viernes, 27 de octubre de 2017

                                                    Cuento para difuntos

Abro una carpeta descolorida y ojeo un cuento, un cuento que no es de hadas ni de princesas. Un  cuento que no es de dragones ni de cuevas que llevan a ningún abismo. Contemplo, observo los dibujos y sus colores. No son solo amarillos y azules, hay tantos, tantos que se puede traslucir un gran arco iris. Y no es porque llueva de manera fina, solo el Sol me entra por la ventana. La tengo abierta de par en par, hace un día estupendo claro de cielo azul.

Entra el aire enrarecido de la fábrica de pinturas que hay a cien metros, todo es como un ambiente psicodélico y las nubes no las ve, pero amenazan con enturbiar más el mal día de Luis. Paranoia, esa es la frase que surca por muy claro que sea el día de cielo azul…

Lágrimas y llantos, pero también un canto a la alegría. ¿A dónde habrá ido, que lado habrá elegido? Todo depende, pero el amor es incandescente y ello le lleva a esperar en  la entrada. No es ningún hotel ni hay ningún hall con botones. Pero hay una especie de sala, hay de todo, todo construido y hecho de luz, que le hace raro que se pueda hasta sentar. Alguien de blanco, que resplandece, se le acerca le dice, le pregunta “¿A quién espera? Ella le responde, “a mi esposo”. El que resplandece asienta con la cabeza y se marcha, se marcha y ella se queda mirando un reloj que cuelga de una de las imaginarias paredes. No se mueve ni el segundero ni el minutero, siempre marca las doce en punto.  Las doce, siempre marcando las doce, parece que se haya detenido el tiempo. Parece que no existe el futuro o este sea tan incierto que no sabe si correr para delante o para detrás. El segundero no se mueve y al final, un pelín de histeria le entra y pregunta a voces, “¿alguien me puede responder porque no pasa el tiempo?”. Un niño, que corretea por la sala, le dice y le responde con una pregunta, “¿cuántos años me echas a mí?”. La mujer se queda asombrada y le dice lo que cree, “nueve o diez”. El niño, se da la vuelta para soltar una risa y vuelve a mirarla y decirle, “tengo 48 años señora”. La mujer se queda ahora perpleja, no sabe que decir y el niño se va corriendo sin despedirse. Como saber, como acertar como pasa el tiempo, es una gran incógnita.

Luis, asomado a la ventana, echa la espalda hacia la pequeña baranda y saca la cabeza para que le resbale el aire y poder respirar. No llora solo apuntilla, como si quisiese comunicarse con ella, corre al cajón del mueble del comedor y con foto en mano, enciende una vela de color blanco, blanco todo blanco. La cera resbala del calor de la llama…

La música me acompaña y siento o presiento, como a un ángel caído del cielo.  Noto una presión en el hombro, siento como si alguien me apretara de manera amigable con la mano. Giro la cabeza y no veo a nadie, respiro y ahí sí, ahí siento cierto olor que me hace volar y despegar como un cohete.  Huele, huelo a aquel olor que impregnaba mi casa cuando vivía mi mujer.

Envuelto en su mundo particular, el olor de la pintura le enloquece. Música  a todo gas, música alta para elevar cierto espíritu e intentar acercar a aquella que ama. Sumido en la tristeza, al ver que no consigue su objetivo…

Cuchillo en mano, se dirige al lavabo y abre el grifo del agua caliente, no tiene fuerzas y por dentro de sí, se dice, “cobarde”. Hay que ser muy valiente o muy  cobarde para actuar de esta forma, la desesperación le acompaña, la frustración es su sombra. Pasea por el pasillo y es uno de sus hijos “Manuel” el que da la voz de alarma y se lo llevan al hospital. Maldita depresión, a lo que puede llevar. Maldita depresión, te puede dejar encerrado en un hospital.

Piensa, reacciona cuando se aleja de la fábrica, reacciona y estalla en un shock nervioso. Tanto que hace volver a la ambulancia, vuelve a casa y retoma su particular mundo, con la ayuda del aire que entra por la ventana…

Los cuentos han quedado atrás, mis hijos son ya mayores, pero todavía no me han traído nietos. Cuánto echo de menos a esa señora, esa dulce dama que por las mañanas me despertaba con una sonrisa sincera, cuánto echo de menos a esa mujer que me la ha arrebatado el destino.

