Volando tras las nubes
Rugen las guitarras eléctricas al borde del
anochecer sombrío de un largo día de verano, todo es posible, la gente, la
humanidad, la sociedad, sale de la sombra perpetua. Una cabra y un macho cabrío fornican al borde de un peñasco, el pastor a lo lejos, se los mira, mira a la
pareja y silba. Silbato que como trompeta suena y asusta a los dos animales, que
cayendo al vacío, se estampan en el
suelo de la piedra rocosa. Mueren los dos, mueren y el pastor llora, llora al
mismo tiempo que dice, “no”, llora por su mal hacer. Ha perdido no solo a dos,
sino seguramente a tres. Quién sabe del acertar del cabrito, con la cabra en
celo era todo posible. Todo perdido, solo le queda unas cuantas ovejas a las
que trasquilar, para en invierno cobrar.
Pasa el rato, y se cobija en un árbol, toma
asiento en sus raíces y ve acabar el día pasar. Todo por no ver el acto en sí,
todavía piensa en la pareja de carneros. Todo es relativo, la vida es relativa. Todo
tiene casi perdón, porque siempre queda el amargo recuerdo o el amargo rencor,
de todo aquello que se dice que se perdona.
El árbol habla, el árbol canta con voz de coro
de niños. El árbol le dice, el árbol sin música que le acompañe, solo el sonido
de unas cigarras le hacen de melodía.
“¿Te
acuerdas viejo amigo, cuando los dos éramos más jóvenes?, todo era regado por
la fina lluvia y tú correteabas alrededor mío. ¿No te acuerdas de que tú has
sido niño y también mozo? Entonces ya no
correteabas, sino te comías a besos a dulces muchachas. Saboreas tú sí, la vida
y no dejas que lo hagan los animales, todo ya no es como antes. Eres un poco
egoísta, solo el deseo carnal, a veces nos hace sentirnos vivos, vivos y
alegres.”
Levantándose enojado por lo escuchado, le da
una patada, haciéndose el mismo daño. Pero no es eso solo, sino que al andar a
la pata coja, tropieza con una de las raíces y cae con la cara al suelo. Se
abre la ceja y sangra también por la nariz, no se puede callar, no se puede
aguantar y en un ataque de cólera, enfurecido le dice…
–
---- ¿Tú quién te crees que eres?, eres
solo un viejo árbol, nada más que eso. No te puedes mover, solo ves la vida
pasar.
Se cierra la noche, no se ven las estrellas en
el cielo. Todo es cierto, es relativo. El marcha con las ovejas para abajo, se
olvida del árbol, y todavía sangrando se dirige para casa. Es verano, y aunque
es de noche cerrada, baja del monte sin temor a los lobos. Sabe que estos,
están en lo alto, donde hace más frío y no bajan como no sea por hambruna.
Sigue pensando, sigue reflexionando, sigue
divagando. Hasta que llega a casa y abre la puerta, la mujer inquieta le espera
y esta al verle las heridas se asusta y pierde los nervios.
“¿Qué te
ha pasado Rey mío, tú que eres mi hombre y mi protector, que te ha pasado que
vienes tan lastimado? Ven acércate a la luz, que te voy a curar y a sanar las
heridas. Con estas gasas y mi corazón, con todo mi cariño y mi amor, yo te beso
en ellas, para que estas sanen lo antes posible.”
Lágrimas del cielo caen de forma tímida, el
aire golpea en los cristales y se cuela por los agujeros de las paredes. No
encienden ningún fuego y solo cenan algo frío, algo de fruta y poco más. La
noche se apodera de ellos dos y consuman su amor, una y otra vez. El roce de la
piel es suave y tierno, mientras las manos ásperas del hombre, agarran y
entrelazan los dedos de su mujer con los suyos. La luz de un candil hace de
testigo y alumbra todo aquello que es privado. El amor y el deseo explosiona
como la pólvora y el éxtasis mutuo demuestra que les une algo más que un simple
cariño. Ella lo desea y él la posee, y como si fuese un ángel la trata. Todo es
luz hasta que esta se apaga, entrando con una sonrisa cómplice en el más sumido
de los sueños. En ellos, en estos seguirán unidos y amándose ciegamente y sin
verse, sin verse como no sean en el plácido sueño de una noche de agosto. El pastor está contento y por la mañana,
cuando despierta y ve entrar el Sol. Zarandea de forma suave a su esposa en el
hombro y con una sonrisa le señala el astro con el dedo.
