domingo, 12 de enero de 2020


                                                    Zapatos de piel

Que se gana peleando, si cuando lo haces parece que estés dando golpes al aire como si fuese el viento. Que se gana peleando, cuando como si fuese un huracán te engulle y te empuja, y puede contigo. No hay nada que hacer, es tan grande su poder, es tal su gran energía que hace que me envuelva y me sienta flotando en el aire como un cuerpo inerte. Quieto, parado, inmóvil es como me siento y no por ello no dejo de intentar desplegar mis alas y volar. Soy un ángel, soy un demonio, ¿qué sino seré? Si tú no lo sabes, pues vamos bien, ya que yo realmente tampoco lo sé.
     
                                    -       Paranoico, ido, quizás al borde de la locura me encuentre, pero sé realmente quién soy. Tú no lo sabes quizás, pero yo soy un polvorín, una bomba explosiva de energía que está a punto de caer. No me digas que debo de hacer, tú no eres ya nadie, que ya lo sé.

Triste, pero emocionado me siento al mismo tiempo, será la melancolía o el hecho de haber volado a ras del suelo, sin saber que tenía fuerzas para hacerlo hacia las estrellas. Todavía tengo tiempo, no sé cuánto pero todavía no, no me he marchado de este mundo. Podría hacer un diario, pero eso sería muy personal y demasiado íntimo. Todas aquellas ovejas que siguen al pastor, como en un rebaño ciego y a punto de esquilar, son a veces las más ciegas y vulnerables.

Pienso todo esto, mientras paseo por la avenida, por una calle ancha dónde hay quioscos y demás tenderetes dónde venden de todo. Desde periódicos, revistas…  Hasta flores, para dejar tu casa igual de bonita que la del cuadro, ¿de qué cuadro? No lo sé, pero si quieres encontrar lo que sea, puedes venir que aquí lo conseguirás.

Odio el cielo adónde dicen que vamos todos, odio la Luz esa misma que me ciega y me niega la vista al mirar al Sol, yo no la quiero, todo el mundo va para allá. Yo quiero hacer algo diferente, que algo que sea único, pero para eso debo de esperar a envejecer, envejecer y al mismo tiempo aprender, que aprender no está de más. Todos somos únicos, pero dicen y solo comentan,  que todos, absolutamente todos somos prescindibles. Que se nos puede reemplazar y seguir la cadena, la cadena de la vida. Que como un reloj de arena se le da la vuelta y otra vida hace que siga cayendo la arena. Todo es así y quién no quiera verlo, es porque está ciego, ciego por amor a la vida y eso, eso tampoco es tan malo. Solo es seguir lo pactado y marcado por ella, si lo haces, todo te irá rodado y serás respetado.

Que no se alcen las espadas en alto y menos los cañones sean cargados, que no merece la pena. Todo es relativo, la vida en sí es relativa y se puede apagar de rápido, como el soplar a la llama de una vela. Es lastimoso, pero es así, se puede apagar dejando así a oscuras muchas vidas. Todas aquellas que te acompañan en el viaje y que eres tú, sin darte cuenta su verdadera luz y no, no aquella que se dicen en según qué libros.

Sigo andando, no hay nada especial, es domingo al mediodía, hora de comer ya mismo. Así que me dirijo sin destino ni mesa a la que acercarme, ya que vagabundeo y cualquier lugar es bueno. Solo falta el pan, para juntarlo con más pan y comer compartiendo mesa con las palomas, el manjar de aquel que es bueno en una sociedad marcada por saber el qué.

Una vez, solamente una vez estuve enamorado y casi tiro al traste mi vida siguiendo al redil. Solo una vez, lo juro, que me muera ahora mismo si no es así. Era guapa y aún lo sigue siendo, pero ya sigue otro camino, la misma cadena de muchos.

Sueño despierto, mientras que por caridad de un local, me como un bocadillo de chóped. Sentado me encuentro en un parque, no hace frío pero presiento que pronto empezará lo duro, lo más duro del año. Pero no pasa nada estoy acostumbrado, así que al acabar el manjar, escribo unas frases en un trozo de papel.

“Jardines de amapolas, cielo cubierto de nubes borrascosas, hacen llenar de ambiente húmedo todo el lugar. Todo sucede a su debido tiempo, en su época estacional. Otoño prometedor, primavera futura, pero en medio un invierno que augura momentos seguramente emocionantes. Todo va paso a paso, caminando en línea recta y no en zigzag, como si fuese una borrachera de momentos agridulces.

