EL
PAJARILLO
Alguien dijo, alguien murmuró, mirando
una simple tirada de cartas del Tarot, que estos serían años difíciles de
llevar. Que el mundo cambiaría no se sabe si a mejor o para peor, pero que
habría un cambio. Que algo sucedería o algo estaría sucediendo mientras tan
felizmente le dábamos la bienvenida al año nuevo. No sabíamos entre brindis y
jolgorio por otro año pasado, que el que estaba a punto de empezar, que lo
haría barriendo con la escoba del ángel de la muerte con todo aquel mayor o
aquel más frágil.
Esta es la historia de alguien,
que puede ser real o inventado por mí, que escribió y narró lo sucedido en
propia carne, en aquellos días tan ensombrecidos en el que el miedo se cortaba
con una cuchilla de afeitar.
Todo empezó así un día de marzo
del año 2020….
En mi
jaula de oro me siento afortunado, nadie puede atravesar los muros del lamento,
sí, de ese lamento llamado vida. Una vida que me lleva ya varias semanas
confinado en casa, todo porque dicen y nos aseguran, que hay ahí afuera un
bicho casi invisible que nos puede hacer daño, que nos puede hasta matar. Todas las mañanas saco mi cabeza para
que me dé el Sol, no soy el único, varios vecinos hacemos lo mismo. Nos
saludamos, nos decimos los buenos días, nos saludamos con una sonrisa y armados
de paciencia. Parecemos “pajarillos
enjaulados” que las autoridades nos dan permiso, para como si fuésemos unos
pobres animalillos, nos dé la claridad del día. Todo es un suponer y un saber
si es verdad, que todo lo que cuentan es verdaderamente cierto. No quiero ver
la televisión, la odio, es un sin vivir, la gente se muere, se muere ya no solo
de soledad y de pena, se mueren por el maldito bicho. Después de varios días de
lucha, sucumben ante la atroz furia del virus.
Mi
nombre no tiene importancia, soy uno de tantos que está encarcelado por mi
propia seguridad en mi propia casa, en un piso pequeño de cincuenta metros
cuadrados. Ese, ese es mi espacio vital, ese es todo el espacio que tengo para
hacer camino, aunque ya hacemos camino día tras día, esperando que aquellos que
verdaderamente han estudiado saquen una vacuna para poder volver sentirnos
libres y poder volar de nuevo como pajarillos silvestres.
Aprovecho
cualquier ocasión para poner los pies en la acera, el salir por el portal por
la mañana se ha convertido en todo un reto y un desafío. Mascarilla en boca, no
se me nota el sonreír, solo las gafas empañadas de mi propio vaho me hacen
enfadar y cuando no hay nadie, cuando la calle esta desierta, aprovecho para
respirar el aire no tan puro de las avenidas de la ciudad. Levanto los brazos
en señal de victoria y me creo un boxeador nato que le ha ganado la batalla a
un tal “Covid”, sí, así se llama o al menos le han puesto ese nombre.
Saco
toda mi artillería, tabaco en mano aspiro para dentro de mí el humo del
cigarrillo rubio, para después expulsarlo de forma brusca, haciendo alrededor
un círculo imaginario de humo. Me creo dueño del barrio, me creo el amo del
Universo, todo es euforia. Bolsa en mano, hago que voy a la compra, cuando en
verdad mi intención es dar la vuelta a la manzana. Es una fecha que no se nos
va a olvidar, una pandemia que parece apocalíptica y que nos amenaza a nivel
mundial. Yo, con mi estado de ánimo ahora subido voy caminando y pisando
fuerte, mañana ya se verá.
Todo no
es el maldito bicho, también tengo que mirar mi estado mental, ya que de esta
euforia puedo ir a una depresión severa. Que es lo que me pasa cuando atravieso
el umbral de mi casa y me veo dentro de los cincuenta metros cuadrados, es
volver a la cueva. Volver de dónde no me puedo escapar, no tengo rejas, no
tengo barrotes, estos son imaginarios, son mentales y eso, eso me trastorna. Me
trastorna de tal forma, que hablo solo y me muevo en círculos, acabaré peor si
me quedo en casa. No hay más remedio, menos mal que está abierta la farmacia y
puedo escaparme de vez en cuando.
