miércoles, 31 de marzo de 2021

 

                                                              EL PAJARILLO

Alguien dijo, alguien murmuró, mirando una simple tirada de cartas del Tarot, que estos serían años difíciles de llevar. Que el mundo cambiaría no se sabe si a mejor o para peor, pero que habría un cambio. Que algo sucedería o algo estaría sucediendo mientras tan felizmente le dábamos la bienvenida al año nuevo. No sabíamos entre brindis y jolgorio por otro año pasado, que el que estaba a punto de empezar, que lo haría barriendo con la escoba del ángel de la muerte con todo aquel mayor o aquel más frágil.

Esta es la historia de alguien, que puede ser real o inventado por mí, que escribió y narró lo sucedido en propia carne, en aquellos días tan ensombrecidos en el que el miedo se cortaba con una cuchilla de afeitar.

Todo empezó así un día de marzo del año 2020….

En mi jaula de oro me siento afortunado, nadie puede atravesar los muros del lamento, sí, de ese lamento llamado vida. Una vida que me lleva ya varias semanas confinado en casa, todo porque dicen y nos aseguran, que hay ahí afuera un bicho casi invisible que nos puede hacer daño, que nos puede hasta  matar. Todas las mañanas saco mi cabeza para que me dé el Sol, no soy el único, varios vecinos hacemos lo mismo. Nos saludamos, nos decimos los buenos días, nos saludamos con una sonrisa y armados de paciencia.  Parecemos “pajarillos enjaulados” que las autoridades nos dan permiso, para como si fuésemos unos pobres animalillos, nos dé la claridad del día. Todo es un suponer y un saber si es verdad, que todo lo que cuentan es verdaderamente cierto. No quiero ver la televisión, la odio, es un sin vivir, la gente se muere, se muere ya no solo de soledad y de pena, se mueren por el maldito bicho. Después de varios días de lucha, sucumben ante la atroz furia del virus.

Mi nombre no tiene importancia, soy uno de tantos que está encarcelado por mi propia seguridad en mi propia casa, en un piso pequeño de cincuenta metros cuadrados. Ese, ese es mi espacio vital, ese es todo el espacio que tengo para hacer camino, aunque ya hacemos camino día tras día, esperando que aquellos que verdaderamente han estudiado saquen una vacuna para poder volver sentirnos libres y poder volar de nuevo como pajarillos silvestres.

Aprovecho cualquier ocasión para poner los pies en la acera, el salir por el portal por la mañana se ha convertido en todo un reto y un desafío. Mascarilla en boca, no se me nota el sonreír, solo las gafas empañadas de mi propio vaho me hacen enfadar y cuando no hay nadie, cuando la calle esta desierta, aprovecho para respirar el aire no tan puro de las avenidas de la ciudad. Levanto los brazos en señal de victoria y me creo un boxeador nato que le ha ganado la batalla a un tal “Covid”, sí, así se llama o al menos le han puesto ese nombre.

Saco toda mi artillería, tabaco en mano aspiro para dentro de mí el humo del cigarrillo rubio, para después expulsarlo de forma brusca, haciendo alrededor un círculo imaginario de humo. Me creo dueño del barrio, me creo el amo del Universo, todo es euforia. Bolsa en mano, hago que voy a la compra, cuando en verdad mi intención es dar la vuelta a la manzana. Es una fecha que no se nos va a olvidar, una pandemia que parece apocalíptica y que nos amenaza a nivel mundial. Yo, con mi estado de ánimo ahora subido voy caminando y pisando fuerte, mañana ya se verá.

Todo no es el maldito bicho, también tengo que mirar mi estado mental, ya que de esta euforia puedo ir a una depresión severa. Que es lo que me pasa cuando atravieso el umbral de mi casa y me veo dentro de los cincuenta metros cuadrados, es volver a la cueva. Volver de dónde no me puedo escapar, no tengo rejas, no tengo barrotes, estos son imaginarios, son mentales y eso, eso me trastorna. Me trastorna de tal forma, que hablo solo y me muevo en círculos, acabaré peor si me quedo en casa. No hay más remedio, menos mal que está abierta la farmacia y puedo escaparme de vez en cuando.

Si no tuviese bastante con el estigma del trastorno, ahora me viene lo que más me afecta, que es el estar solo y encima encarcelado. Por propia voluntad, pero aquí estoy, solo puedo gritar a los cuatro vientos a través de la ventana. Pero que ganaría, nadie me haría caso. Todo el barrio me conoce, todo mundo sabe quién soy y a veces incluso creo que me espían.

Estamos a finales de marzo y esto solo ha hecho que empezar, no sé cuánto tiempo va durar. No miro la tele, no quiero entrar en ansiedad o depresión y vuelvo a sacar la cabeza por la ventana, solo falta que cante o toque las palmas por la tarde. Todo por la labor de aquellos profesionales de la medicina es encomiable y dura, siendo de mérito mencionar y de respeto alzar. Tan dura que no tiene precio, lo que hacen por vocación y se merecen todo nuestro aplauso, aunque tengamos nosotros parte de responsabilidad haciendo de aquello que parece increíble y duro de creer, nuestro grano de arena y ser un poco respetuosos con las normas tomadas en un estado atípico de alarma.

Pasan otros quince días y deciden que otros quince más, no sé cuánto va a durar esto, ni ellos mismos lo saben. Yo sigo sacando la cabeza por la ventana, como los pajarillos enjaulados los saca uno para que les dé el Sol. No me puedo llegar a imaginar cómo se deben de sentir, día tras día, encerrados, cantando por su libertad. Yo ahora soy uno de ellos, lo único que no canto, ya ni siquiera aplaudo por las tardes, esto se ha vuelto como el mismísimo ángel de la muerte, espero que a mi casa no venga a picar y yo de forma ingenua le abra la puerta.

Pasa el tiempo, pasa abril y yo dentro de lo que cabe no me quiero quejar. Mientras tenga la farmacia abierta y el supermercado al lado, todos los miedos se centran en esos lugares, miradas y más miradas en las calles. La gente no camina, corre asustada como si viene detrás de ellos un tanque militar. Pero llega mayo, no podía creerlo y no podría cantarlo más fuerte ni pensarlo realmente, no sé si será culpa de mis idas clandestinas y venidas a escondidas, que me siento mal, muy mal, tan mal que caigo en cama. No es un día, son varios los que me tiro sin comer ni beber. No abro ni las ventanas ni las persianas, son días de vidas cerradas a cal y canto y yo sin salir de casa, parece que me asfixio. No lloro, porque no me quedan lágrimas, no grito porque me he quedado sin palabras, solo siento un quemazón y el picor de los ojos y de la garganta. Entonces y solo entonces, me quedo dormido, me quedo como si me hubiese desvanecido. Solo siento a alguien que murmura por el otro lado de la puerta. Como una puerta trasera se abre y me dice, “ven”. No tengo fuerzas para levantarme, así que no me acerco. Solo deseo estar vivo y salir de esta, pero como si hubiese fumado un poco de hierba me siento y escucho voces, voces cada vez más fuertes…

         ¿Tú quién eres que me persigues por todos los lados?

         ¡Yo, soy tú!, ¿no me conoces?, me llaman “Covid”

Lamentos oscuros, llantos sombríos, son aquellos que traslucen en medio de la noche, cuando Juan lucha por su vida. Sí Juan, ese es su nombre o al menos como me ha pedido que le llame. Todo es un sufrir, el maldito Covid sigue haciendo estragos. Se cree dueño de la guadaña que siega, vida tras vida, como una nube de tormenta tapa el cielo raso y brillante Sol. Se hace el infierno, se hace la oscuridad y el ángel de la muerte no tiene compasión o al menos eso parece.

         No, no me hagas esto, a mí no, yo quiero vivir, déjame tranquilo, vete a por otro.