Gira y gira la llave de la puerta de su propia casa, da vueltas y vueltas, alrededor de la mesa redonda de su propia casa. Cuenta las sillas, ahora ya vacías. Le viene a la memoria, cuantas veces, cuantas voces y cuantas reprimendas ha tenido que dar a la hora punta, que no era otra que la de la comida. Ahora solo, le sobran y cierra hasta habitaciones, para no dejar pasar la melancolía y la nostalgia.

Ella era el molde perfecto, ella era su complemento y todo ello no se olvida en unos meses, ni tampoco en años, pero tendrá que conformarse con escuchar la música que bailaban y la canción, esa canción que les unía en un abrazo…

Maldito destino, destino cruel. ¿Porqué  tuvo que hacer aquella maniobra aquel camión, porqué estaba ella detrás con el carrito de la compra? Nada, absolutamente nada podrá sustituirla ni siquiera acercarse a mi corazón, porque este es suyo, le pertenece a ella. Sé, que si puede escucharme desde el otro lado, me esperará para cruzar juntos el umbral de la Luz y permanecer juntos, juntos y unidos por toda la eternidad.

Como en una pista de patinaje resbala y se cae al suelo, no se levanta no por el daño o por el desconsuelo. Si no que alza la mano y no le ayuda ella, sí ella, “Eva”, Eva de sus amores y se queda tumbado boca abajo, con los brazos en cruz…

Me siento como una canoa río abajo, ¿llegaré a despeñarme, llegaré a volcar y a ahogarme? No lo sé, solo sé que soy un río de lágrimas saladas. Pasearé por el pasillo de las paredes blancas, con rejas en las ventanas. Tómate esta pastillita, es la de la felicidad, quita la depresión. Él se ríe y le dice, y a mi mujer, ¿quién me la devuelve?, me gustaría estrecharla entre mis brazos y amarla toda la noche. ¿Sabes lo que es eso?, si lo sabes es porque estás vivo, si no serás simplemente uno más de ese montón, que se pierde el verdadero sentido del amor.

Solo aquellos que llevan “tiempo”, saben cómo realmente corre, como realmente pasa si no existe ni los días ni el óxido de un cuerpo del cuál ya se han despojado. A saber cómo contaba los años el niño y a saber si había dicho la verdad. Ella se desespera, no se esperaba este tránsito y se levanta del asiento, pero no sabe hacia dónde ir. No hay pasillos, no hay puertas, no hay camino por el cuál andar, solo el esperar de un trance inoportuno.

Tiempo, Luis solo espera que se oxide su cuerpo y pueda reunirse con Eva, “ven, ven conmigo”, piensa que escucha. Voces que salen desde las mismísimas paredes, hace un movimiento, un efecto de su propia locura y acerca el oído a una de estas. “¿Dónde estás? Yo estoy aquí, te espero. Por los años de los años, yo te espero”.

Rompe en lágrimas, pero son llantos de alegría, “me quiere, dice que me quiere”. ¿Solo son voces, por lo aturdido del momento o es cierto?  Quién lo sabe, a saber. No tira nada del armario, guarda tanto las chaquetas, como las faldas, toda la ropa en sí. No quiere despojar de nada, cuando quiera estar cerca, con coger una prenda y acercársela a la nariz, le vendrá el recuerdo de ella. ¿Se volverá loco? No se sabe, no sería el primero ni el último, todo son recuerdos.

Ella, para él siempre será “Eva”, Eva su mujer, su alma gemela. Qué sería de aquellos que no saben lo que se siente, que será de aquellos que no encuentren su alma gemela. Vagarán por la vida, hasta que esta se consuman como un cigarrillo. No conocerán el verdadero amor ni sentirán el sincero abrazo de los que son amados de verdad.

Necesita tiempo, quizás todo el resto de su vida, para comprender lo que hacía ese camión en el mercado a unas horas que no debía de ser.

Todo puede cambiar en un segundo, una milésima, una chispa de algún encendedor, que prende la mecha de la pena y el discernimiento. Qué será de él, Manuel su hijo, no quiere dejarlo toda la vida.
Manuel, uno de sus hijos, el tercero y menor de todos, es el que está más cercano a él. Al estar soltero, pretende llevárselo consigo, pero se siente a gusto en su propia casa. Blanco, todo blanco, como la luz propia incandescente de una alma buena y generosa. Así era su mujer, “maldito camión”.

