viernes, 31 de diciembre de 2021

 

SIMPLEMENTE GABRIEL.

Al reflejo de la Luna me estoy yo, a la luz de un candil me alumbro con la intención de escribir, de que sea algo maestro o quizás algo más interesante que otras veces dependerá de vuestra atención. Solo deseo transcribir mis deseos de vivir, mis ansias de saber, de saber no sé el qué. Es la noche perfecta para narrar y relatar, es la noche perfecta para decidir y escribir lo que en su día sucedió y que yo años me callé, todo por el que dirán, todo por no querer dar que hablar. Pero eso se acabó y hoy un día de fin de año me da por contar la verdad o al menos lo que a mí me parece que fue lo real, ya que si fue algo irreal no sé qué hago aquí.

Todo empezó un día antes o quizás dos antes de empezar un nuevo año de a saber cuál,  que tal fue que no sé ni cuál es….

¡No señor!, yo no soy el que tú dices, yo soy alguien diferente, alguien nuevo en este mundo del que se dice sociedad. Entre la marginación y el rechazo no existe verdaderamente ni el odio ni el rencor, lo que existe es algo más penoso que no se merece la pena ni  nombrar y yo, como persona única y diferente me rebelo contra todo ello. Soy un hombre nuevo, un hombre quizás con unos cuántos años ya encima, pero nuevo en mi interior solamente. La chapa solamente es el cuerpo el que envejece, lo demás, el que lo desea con fuerza sigue intacto y joven, como aquel que era por entonces. Es más, dicen bien que si soy un joven entrado en años, un joven que quizás no le falta experiencia o quizás sí, pero ahora ya con el cuerpo un poco oxidado sé que la experiencia es la vivencia de haber vivido, ya sé que la experiencia se adquiere no de los libros sino de las aventuras y desventuras que hayamos tenido.”

¡Gabriel!, nombre de Arcángel para aquel que va caminando y suspirando o seré yo que le doy el ambiente a un relato al que parece suspirar mientras pienso y escribo, quién lo sabe verdaderamente si no soy yo mismo. No hay duda, vamos caminando y lo hacemos de forma que nos rebelamos contra todo aquello llamado “sociedad”, qué más da lo que digan los demás, lo importante es ser uno mismo y no seguir la norma de todos aquellos que dicen estar adaptados e integrados en la sociedad, una sociedad que te machaca si te sales del redil. Qué más da, Gabriel se sienta en un banco público, en uno de esos de madera que hay en cualquier parque de la ciudad. Toma descanso después de la caminata y es verdaderamente cuando sentado y mirando al cielo, se enciende un pitillo, cuando ve como el tiempo ha transcurrido sin más pena que gloria. Al ver a las demás personas, quién sabe el motivo y el porqué, pero piensa un segundo, en solo un instante que la vida no es la que ha merecido vivir o quizás ha perdido el tiempo a verla como la vivía.

Siente el sonido del viento, como en un susurro le hablan las hojas de los árboles, “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, él no pierde los nervios ante tal momento, pero tal hecho le pone en alerta. Se le cae el cigarrillo, son como gritos, son como gritos de desesperación, los que escucha y eso le mina el alma de tal forma, que se refugia en el banco colocándose tiritando de miedo en forma de posición fetal. Empieza a temblar, martillos en la cabeza, martilleos es lo que le vienen, no sabe el porqué,  pero como si le hablasen desde el mismísimo infierno, escuchó la voz. Más que una voz parece un trueno, no sabe si va a haber tormenta, le da igual mojarse o empaparse. Los nervios se adueñan de él, no se mueve del miedo, sigue escuchando el sonido de las hojas diciendo su nombre, “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, como si fuese el verdadero Arcángel quiere luchar contra todos los demonios del infierno o quizás no y solo quiera hacer amistad y respeto con aquellos que son del saber. El Sol ya no se ve, queda este tapado, queda este ignorado por unas nubes de color ceniza que amenazan con lluvia, quedando el cielo oscuro como si de un eclipse solar se tratase.

Uno podría verlo como algo normal en un otoño de una ciudad cualquiera, pero no es así, demonios con lanzas es lo que surgen de las nubes. Demonios con alas revolotean por encima del parque, girando a su alrededor. Dando círculos vuelan a su lado, mientras dicen su nombre una y otra vez. Es eso o todo es la imaginación que se apodera de él, ni Gabriel piensa que llueve, solo piensa que empiezan a caer las gotas como lágrimas de un triste ayer.

         “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, ven con nosotros Gabriel. Sé uno más de los nuestros y te demostraremos cómo es la tenebrosa oscuridad, no hay nada más hermoso que la negritud de la noche y la calma. En la paz que se consigue a través de ella, Gabriel no te lo pienses más y acércate al árbol para protegerte de la lluvia ácida, que como lágrimas caen del cielo al ver cómo se le escapa una oveja del redil.

Y así es como él se acerca el árbol y apoyando su espalda en él se protege de la lluvia, todavía tiembla pero él se siente más seguro. Todavía está nervioso, pero la calma la conseguirá enseguida, qué más se puede proponer, con qué más le pueden venir. Él solamente quiere ser capaz de decidir y vivir en paz, ¿lo conseguirá?, a saber.

Todo es como es, en la sociedad solamente empieza a haber el individualismo y en ella misma muchos no tienen cabida. Qué le vamos a hacer,  será qué el respeto al prójimo se ha perdido y todo son conspiraciones y complots al intentar boicotear la vida de los demás. Eso es así, será pero que Gabriel ya pertenece al gremio oscuro al descubrir algo que está empezando a entender. El porqué del despertar del letargo, de la sociedad Gabriel solo espera que termine de llover lágrimas ácidas para poder volver a su casa cigarrillo en mano.

