EL PUENTE DE PIEDRA
En un sin vivir me tiene
tanto misterio, ¿cómo puede ser tan real lo irreal y cierto lo que nos dicen
que es mentira?, esta es mi gran pregunta. Yo no sé el motivo, pero hay algo o hay
alguien que me hace que escriba tal relato. Seguramente que todo sea producido solo
por mi mente, por mi más pura fantasía, tan pura que me evoca en tal situación.
Situación cómoda o incomoda según se mire, no sé el porqué ni el motivo, pero
aquí estoy, me siento elevado y estoy aquí, sentado a la luz de una vela
mientras que escribo y escribo.
Hay
momentos de gloria y hay momentos de dolor y pena, a saber cuál de ellos se
mezcla entre las palabras y las frases escritas, todo depende del prisma por
donde se mire. Todo es relativo, como la vida misma que se disfraza de muerte y
te eleva o me eleva mejor dicho, haciéndome saber y mandar todo mis respetos
hacia aquellas personas que lo dan todo por las personas. Todo, sin mirar el
precio del tiempo y sin mirar si necesitan un descanso muchas veces necesarios,
porque por mucho que queramos somos solo seres humanos. Lo único que se me
ocurre decir, es que algunos tienen más humanidad que otros y que el corazón no
les cabe en el cuerpo o tienen un corazón tan pequeño que les hace emerger el
amor y la esperanza hacia afuera, ayudando a los demás aunque parezca raro.
Es
finales de otoño y la lluvia nocturna ha dado paso a una mañana con las aceras
mojadas, conduce despacio, dejando pasar y circulando tranquilo escuchando su
música preferida. Se para en un paso cebra y ve a un hombre mayor pasar, no
mira el reloj como el que llega tarde o le estorbe tal persona. Sabe que es el
destino de muchos y el triunfo de unos pocos. Termina de cruzar la calle y él vuelve a retomar la marcha. Mira por el
retrovisor y ve a un ganador personificado en la persona del anciano, esboza
una ligera sonrisa al verlo. Va a seguir circulando hacia el trabajo cuando
observa una caída. No es una caída cualquiera, es el resbalón del hombre mayor
que resbala y se cae. Nadie le levanta, la gente hace caso omiso y solo es él,
el que parando su coche en mitad de la vía, se baja y le levanta del suelo. El
hombre dolorido, se agarra fuertemente del brazo de Juan, pero vuelve a caer.
– Ayuda, por favor ayuda. Le suplica el hombre.
No
se lo pensó dos veces y subió al anciano en su coche y yendo demasiado rápido,
se dirigió hacia el hospital más cercano, que no era otro que aquel adónde él
trabajaba. Ya en urgencias no se movió de su lado, hasta que tuvo la certeza de
que estaba bien y sus familiares habían sido avisados. El mero hecho de la
gratitud mostrada por aquellos que no conoce, le llena de satisfacción. Desde
joven, muy joven quiso ser médico, no por el dinero sino porque lo veía como
vocación, algo que llevaba dentro y que hacía latir su corazón. Todo era así,
siempre altruista, ayudaba a los demás sin importarle si podían pagar sus
servicios. Ya fueran ayudando a un niño a estudiar, ya fuera a un anciano a caminar.
Todo funcionaba así, hasta que un día hizo una promesa, tal promesa que le
llevó a cierto desenlace. No pasó mucho tiempo y es que siempre dicen, que los buenos
son los primeros en marchar. Se cumplió el dicho y así ocurrió, por mucho que
haya que lamentar, Juan ya no está entre nosotros. Como tantos se van sin darse
cuenta y sin despedirse, ya que aquellos que se despiden lo ven venir, cosa que
él no vio.
Nunca
se enamoró, nunca novia se echó, para Juan el amor era algo demasiado grande
para su pequeño corazón o al menos eso pensaba él. Todo funcionó hasta que tuvo
que la promesa cumplir, ya que consiguió a muchos curar. Eso le exaltó de alegría y le llevó con sus
amigos de juventud a hacer tal misión. Fue tal el desenlace, que todos aquellos
que le amaban, hicieron escribir una esquela en varios periódicos de la
comarca.
“Juan
Rodrigo, 27 años y natural de alguna ciudad española, murió un 18 de diciembre
de 1999 por causa de un traumatismo encefálico grave, al caer de un puente de
algún punto de la península ibérica desde una altura de 20 metros. Que fatídico
fue el descuido que tuvo, cuando el más mínimo error se paga con la vida. Que
descanse en paz.”
Qué
pasaría para que en un momento de euforia, se le pasara por alto tal revisión. El
arnés, el gancho que sujetaba su cuerpo a la elástica cuerda falló, acabando
todo de manera fatídica. Se soltó, yendo solo hacia la muerte. Muchos fueron
los que le lloraron, muchos son aún en día los que le echan de menos. Yo, como
siempre intento narrar o simplemente dejarme llevar por mi música y la energía
que ésta me produce.
Hacía
poco que era residente de medicina oncológica de cierto hospital, le faltaba
quizás algo de experiencia ya que no estaba acostumbrado a que las personas se
marcharan, no por la puerta dados de alta sino por la otra, aquella que te
lleva a otro plano, a otra dimensión, por ahora desconocida para la gran
mayoría. Todo ello le llevó a querer descubrir ciertas cosas, a creer en
sensaciones hasta entonces para él, totalmente opuestas a la medicina y a la
ciencia. Intentar al menos saber adónde va toda aquella energía y mente que nos
hace movernos y dormir, reír y llorar, amar y odiar. Todo es relativo, como la
vida misma que va formando al Ser humano, lo va moldeando ya sean así sus
vivencias e inteligencia.
