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¿Buscas cariño y
afecto o solo un poco de compañía?, ¿quieres dinero para poder mantenerte o lo
quieres por decir que eres rico? El poder, el gran poder está reñido con todo
ello, aunque parezca mentira no se pueden tener las dos cosas, porque
simplemente sería de sospechar que alguna es por interés. No hay nada más rico
que el poder decir “un te quiero” sincero y poder tener suficiente dinero como para
invitar a un café a una pareja o a un amigo. Y es que nada puede ser más real
que la mentira más cuidadosamente elaborada y la más ciega, la verdad menos
sincera.
Adrián, pasea
tranquilo por una de las avenidas de la Gran Ciudad, es de noche, son las nueve
para ser más concretos y las luces de las farolas alumbran las calles. Estas,
están repletas de gente a la que hay que esquivar, sobre todo a todo aquel que
va en su dirección contraria.
“Café bar”, ha
llegado a su primera parada, es la hora de sentarse en la terraza. Está repleta
y por suerte queda una mesa con tres sillas libres, sonríe y toma asiento. “Un whisky con hielo”, es lo que pide para
antes de la cena, nada más. Eso sí, un buen cigarro con lo que acompañarlo,
pasan no cinco ni diez, sino quince minutos cuando una dulce muchacha, de unos
veinte años se le acerca y pidiéndole
un cigarrillo toma asiento al lado de él. De forma descarada le empieza a
hablar, cosa que a él le perturba, ya que le pilla de forma inesperada. Guapa
entre las guapas, jóvenes entre las jóvenes, le perturba una chica hermosa para
un hombre maduro y soltero. Eso y solamente eso, le ofrece tal mujer, que como
una presencia del otro mundo se le ha presentado y se ha sentado a su vera. Le
habla, le conversa, él se bloquea, se calla y mueve la cabeza negando la
situación, paga la consumición. Todavía no se va, pero no tarda mucho, se queda
cierto tiempo sentado, hasta que mirando su elegante reloj de gama alta, ve que
este marca las diez, así que haciendo oídos sordos se levanta y se aleja, dejándola
plantada y con la palabra en la boca. Solo piensa que tiene cuarenta años y no
puede ser que una linda muchacha se le acerque de tal manera. “Qué carajo voy a hacer con una muchacha tan
joven”, se dice así mismo, mientras va andando, sigue caminando y es al
meterse las manos del bolsillo, nota al tacto que en el derecho le falta la
cartera. Mira entonces al cielo esperando respuesta, pero esta no llega. Linda
e inocente muchacha, no hay otra. Ya no puede tirar para atrás, está en una
gran ciudad.
Solo le queda por
suerte, el móvil y las llaves de casa, no se lo puede llegar a creer. Llamando
a un número de cierta compañía bancaria, bloquea las tarjetas y viendo que todo
sigue en orden. Solo ya se maldice, solo piensa en los carnets y demás
documentos, sin olvidar los ciento treinta euros que llevaba en efectivo.
Piensa en “como la encuentre otro día”,
pero poco a poco va entrando en sí, respira, se tranquiliza y llega a su casa.
Quien es capaz de
creerse en lo sucedido, ahora solo piensa en descansar y mañana ya levantarse
con ánimos de ir a denunciarlo a la policía, todo en ello queda rendido en la
cama. Sumido en un profundo sueño se eleva, se eleva y levita y piensa o cree
hablar con alguien o algo diferente a él. Un Ser fuera de lo común, que en este
mundo terrenal, no se sabe si tiene cabida.
–
- Dime, amigo mío cuál es tu deseo. Yo te lo
haré real y tú lo vivirás, a cambio solo te pido lealtad a todo aquello que vas
a ir conociendo poco a poco. Yo te haré joven por una eternidad, yo te haré tan
rico qué podrás nadar en el mar de la abundancia.
Balbuceando en
sueños, habla y le pregunta…
– ¿Quién eres tú, quién tiene ese poder?
