lunes, 13 de diciembre de 2021

 

                                                                                               29 de septiembre de 1584

A mi querida y amada Catalina de Palacios.

Ruego a Dios y a las estrellas que te llegue esta carta a tus delicadas manos, mientras yo recuerdo de cuando guardaba reposo en el hospital de Messina. Como si fuese en el año de la Gran batalla y ya te conociese ya hecha como ahora toda una mujer, te hubiera escrito las siguientes frases.

No te asustes amada mía, que no son nada más que de cura y de descanso las pequeñas heridas, ya que son de más mayor importancia las de mi corazón que no puede olvidarte y deseo tenerte a mi lado, para así honrarte y abrazarte. Este, sí que está dolorido y me apena el no poder rodearte con mis brazos y ponerme de rodillas y ofrecerte todo mi gran amor y deseo conyugal.

Espero y deseo que sea poco el tiempo el que me mantenga atado aquí, aunque  el tiempo pasa tan lento que hasta de mí no soy dueño. No sé a veces, si encender una vela en honor a nuestro amor y complicidad, yo, tu amante fiel, no ajeno a nuestro querer y deseo, haceros ver que es de verdad sin mucho tardar y que ni el viento ni la lluvia pueda apagarla en todo lo que me quede de vida.

Después de mil batallas, después de mil combates, al que no he podido dar descanso es al de la lejanía que nos lleva estas contiendas, pero ya sabes que  me debo a mi capitán Diego de Urbina con el que me embarcado en un sinfín de mares turbulentos y llenos de tormentas vespertinas.

Vientos oscuros veo desde el amanecer cada mañana y en el Sol veo el reflejo vuestro rostro, bello y que no olvido ni olvidaré jamás. Deseo amarte con toda mi alma, ya que con mi cuerpo no puedo darte alcance y con ello el poder besarte y sentir la dulce fragancia de tu cabello. Aunque no te preocupes, porque acuérdate que antes de partir a las guerras, te corté un mechón de tu preciado cabello y ello me sirve para poder tenerte cerca, tan cerca que hasta se me escapa de vez en cuando una sonrisa.

Catalina, no puedo contar los días, ya que estos parecen meses y no veo el momento de poder salir de esta situación. Yo, Miguel de Cervantes, en el año de hoy, 1584 desearé pronto acercarme a Esquivias, siempre y cuando mi deber no me lo impida, poder acabar de retirarme. No bebo ni una sola gota de vino, ya que sería toda una falta el no poder celebrar contigo que estoy vivo.

Miro a veces al techo y creo que la vista me engaña, ya que en él veo el cielo compartido entre los dos y que nos alzamos como si fuésemos águilas e hiciéramos vuelos rasantes, para después acercarnos a las estrellas. No puedo decir con palabras lo que el corazón me pide, ya que para ello me hace falta mucha tinta y mucho papel, porque de sangre ya he derramado bastante y la que me queda es para poder dar un poco de deseo y desenfreno a nuestro amor todavía no consumado. Ya sabes, ya me conoces lo suficiente, como para poder saber que ni los años ni la distancia podrán apagar la vela que he encendido. Esta arde con la llama hacia lo alto, haciendo posible que yo te escriba unas frases sin que con ello se me nuble la vista, contemplando mujer alguna.

Debo de decir, debo de contarte que no hace falta recordar ni tampoco olvidar, que el tiempo no va en contra nuestro, ya que aunque esto parezca, todo el tiempo que paso sin estar a tu lado me llena de energía para el día que te tenga enfrente y pueda ver con mis propios ojos que no has sufrido por mi ausencia.

A Dios, nuestro señor. Le doy las gracias por encontrarte en medio de todo mi calvario y que le des paz a mi corazón, aceptando ser así mi esposa, ya que de ello no te arrepentirás y que te haré llenar de alegría todo nuestro matrimonio. Sin más que decir, ya que me quedo mudo y sin poder vocalizar palabra alguna, os ruego como os digo, aceptéis ser mi esposa y de esta manera llenarme de locura y de alegría.

 

                                                                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario