sábado, 25 de enero de 2020


                                                   Tormentas en el aire

Una vez vi, en vez de un fantasma, a una mujer que parecía ello. No llevaba sabana ni ropa blanca, ni flotaba en el aire, pero su paso era un caminar sombrío. Quise llamarla, quise hablar con ella, pero ni sabía su nombre ni me salía la voz, de entrecortada que la tenía, paso hace muchos, muchos años. Al final ella misma se acercó un rato y yo escuché como el viento movía las palabras. Me ponía los pelos de punta  al mismo tiempo que me entristecía y me llenaba de rabia. Porque si llega ser a mi lado en aquellos años, no sé cómo hubiera reaccionado.

Tormentoso 4 de julio de 1963.

El Sol dicen que sale cada mañana, pues la verdad que vengan y se sienten a mi lado aquellos que piensan así. Porque a cierta muchacha, joven y con toda una vida por delante,  se la ve rasgada por aquello que se cree o piensa en su mundo particular, que es el amor. Amor que no es, desamor tampoco, solo aquello que no tiene nombre es lo que le pasa y le ocurre. Todo es estar en ese momento, pero quién sabe lo que le deparará el destino si este lo coge con agallas y con una buena voluntad y actitud.

Quien podría imaginar, que quién le habla es el marido, aquel que juró ante Dios amarla y respetarla hasta que la muerte les separara. Qué imagen puede dar, aquella persona o individuo que aprisiona y se encela, absorbida en su propia imagen de posesión. Como si solo le perteneciera se comporta, como si fuese de su poder, absorbe de manera absoluta su poder, un poder que no deja de ser psicológico y que a nivel físico deja unas marcas visibles, para que todas aquellas personas que se crucen por su camino, sepan y al mismo tiempo sientan impotencia al no saber qué hacer. Esto pudiera haber pasado hace años, en otra época, pero también en la nuestra.
    
                                   -                Ven a mí, hueles a amor puro, vistes de color violeta y todo eso me embriaga y ardo en deseos de besarte. Como será ello, que piso por encima de las nubes, surco contigo de la mano el cielo raso de la noche. Dime que estrella quieres, dime que es lo que deseas y yo te lo conseguiré ¿Cómo es posible que no te des cuenta, de que soy tu media naranja?

Dicen que nunca el tiempo es perdido, ya que dentro de todo lo malo, se aprende para el futuro, aunque este sea incierto y oscuro, por no decir negro, por una mala sombra. Se siente poderoso en casa, en su castillo de 70 metros cuadrados, mira a través del cristal de la ventana y ve la imagen de su mujer reflejada en él. Le dice, le comenta y le aconseja, dentro de todo lo retorcido que se puede llegar a ser.
      
                    -      Puedo ser tu cielo o tu verdadero infierno, tú decides, pero tú eres parte de mí, me perteneces, Soy como un trozo de carbón, puedo llegar a calentarte en un cálido beso o puedo arder en darte golpes a diestro y siniestro. Tú decides.

Ella, tiritando no de frío sino de miedo, se acerca y por detrás le apoya la cabeza en su espalda, dejando que su cuerpo descanse por un momento y susurrando al oído, cree que lo convence.
       
                       -      Yo te quiero amor, eres mi dulce, eres mi caramelo de azúcar que me endulza la vida. No hace falta golpearse para quererse, solo dame un abrazo, solo rodéame con tus fuertes brazos y que tu mano llegue a arrancarme el corazón. Este te pertenece, sí no bombea  con tu calor, no funciona ni sin tus palabras y compañías de cama.

Al escuchar tales palabras, la aparta de su lado de manera brusca, para acercarse después rápidamente. Con los puños cerrados y los brazos en tensión, como si le fuese a partir con un rayo o este ya le estuviese electrificando, le habla en voz alta, tan alta que algunos vecinos empiezan a escuchar y temen otro día de golpes y lamentos.
   
                                  -          Todo lo que dices me tranquiliza, porque asegúrate, no te quiero verte hablar con otro hombre, ni siquiera que le sonrías. Me pondría nervioso y ello, haría que ese pequeño carbón ardiese como el mismísimo infierno. Asegúrate, además no tienes otra salida. Anda, camina hasta el final del pasillo, a dónde está la habitación grande. Camina y no mires para atrás, yo te sigo, vaya que te pierdas o cambies de opinión, tú solo serás deseada por mí y seré yo quién te posea.