Escucha o cree
escuchar una sonora carcajada y luego una respuesta…
–
- El mismo que entra en tus sueños más
profundos y te lee la mente, llegando a absorber toda tu alma. No serás mío,
eso es solo un mito y una leyenda. Solo dependerás de ti mismo, así que sigue
caminando y monta en un nuevo coche, un coche nuevo y bonito que lleve a lo más
lejos del horizonte y te haga descubrir a tales bellas muchachas.
Abre los ojos y mira
fijamente al techo, mira como en lo blanco, en lo más blanco y luminoso de ahí
arriba, se abre un remolino, como si de un ciclón se tratase.
–
- Dime que no te atrae la idea, como es
posible que todavía no creas en ello. Yo soy tú y tú eres yo, ese, ese es el
trato. No hay truco alguno, ni falsa mentira, todo lo que quieras se puede
hacer real. Solo déjame entrar dentro de ti y compartir contigo, todo aquello
que se me niega. Déjame ser tu mejor amigo y seremos algo más que hermanos,
pero no primos, los primos en este plano no existen.
Estalla la luz,
estallan las bombillas del techo y se hace la oscuridad más completa, pero ve,
ve en lo oscuro del lugar. Todo se le revuelve, menos las tripas o no, solo
sabe que va directo al lavabo y no deja de vomitar. No sabe si es el whisky con
hielo o es el resplandor de aquello que cree haber visto con sus propios ojos.
Como un grito
silencioso dentro de una agonía permanente, entra en trance y se ve dentro de
una realidad ficticia o ¿es verdad lo que sucede? Se sitúa en un lugar, en un tiempo y época
muy diferente. No hay farolas con sus luces y las calles en vez de estar
asfaltadas, son con un manto de adoquines. ¿Cuál es su verdadero sentido, es
realmente lo que buscaba o es que la realidad es simplemente un sueño?,
callejea y se adentra en lo más profundo de la Gran Ciudad, no encaja, no sabe
en qué año está, pero le da apuro preguntar. Solo al ver una chica vestida con
una ropa acorde a la época que se le acerca, se aventura y le pregunta. Esta se
ríe y le pregunta, ¿de qué mundo vienes guapo? Se sonroja, pero espera la
respuesta, ella viendo que se le pregunta en serio, se le retira
diciéndole que está en 1900, feliz año
nuevo.
No cabe en su
sorpresa, pero aún mayor es esta cuando mete las manos en los bolsillos y nota
que es diferente el pantalón que lleva puesto. Ahora es él el que se pregunta,
¿dónde están mis Jeans? Sigue caminando, sigue andando y no
sabe a dónde ir, no sabe dónde vive y no lleva ni carnet ni móvil. Cuál ha sido
su jugada con el diablo.
Pasadas unas
horas se despierta, nota cuando va al baño algo diferente, no es por la
erección matutina, es porque tiene los calzoncillos manchados y piensa y llega
a creer, que todo es debido a un sueño erótico. Pero no se acuerda de nada,
solo de los adoquines y la linda muchacha de principios del siglo veinte. No
quiere darle más vueltas a la cabeza y una buena ducha es lo que se merece. Es
un buen rato, y como si fuese flashes, le vienen a la memoria los ratos
íntimos. “No me lo puedo creer, ¿ha sido
real?”
Es por la mañana,
entra el Sol por la ventana, como aquel que le dice “buenos días”, sus ojos rojos denotan la mala noche, encima para
colmo dos nubes contadas cierran la claridad de aquel que le saluda y llueve,
llueve a cántaros. Está mirando a través del vidrio, cuando entra el cartero en
el portal, espera cinco minutos y baja las escaleras hasta llegar a los buzones.
Como un jarro de agua fría, recibe una carta, es la factura del gas. Llueve,
llueve a cántaros y como un paño de agua caliente, ya en su casa, mira su
cuenta bancaria. Todo es relativo y en su soledad más completa, solo hay lugar
para el trabajo, el ocio lo tiene más que olvidado. Queda en un lejano
recuerdo, los tiempos de algarabía y juerga, quedan atrás los tiempos de
alternar y divertirse con aquellos que él pensaba que eran sus amigos.