“ANGUSTIA” es lo que siente en su corazón. “TORMENTO” es lo que siente es su conciencia diaria. Nada le puede hacer esperar más tiempo, desea hablar con su marido. El reloj sigue marcando las doce en punto, no puede cogerlo, está muy alto. Tan alto que nadie es capaz de alcanzarlo, es una sala sin techo, solo se ve el cielo azul con una potente luz que deslumbra al mirar para arriba. Solo desea,  que pase rápidas las horas. “EGOISTA” o se compadece y se siente mal por el simple hecho, de haberse marchado ella primera.

Sale él a pasear, “colocado” por el olor a disolvente y a pintura, sale a caminar…

No piensa en denuncias ni en juicios, solo piensa y desea que el conductor le pese siempre en la conciencia y no pueda conducir en el resto de su vida. Que le caiga cualquier maldición, que le lleve a no olvidar por los jamás de los jamases tal accidente. Al mismo tiempo, con un soplido en el corazón, le da el perdón. Le perdona tal descuido, pero se ve ahora tan solo, que le inunda la soledad y ello le lleva a pensar, en porqué no  acabó su trabajo con el cuchillo. Nunca se sabrá, solo piensa ahora en dormir.

He perdido la fe, he perdido todo aquello que me hacía sentir ser un hombre de principios. He perdido la fe, he luchado pero he perdido. Ya no hay nada que me haga sentirme vivo, no sé el porqué seguir andando, porqué seguir deambulando por la avenida si esta es como mi pesadilla, no tiene fin. Yo antes con una simple mirada de ella, era todo para mí feliz.

Para gustos los colores, puedes verlos blancos, azules. Puedes verlos marrones o rosas o simplemente como lo veo yo, todo negro. Que puede hacerme feliz, si no tengo a mi lado a quien más quería. Si por mí fuera hacía un pacto con el mismísimo diablo. Qué más da, lo nuestro es verdadero. Nadie puede cambiarlo, solo el que fue rebelde en su causa, puede ayudarme en tal fin.

Como un susurro en la noche, se cuela. Como un pájaro negro entra, formando en el techo un murciélago. Le entra en los sueños, le entra en su alma en forma de su mujer y con la voz baja le dice…

–          Amado mío, yo te quiero, ven conmigo, acércate y te mostraré lo que es el otro lado.

Tan libre y sorprendido se siente que le coge de la mano y empiezan a andar juntos. Manantiales, ríos en cascada, con todo lleno de color verde de primavera, con un cielo completamente azul donde despunta el Sol.

–          Sube, sube por esta ladera, que te voy a enseñar la verdad absoluta.

Se encoge en sus sueños y se retuerce formando una posición fetal, se mete hasta el dedo en la boca. Le vienen los recuerdos de su niñez, sus errores de juventud y el acierto de haberla conocido a ella. Llora, llora en sueños y se le para también el tiempo. Entonces y solo entonces se presenta tal como es, un ángel caído del cielo. Sorprendido casi se cae de la cama, perplejo le pregunta que hace…

–          Tú me has llamado y yo me he presentado. No quiero tu alma, eso son habladurías y falsos rumores y falsas leyendas. Yo no quiero tu alma, solo quiero decirte que ella te espera. ¿Quieres verla, quieres tener contacto con ella?

Ahora sí despierta y enciende la luz de la habitación y ahí está, un murciélago formando círculos, él sonríe y le dice…

–          Claro que quiero tener contacto con mi mujer, la amo.

El murciélago no deja de dar vueltas alrededor de la bombilla, hasta que consigue que esta estalle. Entonces y solo entonces ve una silueta, algo que es blanquecino y que resplandece. Nervioso y con la voz entrecortada dice su nombre, “Eva, Eva te sigo amando”.

Tal es el encuentro, tal es la pasión, que el diablo se hace a un lado y ahora sí, en forma humana se aleja en el horizonte. Solo quedan ellos dos, no cruzan el umbral y solo ellos dos se marchan a la negritud del Universo. Hoy en día, todavía me pregunto si habrán formado alguna estrella brillante y si por la noche se les puede ver.


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