         Que dices, me encanta tu cuerpo, tu carne, tu sangre, tus pulmones….

Cada día la fiebre va a más, al final las alucinaciones se hacen constantes. No solo por la enfermedad o trastorno, sino por la fiebre. Pero es terco y cabezón  y no quiere llamar a nadie, no quiere ver ninguna ambulancia enfrente de su casa. Solo el deseo de seguir luchando, solo el deseo de seguir viviendo le hace cada día más fuerte y eso, eso le hace remontar en días y sentirse más feliz y contento.

Piensa para sí mismo se levanta como puede y acercándose a una mesa, papel en mano toma asiento y escribe, sigue escribiendo, como si de ello le fuese la vida, que en cierta manera es cierto, ya que mentalmente quiere sentirse eufórico, superior y soberbio. De ello quizás haga un diario personal, tan personal que lo publicará al cabo del tiempo, cuando todo haya pasado.

No podrá conmigo, mi ejército, mis defensas matarán al maldito virus, no podrá conmigo y lo superaré sin decirle nada a nadie. Haciendo un mutis en el foro, saco la cabeza de nuevo por la ventana y saludando a los vecinos del bloque, respiro el aire fresco ya de mayo. No llueve, pero da igual, al final las lágrimas que caen, que resbalan por mi rostro, lo hacen casi dibujar en un día de primavera y como si fuesen a brotar los almendros salgo en flor.

Quince días o quizás fueron los que estuve en cama, al final, gracias a mi fortaleza y ganas de volver a disfrutar de los placeres de la vida, vuelvo a ser el mismo. Ya me incorporo, lo primero que hago es una ducha, una ducha de veinte minutos, dónde parece que suelto todo el sudor acumulado y toda toxina mala del maldito “Covid”.

Maldito el día que soltaron a este virus, la gente mayor cae en desbandada y parece una debacle los centros residenciales. Miro las noticias, las cuentas no encajan, no saben realmente cuántos van ya, se mina la gente como si fuese una metástasis en el pleno mundo. Paro, apago la televisión y sigo con mi música, miro por un momento la nevera y veo que esta vez hay que llenarla. Con mucho cuidado y tomando todas las medidas de protección, salgo a la calle con mi carrito. Son las once de la mañana y el Sol apunta alto. La cola en el supermercado es larga, así que a dos metros de distancia espero armándome de toda la paciencia a qué me toque el turno.

No sé a qué esperar tanto, cuando es mi turno y entro, solo veo estanterías vacías, solo el miedo las llena. Están vacías, así que no compro lo que deseo, compro lo que hay o han dejado para los demás. Como si hubiese pasado un huracán son los supermercados. Algo de café, arroz y poco más puedo comprar, así que me vuelvo con el carrito casi vacío.

Nadie se fía de nadie, todo son miradas de reojo que tapándose la boca pasan rápido de largo. Ya no hay saludo que valga, ya no hay nada, todo se ha ido por la alcantarilla. Todavía tienen suerte aquellos que las autoridades dejan trabajar, entonces yo me acuerdo de los míos, ¿estarán bien?

Llego  a casa y cogiendo el móvil, hago una llamada, una llamada para mí crucial.

      ¡Hola mama!, ¿cómo te encuentras?

      ¡Hola Juan!, me encuentro bien, tranquilo, tu hermano me hace la compra y no me falta de nada, no te preocupes.

