La cabaña de paja
¡Justo!, es lo
injusto. ¡Cierta!, es la mentira piadosa. ¡Crueldad!, es aquello que a veces es
hacer el bien. ¿Dónde estará la verdadera verdad?, yo no lo sé, yo solo sé lo
que viví, en esta época o en otra, solo sé que sigo siendo el mismo. Gracias a
que me aferro a mi Ser, a que mantengo mi alma conmigo, soy quien soy. ¿Que hay
en cierta cabaña de aquel pequeño bosque, que hay adentro que nadie de los que
entran, salen? Que será aquello que
esconde… será un brujo, será una bruja o será, será. Yo lo sé, yo estuve allí
dentro y conseguí escapar. Por eso y por ello, lo relato, lo cuento, para que
nunca, nunca más vuelva a suceder tal suceso.
No me acuerdo ya en
qué año fue o si en este siglo ocurrió, solo sé que yo era un niño, un pequeño
niño que rondaría los nueve años. Por aquellos tiempos, me gustaba jugar, me
gustaba construir pequeñas cabañas, con pequeños trozos de madera. Ya por aquel
tiempo, intentaba robarle un beso a toda aquella niña de mi edad, que se me
cruzaba.
– Juguemos a príncipes y a princesas,
juguemos mejor a que somos templarios o somos los caballeros de la mesa redonda….
Cruzada a cruzada
me siento y juego y juego con mis amigos imaginarios. Todo es solo un juego de
niños, con espadas de madera, no de acero. Todo es real o al menos a mí me lo
parece, reinas y reyes, lacayos y doncellas. Todo es un juego hasta que me
caigo en el suelo y quedando desvanecido me encuentro, entrando dentro de mi
evasión veo una casa, ¡una cabaña! No es como las que yo construyo, esta es de
verdad o dentro de mí me lo parece. Fue un día de
lluvia o fue un día de Sol, cuando giré el pomo de la puerta y entré. No me
inundó la alegría, pero sí quedé sorprendido, estaba llena de juguetes, de
juguetes y de peluches y muñecos. Pero no se veía nada más, las ventanas
estaban cerradas a cal y canto, y no traspasaba casi la luz del Sol por culpa
de las maderas clavadas en forma de equis en el marco de estas.
Sentado me quedé
jugando con dos muñecos de goma, un dinosaurio y un cazador. Jugaba yo solo, no
tenía más amistad que mi propia imaginación. Yo, simplemente yo, escuché la voz
de una anciana. Asustado quise salir rápido del lugar, pero el pomo esta vez no
giraba, tiré de la puerta agarrándome fuertemente del pomo, pero no hubo
manera. Me sangra la nariz, no puedo con tanta presión, mi cabeza va a
estallar, maldita sea ella, maldita la anciana.
Sombras salen,
sombras surgen desde las mismísimas paredes de la pequeña casa. Se alimentan de
la luz y el reflejo, me ciega, todo es lo que es, nada es aquello que tiene
ganas de vivir y de saber, como si fuese a llegar el ocaso del Sol y el
amanecer de una nueva mañana. Me encuentro en una situación difícil y todo me
hace llegar a estar nervioso. Todo son energías
en lucha, todo son vibraciones, intento una y otra vez abrir la puerta, pero no
lo consigo. La flama que sale del fuego
a tierra me habla, una llamarada me asusta, aunque no me quemé, acabé
orinándome en los pantalones.
Escucho voces,
lamentos y consejos de otros niños, de otros que son de alimento y pasto de la
flama de la anciana. Todo es como dibujar una tormenta en medio de un desierto
de arena, nada es como un mar de tristeza, solo, todo es como es. Lamentos y
voces, y yo, nervioso, buscando como salir. Me cabreo, me enojo conmigo mismo,
el porqué, me pudo la curiosidad y me
atreví a entrar. Pasa el tiempo y ya
llevo dos días marcados en uno de los marcos de las ventanas, llevo dos días
sin probar bocado y el estómago se me revela. Llevo dos días, con sus soles y
sus lunas. No rezo, sé que no merece la pena, no hay nada que hacer y empiezo a
llorar. La flama se ríe, creyéndose vencedora. Pero llega un momento, llega el
tercer día. Lo estoy marcando en el marco de la ventana, tembloroso y casi sin
aliento, cuando veo un haz de luz, me acerco a ello, hasta que el resquicio del
Sol, me alumbra la cara, de tal forma que se me secan las lágrimas de mi
rostro. Le pregunto a ello, como puedo salir, como puedo escapar de tal
situación.