Se
encontraba abatido días antes, cerca ya de fechas navideñas, no se podía sentir
más molesto en porqué la investigación no llegaba a encontrar la solución a uno
de las enfermedades con más causa de muerte. Entonces y solo entonces, se le
acerco uno de los ingresados ayudado por una silla de ruedas y le dijo…
– No llores más, hay que cosas
que todavía a la ciencia se le escapa. Pero no flaquees, llegarás a salvar
tantas vidas que tu alma se llenará de gozo y de alegría. Piensa, solo dedícale
cinco minutos al día a meditar a cuantas almas salvas. Personas, que sin tu
labor y dedicación sería imposible llevar a cabo tal profesión.
En
ese momento y sin saber todavía desde donde llega la voz, mira para todos los
lados, no ve a nadie. El hombre de la silla de ruedas había desaparecido, como
si no hubiera existido nunca, se había marchado. Juan siente su corazón
palpitar, por primera vez hay algo que se le escapa de la razón o de la lógica.
Está asustado, siente un sudor frío, pero no quiere compartir la experiencia de
estos mensajes, mensajes llenos de amor y respeto.
Solo
ahora pasea por la planta del hospital, no es su turno, pero allí está, porque
para él no son solo pacientes, son personas, personas que están pidiendo ayuda.
No sabe cómo no cae enfermo de cansancio y de agotamiento, después de tantas
horas en planta. Sale afuera, a la calle, las ambulancias van y vienen, tendría
que verlo como algo normal, pero no llega a acostumbrarse. No se acaba de
adaptar y eso, eso le lleva a pensar en su situación mental, voces y más voces
le vienen y le van.
– ¡Mírame!, yo soy uno de los
que no pudiste salvar, igualmente te doy las gracias porque no sufrí apenas y
me dejaste marchar en compañía de los míos. Todo no es luz, pero si alguna vez
la quieres ver, mira dentro de tu corazón. Seguro que la encontrarás.
Ojalá pudiese tirar para
detrás el tiempo, ojalá fuera posible borrar de mí varios recuerdos, pero eso,
eso no es posible, no. Todo aquello por lo que llegué a hacer, quedó en nada,
al llegar a rezar una promesa y tirarme por el puente por ser ésta cumplida.
No, no penséis que me tiré sin protección al vacío hasta llegar a estamparme
contra las piedras del río. Esto puede ocurrir en cualquier lado, en cualquier
lugar, el “puenting” es una de las actividades de riesgo más común de lo que
parece. Solo sé que no sabía que iba a pagar tan alto precio. Solo deseo
contaros mi historia, por si os puede hacer recordar que el límite o el riesgo
a correr, le pones tú el precio.
¡Por
favor! ¿Quién soy yo, el que escribe, el que cuenta o el que imagina?, ya no sé
lo que es real o irreal, ni siquiera tampoco si todo es fantasía y todo
inventado. Solo sé que sigo elevado, sí, en mi propio nirvana, ese tal que me
hace emerger desde las profundidades de la oscuridad más completa. Todo para
poder contaros, que hay cosas que hay que pensarlas antes de hacerlas y estar
bien seguros, porque después no hay marcha atrás. ¿Quién me habla, quién me
cuenta, que siento su voz?, una voz mezclada entre la música y la vibración. Entre
mi propia soledad, hablo conmigo mismo y soy yo el que me digo y escribo.
– Reza, ora, medita o duerme,
ese será tu desconsuelo. La oscuridad o la luz, están ahí, elige. Todo depende
de todo, de todo lo que hayas construido o destruido, quién sabe, tú eres tu
verdadero dios.
Escucha
como un susurro del viento, que se cuela por las rendijas de la ventana de una
de las salas del hospital. Todo es escabroso, todo es raro, se queda mirando
fijamente los viejos fluorescentes, hasta que absorto, despierta de golpe
saliendo de su propia autosugestión. Guardia tras guardia, día tras día, navega
por los mares profundos de las diferentes enfermedades y alguna vez, por no
decir muchas se queda perplejo al ver la marcha de muchos de los que todavía
les tendría que quedar media vida. Golpe tras golpe, azote de la desesperanza
no hace flaquear a Juan Rodrigo, que sigue con su empeño de salvar vidas. Si el
empeño y la tozudez fueran gratificada con algún extra, Juan Rodrigo hubiera
sido seguramente recompensado por ello.
Solo
me viene, me abraza como si fuese hermano mío, como si nos uniese la sangre y
me cuenta, me mezcla como si fuese el agua y el aceite la energía que me hace
escribir y describir todo el hecho. ¡Qué ocurre!, solo me da las gracias. Su
promesa de llegar a ser médico, de salvar vidas humanas y hacer la guerra
contra aquella enfermedad que se le cruzara por el camino. El quedarse
despierto varios días y varias noches, le hicieron llegar a cumplir lo
prometido.
Como si fuese un cuento de
Navidad, como si fuese uno de tantos relatos que se leen, Juan cumplió a medias
sus promesas, ya que la propia muerte no estaba dentro de ella. Acostumbrado a
los deportes extremos, no le daba miedo, aunque sí que le daba algo de vértigo
la altura, pero no se lo pensó y solo la sorpresa final, fue la que decidió que
todos sus amigos y familiares, rompieran
en shock o a llorar perplejos el fatal destino de él.
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