Sentado en el
coche escucha un poco de heavy metal, los altavoces de su viejo Seat retumban,
haciendo vibrar hasta el salpicadero. Solo piensa si pudiera volver atrás y
poder volver a tener los veinte… Piensa,
y si me hubiera encontrado con aquella bella muchacha, pero recapacita y se da
cuenta que no está en edad para ir con jovencitas.
Calle abajo, se
para en uno de los semáforos, se le cruzan por el paso de peatones y unas
chicas lindas de unos veinticinco años, una de ella lo mira, se lo queda
mirando fijamente y chupándose el dedo, le hace la señal del descaro. Se
enfurece y ellas se ríen a carcajada limpia. Solo ha sido una broma, pero él se
lo toma a pecho y sin pisar el embrague y sin meter marcha alguna, pisa el
acelerador al mismo tiempo que toca el claxon. Ellas ahora se asustan y ahora
es Adrián el que se ríe. Todo queda ahí, en una simple anécdota, el semáforo se
pone en verde y sigue su camino, todo ello sin poder evitar en ser un cuarentón
deseoso de una joven. Piensa en ello, pero no quiere pagar, es capaz de llegar
a un trato con el mismísimo infierno. ¿Le aceptarían la propuesta?, todo es
relativo, todo es querer llevar a cabo el propósito de su vida. Todo es
lujuria, nada más que eso o ¿hay algo más?, a saber.
Como si fuese en
un tren hacia el infierno, circula con su coche por las afueras de la Gran
Ciudad, sin destino, pero en línea recta va. Solo piensa en mujeres, ni en
alcohol ni en drogas, solo en sexo desenfrenado hasta altas horas de la noche.
Hasta que el cuerpo le aguantase, no piensa en su edad carnal, piensa en su
edad, en la de su interior y se siente, se siente como si le hubiesen concedido
el deseo sin tener que pedirlo ni hacer ningún ritual. Es tal su ceguera
imaginaria, que se cambia sin querer de carril y sin verlo hasta el final, un
camión le arrolla, se estampa con él. Un camión cisterna, que solo tiene tiempo
de frenar de tal forma que hace la tijera y se come literalmente el viejo Seat
de Adrián
No ve ninguna
luz, no ve nada, solo se ve situado a través del tiempo, no tiene ningún dolor
ni ningún rasguño, solo el shock momentáneo de la actual situación. Que será de
él, será todo cierto y no serán habladurías, quién sabe la verdadera verdad,
todo ha sido la situación de altas horas de la noche o al menos es lo que
parece. Solo espera despertar en algún momento y verse en su casa, en su cama
solitaria en la que solo comparte consigo mismo.
Pero para lástima
o alegría de Adrián, se ve hablando, se ve sentado en la mesa de una taberna
con aquel que tiene mil nombres. Vino a vino, van charlando, van conversando.
Ha sido un retroceso en el tiempo. Está nervioso, las piernas no paran quietas
y los pies bailan claqué. Aquel que tiene enfrente le pide tranquilidad, que
solo quiere hacerle cumplir aquel deseo que tuvo de jovencillo. Adrián,
asustado todavía le pregunta, “¿cómo sabes
eso de mí, de mi sueño casi adolescente?”, a lo que el diablo le responde al mismo tiempo
que entra en una sonora carcajada, “yo lo
sé todo, sé todos tus sueños y deseos”. Intenta levantarse de la mesa,
cuando de golpe, el diablo le coge de la mano y entre un susurro, le dice, le
comenta, “ten mucho cuidado, a mí nadie
me deja plantado, con que siéntate y hablemos claro”.
Un sudor frío le
inunda el alma, al mismo tiempo que se le seca la garganta, vuelve a tomar
asiento y bebiéndose un vaso de un trago, se dispone a escuchar a tan
importante personaje.