No sé quién es, no
se hoy en día todavía quién me habló, pero me ayudó…
– ¿Ves la flama de dónde sale?, ves que
no hay fuego verdadero en los troncos y que estos no prenden de verdad. Es todo
una ilusión, por ahí está tu escapatoria, por ahí te puedes salvar, solo debes
escalar por el interior de la chimenea y despertarás.
Me quedo blanco de
la sorpresa y rojo por no ser más valiente, ahora, ahora es el momento de
demostrar de lo que soy capaz. Así, que ni corto ni perezoso, me atrevo, me
lanzo y los troncos echan una llamarada. A lo primero vuelvo a asustarme, pero
luego me tiro, me vuelco como si fuese una piscina y la flama, la anciana se
vuelve a enfadar. No sé cómo subir, no sé cómo escalar, está muy alto y yo aún
soy demasiado pequeño.
Soy yo o es mi
propia conciencia, como si estuviese en una cabaña clandestina, como si fuese
una cabaña de aquellas que yo construía con el pretexto de robar algún que otro
beso, siento que se vengan de mí y ahora la anciana desea mi alma. Pero se
aprende, se vuelve uno más astuto con todo lo vivido y no me dejé romper en mil
pedazos.
– ¡Oh, Dios!, si existes hazme una señal
para que pueda salir de este lugar tan tenebroso. ¡Oh, Dios!, sálvame y te
estaré siempre agradecido.
– ¿No me lo puedo creer, tan llorica
soy?, no puedo ser tan cobarde.
– Vas a venir a mi mundo. Sale una voz desde las entrañas de fuego a
tierra que hay en la cabaña. Serás lo que serás, serás pasto de mi apetito,
me alimentaré de tu propia alma.
Armándome de valor
me puse de pie y cerrando los puños, le lancé un grito, una voz, una frase.
– Juro, que no quedará esto así, no te
creas que vas a poder alimentarte de mi propia alma, sé que deseas que sea uno
más en tu lista y eso, eso no va a ser así.
Llamarada, una
flama sin fuego aparente, sale desde el fuego a tierra y en ella se pueden ver
los dos ojos de la que es la dueña de la cabaña, enfadada está.
– ¿Tienes miedo a la oscuridad, tienes
miedo a la luz?, solo deseas salir y volver a ser feliz. Solo debes escalar,
solo debes subir y dejarte deslizar por el tejado.
– Lo ves muy fácil, no puedo pegar tal
salto, un brinco tan grande, que llegue arriba, a lo alto.
Yo quiero ser
libre, me digo a mí mismo. Yo quiero llegar a ser quien quiero ser, así que no
me lo pienso más de dos veces y pegando un pequeño salto, consigo poner un pie
en cada lado de la pared de la chimenea. Veo o creo ver la luz en lo alto. Los
troncos empiezan a humear, yo no me asusto ya, total lo único que puede pasar
es que ella se salga con la suya.
Poquito a poco, al
igual que se va caldeando, voy escalando. Ella grita, ella exclama que baje,
que ya le pertenezco.
– ¡Juan!, vuelve conmigo. Escucho la voz de mi madre, que sollozando
me llama.
– ¡Juan!, ¿dónde estás?
Intento gritar,
intento decirle que estoy vivo, pero no sabe dónde estoy. Hasta que aprendo, me
doy cuenta que la cabaña en sí no existe, que todo es un embrujo. En parte me
alegro, en parte me siento contento. Todo es como el atravesar una balconada y
volver a respirar el aire de libertad. Las cortinas pueden ser rasgadas, pero,
como hacerlo con las ventanas.
