Sueño como una nube
Era solo un sueño, solo eso…
El poder alcanzar mis metas,
aquellas que para mí son inalcanzables. El poder regocijarme de ver a los
míos, a aquellos que me quieren de
verdad, llenos de amor y prosperidad. Solo eso…
No, todo tiene que ser como el
despertar y verse rodeado de cuatro paredes de hormigón, pensar como si fuese todo
un mal sueño, una pesadilla en la que me empotro con una puerta a lo rutinario
y a lo conocido. El café de la mañana, me acaba totalmente de alumbrar a lo
verdadero, a toda la verdadera verdad. Veo lo que es real, que me debo vender
por una horas, para poder seguir soñando y viviendo otras. Me coloco el mono
azul y me dirijo a mi triste trabajo, un trabajo de ocho horas de operario del
metal, donde solo tengo permiso para ir al lavabo o echar una calada a algún
que otro pitillo. No es cuestión de entrar en detalles, pero es así. Un triste
trabajo, para poder subsistir en mi triste vida. ¿Cuál será el final?, yo no lo
sé. La vida está en constante movimiento y quizás, por lances del destino, esto
cambie y siempre, espero siempre, que sea para mejor. Porque para peor, ya me
quedo como estoy. Me conformo con la triste vida de operario, que me ha tocado
vivir.
Al final de cada jornada, voy al
mismo bar, al de siempre. Donde me conocen, pero yo no conozco a nadie, aparte
de al dueño. Me quedo más de una hora, hago tiempo hasta que es el momento casi
de cenar. No me espera nadie y no tengo prisa, solo veo a la gente beber y escucho
a la gente hablar y reír. Me llego a preguntar si soy el único extraño en este
mundo llamado sociedad y que nadie piensa en que tenemos fecha de caducidad.
Son las seis y media y por lo menos, hasta las nueve no cenaré, así que aquí me
quedaré, sentado en el triste taburete que parece ya tener marcado mi nombre,
enfrente de la barra, viendo mi imagen reflejada en los espejos de la pared, donde
sus estanterías de cristal guardan cientos de secretos en sus botellas de licor,
yo tengo mis sueños, mis pensamientos, donde los dejo volar como si de un ave
se tratase…
“Hola pájaro, porqué picoteas en mi corteza si te estoy dando cobijo.
Porqué picoteas y a la vez anidas, con tus pequeños. No me hagas mal, que yo no
te lo deseo ni por asomo a ti. ¿Verdad, que cuando llueve te refugias, verdad
que cuando hace calor te doy sombra? No
me picotees por favor, no picotees en el árbol que soy yo y tengo vida y
aquello que parece sabia, es como si fuese mi propia sangre y no querrás que me
desangre, ¿verdad?, no busques y te dejo anidar. No puedo mover mis ramas y
permanezco inmóvil. Pero me duele, me duele y me haces daño. No picotees, no
busques lo que no hay y dale de comer a los tuyos, que tienen hambre”.
Siento las campanadas de una
iglesia cercana, dando la hora de marchar y vuelvo en sí, así que le doy el
último trago a la botella de cerveza y me dirijo para mi casa, no es un
castillo pero es mi casa. ¡Un bocadillo!, como siempre me espera. Una comida de
un comensal, de un solitario de la vida. No hay familia a alrededor, solo me
acompaña la soledad más completa. Ni hijos, ni mujer, ni hermanos, solo algún
que otro primo lejano, con el que no tengo contacto ni ningún tipo de conexión.
Soy mayor y solo espero que algún día consiga que mis ideas, unas ideas que no
son tan disparatadas, si no fuera por la edad que tengo, sean reales. Estoy más
cerca de la jubilación, de lo que parece. El pelo al no ser canoso, no me
delata. Por lo demás, esta es la vida de lunes a viernes. Los fines de semana,
salgo a algún que otro baile o algún que otro local. Siempre solo, la mayoría
de veces, tengo que recoger las velas y volver a casa, sin compañía.
Sentado en la mesa de la cocina,
sigo ahora con mis pensamientos, pero ahora me doy cuenta de todo lo que mi
imaginación me embarca, y bocado a bocado, los escribo en una hoja de papel en
blanco…
“Hola árbol, tienes razón. Pero es en mí, costumbre afilar el pico y
buscar alimento. No te voy a hacer mucho daño, solo el necesario y mi hospedaje
será limitado, como limitado es mi vuelo. No me alzaré por las ramas más altas,
solo revolotearé con mis alas. Solo me posaré en aquellas que son gruesas y
pueda anidar. Mis pequeños, ya mismo volarán y te necesito, te necesito en mi
quehacer diario. Solo cuando llegue el otoño marcharé y para eso queda tiempo,
como tiempo caluroso es el que necesito, para que los míos sobrevivan y alcen
el vuelo, como yo”.
Pienso y sigo pensando, ¿adónde he dejado mi juventud, adónde habrá
ido a parar?, leo y releo lo escrito y
medio riendo y medio llorando, lo hago una bola arrugada y lo tiro al suelo de
mal humor. Solo el saber que solo me queda un vago recuerdo, una triste historia
de la que no contaré nada a nadie, me hace abrir una botella de cerveza. Tal es
mi enfado, que a medio trago la empotro contra la pared. Se hace añicos, no
solo de cristales está ahora el suelo lleno, además de alguna que otra
esperanza de cambio. Todo ello me da por asomarme a la ventana de la cocina y
respirar el aire, debido al sofoco. Ahora
me doy cuenta que por la sencilla razón de no tener hijos ni nietos, no podré
engrandecer, mis pequeñas batallas, que no dejan de ser, locuras de juventud.