Llena de maquillaje, tapando antiguos moratones, Ana se dirige sin más remedio que a su propia esclavitud sexual. Para Antonio solo es eso, un objeto de deseo, no es para él persona alguna. Solo un objeto, un cuerpo bonito al que hace caso omiso de los moratones. No es capaz de disculparse o marcharse, y ella no puede o no lo desea, porque tiene miedo a lo que hay afuera. Cree o presiente rechazo de la sociedad, por permitir tales actos a su cuerpo y mente. Antonio se desfoga, él se desahoga y girándole la cara con la palma de la mano, se levanta y se enciende un cigarrillo. Se siente hombre, se siente superior, no sabe o no acierta a saber cuál va a ser su destino y no sabe o no quiere traslucir el bien y el mal. Se puede llegar a ser un individuo despiadado en el que la humillación hacia la pareja, le hace sentir más alto y más grande.

Ella tiene miedo o ya no sabe lo que tiene, porque le ha arrebatado hasta el orgullo de ser mujer. No olvidará jamás su sumisión y no sabe cómo escapar de tal intruso, que como un ángel se presentó y como una mala sombra ha resultado ser.

Como un centinela, aguarda en el umbral de la puerta de su casa, ve pasar a dos conocidos y sin pensárselo dos veces, se junta con ellos y se dirige al bar que hay dos calles más abajo. Estos no le hacen mucho caso, ya que es conocida la historia por todo el barrio. Pero no hay salida, ya dentro del local se sienta y dentro de su mente retorcida hace que habla con alguien, mientras el alcohol entra por su gaznate.
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                    -       Tómate una cerveza y hazte un canuto, volemos y distraigamos de una manera diferente nuestras cabezas. Le habla, le dice a la botella que tiene delante en la barra de un bar de la zona.

Mueve los pies al ritmo de la música, las manos, las manos se las ve limpias, como el que no ha roto un plato en toda su vida. Mientras los nudillos de la mano derecha, los tiene amoratados, alguno le pregunta y el responde que es de darle a la pared. Que últimamente se siente muy nervioso, que no puede evitar el soltar la energía de tal forma.

Alguno más osado le pregunta por su mujer, Ana, que hace tiempo que no la ven. Al escuchar estas palabras, se le encienden los ojos de furia, y les pregunta si es que la desean si se sienten atraídos por ella. Se quedan sorprendidos, más de uno se mira al otro, pero no hacen mucho caso y saliendo a la calle hacen un corrillo y se fuman un canutillo.

          ¡Oye!, se escucha desde detrás de la barra del bar. Antonio te vas y no me has pagado las dos cervezas.

          Ya te las pagará mi mujer, que no llevo dinero. Le dice tan alegremente.

Pasada media hora de medianoche, se dirige ya dopado y colocado a casa, no dice hola, no saluda, solo abre, descorcha una botella de vino tinto y levanta de la cama a Ana de su sueño tranquilizador. No le gusta beber solo y la empuja, la obliga a beber con ella, hasta que esta se vacía, llenándose de odio y de rencor.

          ¡Mía, tú eres mía!, le dice mientras se le vuelve a ir la mano hacia la mejilla de ella.

Llorando, sollozando como una criatura pequeña se dirige a la habitación y cierra la puerta. Gritos, ahora vienen gritos y los vecinos alertados ya de varios hechos, llaman a la policía. Pero no hay mucho que hacer, el miedo le invade y no denuncia, solo prometen callar y no montar escandalo alguno.

Cierra la puerta ella, mientras pone la frente en esta. Intuye, solo prevé más golpes. No va mal encaminada, Antonio, fuera de sí, se quita el cinturón y se ensaña, haciéndole heridas, marcas, que como las de la cabeza, le quedarán en el recuerdo toda su atormentada vida. No siendo capaz de marchar, el teléfono solo es testigo muerto en un funeral esperado. Todo es como es, todo lo que transforma la cabeza, está unido en el entorno de la pareja. Ella no quiere marchar, tiene miedo y él, él se siente poderoso y valiente. Ella, de mientras solo llega a pensar en un momento de luz.

“Lamento mi vida, la que yo propiamente y en mi derecho he elegido yo. Lástima que a veces sea tan nervioso y tenso, pero es conocerlo, seguro que es una buena persona. Todos tenemos nuestro lado oscuro, no todo es luz y brillantina en el pelo.”