Mi madre… ¿dónde estará mi madre? Yo también me lo pregunto,
hoy en día no sé desde dónde me ayudó. Solo una foto, una pequeña foto de
carnet, es la que guardo de recuerdo de ella. Una foto en blanco y negro, como
la época en la que vivió.
Sentí como si
alguien con una escoba de palma barriera el suelo, solo, estaba solo y mis
lloros y mis lamentos no eran escuchados por nadie. Ya no quería jugar, solo
quería volver con mis padres. ¡Ay!, porqué tuve que entrar… Miré en lo alto de la cabaña y cuál de grande
fue mi sorpresa, todo era lleno de ropa, de ropa de niños y niñas. Se notaba
que no era ropa nueva sino usada. Pero allí, aquí no había más niño que yo y al
único que le temblaban las piernas era a mí, me temblaban de forma notoria y
hubo momentos que me quedaba inmóvil. Asustado y temeroso, me senté ya en el
tejado con los dedos cruzados a que todo fuese un sueño, una pesadilla. Pero no
fue así, no ocurrió de esa manera, ahora, que después de tanto esfuerzo quedé
rendido en el suelo de madera y pasaron las horas, los días no. Aunque los fui
marcando con un pequeño plumín que me encontré. Por ese rato, por esos días y
esos momentos, no había papel donde escribir. Pero marqué los días y ahora lo
relato, ahora que ya me siento más relajado.
–
- Hijo soy yo, tu madre. Estoy aquí,
cierra los ojos y mira las estrellas. Yo no te dejo, ven a mí.
Por un momento
sonrío, por un momento me late más lento mi corazón. Yo no me creía lo que me
sucedía, hasta que llegando a ella, a través de las estrellas, vi su imagen y
ello me reconfortó. Me decía que era su hijo, hasta que la imagen se transformó
y casi consigue agarrarme. No sé cuánto tiempo lloré, no sé cuántas lágrimas
cayeron como si fuese un manantial sin final, yo pensaba que era mi madre en
realidad. Solo sé lo que sé ahora, como escapé de todo aquello no sé cómo ocurrió.
Solo me veo ahora, me veo encerrado en una prisión con un compañero de celda.
Le pregunto, porque estoy encerrado y él me responde....
–
- ¿No te acuerdas?, te lo diré y
serán mis únicas palabras. “Por pirómano”, quemaste un bosque. ¿Te acuerdas?,
en él había un pequeño camping y hubo muchas muertes. Lástima que no te pasó
nada y te pilló antes la policía, si no, no estarías aquí dentro.
Me quedo blanco,
poco a poco me va volviendo la memoria y recuerdo, no me lo puedo creer. Me
siento mal, me siento sucio, intento conseguir un abrazo de mi compañero y solo
siento el rechazo.
Ahora sí, entre sollozos yo le pregunto a él y me responde…
–
- Yo soy un ladrón, dentro de poco
me soltarán y solo me llevaré el mal sabor por no poder haber podido vengar la
muerte de aquellos que dormían tranquilos, en una plácida noche de verano.
Ya despierto, se
apagan las luces, es hora de dormir y solo me queda agarrarme fuertemente a la
almohada y pedir perdón a aquellas almas que ahora me rondan y me acechan desde
el otro lado. Es hoy en día y sigo aquí dentro, entre las cuatro paredes de
hormigón. No sé por cuánto tiempo más, pero espero que sea largo el tiempo, no
quiero, no deseo salir. No podría mirar a la cara a nadie, como no sea que me
vaya lejos, lejos a vagabundear y con la lección aprendida.
Solo me queda por
escribir lo siguiente…
Yo soy el que
vagabundeo,
yo soy el que no
merezco el Sol de la mañana.
Yo soy el fuego,
yo soy el que hace
llorar.
No me des calma,
no me des gloria.
No me merezco la
vida,
no me merezco el respiro
tranquilo.
Yo me condeno a mí
mismo,
dentro y fuera,
estará mi lamento.
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