Es temprano y se acerca a echar un vistazo a
las ovejas, las alimenta, las cuenta y ahí, ahí cambia su actitud. ¡Faltan dos!
¿Dónde estarán, andarán por el monte? Anda deprisa, corre, corre y
despidiéndose de su mujer se dirige a lo alto.
– ¡Oh,
árbol! Dime por favor, dónde están las dos que me faltan.
“No
aprendió la lección, este pastor no ha aprendido la lección y me viene ahora
con preguntas. Pregúntale, a los lobos que ayer alimentaste, ayer vi un festín,
un festín en el que solo faltó el vino, porque los lobos no dejaron ni los
huesos. Pero como soy un solo árbol, no pude avisarte. Busca, busca, que solo
encontrarás su lana. Puedes quedártela, puedes hacer algo de abrigo con ella,
porque las dos ovejas han perecido de forma salvaje. No digas que no te lo
mereces, te lo mereces por ser tan soberbio y arrogante. Te lo mereces.”
Que son puñales terrenales, sino aquellos que
nacen del odio y del rencor. Todos podemos hacerlos, todos podemos lanzarlos.
Pero solo, muy pocos corazones, son capaces de perdonar tal dolor. Serán solo
los animales o también las personas, esas anónimas personas que se ablandan y
no pueden albergar rencor más de dos minutos. Serán abrazadas, serán queridas
por una minoría, por unos cuantos que no son capaces de sentir esa falta de
amor, esa falta de cariño, que los hace especiales.
Como embajadores del amor, se regocijan en la
ignorancia de aquellos que persiguen la felicidad a través de ellos. Son
verdaderos puñales terrenales, que como rosas negras nacen toda llena de
espinas. ¡Qué más da! Todo es dolor, todo es sufrir y el pastor de las ovejas
lo sabe y su mujer se lo tolera, aunque le cuesta respetarlo. En una tarde
perdió dos carneros y dos ovejas. Solo ven lo económico, no ven el valor real
de los animales.
Los lobos se lo agradecerán siempre, menuda
noche de verano se pegaron, solo faltó el resplandor de la Luna, que tapada por
las nubes, se olvidó de ver tal cena. Una cena de lobos tras las nubes, estos
volaron mentalmente, estos comieron hasta no poder más. No hubo pelea, no hubo
regañadientes, ya que hubo para todos.
Tras las nubes, fue la noche que subió el
pastor la segunda noche, en esa en la que buscaba a las dos ovejas y no se
percató del peligro hasta tenerlo cerca. Cuatro, ni tres ni cinco, sino cuatro
parejas de ojos resplandecientes, que no levantaban poco más de medio metro del
suelo, le gruñían y le sacaban los dientes. No llevaba con qué poder defenderse
y se sentía atrapado, con la espalda pegada en el árbol de dónde se cayó.
No sabe si fueron recuerdos de su niñez o
preso por el pánico, pero en menos de diez segundos, ya estaba en lo alto. En
lo alto, viendo los saltos y aullidos de los hambrientos animales.
“No
tengas tanto miedo, son solo lobos hambrientos. Se han acostumbrado al sabor de
la sangre fresca y es lo que desean. Yo, al ser un simple árbol a mí no me
muerden. Solo serás pasto de ellos si te ven temeroso. Salta y lucha, salta de
mis ramas que son quebradizas y lucha como un hombre”
No puede, tiembla todo su cuerpo y su alma se
ruega a quién esté de su lado, para que se marchen los hambrientos animales.
Rugen, gruñen y saltan en un intento de alcanzar su presa, que no es otra que
el temeroso pastor.