Si no
tuviese bastante con el estigma del trastorno, ahora me viene lo que más me
afecta, que es el estar solo y encima encarcelado. Por propia voluntad, pero
aquí estoy, solo puedo gritar a los cuatro vientos a través de la ventana. Pero
que ganaría, nadie me haría caso. Todo el barrio me conoce, todo mundo sabe
quién soy y a veces incluso creo que me espían.
Estamos
a finales de marzo y esto solo ha hecho que empezar, no sé cuánto tiempo va
durar. No miro la tele, no quiero entrar en ansiedad o depresión y vuelvo a
sacar la cabeza por la ventana, solo falta que cante o toque las palmas por la
tarde. Todo por la labor de aquellos profesionales de la medicina es encomiable
y dura, siendo de mérito mencionar y de respeto alzar. Tan dura que no tiene
precio, lo que hacen por vocación y se merecen todo nuestro aplauso, aunque
tengamos nosotros parte de responsabilidad haciendo de aquello que parece increíble
y duro de creer, nuestro grano de arena y ser un poco respetuosos con las
normas tomadas en un estado atípico de alarma.
Pasan otros
quince días y deciden que otros quince más, no sé cuánto va a durar esto, ni
ellos mismos lo saben. Yo sigo sacando la cabeza por la ventana, como los
pajarillos enjaulados los saca uno para que les dé el Sol. No me puedo llegar a
imaginar cómo se deben de sentir, día tras día, encerrados, cantando por su
libertad. Yo ahora soy uno de ellos, lo único que no canto, ya ni siquiera
aplaudo por las tardes, esto se ha vuelto como el mismísimo ángel de la muerte,
espero que a mi casa no venga a picar y yo de forma ingenua le abra la puerta.
Pasa el
tiempo, pasa abril y yo dentro de lo que cabe no me quiero quejar. Mientras
tenga la farmacia abierta y el supermercado al lado, todos los miedos se
centran en esos lugares, miradas y más miradas en las calles. La gente no
camina, corre asustada como si viene detrás de ellos un tanque militar. Pero
llega mayo, no podía creerlo y no podría cantarlo más fuerte ni pensarlo
realmente, no sé si será culpa de mis idas clandestinas y venidas a escondidas,
que me siento mal, muy mal, tan mal que caigo en cama. No es un día, son varios
los que me tiro sin comer ni beber. No abro ni las ventanas ni las persianas,
son días de vidas cerradas a cal y canto y yo sin salir de casa, parece que me
asfixio. No lloro, porque no me quedan lágrimas, no grito porque me he quedado
sin palabras, solo siento un quemazón y el picor de los ojos y de la garganta.
Entonces y solo entonces, me quedo dormido, me quedo como si me hubiese
desvanecido. Solo siento a alguien que murmura por el otro lado de la puerta. Como
una puerta trasera se abre y me dice, “ven”. No tengo fuerzas para levantarme,
así que no me acerco. Solo deseo estar vivo y salir de esta, pero como si
hubiese fumado un poco de hierba me siento y escucho voces, voces cada vez más
fuertes…
– ¿Tú quién eres que me persigues por
todos los lados?
– ¡Yo, soy tú!, ¿no me conoces?, me
llaman “Covid”
Lamentos oscuros, llantos
sombríos, son aquellos que traslucen en medio de la noche, cuando Juan lucha
por su vida. Sí Juan, ese es su nombre o al menos como me ha pedido que le
llame. Todo es un sufrir, el maldito Covid sigue haciendo estragos. Se cree
dueño de la guadaña que siega, vida tras vida, como una nube de tormenta tapa
el cielo raso y brillante Sol. Se hace el infierno, se hace la oscuridad y el
ángel de la muerte no tiene compasión o al menos eso parece.
– No, no me hagas esto, a mí no, yo
quiero vivir, déjame tranquilo, vete a por otro.