Son las nueve de la mañana y espera que abran el único supermercado de la zona para comprar, que no se le olvide la botella de vino, es lo primero que va a buscar. Corre, anda ligero, no quiere estar mucho rato fuera de casa. Solo el rato, el momento de la ausencia de su marido. No sabe de qué trabaja, pero al menos trae dinero a casa, siempre en efectivo, no sabe, no le ha visto nunca nómina alguna. No sabe si es honrado o de forma deshonesta como lo consigue. Cogido el líquido elemento, va a hacia la carne, pero no compra, solo mira el cristal, grandes trozos de carne lista para vender están ante sus ojos, pero ella solo se relame, solo puede como máximo ver y poner las manos en el cristal. Va a lo barato, arroz y macarrones, aún con suerte compra la carne picada y la cebolla, junto el tomate triturado. Va a la cola y mira el reloj, el corazón se le acelera, está a punto de llegar y la comida sin poner. Se muerde las uñas de los dedos, hasta que le toca el turno, pasa el género. La cajera la mira y  observa como disimula con maquillaje los golpes y moratones, pero no puede hacer nada. Ana embolsa deprisa y pagando, guarda el ticket. Todo debe estar anotado y controlado, corre, pero con cuidado con la botella. Es de vidrio y no se quiere llegar a imaginar, que pasaría si se rompiera. Todo ello, sin una sola sonrisa y sí, un mar de lamentos.

Va a abrir la puerta y él, ya está sentado en la mesa cigarrillo en mano. Ella, mira el cenicero. No una, sino tres colillas hay ya en él. Deduce que lleva rato esperando, temblando temerosa se dirige hacia la cocina, él va por detrás y pegándole un tirón del pelo le quita la bolsa de la compra. Se hace con el vino, ahora es Antonio al que le tiembla las manos de la ansiedad y sin darse cuenta se hace sangre con el sacacorchos.
      
                    -       La culpa es tuya, todo es por llegar tan tarde. ¿Qué has hecho tanto rato en la calle?, seguro que has hablado con alguien. Nadie se debe de enterar, ¿me entiendes? Le dice cogiéndola de la blusa. Como algún vecino vuelva a llamar a la policía, no sales de esta.

Maldito el día en que se le cruzó en su vida, maldito el día que le prometía la Luna y ella se lo creyó. Se sienta en un taburete de plástico, observa como abre la botella y bebe a morro de esta. Nerviosa, se dispone a hacer los macarrones. Mientras se siente acosada con la mirada penetrante de su marido, enciende el fuego. Él más tranquilo, después de media botella, con los nervios más calmados toma asiento alrededor de la mesa y enciende la radio y un cigarrillo.

Como el que se desvanece, se queda dormido en la silla, el cigarrillo encendido está en el suelo. Ella viene con los macarrones y una sonrisa, pero estos se les caen al suelo. Cree que le pasa algo, cree que algo sucede y lo intenta despertar, este, del mal genio la tira ahora a ella. Ana, lo mira y cogiendo las llaves, se marcha corriendo. “No puedo más, basta ya”, son sus últimas palabras. Antonio, todavía sobre los efectos adormecedores del alcohol, la agarra antes de que abra la puerta. Comienzan los gritos y más gritos, los vecinos no aguantan más y en un más que sincero apoyo, consiguen que abra la puerta.
       
                 -  ¿Qué carajo os importa a vosotros?, ¡malditos bastardos marchaos!
      
               -     Atrévete conmigo si puedes, venga te espero aquí, en la escalera.

No se atreve ahora a salir, un sudor frío le cala todo el cuerpo, intenta cerrar la puerta, pero la atrancan con un pie  y empujando la puerta, consigue que Ana salga.
    
                             -        No sufras más cariño. Le dice una de las vecinas, mientras la abraza y la acompaña a su piso.

Ana mira para atrás y se dice…
      
                        -  Si todavía le quiero, ¿qué será de mí ahora?

No tarda en llegar la policía, no denuncia, al revés. Todavía tiene la mala sangre de denunciarla por abandono del hogar. Es triste pero es así, pero ya Antonio no se atreve a salir, no se atreve enfrentarse ahora al mundo. No sabe que será de él, ni si podrá seguir con sus trapicheos de toda la vida. A ella, le queda un largo camino, no sé si es más largo el físico o el mental, pero con una buena actitud lo conseguirá, seguro, y lo que ahora son moratones, serán lecciones de la vida, una vida truncada por un mal destino, que ella no se imaginaba. No le faltará casa, los vecinos la ayudan y al final es él, el que se marcha.

Pero el daño mental ya está hecho, el daño físico se cura la mayoría de las veces, pero, ¿y el mental Es una historia larga, como tantas que son calladas por miedo y por temor. Ana, solo sabe que en aquellos tiempos, no tenía salida. Abandono del hogar, en eso queda todo, solo el amor y el respeto de los vecinos, hizo posible que todo no fuese peor y hubiera que lamentar y entonces sí callar.

No se sabe que fue de él, ella sobrevivió, pero no volvió a ser la misma. La misma de antes de conocerle y antes de su marcha, le parecía todo tan normal... Pero solo un largo peregrinar por la vida, le devolvió la sonrisa, pero no por ello volvió a juntarse ni menos casarse con ningún hombre.



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