hay nada más hermoso que la negritud de la noche y la
calma. En la paz que se consigue a través de ella, Gabriel no te lo pienses más
y acércate al árbol para protegerte de la lluvia ácida, que como lágrimas caen
del cielo al ver cómo se le escapa una oveja del redil.
Y así es como él se acerca el árbol y apoyando su
espalda en él se protege de la lluvia, todavía tiembla pero él se siente más
seguro. Todavía está nervioso, pero la calma la conseguirá enseguida, qué más
se puede proponer, con qué más le pueden venir. Él solamente quiere ser capaz
de decidir y vivir en paz, ¿lo conseguirá?, a saber.
Todo es como es, en la sociedad solamente empieza a
haber el individualismo y en ella misma muchos no tienen cabida. Qué le vamos a
hacer, será qué el respeto al prójimo se
ha perdido y todo son conspiraciones y complots al intentar boicotear la vida
de los demás. Eso es así, será pero que Gabriel ya pertenece al gremio oscuro al
descubrir algo que está empezando a entender. El porqué del despertar del
letargo, de la sociedad Gabriel solo espera que termine de llover lágrimas
ácidas para poder volver a su casa cigarrillo en mano.
Paranoia en paranoia, espera en la parada. Paranoia en
paranoia cree o descubre lo que hay de verdad en aquello que la sociedad se
aletarga sin darle rienda suelta a una libertad que desconocen o tienen miedo
de ella. Son diez minutos de espera, diez minutos de angustia hasta que aparece
el autobús como ángel salvador. Caras y más caras ve dentro, la vuelta a casa
se hace interminable, todas las miradas parecen que van dirigidas hacia él, no
lo puede evitar, un grito en mitad del trayecto hace detener el vehículo. El
conductor le invita a que se baje, él no
se niega, al contrario, se siente aliviado y suspira, y por lo tanto sigue su
camino que no es poco. A pie qué más da, yo soy lo que soy, acabo de no escuchar
la verdad, ¡qué más da!, si todo ocurre así. Caminando, ya no corre pero aligera
y con ello da un traspiés y del tropiezo se cae al suelo, sigue lloviendo, pero
no quiere llorar ni gritar ni enfadarse consigo mismo por tal percance, ya que
nadie le ayuda a ponerse en pie. En ese momento se da cuenta de que no merece
la pena luchar a veces por según qué cosas y solamente merece la pena ir
caminando en solitario, el disfrutar de todo lo que venga, ya piensa, ya razona
que no se va en lucha contra aquello que es de ignorancia del saber y de la
empatía. En cuanto al destino sabemos que no sabemos nada, solo al traspasar la
cortina transparente adquirimos la verdad absoluta.
No es el saber lo que hace a uno más inteligente, sino
el poder vivir o sobrevivir sin hacer daño al prójimo lo que es de sumo valor.
Camina cojo, camina como puede, la lluvia ya le empapa haciendo de su camino
una procesión. Como si fuese de dar una promesa anda con los pies arrastrando
sus penas y lloros, no se lo puede creer, sigue escuchando la misma voz,
“Gabriel, Gabriel, Gabriel”, llevándole al borde de la locura. Pasan no diez
minutos sino veinte, hasta que al final, con el corazón en la boca llega a su
destino. Al final lo consigue y haciendo girar la llave entra en casa, una casa
donde no se dice ni hola ni adiós, ya que solamente vive él en solitario, no
tiene ni perro ni mascota ni mujer ni hijos a su edad.
Todo son miedos, todo son paredes blancas como si
estuviese en un hospital, hay solo una foto colgada, es la de su madre, esa
mujer que tanto echa de menos. Ansiedad, maldita palabra. Miedo, maldita seas,
no la puede olvidar. Yo en este momento yo me alío con él y me hago amigo de
todo aquello que es de lucha, un entorno que quizás es vital. Las paredes ya no
susurran, gritan su nombre. Harto se va a la ducha, quitándose la ropa por el
pasillo, anda hasta el lavabo y abriendo el grifo deja caer el agua caliente,
resbalando esta por su cuerpo y cabeza. Los llantos se mezclan con el jabón,
diluyéndose en el agua y acabando por desaparecer en lo más fondo del sumidero.
No reza pero ya le gustaría saber hacer, no cree en nada o era así, ya que
ahora al despertar de su letargo escucha las voces como si fuesen
verdaderamente presentes. No hay nadie, pero el sigue escuchando su nombre,
como si fuesen palabras dichas por los mismísimos aliados de Lucifer.
–
No llores por favor, que no es para tanto.
Algunos despiertan antes de morir, otros no lo hacen nunca, incluso ni con el
último suspiro. Le dicen o cree escuchar.
Aterrado, sale de la ducha y cuál es su sorpresa, al
ver sangre en la toalla. Asustado se queda al ver que al mirar dos veces, la
sangre había desaparecido, quedando todo en un solo recuerdo. Se seca rápido y se viste con
la primera ropa que encuentra. Sale corriendo estupefacto de casa, casi se deja
las llaves dentro y de la carrera, llega a poner el corazón a ciento cuarenta
pulsaciones por minuto. Llega al bar de siempre, al que siempre recurre en
casos extremos y pidiéndose una cerveza bien fría se relaja. No quiere mirar a
nadie y no desvía la mirada de los espejos que hay delante de su cara. Esta se
refleja en ellos y como si hablase con él mismo entabla conversación que acaba
siendo discusión a gritos y no para
hasta que los cristales de la botella se mezclan con los de la pared. El dueño,
al igual que hizo el conductor le invita a que se marche no sin antes
amenazarle si vuelve a pisar dicho bar.
“¡ay!,
qué será de mí. Ya no soy tan luchador
como antes, ya mismo la oscuridad me vencerá o me aliaré con ella. ¡Ay!, qué
será de mi cuando mi cuerpo perezca y suba a las nubes. ¿Formaré una nueva o
incluso me convertiré en tormenta tropical?, yo no lo sé. Si fuese posible
elegir, me convertiría en lobo tal y como dicen los indios americanos. Ellos sí
que son sabios y no yo.”
Desde que el mundo es mundo, se habla y se ha hablado
y se hablará, de lo que hay al final de la vida. Todos sabemos que aquí no se
queda nadie, pero la gran pregunta es la siguiente….
Si hay vida después de esta, ¿porqué, no se nos enseña
a vivir aprendiendo para la siguiente etapa? Tienen que ser ellos, aquellos que
están al otro lado los que nos vengan y nos susurren y nos digan, por el simple
hecho de despertar.
Gabriel atemorizado por los seres que le inundan el
alma, acaba volviendo a casa, no quiere caminar con el miedo a ser atropellado
por algún coche. Su estado es tal que al llegar otra vez a su querido hogar, se
sienta delante del ordenador y empieza a escribir, dejando su energía fluir,
haciendo que pueda compartir un relato con aquellas personas que son lo que son
y saben del respeto y de la concordia con aquellos que ya no lo son con
nosotros. Pero en fin eso es otra historia, ¿o no?, a saber. Yo solo me quedo
escribiendo al reflejo de la Luna y a la luz de un candil.
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