“Yo soy tú y tú soy yo, ese es el trato, no hay
nada más. Ni tienes que vender tu alma ni debes hacer ningún sacrificio, solo
ser un hombre íntegro y demostrarme de lo que eres capaz. No, no tienes que matar
ni vender ni comprar a nadie, solo ser tú y demostrarme que eres digno de mí. A
partir de ahora no te hará falta trabajar, cada vez que metas las manos en los
bolsillos, sacarás o billetes o monedas, que así sea según lo que compres.
Andarás, caminarás despacio y harás que todo cambie, ya te avisaré cuando te
necesite, de mientras vive. Solo eso, ahora ya te puedes levantar, aquí tienes
la llave de tu nuevo piso. No comentes lo hablado ni a tu mejor amigo o podrás
romper el lazo que nos une. Ahora marcha, que estos vasos de vino los pago yo”.
Levantándose, le
estrecha la mano, anda cuatro pasos para adelante dirigiéndose a la puerta de
la salida y mira para atrás, ya no hay nadie, solo los dos vasos y una botella
de vino medio vacía. No puede creérselo todavía, pero lleno de curiosidad se
dirige a su nuevo piso. Es en el centro de la ciudad y no tiene pérdida. Sube
las escaleras, es un ático, pero sin ascensor. Gira la llave y abre la puerta, es
tal su sorpresa que se queda como una estatua de sal. Todo es acorde a la
época, pero así igualmente, lo ve lujoso, quizás demasiado para él.
Ve unos
interruptores arcaicos en la pared, pero los gira y se encienden las bombillas,
no son las mismas de su antigua casa, pero es así y todavía sonríe. No sabe,
explora la vivienda, se dirige a la habitación, se dirige al baño y a la cocina.
No sabe qué hora es, hasta que tocan las campanadas en una iglesia cercana. No
tiene ducha, pero al menos se asea y mirándose al espejo nota que todo sigue
igual, pero sus ojos, ¡ay!, sus ojos ya no son marrones sino verdes y tiene una
buena mata de pelo con alguna cana. No sabe, no encaja todavía lo que ocurre,
así que sin cenar, pero hambriento se va a la cama. No hay mayor despertador
que el Sol que entre por la mañana y total, ya no tiene prisa. A todo ello se
hace un montón de preguntas, pero se duerme esperando encontrar en ello sus
respuestas.
Como si fuese
acosado, ve a alguien en sueños, una luz muy potente, que le intenta convencer
de que
está cometiendo un grave error. Que nadie da nada por nada, que nadie
ofrece lo que ofrece a cambio de nada. El corazón se le pone a ciento veinte
por minuto, el sudor le vuelve a albergar. La luz se lo intenta llevar, Adrián
se agarra firmemente a las sábanas y le dice, le comenta…
“Todo no es así, yo quiero vivir y me ofrece todo
lo que he pedido, solo ha cambio debo de serle leal. Vosotros os alimentáis con
nuestra energía y ellos solo no quieren estar solos. Márchate, por favor
márchate”.
Aquel que vino,
se marchó, pero se marchó sonriendo y sin mirar para atrás. No se da cuenta,
hasta que al levantar por la mañana, se ve otra vez en su primera y hasta entonces,
única casa y habitación. No entiende nada, solo se dirige al baño a donde ve
todo en su sitio, como en los años que vivimos. Mira el móvil las noticias, se
queda sorprendido, ve la foto de su coche hecho a trozos y a alguien, alguien
que supuestamente le había robado el coche. No puede creérselo, hasta que al
lavarse la cara y al secársela, ve el color de sus ojos. Son verdes y al lado
del mueble del lavabo las llaves de un Audi. Corre, mira por la ventana y ahí
está, todo nuevo. Ahora es él el que se ríe a carcajadas, y agarrando, apretando
fuertemente la mano, sujeta la llave del coche. Prometiéndose no diciendo a
nadie nada, a nadie, ni siquiera a su sombra.
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