domingo, 7 de abril de 2019


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¿Buscas cariño y afecto o solo un poco de compañía?, ¿quieres dinero para poder mantenerte o lo quieres por decir que eres rico? El poder, el gran poder está reñido con todo ello, aunque parezca mentira no se pueden tener las dos cosas, porque simplemente sería de sospechar que alguna es por interés. No hay nada más rico que el poder decir “un te quiero” sincero y poder tener suficiente dinero como para invitar a un café a una pareja o a un amigo. Y es que nada puede ser más real que la mentira más cuidadosamente elaborada y la más ciega, la verdad menos sincera.

Adrián, pasea tranquilo por una de las avenidas de la Gran Ciudad, es de noche, son las nueve para ser más concretos y las luces de las farolas alumbran las calles. Estas, están repletas de gente a la que hay que esquivar, sobre todo a todo aquel que va en su dirección contraria.

“Café bar”, ha llegado a su primera parada, es la hora de sentarse en la terraza. Está repleta y por suerte queda una mesa con tres sillas libres, sonríe y toma asiento. “Un whisky con hielo”, es lo que pide para antes de la cena, nada más. Eso sí, un buen cigarro con lo que acompañarlo, pasan no cinco ni diez, sino quince minutos cuando una dulce muchacha, de unos veinte años se le   acerca y pidiéndole un cigarrillo toma asiento al lado de él. De forma descarada le empieza a hablar, cosa que a él le perturba, ya que le pilla de forma inesperada. Guapa entre las guapas, jóvenes entre las jóvenes, le perturba una chica hermosa para un hombre maduro y soltero. Eso y solamente eso, le ofrece tal mujer, que como una presencia del otro mundo se le ha presentado y se ha sentado a su vera. Le habla, le conversa, él se bloquea, se calla y mueve la cabeza negando la situación, paga la      consumición. Todavía no se va, pero no tarda mucho, se queda cierto tiempo sentado, hasta que mirando su elegante reloj de gama alta, ve que este marca las diez, así que haciendo oídos sordos se levanta y se aleja, dejándola plantada y con la palabra en la boca. Solo piensa que tiene cuarenta años y no puede ser que una linda muchacha se le acerque de tal manera. “Qué carajo voy a hacer con una muchacha tan joven”, se dice así mismo, mientras va andando, sigue caminando y es al meterse las manos del bolsillo, nota al tacto que en el derecho le falta la cartera. Mira entonces al cielo esperando respuesta, pero esta no llega. Linda e inocente muchacha, no hay otra. Ya no puede tirar para atrás, está en una gran ciudad.

Solo le queda por suerte, el móvil y las llaves de casa, no se lo puede llegar a creer. Llamando a un número de cierta compañía bancaria, bloquea las tarjetas y viendo que todo sigue en orden. Solo ya se maldice, solo piensa en los carnets y demás documentos, sin olvidar los ciento treinta euros que llevaba en efectivo. Piensa en “como la encuentre otro día”, pero poco a poco va entrando en sí, respira, se tranquiliza y llega a su casa.

Quien es capaz de creerse en lo sucedido, ahora solo piensa en descansar y mañana ya levantarse con ánimos de ir a denunciarlo a la policía, todo en ello queda rendido en la cama. Sumido en un profundo sueño se eleva, se eleva y levita y piensa o cree hablar con alguien o algo diferente a él. Un Ser fuera de lo común, que en este mundo terrenal, no se sabe si tiene cabida.
       
                            -     Dime, amigo mío cuál es tu deseo. Yo te lo haré real y tú lo vivirás, a cambio solo te pido lealtad a todo aquello que vas a ir conociendo poco a poco. Yo te haré joven por una eternidad, yo te haré tan rico qué podrás nadar en el mar de la abundancia.

Balbuceando en sueños, habla y le pregunta…

          ¿Quién eres tú, quién tiene ese poder?

Escucha o cree escuchar una sonora carcajada y luego una respuesta…
      
                          -   El mismo que entra en tus sueños más profundos y te lee la mente, llegando a absorber toda tu alma. No serás mío, eso es solo un mito y una leyenda. Solo dependerás de ti mismo, así que sigue caminando y monta en un nuevo coche, un coche nuevo y bonito que lleve a lo más lejos del horizonte y te haga descubrir a tales bellas muchachas.

Abre los ojos y mira fijamente al techo, mira como en lo blanco, en lo más blanco y luminoso de ahí arriba, se abre un remolino, como si de un ciclón se tratase.
       
                           -     Dime que no te atrae la idea, como es posible que todavía no creas en ello. Yo soy tú y tú eres yo, ese, ese es el trato. No hay truco alguno, ni falsa mentira, todo lo que quieras se puede hacer real. Solo déjame entrar dentro de ti y compartir contigo, todo aquello que se me niega. Déjame ser tu mejor amigo y seremos algo más que hermanos, pero no primos, los primos en este plano no existen.

Estalla la luz, estallan las bombillas del techo y se hace la oscuridad más completa, pero ve, ve en lo oscuro del lugar. Todo se le revuelve, menos las tripas o no, solo sabe que va directo al lavabo y no deja de vomitar. No sabe si es el whisky con hielo o es el resplandor de aquello que cree haber visto con sus propios ojos.

Como un grito silencioso dentro de una agonía permanente, entra en trance y se ve dentro de una realidad ficticia o ¿es verdad lo que sucede?  Se sitúa en un lugar, en un tiempo y época muy diferente. No hay farolas con sus luces y las calles en vez de estar asfaltadas, son con un manto de adoquines. ¿Cuál es su verdadero sentido, es realmente lo que buscaba o es que la realidad es simplemente un sueño?, callejea y se adentra en lo más profundo de la Gran Ciudad, no encaja, no sabe en qué año está, pero le da apuro preguntar. Solo al ver una chica vestida con una ropa acorde a la época que se le acerca, se aventura y le pregunta. Esta se ríe y le pregunta, ¿de qué mundo vienes guapo? Se sonroja, pero espera la respuesta, ella viendo que se le pregunta en serio, se le retira diciéndole  que está en 1900, feliz año nuevo.

No cabe en su sorpresa, pero aún mayor es esta cuando mete las manos en los bolsillos y nota que es diferente el pantalón que lleva puesto. Ahora es él el que se pregunta, ¿dónde están mis         Jeans? Sigue caminando, sigue andando y no sabe a dónde ir, no sabe dónde vive y no lleva ni carnet ni móvil. Cuál ha sido su jugada con el diablo.

Pasadas unas horas se despierta, nota cuando va al baño algo diferente, no es por la erección matutina, es porque tiene los calzoncillos manchados y piensa y llega a creer, que todo es debido a un sueño erótico. Pero no se acuerda de nada, solo de los adoquines y la linda muchacha de principios del siglo veinte. No quiere darle más vueltas a la cabeza y una buena ducha es lo que se merece. Es un buen rato, y como si fuese flashes, le vienen a la memoria los ratos íntimos. “No me lo puedo creer, ¿ha sido real?”

Es por la mañana, entra el Sol por la ventana, como aquel que le dice “buenos días”, sus ojos rojos denotan la mala noche, encima para colmo dos nubes contadas cierran la claridad de aquel que le saluda y llueve, llueve a cántaros. Está mirando a través del vidrio, cuando entra el cartero en el portal, espera cinco minutos y baja las escaleras hasta llegar a los buzones. Como un jarro de agua fría, recibe una carta, es la factura del gas. Llueve, llueve a cántaros y como un paño de agua caliente, ya en su casa, mira su cuenta bancaria. Todo es relativo y en su soledad más completa, solo hay lugar para el trabajo, el ocio lo tiene más que olvidado. Queda en un lejano recuerdo, los tiempos de algarabía y juerga, quedan atrás los tiempos de alternar y divertirse con aquellos que él pensaba que eran sus amigos.

Sentado en el coche escucha un poco de heavy metal, los altavoces de su viejo Seat retumban, haciendo vibrar hasta el salpicadero. Solo piensa si pudiera volver atrás y poder volver a tener los veinte…  Piensa, y si me hubiera encontrado con aquella bella muchacha, pero recapacita y se da cuenta que no está en edad para ir con jovencitas.

Calle abajo, se para en uno de los semáforos, se le cruzan por el paso de peatones y unas chicas lindas de unos veinticinco años, una de ella lo mira, se lo queda mirando fijamente y chupándose el dedo, le hace la señal del descaro. Se enfurece y ellas se ríen a carcajada limpia. Solo ha sido una broma, pero él se lo toma a pecho y sin pisar el embrague y sin meter marcha alguna, pisa el acelerador al mismo tiempo que toca el claxon. Ellas ahora se asustan y ahora es Adrián el que se ríe. Todo queda ahí, en una simple anécdota, el semáforo se pone en verde y sigue su camino, todo ello sin poder evitar en ser un cuarentón deseoso de una joven. Piensa en ello, pero no quiere pagar, es capaz de llegar a un trato con el mismísimo infierno. ¿Le aceptarían la propuesta?, todo es relativo, todo es querer llevar a cabo el propósito de su vida. Todo es lujuria, nada más que eso o ¿hay algo más?, a saber.

Como si fuese en un tren hacia el infierno, circula con su coche por las afueras de la Gran Ciudad, sin destino, pero en línea recta va. Solo piensa en mujeres, ni en alcohol ni en drogas, solo en sexo desenfrenado hasta altas horas de la noche. Hasta que el cuerpo le aguantase, no piensa en su edad carnal, piensa en su edad, en la de su interior y se siente, se siente como si le hubiesen concedido el deseo sin tener que pedirlo ni hacer ningún ritual. Es tal su ceguera imaginaria, que se cambia sin querer de carril y sin verlo hasta el final, un camión le arrolla, se estampa con él. Un camión cisterna, que solo tiene tiempo de frenar de tal forma que hace la tijera y se come literalmente el viejo Seat de Adrián

No ve ninguna luz, no ve nada, solo se ve situado a través del tiempo, no tiene ningún dolor ni ningún rasguño, solo el shock momentáneo de la actual situación. Que será de él, será todo cierto y no serán habladurías, quién sabe la verdadera verdad, todo ha sido la situación de altas horas de la noche o al menos es lo que parece. Solo espera despertar en algún momento y verse en su casa, en su cama solitaria en la que solo comparte consigo mismo.

Pero para lástima o alegría de Adrián, se ve hablando, se ve sentado en la mesa de una taberna con aquel que tiene mil nombres. Vino a vino, van charlando, van conversando. Ha sido un retroceso en el tiempo. Está nervioso, las piernas no paran quietas y los pies bailan claqué. Aquel que tiene enfrente le pide tranquilidad, que solo quiere hacerle cumplir aquel deseo que tuvo de jovencillo. Adrián, asustado todavía le pregunta, “¿cómo sabes eso de mí, de mi sueño casi adolescente?”,  a lo que el diablo le responde al mismo tiempo que entra en una sonora carcajada, “yo lo sé todo, sé todos tus sueños y deseos”. Intenta levantarse de la mesa, cuando de golpe, el diablo le coge de la mano y entre un susurro, le dice, le comenta, “ten mucho cuidado, a mí nadie me deja plantado, con que siéntate y hablemos claro”.

Un sudor frío le inunda el alma, al mismo tiempo que se le seca la garganta, vuelve a tomar asiento y bebiéndose un vaso de un trago, se dispone a escuchar a tan importante personaje.

“Yo soy tú y tú soy yo, ese es el trato, no hay nada más. Ni tienes que vender tu alma ni debes hacer ningún sacrificio, solo ser un hombre íntegro y demostrarme de lo que eres capaz. No, no tienes que matar ni vender ni comprar a nadie, solo ser tú y demostrarme que eres digno de mí. A partir de ahora no te hará falta trabajar, cada vez que metas las manos en los bolsillos, sacarás o billetes o monedas, que así sea según lo que compres. Andarás, caminarás despacio y harás que todo cambie, ya te avisaré cuando te necesite, de mientras vive. Solo eso, ahora ya te puedes levantar, aquí tienes la llave de tu nuevo piso. No comentes lo hablado ni a tu mejor amigo o podrás romper el lazo que nos une. Ahora marcha, que estos vasos de vino los pago yo”.

Levantándose, le estrecha la mano, anda cuatro pasos para adelante dirigiéndose a la puerta de la salida y mira para atrás, ya no hay nadie, solo los dos vasos y una botella de vino medio vacía. No puede creérselo todavía, pero lleno de curiosidad se dirige a su nuevo piso. Es en el centro de la ciudad y no tiene pérdida. Sube las escaleras, es un ático, pero sin ascensor. Gira la llave y abre la puerta, es tal su sorpresa que se queda como una estatua de sal. Todo es acorde a la época, pero así igualmente, lo ve lujoso, quizás demasiado para él.

Ve unos interruptores arcaicos en la pared, pero los gira y se encienden las bombillas, no son las mismas de su antigua casa, pero es así y todavía sonríe. No sabe, explora la vivienda, se dirige a la habitación, se dirige al baño y a la cocina. No sabe qué hora es, hasta que tocan las campanadas en una iglesia cercana. No tiene ducha, pero al menos se asea y mirándose al espejo nota que todo sigue igual, pero sus ojos, ¡ay!, sus ojos ya no son marrones sino verdes y tiene una buena mata de pelo con alguna cana. No sabe, no encaja todavía lo que ocurre, así que sin cenar, pero hambriento se va a la cama. No hay mayor despertador que el Sol que entre por la mañana y total, ya no tiene prisa. A todo ello se hace un montón de preguntas, pero se duerme esperando encontrar en ello sus respuestas.

Como si fuese acosado, ve a alguien en sueños, una luz muy potente, que le intenta convencer de que 
está cometiendo un grave error. Que nadie da nada por nada, que nadie ofrece lo que ofrece a cambio de nada. El corazón se le pone a ciento veinte por minuto, el sudor le vuelve a albergar. La luz se lo intenta llevar, Adrián se agarra firmemente a las sábanas y le dice, le comenta…

“Todo no es así, yo quiero vivir y me ofrece todo lo que he pedido, solo ha cambio debo de serle leal. Vosotros os alimentáis con nuestra energía y ellos solo no quieren estar solos. Márchate, por favor márchate”.

Aquel que vino, se marchó, pero se marchó sonriendo y sin mirar para atrás. No se da cuenta, hasta que al levantar por la mañana, se ve otra vez en su primera y hasta entonces, única casa y habitación. No entiende nada, solo se dirige al baño a donde ve todo en su sitio, como en los años que vivimos. Mira el móvil las noticias, se queda sorprendido, ve la foto de su coche hecho a trozos y a alguien, alguien que supuestamente le había robado el coche. No puede creérselo, hasta que al lavarse la cara y al secársela, ve el color de sus ojos. Son verdes y al lado del mueble del lavabo las llaves de un Audi. Corre, mira por la ventana y ahí está, todo nuevo. Ahora es él el que se ríe a carcajadas, y agarrando, apretando fuertemente la mano, sujeta la llave del coche. Prometiéndose no diciendo a nadie nada, a nadie, ni siquiera a su sombra.

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