Perdido entre mis valores más fundamentales me encuentro y no quiero con ello romper con todo aquello que me rodea, que es el nada pero lo es todo para mí. Hacer que las nubes amenazadoras hagan caer con furia todo lo que llevan dentro, como un torrente de agua. Yo quiero creer en algo, si no, no tiene nada sentido. La vida en sí no tendría lugar, cuando en realidad nadie ama, nadie quiere de verdad o soy yo, el que no lo siente o no lo presiente. Nadie da nada a cambio de nada, en que sea un simple “gracias” nadie lo hace. Todo circula como en un circuito de carreras, imaginad, imaginad por un instante que cada uno de nosotros somos un coche de carreras, dando vueltas hasta que la muerte es la meta.”

No cae ni gota, todo es un simple viento bravucón que amenaza, pero no hace caer nada. Sonrío y miro para el cielo, se trasluce el Sol, se intuye el astro rey y yo sonrío, porque yo a quién amo es a la Luna. Esa que es burlona y se hace de su luz para poder hacerse ver.

Recuerda, recuerda como lo que soy y quién soy, no por lo que dicen algunos, yo soy como soy y eso, eso nadie lo puede cambiar, por mucho caminar no llegarán a conocerme de verdad, ya que nadie es transparente del todo.

A golpe de maza no aprende nadie, a golpes de látigo no se hace de respetar nadie, todo es como un torrente sin agua, que tiene ganas de llorar. Todo empieza desde muy pronto, todo empieza como una inocente nube que se forma en cielo azul de otoño. Nada cambia, solo la hora y esta no para de correr, corre, corre el tiempo hasta que envejecemos y nos sentimos extraños, extraños en nuestro propio cuerpo. No deseamos vernos en los espejos, no queremos ver las arrugas de la edad. Una edad que va pasando y que vienen empujando los más jóvenes de manera fuerte por detrás.

Así, así es como me quiero ver, digo al ver la forma de un avión en una nube. El Sol es cubierto por ella y yo me río y alzo los brazos y me toman por loco. ¡Loco!, por querer vivir. ¡Loco!, por querer ser diferente, pero es que hay ciertos detalles de la vida que no van conmigo y eso no tendría que ser fuera de lo normal o ser tratado de forma diferente. ¡Dame un beso!, le digo a la nube y esta me suelta un trueno, como cuando ruge un león suena, como una serpiente me muevo yo, de forma sigilosa, pero amable.

Todo se envuelve en una fantasía, todo se entorna en medio de un juego de rol. Quién seré yo, quién serás tú y quién será el que me lea. Todo depende, de narrador a narrado, de escritor a lector, todo es un devenir, porque la mente no deja de descubrir. Somos lo que somos, yo me canalizo y escribo. Tú te evades y te divierte el leer, cosa que me alegra y no me deja de hacer sentir la cercanía de aquellos que están tan lejos. Así que te escribo mi imaginación desbordante, como si fuese un tsunami y lo inundara todo de letras.

“No salgo corriendo, no tengo ninguna prisa, los domingos son para mí un día especial. Dejo de hacer zapatos y por un día a la semana, solo por un día me calzo unos de categoría y lo paseo por la ciudad. Despierta si quieres y si no sigue durmiendo, pero no hay mejor día ni mejor momento que los domingos de otoño. No se sufre de calor ni de frío, solo camino y me miro los zapatos. Son marrones, de piel buena, como no pueden ser de otra manera, algo debo de ganar, ya que los fabrico aquí en mi ciudad, en un polígono industrial de la zona. “

Me acuerdo cuando veía la televisión en blanco y negro, solo tenía una máquina de escribir de esas, de las teclas duras. Qué más da, antes tenía su momento, el poner el papel en blanco y escribir, dándole a la palanca, para que pasara de línea. Todo eso ha pasado a la historia y ahora las altas tecnologías están al alcance de todos. Yo a veces me pregunto para que he nacido, más parezco un estorbo y encima no veo la vida en color de rosa, más bien en blanco y negro, con suerte a veces sueño de conseguir algún día gris de otoño.

Pero como dirían algunos de mis protagonistas de las historias que escribo, no hay nada fácil y la vida no es como se lee, como no sea un diario y de esos ya hay muy pocos.

“Te sientes realmente feliz por estar forrado y llevar unos zapatos de clase alta, no te das cuenta que para calzarlos hay que valer. Tú no tienes destino alguno, tú no sabes lo que es el sudor, tú no sabes ya que eres de alta cuna, pero de baja estopa. Todo por no saber hacer, salarios bajos y muchas horas de algunos para que tú puedas caminar solo por la ciudad. Sin destino alguno, no sabes adónde ir ya que no tienes quién te espere.”

