LA
OCULTA LOCURA.
Qué
más da del país que sea, qué más da cual sea mi lengua, mi idioma y mis
orígenes, esta maldita enfermedad no
sabe de ello. Ella sabe que es letal y de eso se aprovecha la maldita, de eso
se aprovecha y nos hace enloquecer y minar nuestra salud mental. Ya no podemos
darnos abrazos, ya no podemos besarnos cuando el amor y el cariño es la base de
todo. Adónde vamos a llegar, ¿hasta dónde tendrá que caminar el ser humano,
para darse cuenta que él mismo se puede auto destruir? No lo sabes, pero es
cierto, a saber de dónde viene, pero ya sabemos adónde va. La hemos sentido
cerca, tan cerca que ha pasado de refilón y por ello por si acaso llegara el
día, me daré con un canto en los dientes al poder decir que sobreviví a una
pandemia y eso, eso es difícil o simplemente es tener suerte.
El hombre en cuestión no tuvo toda la suerte que tenía
que tener, ya que su trabajo perdió, aunque su salud sí que la salvó. Ahora camina
sin un sentido, sin saber adónde va, ¿qué será de ellos, qué será de él?, todo
es diferente cuando se ve desde la calle. Qué poderoso es don dinero y qué
poderosa es la salud cuando esta se tiene, yo no soy creyente voy a decirlo,
pero pongo una vela al destino para que esta me mantenga a salvo de todo
aquello que hace daño y me aleje de la enfermedad.
Intenta romper un muro y no podrá, es como romper el
estigma de estar en la calle, romper ese
muro es muy difícil ya que la sociedad no concibe una segunda oportunidad o no
te lanza una cuerda para que alcances la libertad. Es raro quién lo haga, que
alguien camine, caminar no tiene sentido si no tienes adónde ir, ni para abajo
ni para arriba. Solo el tomarse un café de invitado en el bar de un viejo amigo,
aunque a veces lo pida con orgullo, sirven para la concordia y la empatía. Pero por ello sabe que
le debe una, en otro lado le dan una barra de pan de ayer y de otros lados
consigue otras cosas, con el que poder acompañar el pan. Todo el mundo lo
conoce aunque él no conoce a casi nadie, todos aquellos que lo conocen saben que
ha sido por la maldita fortuna, lo qué le ha llevado a un destino que no había
elegido él nunca, pero en fin sigo caminando por las ramblas de Barcelona.
– ¡Dios!,
si existes es de verdad dame una señal sino olvídate de mí, ya que la fe no es
otra cosa que la esperanza ciega, que es lo que realmente nos mueve a todos.
Clamó al cielo que hubiera una tormenta y limpiara de
penas y dolor todo el planeta, ¿será posible?, yo no lo sé, al igual que no sé
lo que pasa cuando uno muere. Rara vez son aquellos en los que les queda el
recuerdo de la persona que marcha, por eso yo sé que no merece la pena si no es
para cobijo y comida el tener algo en propiedad, ya que todo los demás es
codicia, para satisfacer la soberbia de aquellos quienes se mueven solo por el
afán de tener o aparentar aquello que realmente no son ellos. Lejos ha quedado
en el tiempo, aquello que era verdaderamente de respeto, hoy en día caminando
como camino, sabiendo lo que veo no creo que haya muchas personas que sigan
otro camino que no sea el del patrón establecido
Ya no sé qué creer, pero en fin, seguiré caminando
hasta que las suelas de mis zapatos digan basta.
– Yo,
de mientras, camino y camino ahora ya voy por el Paseo de Gracia y aquí está lo
más grande de Barcelona, Paseo de Gracia. Posiblemente, talvez la zona más alta
de Barcelona, aquí el lujo contrasta con la media de cualquier ciudadano, pero
en fin, también es bonito de ver los parques y jardines, en las que por un
momento tú eres igual que cualquier rico de la zona.
Con la ropa que llevo no dejan de mirarme, soy una
persona culta, una persona que tiene temas de conversación, simplemente el
destino me ha jugado una mala pasada. Todo depende ahora de mi lucha diaria por
salir de aquí, salir de la calle, volver a trabajar y a sentirme útil, pero no
es fácil, no es fácil que te den una oportunidad.
La luna le hace de testigo, las estrellas le dicen
bienvenido, el sol ya se ha marchado, se
he quedado solo aquí, sentado en un banco público sin saber adónde ir. Sin
tener ningún horizonte, ningún destino, sin tener ningún objetivo, ningún afán
de hacer. Todo le fue arrebatado, menos la salud, al menos por ahora, una
pandemia ha pasado de largo para él. Pero no puedo evitar el pensar en las
personas que han fallecido y a ellos les mando un rayo de luz y de esperanza a
los familiares. Al igual porque no se sabe qué es peor a veces, la muerte o la
ruina, la muerte si es en un segundo es un alivio y la ruina si eres constante
saldrás de ella, pero en fin yo no soy nadie y simplemente soy narrador de
historias de lo cual me enorgullezco, aunque sea un simple aficionado. Pienso
solamente en este hombre y ya pienso en darle la palabra, para que siga
narrando el mismo lo que le llevó estar en el estado en el que se encuentra.
– Simplemente
no se puede decir nada, simplemente hay que dejarse llevar y no llorar por ello,
hay personas que son felices. He conocido a muchas de ellas y de ellos, al lado
de una fogata y con el estómago vacío, siguen y siguen cantando, riendo, porque
ante todo, por encima está la amistad. La
amistad y la empatía para aquellos están pasando por la misma situación, unos
llevan años, otros meses, otros quizás días. A la primera hora lloran
desquiciados, porque no saben qué hacer, pero después ríen muchas veces al
sonido de una guitarra española.