– ¡Oh,
señor!, ante ti me muestro. No sé quién eres y de dónde eres, pero sé que estás
ahí, detrás de las estrellas. La Luna, burlona y consejera, me ha hablado de tu
presencia. Es triste, pero es verdad que tiemblo, ¿y quién no tiembla ante el
temor de ser devorado, quién es tan valiente que se lanza con sus propias manos
hacia el abismo de la muerte?
El árbol lo escucha, el cielo oscuro lo oye,
oye el lamento de un hombre, sí, de un simple pastor. Que tiene bien enseñadas
a sus ovejas y las guarda en el redil, para que no sean comida fácil para
aquellos que están sedientos de su sangre y hambrientos de sus carnes.
No es un rayo, no es ninguna tormenta, pero sí
una ráfaga de viento la que hace quebrar la rama. Un sonoro “no”, se escucha en
el monte. Da con el trasero en el suelo y se levanta, no sabe si por valentía o
por pura supervivencia, intenta espantar dando palmadas a los animales montaña
arriba. Lo consigue, no sabe cómo, pero lo consigue.
Suspira, respira de golpe, al ver alejarse a
los lobos. Le da unas palmadas al tronco y le sonríe. Acto que el árbol le
comenta…
“Ves
pastor, todo no es lo que parece, todo es una imagen prediseñada y estamos
predispuestos a temer a aquello que nos dicen o nos refleja miedo. No tengas
vértigo, cuando quieras puedes subirte a una de mis ramas. Charlaremos y verás,
que sí, has perdido a cuatro animales, pero has vencido a una mentira. Ahora,
corre, baja ladera abajo, que tu mujer te espera. No olvides, cuando le
expliques tu hazaña, mencionarme y que cuando quiera, si tiene calor y anda por
el monte, que me haga una visita, que yo muy cordialmente le daré sombra y
podrá descansar.”
– Gracias,
así lo haré y así se lo diré. Gracias, hoy me siento mejor, más valeroso. Creo
que estos no se acercarán por tiempo a la vera de mis ovejas, creo que ya me
temen o me tienen respeto. Gracias árbol, vendremos de visita y como hacía de
joven, abrazaré la que es ahora mi mujer.
Sale el Sol, la Luna es reacia a marcharse y
se queda en un segundo plano. Tanto uno como la otra ven como se abrazan y se
besan. Él, le cuenta la hazaña, ella, lo daba todo por perdido, ya que sin su
querido pastor, se hubiera marchado a la ciudad. Se hubiera alejado de los
montes y de los animales y siempre se hubiera acordado de él. Pero en fin, la
suerte le ha sonreído y los lobos huyeron, solo le hace una pregunta, solo una duda
le asalta y se lo hace saber…
“Querido
mío no dejes de abrazarme, quiero sentir tu cálido cuerpo y reconfortarme y
quitarme el miedo del cuerpo. Sacudirme la tristeza que se iba a apoderar de
mí, todo esto sí, todo esto si te hubiesen matado esos animales. Solo dime,
solo te hago una pregunta. ¿Cómo un simple hombre, ha conseguido ahuyentar a
esos furiosos y hambrientos lobos?”
Sonríe el pastor y la abraza más fuerte,
diciéndole al oído lo siguiente…
– Mi
mujer, mi amante y mi amiga. Todo ha sido porque han visto al mismísimo demonio
en mis ojos, por eso ha sido, por eso ha sido posible. ¿Y sabes cómo lo sé?,
porqué me he visto reflejado en las retinas de los suyos.
Ella echa una sonrisa, al mismo tiempo que ya
se tranquiliza, los dos, ahora cogidos de las manos entran en casa. Es verano y
ahora sí, sacan vino, una botella de vino, hay motivo de celebración para ellos
dos. Pero para un momento y se acuerda del árbol…
– Mujer,
coge la botella y los dos vasos, que vamos a visitar a un amigo.
Y así fue, el árbol dándoles sombra se vio
reconfortado y el pastor, con la lección aprendida, se veía más forjado, más
hecho, como si de una dura prueba se tratase, lo celebra, en compañía, en la
mejor compañía que podía tener. Hasta el atardecer, hasta que el Sol empezó a
bajar, ellos disfrutaron y rieron, apoyados en el tronco de aquel que le enseñó
algo valioso y valeroso.
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