Tormentas en el aire
Una vez vi, en vez de un
fantasma, a una mujer que parecía ello. No llevaba sabana ni ropa blanca, ni
flotaba en el aire, pero su paso era un caminar sombrío. Quise llamarla, quise hablar
con ella, pero ni sabía su nombre ni me salía la voz, de entrecortada que la
tenía, paso hace muchos, muchos años. Al final ella misma se acercó un rato y
yo escuché como el viento movía las palabras. Me ponía los pelos de punta al mismo tiempo que me entristecía y me
llenaba de rabia. Porque si llega ser a mi lado en aquellos años, no sé cómo
hubiera reaccionado.
Tormentoso 4 de julio de 1963.
El Sol dicen que sale cada
mañana, pues la verdad que vengan y se sienten a mi lado aquellos que piensan así.
Porque a cierta muchacha, joven y con toda una vida por delante, se la ve rasgada por aquello que se cree o
piensa en su mundo particular, que es el amor. Amor que no es, desamor tampoco,
solo aquello que no tiene nombre es lo que le pasa y le ocurre. Todo es estar
en ese momento, pero quién sabe lo que le deparará el destino si este lo coge
con agallas y con una buena voluntad y actitud.
Quien podría imaginar, que quién
le habla es el marido, aquel que juró ante Dios amarla y respetarla hasta que
la muerte les separara. Qué imagen puede dar, aquella persona o individuo que
aprisiona y se encela, absorbida en su propia imagen de posesión. Como si solo
le perteneciera se comporta, como si fuese de su poder, absorbe de manera
absoluta su poder, un poder que no deja de ser psicológico y que a nivel físico
deja unas marcas visibles, para que todas aquellas personas que se crucen por
su camino, sepan y al mismo tiempo sientan impotencia al no saber qué hacer.
Esto pudiera haber pasado hace años, en otra época, pero también en la nuestra.
–
- Ven a mí, hueles a amor puro, vistes de color
violeta y todo eso me embriaga y ardo en deseos de besarte. Como será ello, que
piso por encima de las nubes, surco contigo de la mano el cielo raso de la
noche. Dime que estrella quieres, dime que es lo que deseas y yo te lo
conseguiré ¿Cómo es posible que no te des cuenta, de que soy tu media naranja?
Dicen que nunca el tiempo es
perdido, ya que dentro de todo lo malo, se aprende para el futuro, aunque este
sea incierto y oscuro, por no decir negro, por una mala sombra. Se siente
poderoso en casa, en su castillo de 70 metros cuadrados, mira a través del
cristal de la ventana y ve la imagen de su mujer reflejada en él. Le dice, le
comenta y le aconseja, dentro de todo lo retorcido que se puede llegar a ser.
–
- Puedo ser tu cielo o tu verdadero infierno, tú
decides, pero tú eres parte de mí, me perteneces, Soy como un trozo de carbón,
puedo llegar a calentarte en un cálido beso o puedo arder en darte golpes a
diestro y siniestro. Tú decides.
Ella, tiritando no de frío sino
de miedo, se acerca y por detrás le apoya la cabeza en su espalda, dejando que
su cuerpo descanse por un momento y susurrando al oído, cree que lo convence.
–
- Yo te quiero amor, eres mi dulce, eres mi
caramelo de azúcar que me endulza la vida. No hace falta golpearse para
quererse, solo dame un abrazo, solo rodéame con tus fuertes brazos y que tu
mano llegue a arrancarme el corazón. Este te pertenece, sí no bombea con tu calor, no funciona ni sin tus palabras
y compañías de cama.
Al escuchar tales palabras, la
aparta de su lado de manera brusca, para acercarse después rápidamente. Con los
puños cerrados y los brazos en tensión, como si le fuese a partir con un rayo o
este ya le estuviese electrificando, le habla en voz alta, tan alta que algunos
vecinos empiezan a escuchar y temen otro día de golpes y lamentos.
–
- Todo lo que dices me tranquiliza, porque
asegúrate, no te quiero verte hablar con otro hombre, ni siquiera que le
sonrías. Me pondría nervioso y ello, haría que ese pequeño carbón ardiese como
el mismísimo infierno. Asegúrate, además no tienes otra salida. Anda, camina
hasta el final del pasillo, a dónde está la habitación grande. Camina y no
mires para atrás, yo te sigo, vaya que te pierdas o cambies de opinión, tú solo
serás deseada por mí y seré yo quién te posea.
