ESE TRIDENTE FELIZ
Alguien
predijo mi llegada, alguien o algo hicieron al cambiar al mundo de manera
radical, ya no fue nada lo que era y eso no es nada ya que nada es igual ya que
antes. A los que estábamos acostumbrados fueron barridos, arrebatados de las
manos, como si fuésemos niños, fuimos despojados de nuestros juguetes y muchos
entraron en la histeria, otros en la discordia y los más conscientes del hecho
en sí, no pararon de llorar, tanto, que es hoy en día y lo siguen y lo seguirán
haciendo.
–
¿Quién eres tú, sí tú, el que hablas como
si narraras una historia? Digo yo, que
soy el ávido lector que sigue con atención.
–
Anda, calla y déjame que me explique. Dice el narrador, que a saber si soy yo el mismo
el que escribe.
Subo
o bajo, bajo o subo, simplemente cambio de un plano a otro, rasgando la cortina
transparente, con mi tridente me siento el dueño del mundo. Como si fuese en un
globo hinchado por helio me muevo por el aire, parezco una nube que se desplaza
según el capricho del viento. Hasta que pasado el tiempo no me veo y es que me
veo envuelto en una tormenta, grito como un huracán hasta que esta es tal, que
un rayo hace que caiga al suelo y no sé si por el aturdimiento o desmayo pero fue
real, por unos minutos viví este relato, que como si fuera real o no real yo no
lo sé, solo sé que como un zeppelín fue mi marcha ardiendo por los cuatro
costados.
Lloro
por no gritar, lloro por no querer enterarme de qué va realmente la historia, de que todos sabemos algo pero no sabemos todo
lo que hay que saber. No hay nadie este mundo que sepa todo realmente de todo,
sino sería un Dios y de dioses, ¡ay! de dioses más vale que dejemos al lado el
tema, más vale, ¿de acuerdo?
Entro
en fuego incandescente, calor ardiente, quemazón es ese el que arde en el corazón
de todos aquellos que me rodean, los que compartimos todo, las risas y las
penas alrededor de un cubo de metal lleno de madera y papel, qué haciendo un
fuego hace que nos veamos las caras. No lloro y las alegrías son porque es así
y así será para el resto de los días. Hasta que poco a poco cada uno de
nosotros vaya cayendo en muerte, ya sea por el hambre, ya sea por el frío de
los inviernos que cruelmente se ceba entre aquellos que de corazón caliente
minan las calles de todas aquellas grandes urbes. Me caliento al fuego sin
saber si mañana despertaré, me caliento el fuego riéndome del momento, todo es
un no parar.
Acabo
borracho, pero no solamente de vino sino también de todo lo vivido esta noche, mañana será otro día. No olvidemos la fecha 22
de diciembre, está cerca y vete a saber qué año pago el precio con alegría el
día de la lotería, llevo un décimo de lotería sí 20 € de lotería, quizás sueño
un poco en poder dejar de nadar en las aguas fecales pero sinceramente no sé si
quiero salir de ella.
Nado
entre las aguas fecales de la ciudad marchita qué se inunda en los mares de la
desidia y de la maldad, no entiendo como no me ahogo entre tanta injusticia.
Los mares, los ríos que de desembocan en rías y arrozales, todos aquellos o
aquello que pensamos que es limpio y puro está lleno de suciedad y eso, eso no
deja de mancharme. ¿Porqué, no puede ser que yo vea hasta que con los ojos
cerrados, que todo es lo que es hipocresía?, malicia, ignorancia. Qué más da,
yo seguiré nadando entras aquellas aguas en las que nadie quiere nadar y que solamente
hacen que soltar hedor. ¿Cómo es posible que la humanidad entera no se dé
cuenta de ello?, me salgo de las aguas y veo una rosa cuyo tallo nace del
mismísimo asfalto. Coches con dueño, circulan por las avenidas del porvenir,
pero ninguno de ellos hace parada para descargar todo aquello que no vale y lo
lleva guardado en el maletero. ¿Qué será de mí sí solamente yo vagabundeo,
quién es más rico?, el que tiene material, el que goza de un chalet o aquel que
vive entre las aguas fecales, pero tiene un sinfín de amigos. Porque ninguno de
ellos está conmigo por propio interés, quisiera yo de mí, ¡ay señor!
– ¿Realmente
existe en mí señor, realmente hay algo después de la muerte?, yo no lo sé,
dímelo tú a mí porque yo ahora que me reconocéis con vida, en que sea entre las
aguas fecales de todo aquello que la gente que se llama sociedad no quiere o
deshecha tirándolo simplemente por el váter.
Suena
una voz en mi interior, suena muy fuerte y me dice y me hace saber….
– Tú
eres libre de saber o dejar de saber, porqué culto eres, aunque no tengas
propiedades ni seas de dinero.
Abrazo
al maldito duende, ese que me lleva es que quién me aboca a la desesperación y
también a alegría. No sé lo que hago, ya que no soy dueño de mí mismo y eso me
hace dudar de mi propia existencia, todo el mundo se conoce, todo el mundo me
conoce a mí y yo, yo no conozco a nadie.
Porque
será, 1969 segundo premio de la Lotería de Navidad, no digo de qué año ni digo
si todavía se ha cumplido, solamente digo que solo entonces viví como un señor
y me trataron como tal, entonces y solamente entonces llegué conocer a la gente
por sus nombres y apellidos.