– Que dices, me encanta tu cuerpo, tu
carne, tu sangre, tus pulmones….
Cada día la fiebre va a más, al
final las alucinaciones se hacen constantes. No solo por la enfermedad o
trastorno, sino por la fiebre. Pero es terco y cabezón y no quiere llamar a nadie, no quiere ver
ninguna ambulancia enfrente de su casa. Solo el deseo de seguir luchando, solo
el deseo de seguir viviendo le hace cada día más fuerte y eso, eso le hace
remontar en días y sentirse más feliz y contento.
Piensa para sí mismo se levanta
como puede y acercándose a una mesa, papel en mano toma asiento y escribe,
sigue escribiendo, como si de ello le fuese la vida, que en cierta manera es
cierto, ya que mentalmente quiere sentirse eufórico, superior y soberbio. De
ello quizás haga un diario personal, tan personal que lo publicará al cabo del
tiempo, cuando todo haya pasado.
No
podrá conmigo, mi ejército, mis defensas matarán al maldito virus, no podrá conmigo
y lo superaré sin decirle nada a nadie. Haciendo un mutis en el foro, saco la
cabeza de nuevo por la ventana y saludando a los vecinos del bloque, respiro el
aire fresco ya de mayo. No llueve, pero da igual, al final las lágrimas que
caen, que resbalan por mi rostro, lo hacen casi dibujar en un día de primavera
y como si fuesen a brotar los almendros salgo en flor.
Quince
días o quizás fueron los que estuve en cama, al final, gracias a mi fortaleza y
ganas de volver a disfrutar de los placeres de la vida, vuelvo a ser el mismo.
Ya me incorporo, lo primero que hago es una ducha, una ducha de veinte minutos,
dónde parece que suelto todo el sudor acumulado y toda toxina mala del maldito
“Covid”.
Maldito
el día que soltaron a este virus, la gente mayor cae en desbandada y parece una
debacle los centros residenciales. Miro las noticias, las cuentas no encajan,
no saben realmente cuántos van ya, se mina la gente como si fuese una
metástasis en el pleno mundo. Paro, apago la televisión y sigo con mi música, miro
por un momento la nevera y veo que esta vez hay que llenarla. Con mucho cuidado
y tomando todas las medidas de protección, salgo a la calle con mi carrito. Son
las once de la mañana y el Sol apunta alto. La cola en el supermercado es
larga, así que a dos metros de distancia espero armándome de toda la paciencia
a qué me toque el turno.
No sé a
qué esperar tanto, cuando es mi turno y entro, solo veo estanterías vacías,
solo el miedo las llena. Están vacías, así que no compro lo que deseo, compro
lo que hay o han dejado para los demás. Como si hubiese pasado un huracán son
los supermercados. Algo de café, arroz y poco más puedo comprar, así que me
vuelvo con el carrito casi vacío.
Nadie
se fía de nadie, todo son miradas de reojo que tapándose la boca pasan rápido
de largo. Ya no hay saludo que valga, ya no hay nada, todo se ha ido por la
alcantarilla. Todavía tienen suerte aquellos que las autoridades dejan
trabajar, entonces yo me acuerdo de los míos, ¿estarán bien?
Llego a casa y cogiendo el móvil, hago una llamada,
una llamada para mí crucial.
–
¡Hola
mama!, ¿cómo te encuentras?
–
¡Hola
Juan!, me encuentro bien, tranquilo, tu hermano me hace la compra y no me falta
de nada, no te preocupes.
Después
de un rato de temblor, suelto el móvil encima
de la mesa, me asomo a la ventana y la claridad y el Sol, me hace cerrar
los ojos pero abrir la mente. Sonrío. Es mi primera reacción, es muy duro de
llevar todo esto. Es un misterio, mi corazón no dejo de latir, no sé si por sí
mismo o por el amor que le tengo a la vida. Todo será realmente un enigma, todo
será un secreto de aquel que lleve el asunto de quien se queda y quien se va.
Yo solo sé que estoy vivo y que he salido de esta sin levantar sospecha alguna.