Llena de maquillaje, tapando
antiguos moratones, Ana se dirige sin más remedio que a su propia esclavitud
sexual. Para Antonio solo es eso, un objeto de deseo, no es para él persona
alguna. Solo un objeto, un cuerpo bonito al que hace caso omiso de los
moratones. No es capaz de disculparse o marcharse, y ella no puede o no lo
desea, porque tiene miedo a lo que hay afuera. Cree o presiente rechazo de la
sociedad, por permitir tales actos a su cuerpo y mente. Antonio se desfoga, él se
desahoga y girándole la cara con la palma de la mano, se levanta y se enciende
un cigarrillo. Se siente hombre, se siente superior, no sabe o no acierta a
saber cuál va a ser su destino y no sabe o no quiere traslucir el bien y el
mal. Se puede llegar a ser un individuo despiadado en el que la humillación
hacia la pareja, le hace sentir más alto y más grande.
Ella tiene miedo o ya no sabe lo
que tiene, porque le ha arrebatado hasta el orgullo de ser mujer. No olvidará
jamás su sumisión y no sabe cómo escapar de tal intruso, que como un ángel se
presentó y como una mala sombra ha resultado ser.
Como un centinela, aguarda en el
umbral de la puerta de su casa, ve pasar a dos conocidos y sin pensárselo dos
veces, se junta con ellos y se dirige al bar que hay dos calles más abajo.
Estos no le hacen mucho caso, ya que es conocida la historia por todo el
barrio. Pero no hay salida, ya dentro del local se sienta y dentro de su mente
retorcida hace que habla con alguien, mientras el alcohol entra por su gaznate.
-
- Tómate una cerveza y hazte un canuto, volemos y
distraigamos de una manera diferente nuestras cabezas. Le habla, le dice a la botella que tiene delante en la barra de un bar
de la zona.
Mueve los pies al ritmo de la
música, las manos, las manos se las ve limpias, como el que no ha roto un plato
en toda su vida. Mientras los nudillos de la mano derecha, los tiene
amoratados, alguno le pregunta y el responde que es de darle a la pared. Que últimamente
se siente muy nervioso, que no puede evitar el soltar la energía de tal forma.
Alguno más osado le pregunta por
su mujer, Ana, que hace tiempo que no la ven. Al escuchar estas palabras, se le
encienden los ojos de furia, y les pregunta si es que la desean si se sienten
atraídos por ella. Se quedan sorprendidos, más de uno se mira al otro, pero no
hacen mucho caso y saliendo a la calle hacen un corrillo y se fuman un
canutillo.
– ¡Oye!,
se escucha desde detrás de la barra del bar. Antonio te vas y no me has pagado
las dos cervezas.
– Ya
te las pagará mi mujer, que no llevo dinero.
Le dice tan alegremente.
Pasada media hora de medianoche,
se dirige ya dopado y colocado a casa, no dice hola, no saluda, solo abre,
descorcha una botella de vino tinto y levanta de la cama a Ana de su sueño
tranquilizador. No le gusta beber solo y la empuja, la obliga a beber con ella,
hasta que esta se vacía, llenándose de odio y de rencor.
– ¡Mía,
tú eres mía!, le dice mientras se le vuelve a ir la mano hacia la mejilla de
ella.
Llorando, sollozando como una
criatura pequeña se dirige a la habitación y cierra la puerta. Gritos, ahora
vienen gritos y los vecinos alertados ya de varios hechos, llaman a la policía.
Pero no hay mucho que hacer, el miedo le invade y no denuncia, solo prometen
callar y no montar escandalo alguno.
Cierra la puerta ella, mientras
pone la frente en esta. Intuye, solo prevé más golpes. No va mal encaminada,
Antonio, fuera de sí, se quita el cinturón y se ensaña, haciéndole heridas,
marcas, que como las de la cabeza, le quedarán en el recuerdo toda su
atormentada vida. No siendo capaz de marchar, el teléfono solo es testigo
muerto en un funeral esperado. Todo es como es, todo lo que transforma la
cabeza, está unido en el entorno de la pareja. Ella no quiere marchar, tiene
miedo y él, él se siente poderoso y valiente. Ella, de mientras solo llega a
pensar en un momento de luz.
“Lamento mi vida, la que yo
propiamente y en mi derecho he elegido yo. Lástima que a veces sea tan nervioso
y tenso, pero es conocerlo, seguro que es una buena persona. Todos tenemos
nuestro lado oscuro, no todo es luz y brillantina en el pelo.”