Quien tuviera otra vez veinte años… ¡Ay!,
muchos los anhelan, como si no hubieran sido de tanto disfrute y es que solo se
vive una vez y hay una edad para todo. A mí, me toca la de hacer reflexión, seguramente,
que para que el día que me muera pueda mi conciencia hacer de juez y pueda
vivir la tal ansiada eternidad, con calma y serenidad.
Llega la medianoche y con ello el
sueño o el desvelo, el poder volar de verdad entre la luz o nadar entre las
tinieblas, todo es efímero y cuando me quiera dar cuenta, será hora otra vez de
volver al tajo…
“Pájaro, necesito agua. Pájaro necesito la tierra y la corteza me
protege, cuando llegue el invierno. ¿Verdad, que volverás y quieres encontrarme
fuerte? Pues, no picotees y anida en
silencio, que no escucho mis hojas resoplar en el viento. Solo escucho, tu
aleteo y tu ir y venir. Necesitas cobijo, yo te lo ofrezco. Pero hazte
merecedor de mi confianza y así desearte que vuelvas el año que viene para
anidar de nuevo”.
Muchos se preguntan porque no me
he casado y yo les digo la verdad, son los lances del destino los que me han
llevado a la soltería. Otra razón no es, otro motivo no encuentro. ¡Bueno!, y qué más da. A lo mejor no tengo a nadie que
me abrace o me empuje, pero tampoco tengo las tan odiadas discusiones y el
tener que vivir sin amor, ni tan solo el cariño y el respeto es lo que queda al
llegar a cierta edad. Al menos me queda el consuelo y la esperanza de encontrar
a alguna mujer que me ame de verdad. Poder sentir otra vez los veinte años, que
aunque no es lo mismo a cierta edad, sí que lo son en cuanto al alma. Ésta
rejuvenece o envejece, según sea tu ánimo y tu hambre, por intentar comerte el
mundo. Eso solo se consigue, con el amor fugaz de una mujer. Sí, digo fugaz.
Porque nada ni nadie es eterno.
Siento de lejos, como se acerca
el ring-ring del despertador, las siete, son otra vez las siete de la mañana,
pongo los dos pies en el suelo y me levanto rascándome los cuatro pelos que me
quedan en la cabeza, pienso al menos pienso que es viernes y eso, eso me
alegra. Mientras, sigo con mis
pensamientos y mi charla conmigo mismo o a saber con quién…
“Viajarás hacia el sur, donde el tiempo es más cálido y volverás en
primavera, cuando la nieve se haya alejado y deje paso a un pasto y paisaje
verde. Con el río fluyendo en cascada. Ahora, vuelve y no picotees mi corteza y
seremos amigos. Vuelve y anida. Prepara tu viaje, que será largo, tan largo
como es el verano. Un verano, que llegará al final dentro de poco y tus jóvenes
ya tendrán fuerzas para acompañarte en el trayecto de ida. Pero no de vuelta,
porque ya serán mayores y sabrán el camino”.
Todo el ruido es infernal y
atronador, máquinas y más máquinas. Yo, con los cascos de protección estoy en
mi puesto, no quiero perder concentración. El encargado, que solo le falta
látigo en mano, va dirigiendo como si fuese un barco con remeros en la mar. Las
aguas tardan, pero llegan a la calma y con ello la hora de plegar unas velas
que nunca han existido, ya que más bien son las palas del barco las que se
recogen ya hasta el lunes.
Me preparo, es viernes noche y la
ciudad nocturna me espera, bailo pero no bebo. Bailo con mujeres de mi edad,
hay de todo y es que lo que busco no lo encuentro. Seré a lo mejor demasiado
exigente o a lo mejor demasiado
desconfiado, me repito para mí una y otra vez. Pero es que es así, a cierta
edad que puedes buscar. El lívido no es el mismo y por lo tanto, no se
busca con el mismo entusiasmo y con la misma decisión. Solo busco el amor puro,
cariño y el respeto mutuo. Pero es tan difícil, que vuelvo a casa tal y como me
marché. Solo el sonido del televisor, entra por mis oídos de manera, que me
hace pensar en que estoy acompañado. Cuando realmente, a veces, solo el sonido
de mi respiración me hace recordar, de que estoy vivo.
Duermo y abrazo a la almohada. La
abrazo como un niño a una madre y duermo en posición fetal. Alguna vez, me he
sobresaltado y me he despertado. Pero miro el despertador y con una sonrisa,
vuelvo a dormir. Solo en mis sueños, soy feliz. Solo en los recuerdos de mi
juventud, me entretengo mientras sueño…
“Te dejo en paz, no picoteo tu corteza. Eres sabio árbol de verdad, se
nota la edad. La edad y el tiempo vivido, te ha dado la sabiduría y el don del
saber. Esto no se aprende en un año, se necesitan cincuenta como los que tú
tendrás. No hace falta que me la digas, me hago una idea. Yo al lado tuyo, soy
tan joven, yo no llegaré a cumplir tantos, solo espero emigrar al sur y poder
ver marchar a los míos”.
No son cien días los que pasan,
cuando pasados tales como chuscos, son los días ya menos cálidos y las noches
empiezan a ser heladas. Sueño, sueño perdido, me viene en el recuerdo y como
tal, me dice como si fuese una noche de despedida…
“Se acerca la noche pájaro, descansemos y abriga bien a los tuyos. Que
refresca en estos parajes y la humedad aumenta. Descansa y haz descansar a los
tuyos. Yo permaneceré inmóvil y cuando marches, esperaré tu vuelta, para poder volver
a ver la visita de un amigo”.
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