No se lo diré a nadie, a nadie le comentaré que lo he pasado, aunque podría
llevarlo de forma triunfal. Yo solo sé que he visto al ángel de la muerte y por
esta vez ha hecho la vista gorda, me ha dejado en el reino de los vivos. Sé que
le debo una, sé que si por él fuera me hubiera marchado con él, pero alguien le
habrá rogado que así no fuera y esa alma, esa persona solo puede haber sido mi
madre. Esa señora que he perdido la cuenta del tiempo que llevo sin verla, pero
cada día que pasa, no merma mis fuerzas ni mi cariño hacia ella. La llamo cada
día, no hay otra cosa que hacer, pasan los meses y parece que hay una pequeña
luz al final, solo se ve, solo se transluce la vida fuera de esta cuando has
estado verdaderamente al borde de la muerte. Así, que armado de valor, salgo y
burlando a las autoridades me voy y visito a mi madre. De lejos, a más de dos
metros, pero su sonrisa la recibo como si de un abrazo se tratase, estupefacto
me quedo. Convertido en piedra estoy al verla tan bien, me marcho, más vale que
me marche, sí, así que con cuidado subo otra vez para mi casa. Tengo suerte, no
me ha visto nadie, nadie se percata de mi ausencia ni de mi arrojo. Solo el
virus ha entrado, solo ese maldito bicho ha osado entrar en mi cuerpo y este,
haciendo honor mí persona, lo he expulsado sin dejar rastro alguno. Suerte
tengo de la sangre, de la sangre que corre por mis venas, son puros ejércitos
en lucha contra aquello que dice ser mortal.
Voy
tachando los días en el calendario, voy haciendo cruces, como si fuesen en
memoria de aquellos que no han superado el holocausto. Sí, el holocausto,
porque una pandemia merece ese nombre. Los tacho de rojo, en honor y en respeto
a ellos, hasta que llega el día, llega el día que sí que pongo la televisión.
Es 21 de junio y nos dan la carta de libertad, las autoridades creen que lo
peor ha pasado ya. Que todos podemos poco a poco volver a la normalidad, poco a
poco y tomando nuestras propias precauciones. Todo parece haber sido sacado de
una película a lo más americano posible, pero esta vez no han sido ellos los
grandes héroes, los hemos sido todos, entre todos sacaremos pecho y lo
conseguiremos.
Yo, el que escribe o narra lo
sucedido me uno a Juan y me abrazo hermanándome a él, como buen compañero de
fatigas. Ya que, aunque sea solo quizás un vecino un poco cotilla, me ha dejado
que lo escriba. Os preguntaréis desde dónde escribo y desde dónde narro tal
historia. Da igual, ya sea Londres o Manhattan,
ya sea Madrid o Barcelona, la situación vivida es la misma. Todos somos
del mundo, un mundo cada vez más unido y en estos casos, aún más.
¡Libres,
al final, libres!, dentro de la “nueva normalidad”, que toda nuestra fuerza y de
espíritu nos acompañe y seamos de nuevo felices. Por ahora nos hemos salvado,
estamos vivos, aunque no hay que olvidar a aquellos guerreros que se han
quedado atrás. Por ellos no solo un minuto de silencio, sino cinco, choca esos cinco
por cada vez que han tenido que luchar por salvar sus vidas.
Como recompensar a todos los
médicos, enfermeras, celadores y personal de limpieza. Seguro que me dejo
alguno, con estas palabras les pido disculpas. Yo solo soy una persona a la que
han puesto al límite, como tantos millones de personas del mundo entero. Solo
un canto a la libertad y que esta pandemia nos enseñe a ser más hermanos y más
felices. Unidos en persona y en espíritu, nuestras almas ahora caminan unidas.
Nada nos separará, nada ni nadie podrá con nosotros. No quiero volver a
sentirme un “pajarillo”, al igual que la vida me ha enseñado que hasta ellos
merecen ser libres y nadie debe ser atado ni enjaulado por pura diversión. Así
que ahora, todas las mañanas corro, corro para sentirme un hombre libre y un
alma más plena.
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