Son las nueve de la mañana y espera
que abran el único supermercado de la zona para comprar, que no se le olvide la
botella de vino, es lo primero que va a buscar. Corre, anda ligero, no quiere
estar mucho rato fuera de casa. Solo el rato, el momento de la ausencia de su
marido. No sabe de qué trabaja, pero al menos trae dinero a casa, siempre en
efectivo, no sabe, no le ha visto nunca nómina alguna. No sabe si es honrado o
de forma deshonesta como lo consigue. Cogido el líquido elemento, va a hacia la
carne, pero no compra, solo mira el cristal, grandes trozos de carne lista para
vender están ante sus ojos, pero ella solo se relame, solo puede como máximo
ver y poner las manos en el cristal. Va a lo barato, arroz y macarrones, aún
con suerte compra la carne picada y la cebolla, junto el tomate triturado. Va a
la cola y mira el reloj, el corazón se le acelera, está a punto de llegar y la comida
sin poner. Se muerde las uñas de los dedos, hasta que le toca el turno, pasa el
género. La cajera la mira y observa como
disimula con maquillaje los golpes y moratones, pero no puede hacer nada. Ana
embolsa deprisa y pagando, guarda el ticket. Todo debe estar anotado y
controlado, corre, pero con cuidado con la botella. Es de vidrio y no se quiere
llegar a imaginar, que pasaría si se rompiera. Todo ello, sin una sola sonrisa
y sí, un mar de lamentos.
Va a abrir la puerta y él, ya
está sentado en la mesa cigarrillo en mano. Ella, mira el cenicero. No una,
sino tres colillas hay ya en él. Deduce que lleva rato esperando, temblando
temerosa se dirige hacia la cocina, él va por detrás y pegándole un tirón del
pelo le quita la bolsa de la compra. Se hace con el vino, ahora es Antonio al
que le tiembla las manos de la ansiedad y sin darse cuenta se hace sangre con
el sacacorchos.
–
- La culpa es tuya, todo es por llegar tan tarde.
¿Qué has hecho tanto rato en la calle?, seguro que has hablado con alguien.
Nadie se debe de enterar, ¿me entiendes? Le dice cogiéndola de la blusa. Como
algún vecino vuelva a llamar a la policía, no sales de esta.
Maldito el día en que se le cruzó
en su vida, maldito el día que le prometía la Luna y ella se lo creyó. Se
sienta en un taburete de plástico, observa como abre la botella y bebe a morro
de esta. Nerviosa, se dispone a hacer los macarrones. Mientras se siente
acosada con la mirada penetrante de su marido, enciende el fuego. Él más
tranquilo, después de media botella, con los nervios más calmados toma asiento
alrededor de la mesa y enciende la radio y un cigarrillo.
Como el que se desvanece, se
queda dormido en la silla, el cigarrillo encendido está en el suelo. Ella viene
con los macarrones y una sonrisa, pero estos se les caen al suelo. Cree que le
pasa algo, cree que algo sucede y lo intenta despertar, este, del mal genio la
tira ahora a ella. Ana, lo mira y cogiendo las llaves, se marcha corriendo. “No
puedo más, basta ya”, son sus últimas palabras. Antonio, todavía sobre los
efectos adormecedores del alcohol, la agarra antes de que abra la puerta.
Comienzan los gritos y más gritos, los vecinos no aguantan más y en un más que
sincero apoyo, consiguen que abra la puerta.
–
- ¿Qué carajo os importa a vosotros?, ¡malditos
bastardos marchaos!
–
- Atrévete conmigo si puedes, venga te espero
aquí, en la escalera.
No se atreve ahora a salir, un
sudor frío le cala todo el cuerpo, intenta cerrar la puerta, pero la atrancan
con un pie y empujando la puerta,
consigue que Ana salga.
–
- No sufras más cariño. Le dice una de las
vecinas, mientras la abraza y la acompaña a su piso.
Ana mira para atrás y se dice…
–
- Si todavía le quiero, ¿qué será de mí ahora?
No tarda en llegar la policía, no
denuncia, al revés. Todavía tiene la mala sangre de denunciarla por abandono del hogar. Es triste pero es así,
pero ya Antonio no se atreve a salir, no se atreve enfrentarse ahora al mundo.
No sabe que será de él, ni si podrá seguir con sus trapicheos de toda la vida.
A ella, le queda un largo camino, no sé si es más largo el físico o el mental,
pero con una buena actitud lo conseguirá, seguro, y lo que ahora son moratones,
serán lecciones de la vida, una vida truncada por un mal destino, que ella no
se imaginaba. No le faltará casa, los vecinos la ayudan y al final es él, el
que se marcha.
Pero el daño mental ya está
hecho, el daño físico se cura la mayoría de las veces, pero, ¿y el mental Es
una historia larga, como tantas que son calladas por miedo y por temor. Ana,
solo sabe que en aquellos tiempos, no tenía salida. Abandono del hogar, en eso
queda todo, solo el amor y el respeto de los vecinos, hizo posible que todo no
fuese peor y hubiera que lamentar y entonces sí callar.
No se sabe que fue de él, ella
sobrevivió, pero no volvió a ser la misma. La misma de antes de conocerle y
antes de su marcha, le parecía todo tan normal... Pero solo un largo peregrinar
por la vida, le devolvió la sonrisa, pero no por ello volvió a juntarse ni
menos casarse con ningún hombre.
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