Me divierto y le contesto a mi más pura imaginación…

“No tientes a la suerte, cualquier día puedes venir a pedirme trabajo y es muy posible que te pise con dichos zapatos. No tientes a la suerte ni seas de aquellos que dicen que todo es para compartir, yo soy muy egoísta y lo quiero todo para mí, hasta la soledad.”

Despierto ahora en sí, porque es mi conciencia la que habla y escribe por mí.

“No vengas con tiempos que han quedado atrás, no me vengas con tu gran elocuencia, cuando realmente lo que hacen por ti, lo único que hacen es trabajar y tú amasar el dinero no la felicidad.”

Levanto el lápiz del papel y me doy cuenta, mi instinto me dice que soy realmente rico, os preguntaréis el porqué. Mi casa es el mundo, mis amigos son de verdad y todo aquello que cuenta es lo que llevo conmigo. Los zapatos, mis zapatos en verdad son de caridad, de bondad, esa es de la piel que están hechos. Mi fábrica, mi fábrica es una de sueños inalcanzables, como lo son el tocar las estrellas y los planetas.

Veo una gran muchedumbre, no en la tierra sino en el cielo, veo lo que veo, son pájaros que emigran a un lugar más cálido y soy feliz, diciendo, gritando, alzo la mano y les digo un hasta luego. Volverán, seguro que volverán, pero para ello deberán pasar seis meses, hasta que la primavera vuelva y las flores vuelvan a brotar, con los árboles haciendo sombra a aquellos que leen o me leen, diciendo si estoy en lo cierto o no. Todo es escribir con el corazón y saber decir un hasta luego y no un adiós rencoroso. Ello no lleva a ningún lado, solo al desespero, solo a que el cuerpo se oxide antes de tiempo.

Entonces pienso, entonces me viene a la mente mi situación y sintiendo un escalofrío, le ruego a las estrellas, le ruego a quién haga falta y en voz alta y casi de rodillas, desesperado y desquiciado, hablo.
       
                 -   Ayúdame si realmente eres mi amigo, ayúdame y dame cobijo y no seas tan rencoroso. Que soy de buenas costumbres, aquí donde me ves, no soy malo. Aunque lleve barba de dos semanas, no me llega el dinero para cuchillas ni para asearme. Dame cobijo, aunque sea por una noche, aunque sea un solo día y te estaré eternamente agradecido. Ahora, eso sí, no me pidas nada a cambio, ya que no tengo nada, nada más que mi amistad.

Qué sorpresa me llevo, al mirar la hoja de papel, leo un nombre y una dirección. Es de aquí cerca, no me lo pienso dos veces y levantándome del banco del parque, me dirijo ahora sí con destino. Pregunto, porque realmente me siento perdido, pregunto a una pareja de policías que al verme medio desvariado me invitan a llevarme en el coche. Qué ilusión, solo falta que me pongan las luces y la sirena, bueno eso quizás se los pido la próxima vez. Les pregunto y me dicen que estamos cerca, que no me desespere. Les escucho por la radio y según parece me estaban buscando hace ya algún tiempo.
    
                                   -       Tranquilo señor, ya llegamos. Me responde uno de ellos muy amablemente.

Me hago un sinfín de preguntas y un sinfín de conjeturas, pero no es hasta que pico a la puerta y me veo, sí a mí mismo en el umbral de la puerta. Me quedo petrificado, es igual que yo solo que sin barba, le pregunto casi sin voz.
       
                      -    Hola, ¿eres igual que yo, quién eres?

La persona en cuestión salta de alegría y llamando a su mujer, la hace venir, pero a ella no la conozco. Me invitan a entrar, me invitan a un café sentado en el salón. No sé qué decir, no sé qué nombrar. Veo en las paredes de la casa varios diplomas de escritura, hecho que me lleva a recordar vagamente alguna de mis aventuras. Me explica entonces que es mi hermano gemelo y que hace dos meses que andaba desaparecido.

Como una fiesta de cumpleaños se monta en un instante, vecinos, amigos que no recuerdo, me vienen y me saludan, dando gracias al destino por mi regreso. No se lo pueden creer, me hacían ya pasado a mejor vida. Entonces y solo entonces me dicen y me comentan algo que sí sé lo que es y que su nombre atemoriza al más pobre y al más rico, es el todopoderoso Alzheimer. Me quedo en blanco y sin saber más me siento en un sillón y me doy cuenta que no recuerdo ni mi propio nombre. Solo sé que tengo familia, pero cuanto tiempo lo sabré, solo los años lo saben.





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