Paranoia en paranoia, espera en la parada. Paranoia en paranoia cree o descubre lo que hay de verdad en aquello que la sociedad se aletarga sin darle rienda suelta a una libertad que desconocen o tienen miedo de ella. Son diez minutos de espera, diez minutos de angustia hasta que aparece el autobús como ángel salvador. Caras y más caras ve dentro, la vuelta a casa se hace interminable, todas las miradas parecen que van dirigidas hacia él, no lo puede evitar, un grito en mitad del trayecto hace detener el vehículo. El conductor le invita a que se baje,  él no se niega, al contrario, se siente aliviado y suspira, y por lo tanto sigue su camino que no es poco. A pie qué más da, yo soy lo que soy, acabo de no escuchar la verdad, ¡qué más da!, si todo ocurre así. Caminando, ya no corre pero aligera y con ello da un traspiés y del tropiezo se cae al suelo, sigue lloviendo, pero no quiere llorar ni gritar ni enfadarse consigo mismo por tal percance, ya que nadie le ayuda a ponerse en pie. En ese momento se da cuenta de que no merece la pena luchar a veces por según qué cosas y solamente merece la pena ir caminando en solitario, el disfrutar de todo lo que venga, ya piensa, ya razona que no se va en lucha contra aquello que es de ignorancia del saber y de la empatía. En cuanto al destino sabemos que no sabemos nada, solo al traspasar la cortina transparente adquirimos la verdad absoluta.

No es el saber lo que hace a uno más inteligente, sino el poder vivir o sobrevivir sin hacer daño al prójimo lo que es de sumo valor. Camina cojo, camina como puede, la lluvia ya le empapa haciendo de su camino una procesión. Como si fuese de dar una promesa anda con los pies arrastrando sus penas y lloros, no se lo puede creer, sigue escuchando la misma voz, “Gabriel, Gabriel, Gabriel”, llevándole al borde de la locura. Pasan no diez minutos sino veinte, hasta que al final, con el corazón en la boca llega a su destino. Al final lo consigue y haciendo girar la llave entra en casa, una casa donde no se dice ni hola ni adiós, ya que solamente vive él en solitario, no tiene ni perro ni mascota ni mujer ni hijos a su edad.

Todo son miedos, todo son paredes blancas como si estuviese en un hospital, hay solo una foto colgada, es la de su madre, esa mujer que tanto echa de menos. Ansiedad, maldita palabra. Miedo, maldita seas, no la puede olvidar. Yo en este momento yo me alío con él y me hago amigo de todo aquello que es de lucha, un entorno que quizás es vital. Las paredes ya no susurran, gritan su nombre. Harto se va a la ducha, quitándose la ropa por el pasillo, anda hasta el lavabo y abriendo el grifo deja caer el agua caliente, resbalando esta por su cuerpo y cabeza. Los llantos se mezclan con el jabón, diluyéndose en el agua y acabando por desaparecer en lo más fondo del sumidero. No reza pero ya le gustaría saber hacer, no cree en nada o era así, ya que ahora al despertar de su letargo escucha las voces como si fuesen verdaderamente presentes. No hay nadie, pero el sigue escuchando su nombre, como si fuesen palabras dichas por los mismísimos aliados de Lucifer.

         No llores por favor, que no es para tanto. Algunos despiertan antes de morir, otros no lo hacen nunca, incluso ni con el último suspiro. Le dicen o cree escuchar.

Aterrado, sale de la ducha y cuál es su sorpresa, al ver sangre en la toalla. Asustado se queda al ver que al mirar dos veces, la sangre había desaparecido, quedando todo en un  solo recuerdo. Se seca rápido y se viste con la primera ropa que encuentra. Sale corriendo estupefacto de casa, casi se deja las llaves dentro y de la carrera, llega a poner el corazón a ciento cuarenta pulsaciones por minuto. Llega al bar de siempre, al que siempre recurre en casos extremos y pidiéndose una cerveza bien fría se relaja. No quiere mirar a nadie y no desvía la mirada de los espejos que hay delante de su cara. Esta se refleja en ellos y como si hablase con él mismo entabla conversación que acaba siendo discusión a gritos  y no para hasta que los cristales de la botella se mezclan con los de la pared. El dueño, al igual que hizo el conductor le invita a que se marche no sin antes amenazarle si vuelve a pisar dicho bar.

“¡ay!, qué será de mí.  Ya no soy tan luchador como antes, ya mismo la oscuridad me vencerá o me aliaré con ella. ¡Ay!, qué será de mi cuando mi cuerpo perezca y suba a las nubes. ¿Formaré una nueva o incluso me convertiré en tormenta tropical?, yo no lo sé. Si fuese posible elegir, me convertiría en lobo tal y como dicen los indios americanos. Ellos sí que son sabios y no yo.”

Desde que el mundo es mundo, se habla y se ha hablado y se hablará, de lo que hay al final de la vida. Todos sabemos que aquí no se queda nadie, pero la gran pregunta es la siguiente….

Si hay vida después de esta, ¿porqué, no se nos enseña a vivir aprendiendo para la siguiente etapa? Tienen que ser ellos, aquellos que están al otro lado los que nos vengan y nos susurren y nos digan, por el simple hecho de despertar.

Gabriel atemorizado por los seres que le inundan el alma, acaba volviendo a casa, no quiere caminar con el miedo a ser atropellado por algún coche. Su estado es tal que al llegar otra vez a su querido hogar, se sienta delante del ordenador y empieza a escribir, dejando su energía fluir, haciendo que pueda compartir un relato con aquellas personas que son lo que son y saben del respeto y de la concordia con aquellos que ya no lo son con nosotros. Pero en fin eso es otra historia, ¿o no?, a saber. Yo solo me quedo escribiendo al reflejo de la Luna y a la luz de un candil.

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