Siempre
recordaré la fecha, aunque la oculte, vaya que sea cierta y me vengan ahora en
que soy adivino. Ese día me tocó el segundo premio, un premio que me encontré
en uno de los peldaños de un triste hospital. Una fecha que tampoco olvidaré y
siempre llevaré en la memoria. Fueron meses, no años, ya que la pequeña fortuna
se evaporó. Pero fue una gran experiencia, entonces y solo entonces me salieron
desde el interior de las piedras los amigos. Pero aun así yo ya supe a quién
invitar y a quiénes no. Todo acabó al llegar el verano, el del banco ya no se
acordaba de mí, el del bar no me dejaba entrar y el casero, ¡ay!, el casero me
dejo mis cosas afuera, apoyadas en la puerta. No llovía, al revés el Sol era un
castigo infernal, un castigo pero bien aprovechado. Nadie me quitará la juerga
y la diversión de un premio regalado. Mujeres guapas se me acercaban y
entonces, solo entonces era un Don, un Don Juan. En fin, eso ya pasó y ahora
sigo como barco sin rumbo, eso sí, rodeado en ocasiones por grandes amigos y
amigas, con las que compartí el premio, el premio de la lujuria y de la abundancia.
¿Qué sería yo sin mi tridente, si no hubiera rasgado la cortina transparente?,
nada de esto hubiera vivido. Ahora no sé lo que viviré, ni Dios lo sabe, si es
que realmente existe, en fin, no entro en detalles.
Desde
aquellos arrozales qué se alimentan de aquellas aguas sucias y turbias, la
gente no se imagina. Nado en busca del mar de la esperanza, nado hasta que me
rescatan en una barcaza un hombre solitario, el mismo hombre que me pregunta y
yo le respondo lo siguiente….
– ¿Qué
haces buen hombre nadando entre las aguas del arrozal?
Yo,
por intentar salir airoso del momento, le digo….
– No
lo sé, realmente solamente deseo una cosa ser y estar vivo, ¿tan difícil es de
conseguir? Le pregunto de manera sutil.
– Te
llevaré a la orilla y serás libre de hacer y deshacer, solamente te pido una
cosa, no vuelvas a pisarme el arroz qué con tanto trabajo he plantado o te
mataré.
Me
quedo atónito de tales preguntas y
sorprendido me quedo al conocer el ultimátum y lo que más que un consejo parece
una advertencia, ando por fin por tierra
firme. Las muchachas me miran por mí
apariencia y es que yo sé que mis vestiduras no son como la de todos los lugareños.
Ahora
me toca enfrentarme al Sol, ese mismo que en la
antigüedad era conocido por el nombre de “Ra”. Quién me dice que
actualmente vivo ahora el presente o vivo
en el pasado, todo depende de plano por donde se mire. Camino hay camino, pero
nadie me da de beber camino y camino y sediento me he caído al suelo. La gente pasa
por el lado y nadie me da la mano, nadie me ayuda a levantarme del suelo. ¡Qué
más da!, si estoy acostumbrado a ello, todo depende de la actitud con la que me tome el asunto. Pero en fin, ¿todo
será que todavía no es ese 22 de diciembre de a saber qué año o ya ha pasado?,
no lo recuerdo. Me incorporo de nuevo y
acercándome a un bar le pido al dueño….
– Hola,
no quiero dinero, solamente deseo un vaso de agua.
El
dueño hace como el que no me escucha y yo cabreándome me marcho, ¿a dónde me
llevará la situación?, que en un momento de locura me sitúo enfrente de la
puerta del bar. El dueño me dice que me marche y yo solo le pido el vaso de
agua, cansino, cansado me hago, hasta que en un vaso de plástico echa agua. Yo
sonrío pensando que lo he conseguido, pero cuál es mi sorpresa qué el agua es
para mi cara, sí en mí cara me echa el agua. En la cara resbala toda ella, yo
respiro y me seco con las manos. Mientras veo cómo se mofa de mí y sin entrar en disputa alguna,
caminante hago camino hasta que veo una fuente de agua potable. Es un parque de
los de adónde solo hay juegos infantiles para niños, los padres de ellos se me quedan
mirando, camino despacio, alerta a
cualquier voz o agresión. Me acerco, veo en ella el rostro de la libertad y bebo y ahora si me mojo la cabeza y
descanso mis pies en un banco fuera del recinto.
Entre
dientes hablo conmigo mismo, deseándole que algún día la vida le devuelva el
destino, solamente le deseo eso. Ahora vuelvo por mi camino de dónde he venido
arrastrado por las aguas de la injusticia.
Se
hace la noche y con ello, la Luna me despierta. Solo y un poco mareado aún hago
memoria, será posible o solamente ha sido un sueño. Yo me encuentro donde debo
de estar, en la Oscuridad, en mitad del Universo, dentro del Cosmos. Río, ahora
sí que río, porque como si fuese por el cristal de una ventana, veo como aquel
que se mofaba y aquellos que decían ser amigos no saben los que les espera
cuando lleguen adónde me encuentro ahora. Será una auténtica sorpresa, porque
lo dejaré todo en manos del Centinela, sí, aquel que encierra y vigila a las
sombras. ¿Qué son sombras?, sombras son todos aquellos y aquellas que por su
malicia y falta de bondad se les priva de libertad. Todo funciona así y cuando
lo desee, cuando quiera, volveré a La Tierra a divertirme un rato, que para eso
estoy.
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