Después de un rato de temblor, suelto el móvil encima  de la mesa, me asomo a la ventana y la claridad y el Sol, me hace cerrar los ojos pero abrir la mente. Sonrío. Es mi primera reacción, es muy duro de llevar todo esto. Es un misterio, mi corazón no dejo de latir, no sé si por sí mismo o por el amor que le tengo a la vida. Todo será realmente un enigma, todo será un secreto de aquel que lleve el asunto de quien se queda y quien se va. Yo solo sé que estoy vivo y que he salido de esta sin levantar sospecha alguna. No se lo diré a nadie, a nadie le comentaré que lo he pasado, aunque podría llevarlo de forma triunfal. Yo solo sé que he visto al ángel de la muerte y por esta vez ha hecho la vista gorda, me ha dejado en el reino de los vivos. Sé que le debo una, sé que si por él fuera me hubiera marchado con él, pero alguien le habrá rogado que así no fuera y esa alma, esa persona solo puede haber sido mi madre. Esa señora que he perdido la cuenta del tiempo que llevo sin verla, pero cada día que pasa, no merma mis fuerzas ni mi cariño hacia ella. La llamo cada día, no hay otra cosa que hacer, pasan los meses y parece que hay una pequeña luz al final, solo se ve, solo se transluce la vida fuera de esta cuando has estado verdaderamente al borde de la muerte. Así, que armado de valor, salgo y burlando a las autoridades me voy y visito a mi madre. De lejos, a más de dos metros, pero su sonrisa la recibo como si de un abrazo se tratase, estupefacto me quedo. Convertido en piedra estoy al verla tan bien, me marcho, más vale que me marche, sí, así que con cuidado subo otra vez para mi casa. Tengo suerte, no me ha visto nadie, nadie se percata de mi ausencia ni de mi arrojo. Solo el virus ha entrado, solo ese maldito bicho ha osado entrar en mi cuerpo y este, haciendo honor mí persona, lo he expulsado sin dejar rastro alguno. Suerte tengo de la sangre, de la sangre que corre por mis venas, son puros ejércitos en lucha contra aquello que dice ser mortal.

Voy tachando los días en el calendario, voy haciendo cruces, como si fuesen en memoria de aquellos que no han superado el holocausto. Sí, el holocausto, porque una pandemia merece ese nombre. Los tacho de rojo, en honor y en respeto a ellos, hasta que llega el día, llega el día que sí que pongo la televisión. Es 21 de junio y nos dan la carta de libertad, las autoridades creen que lo peor ha pasado ya. Que todos podemos poco a poco volver a la normalidad, poco a poco y tomando nuestras propias precauciones. Todo parece haber sido sacado de una película a lo más americano posible, pero esta vez no han sido ellos los grandes héroes, los hemos sido todos, entre todos sacaremos pecho y lo conseguiremos.

Yo, el que escribe o narra lo sucedido me uno a Juan y me abrazo hermanándome a él, como buen compañero de fatigas. Ya que, aunque sea solo quizás un vecino un poco cotilla, me ha dejado que lo escriba. Os preguntaréis desde dónde escribo y desde dónde narro tal historia. Da igual, ya sea Londres o Manhattan,  ya sea Madrid o Barcelona, la situación vivida es la misma. Todos somos del mundo, un mundo cada vez más unido y en estos casos, aún más.

¡Libres, al final, libres!, dentro de la “nueva normalidad”, que toda nuestra fuerza y de espíritu nos acompañe y seamos de nuevo felices. Por ahora nos hemos salvado, estamos vivos, aunque no hay que olvidar a aquellos guerreros que se han quedado atrás. Por ellos no solo un minuto de silencio, sino cinco, choca esos cinco por cada vez que han tenido que luchar por salvar sus vidas.

Como recompensar a todos los médicos, enfermeras, celadores y personal de limpieza. Seguro que me dejo alguno, con estas palabras les pido disculpas. Yo solo soy una persona a la que han puesto al límite, como tantos millones de personas del mundo entero. Solo un canto a la libertad y que esta pandemia nos enseñe a ser más hermanos y más felices. Unidos en persona y en espíritu, nuestras almas ahora caminan unidas. Nada nos separará, nada ni nadie podrá con nosotros. No quiero volver a sentirme un “pajarillo”, al igual que la vida me ha enseñado que hasta ellos merecen ser libres y nadie debe ser atado ni enjaulado por pura diversión. Así que ahora, todas las mañanas corro, corro para sentirme un hombre libre y un alma más plena.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario