sábado, 2 de marzo de 2019


                                                  Solo Diógenes

Qué carajo me importa a mí la vida, que mierda es aquella que se pisa en mitad de la acera, que nos hace enfurecernos tanto. La propia existencia no deja de ser una cuestión de incertidumbre y llena de mil preguntas, todo es relativo, todo es según actuemos en todo momento. Aquello que nos ilumina la mente, no deja de ser aquello que no somos capaces de asimilar. Por eso, qué carajo me importa a mí la vida de aquellos que no son los míos. Soy tan insensible, no tengo corazón o al menos eso era así hasta que leí este relato o lo que sea, porque en verdad, la verdadera verdad no está escrita. Solo se dice, solo se habla y solo se comenta con la boca pequeña.

Son las cinco de la tarde, la gente, la sociedad, la humanidad, pasea de un lado para otro. Diógenes sigue caminando sin rumbo fijo, como si fuese de otro planeta, no acaba de aterrizar en el suyo propio, ¿qué será de él, cuando muera su madre?, sí.  ¿Qué será de él, cuando deba enfrentarse de verdad a sus propios miedos e intrigas? Por ahora divagando, sigue reflexionando ya a su edad. Solo, sin más familia que una anciana madre y cuarentón, se ve abocado a la más absoluta soledad. No puede evitarlo, los ojos le sollozan, unas cuantas lágrimas le caen por el rostro. Quiere disimularlo, pero no puede y sentándose en un banco público cruza los dedos de la mano, mientras un Sol ya descendiente le da lumbre.

No quiero más pena, no quiero más dolor, quiero transmitir lo que escribo, deseo lo que deseo como si este fuese un acto de deseo sexual y todo fuese por el momento de actuar según el instinto animal y salvaje.

Árboles caducos le hacen sombra en el atardecer, pájaros mudos con los picos cerrados hacen presagiar lo inevitable. La muerte le acecha, no a él, pero sí a su madre. Se queda sentado, le tiemblan, le flaquean las piernas, solo, completamente solo oyendo conversaciones ajenas. El Sol se retira, le hace el relevo la Luna, las farolas del parque se encienden y como el que le viene de aviso, se incorpora, se levanta y camina, camina con la cabeza gacha y sin poder sonreír.

Un joven se cruza en su camino, un muchacho de unos veinticinco años, pidiéndole la hora. No se lo piensa, no cree en la maldad y la picaresca de las personas. No lleva reloj, pero sí móvil. Se mete la mano en los bolsillos, sacando el teléfono le muestra la hora. Este, sin pensárselo dos veces, lo agarra, se lo coge y sale corriendo. Se queda inmóvil, la sorpresa se ha adueñado de él,  no siendo capaz de articular palabra. Es invierno, pero suda, es un sudor frío y corre,  él corre intentando atraparle. Pero el rato que ha pasado y la juventud del ladrón, hace que lo pierda de vista. No sabe qué hacer, no hay nadie alrededor y la oscuridad de la noche invernal se adueña de todo el paisaje.

Saliendo del parque, se acerca a un estanco que hay enfrente. Entra sofocado, el dueño teme al principio, pero poco a poco va viendo la situación de Diógenes. Llama a la policía, solo es un móvil, un absurdo móvil, pero sabe que la broma o el robo le puede salir más caro en forma de factura. Llamando a la operadora consigue bloquearlo, compra un paquete de cigarrillos y dándoles las gracias al propietario del establecimiento y a los agentes se marcha.

Se enciende uno, le da mecha y piensa, solo recuerda las oportunidades perdidas, que ha tenido.
      
                    -   Piensa y solo mantén vivo en la memoria aquellas bellas muchachas que han pasado por tu vera. Solo inténtalo y verás que la culpa, que el hecho de tu situación es solo responsabilidad tuya. Ha sido tu elección y quizás sí ha sido un acierto, nunca lo sabrás.

Como si hablase con el mismísimo diablo, le habla, le dice, le comenta….
       
                        -  Dime, dímelo al oído tú qué sabes tanto, como es posible de que no recuerde ninguna que de verdad haya merecido la pena y que no fuese solo motivo de desfogue mi acercamiento a ellas. No soy malo, no soy malvado y como no me gusta jugar con ellas, tomé la decisión de dejar volar al viento la oportunidad de formar una familia y echar raíces.

Como el que hace retumbar las campanas de alguna iglesia cercana,  hace que le vibre dentro de él cierto mensaje.
       
                      -   Hasta las narices, hasta el último pelo de mi cabeza se eriza a pensar en ello. Todo se lo debemos a lo que aprendemos y las regañinas de aquellos que nos educaron y nos hacen ser hoy en día quienes somos.

El agua cae de una fuente en cascada, es todo artificial, pero le relaja.
       
                   -  Mi madre seguirá meciéndose en la mecedora, tal vez espere que un día cambie y me case, solo por quitarse el miedo a dejarme solo o quizás se meza, esperando el momento de ser de nuevo con mi padre. Porque si hay algo que no me pueden negar o al menos discutir, es tener la esperanza de que todo continúe.

Se mira, se palpa los bolsillos y nota al tacto la cartera, sigue caminando en línea recta en dirección a casa. La saca con cautela y sonríe, lo mismo que le sonríe la billetera. Tres, ni uno ni dos, sino tres son los billetes de cincuenta euros que lleva. ¡Vaya!, ahora se acuerda que tenía que hacer un pago. Entre el paseo, el sofoco y los nervios, se le había olvidado por completo. No pasa nada, respira hondo al mismo tiempo que vuelve a guardar la cartera. ¡Pobre!, es lo que piensa, no hay mayor decepción en uno mismo que actuar de forma ajena. Simplemente ello, solo esto, le hace ahora triste, ¡porqué!, por la sencilla razón que piensa que el joven tiene un mal destino marcado, un camino lleno de piedras las cuales le van a hacer pesar la mochila del arrepentimiento.

¡Piensa!, le digo yo o al menos lo escribo. Lo tienes todo, menos el poder de compartir con alguna linda mujer, todo aquello que posees. No dudes, sal a la calle y demuestra lo que vales. No te escondas, que la vida es solo un presente y el presente es solo un instante.

Su madre Elvira, le espera para cenar. A su edad y todavía liada en las labores del hogar…. Aunque su hijo le eche una mano, sigue haciendo para sentirse activa o como ella misma dice, sentirse viva.
Se sientan alrededor de la mesa redonda, cena para dos, una viuda y un solterón. Que será, que será de ellos o de ella. Le dice, le comenta, que se ha quedado sin teléfono, que un joven se lo ha quitado de las manos. Ahora ya no lo cuenta como un suceso, sino que lo dice como una anécdota y piensa en comprarse uno nuevo.
       
                        -  Mañana cuando salga del trabajo, en vez de ir a pasear, me acercaré a la tienda. Que se le va a hacer, piensa que podría haber sido peor, que podría haber sido la cartera.

Pollo asado, un rico mangar para un obrero, solo piensa en comer. Le da carpetazo al tema, quedará en un rincón vacío de su cerebro. ¡Qué más da!, los nervios pueden dejarle sin vida antes de tiempo.  Un vaso de vino, solo uno, él no es de beber si no es para bajar la comida.

No hace caso, qué más da, al menos lo he intentado, no voy a dejar de volar yo por mis nubes y alcanzando con ello la Luna. Como si fuese una avioneta, le envío mensajes, pero estos quedan cortados por aquella que dice ser la que más le quiere o le defiende. En fin, seguir leyendo el relato.

Elvira le mira fijamente, le mira atentamente, después de todo lo pasado lo ve, lo nota tranquilo. Ahora no le tiembla ni el pulso ni las piernas, todo es relativo. Alza la cabeza y se cruzan los dos, se nota el silencio, no se escucha ni la televisión de fondo, solo desnudan sus almas. ¿Quién de los dos la tiene más joven?, sería fácil decir que es Diógenes, pero eso no se sabe. ¿Quién de los dos la tiene más curtida y con más marcas de peleas del destino? Agacha la cabeza y sigue comiendo, ella hace lo propio. Ninguna palabra, ninguna frase se dicen, solo con la mirada ya se hablan. Son las diez, cuando marca la hora de irse a dormir o al menos cada uno a su retirada.

Va a cerrar la persiana de la ventana, cuando sujeta la correa y con las dos manos en ella, mira a través del cristal. Gente, hay gente en la calle. Parejas, hay parejas haciéndose caricias y muecas. No quiere mirar más y como al que no le atañe la vida misma, se tumba panza arriba en la cama de su habitación, con la música en los oídos hace tiempo para dormir. Hasta las seis y media tiene tiempo, luego la obligación le llama a modo de despertador digital. No tarda mucho en dormirse, no pasa mucho tiempo, cuando cerrando los ojos, se tapa con las mantas.

Es un piso frío, pero al menos tienen donde dormir, al menos tienen un techo encima de sus cabezas. Es un poco egoísta en ese aspecto, no piensa quizás en su madre. No piensa más allá de lo que puede suceder dentro de un par de segundos. Esos, esos mismos, son los que pasan, cuando marca la hora de levantarse. No se ha dado cuenta, ni ha disfrutado del sueño como otras veces.

Es miércoles, pero a diferencia de los demás días es último de mes y mañana será día de cobro. En fin, otro más y seguimos haciendo el bucle, un bucle en el que el único destino es la vejez y la propia muerte.

Su madre, esta anciana mujer pasa como puede la fregona al suelo del comedor, despacio, como si le sobrase el tiempo o quizás lo que no quiere es exactamente eso, que pase, le gustaría detenerlo. Con sus achaques va haciendo, con el solo temor de pensar el día que ella falte. Será tan solo un recuerdo con una foto en lo alto del mueble o quizás y solo quizás sea algo más vivo para su hijo. Pensando en ello, no es capaz de reír ni de ser feliz, todo se le nubla como si se tapase el cielo y amenazase tormenta.

Yo a ella, solo a ella le escribo esta carta. Solo por si me voy antes de tiempo, no es que yo lo quiera así, pero de mí no depende del todo. Solo espero que nunca me dé, que nunca me abalance y me tire a las vías del tranvía de la ciudad.

“Suena una guitarra, la melodía le sugestiona y le evade. Se suma los violines y los clarinetes, formando una canción especial, esa, esa sí, que me llega adentro a lo más profundo de mi alma. No puedo negar mis raíces ni de donde provengo, solo soy uno más, pero ese más está lleno. Yo pensaba, yo creía que uno para estar lleno por dentro tenía que juntarse con gente, rodearse de amistades y eso, eso no es cierto. Esta melodía me hace viajar, me hace recorrer todo el país, desde la punta de Cádiz, hasta el otro extremo, en Galicia sin olvidar ni Asturias ni Cantabria, haciéndome llegar al centro de Madrid. Sueños, sueños rotos y alegrías mudas. No puedo, no debo decir que no, no debo negarme a la realidad y saber de dónde provengo. Ello, ello sería una falta de respeto hacia mis padres y mis abuelos, esos mismos que me educaron y me inculcaron los valores necesarios para ser hoy en día, persona.

Me gustaría navegar por mares tranquilos, pero eso, pero esto hoy en día no es fácil y aquí me asiento y me siento escritor, no de largas novelas, pero sí de cortos mensajes. Madre, eres a la única que he querido. Madre, si lees esta carta es porque no he podido más. No es que sea cobarde ni tampoco valiente, solo quizás he decidido dejar de caminar, porque no hay razón para ello. Prométeme que no vas a llorar, yo te espero con padre, cuando sea tu hora aquí estaremos los dos, para fundirnos en una sola luz, si eso es posible. No pienses que la culpa es la soledad, ni tampoco la sociedad. La culpa es solo mía, la culpa solo es de no saber mentir ni engañar. De no saber ser falso ni creído y creo que tampoco atrevido.”

Recuerdos, solo son recuerdos, no ve o no quiere ver. Pero su deseo se hace realidad, volviendo del trabajo, tropieza y cae en medio de las vías de uno de los pocos tranvías que circulan hoy en día. La gente hace aspavientos, no siente los gritos de auxilio, no ve cegado por la sorpresa. Pero es cierto o es mentira que el destino está escrito, no es su momento, no es el día que hay marcado para la vuelta al otro mundo. Se incorpora y dando las gracias, se agarra fuerte de las manos de los pocos hombres que le prestan ayuda. Ya de pie, mira al Sol, mira y este le ciega la vista y cuando la vuelve a dirigir hacia la parada. Ve o cree ver la imagen de su padre, un padre que le sonríe y que le niega con la cabeza. Solo se le ocurre que devolverle la sonrisa y metiéndose las manos en el bolsillo gira la cabeza y nota, ya sabe que no es atrevido. Le ha faltado poco para orinarse en los pantalones, solo jura y perjura que no dejará a su madre sola. Que esperará a que ella marche primero y que no coqueteará nunca más con el destino, a no ser que sea para intentar empezar relaciones con alguna que otra mujer de su edad.

No me pongas ninguna vela ni pongas mi foto en tu mesita de noche, solo piensa en mí alguna vez y recuerda que siempre estaré ahí. Aunque no me veas, siempre estaré ahí. Busca, corre, una linda mujer y bebe los vientos por ella y saborea la vida como si esta tuviese final. Tu madre ya sabe que la espero, lo sabe desde hace tiempo, por ella no sufras. Solo necesita tiempo y tiempo es lo que tenemos en el otro lado.

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