Presiento
cierta tirantez entre nosotros, no puedo evitar pensar que estamos los
dos en la misma ciudad, lo único que cada uno de nosotros dos estamos de una
punta a otra.
– ¡Un
cajero automático abierto!, pero no quiero hoy, no. Hoy necesito un albergue,
un plato de comida y un colchón y me voy porque será mi destino salir de todo
esto. Sé cómo he entrado, pero no sé cómo voy a salir, quién lo sabe y está
seguro. Si un hombre me vende una oportunidad de trabajo y la cazaré al vuelo y
será mi salvación. Ya no sé nada más que de risas y algarabías, que sea el
escritor quién lo escriba mientras yo duermo ahora, sueño y sueño, pero no sé si es verdad o es
mentira. No es que mi mente me sugiere objetivos muy altos, yo lo sé, a las
tantas de la noche empieza a sudar y el corazón a galopar, qué hay más grande
que la propia libertad, esa que despierta al mundo y ya no eres como antes. Espero
y deseo haber encontrado cobijo antes de que venga el invierno, porque si no tarde temprano la pandemia me
alcanzará.
– ¿Quién
no tiene miedo a desaparecer, quién no tiene miedo a equivocarse?, yo no soy
una de esas personas, no.
Yo tengo mis propios miedos, yo tengo mis propias
fobias, sí, de esas que son tabú y no se pueden hablar. Ando callado por el
mundo, mientras el mundo habla de mí, ¡porqué será!, ya no soy tan importante,
ya no dependo de nadie. Solamente de mí mismo, no hay nadie por encima de mí,
pero tampoco por debajo. Camino por las ramblas de Barcelona, una Barcelona
tapada por una enfermedad virulenta, la enfermedad, que se ha convertido en
pandemia, está sobreviviendo a sus envites, como un oleaje en medio de alta mar,
pero ya hay que decirlo que todo parece que tienes las horas contadas, en que
entre todos hemos conseguido apaciguar a la muerte, a la guadaña que lleva con
ella y que no distingue ni de raza ni de condición ni de sexo.
Camino con la boca tapada con una mascarilla, pero ello
no me tapa los ojos, me quedo maravillado con la ciudad. No es una ciudad intransigente,
es cosmopolita y abierta a la diversidad, en ellas se hablan diversos idiomas,
ya sea de donde seas, eres bienvenido. La ciudad te abre las puertas, al igual
que los habitantes te abren el corazón, sigo paseando hasta que llego al puerto
y me quedo mirando al horizonte, paro de caminar un momento, me quito la
mascarilla y huelo el olor salado del mar. Qué bonita es Barcelona y al lado,
cerca de allí, está la montaña de Montjuic pero no subo, me doy media vuelta y
me dirijo a pleno centro de la capital catalana.
Recuerdo cuando era un niño y mi madre me traía a
centro de la plaza Cataluña, en ella antes, en aquellos entonces se les daba de
comer a las palomas. No sé si seguirá con la tradición, porque de ello hace
tiempo, no voy hace tiempo por allí. Hablo con mi mente de los pájaros, me hace
recordar que como un niño que era, le daba de comer a las palomas con la
inocencia de aquellos años, pero bueno eso es otra historia. Ahora narro y
relato la de un hombre que ha llegado a perderlo todo, menos las ganas de vivir,
pasea y pasea con las manos en los bolsillos sin un euro en ellos. No pide limosna,
es una persona que ni fuma ni nada por el estilo, simplemente ha tenido mala
suerte por la pandemia. Ahora busca, rebusca entre los contenedores de basura pero no encuentra nada
alimento y no encuentra nada abrigo, solo se desplaza hacia los lugares donde
pueden darle algo de comer y una manta por la noche.
Casi siempre, el cielo es su techo y la calle su casa,
la gente qué vamos a decir de la gente, todo va deprisa, todo el mundo camina
rápido, todo el mundo tiene dónde ir menos él. No digo su nombre, porque
tampoco lo sé solo sé que es lo que sé, que es poco o no es nada. La pandemia ha
roto muchas vidas y otras simplemente se las han llevado, para ellas les mando
un minuto de silencio y de recuerdo, porque es así si uno es sincero.
Estamos cerca del otoño, si no es que ya estamos
dentro de él, ya pasea, pasea, hasta que
la noche hace encender las luces y todo, todo su colorido ilumina la noche y el
otoño. No habla con nadie, solamente camina y camina, no se pregunta no se lamenta
por nada ya que él no tiene la culpa de vivir la situación que está viviendo. Lleva
tiempo en la calle y su ropa ya tiene cierto desgaste, como sus zapatos, la
gente lo ve pasar y a veces se apartan. Él no piensa ni quiere pensar, pero
para él es un alivio que se aparten, que le dejen vía libre y respirar, se
acerca al albergue a ver si hay suerte y puede dormir en un colchón y apoya su
cabeza en una almohada.
Llega al lugar y ahí es cuando realmente empieza la
historia, su historia aquella que sueña como si el pasado volviera entonces,
cuando recuerda su casa, su piso, donde realmente vivía antes de que todo esto
ocurriera. Ha tenido suerte y puede dormir en un colchón de una litera, no
tarda mucho tiempo en coger el sueño, en caliente con la manta entra en un
momento en el que se encuentra recogido, no está casado ni tiene hijos, pero
tenía trabajo. Pero todo se fue abajo a los pocos meses de la pandemia,
recuerda, recuerda que por un momento que la felicidad es posible. Uno recuerda
su primer amor y sabe que todas las próximas veces que se enamore, serán copias
de ese primer beso, porque el que tiene la capacidad de amar, tiene la
capacidad de luchar y salir del lodo.
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