Cuento para difuntos
Abro una carpeta descolorida y ojeo un cuento,
un cuento que no es de hadas ni de princesas. Un cuento que no es de dragones ni de cuevas que
llevan a ningún abismo. Contemplo, observo los dibujos y sus colores. No son
solo amarillos y azules, hay tantos, tantos que se puede traslucir un gran arco
iris. Y no es porque llueva de manera fina, solo el Sol me entra por la
ventana. La tengo abierta de par en par, hace un día estupendo claro de cielo
azul.
Entra el
aire enrarecido de la fábrica de pinturas que hay a cien metros, todo es como
un ambiente psicodélico y las nubes no las ve, pero amenazan con enturbiar más
el mal día de Luis. Paranoia, esa es la frase que surca por muy claro que sea
el día de cielo azul…
Lágrimas y llantos, pero también un canto a la
alegría. ¿A dónde habrá ido, que lado habrá elegido? Todo depende, pero el amor
es incandescente y ello le lleva a esperar en la entrada. No es ningún hotel ni hay ningún
hall con botones. Pero hay una especie de sala, hay de todo, todo construido y
hecho de luz, que le hace raro que se pueda hasta sentar. Alguien de blanco,
que resplandece, se le acerca le dice, le pregunta “¿A quién espera? Ella le
responde, “a mi esposo”. El que
resplandece asienta con la cabeza y se marcha, se marcha y ella se queda
mirando un reloj que cuelga de una de las imaginarias paredes. No se mueve ni
el segundero ni el minutero, siempre marca las doce en punto. Las doce, siempre marcando las doce, parece
que se haya detenido el tiempo. Parece que no existe el futuro o este sea tan
incierto que no sabe si correr para delante o para detrás. El segundero no se
mueve y al final, un pelín de histeria le entra y pregunta a voces, “¿alguien me puede responder porque no pasa
el tiempo?”. Un niño, que corretea por la sala, le dice y le responde con
una pregunta, “¿cuántos años me echas a
mí?”. La mujer se queda asombrada y le dice lo que cree, “nueve o diez”. El niño, se da la vuelta
para soltar una risa y vuelve a mirarla y decirle, “tengo 48 años señora”. La mujer se queda ahora perpleja, no sabe
que decir y el niño se va corriendo sin despedirse. Como saber, como acertar
como pasa el tiempo, es una gran incógnita.
Luis,
asomado a la ventana, echa la espalda hacia la pequeña baranda y saca la cabeza
para que le resbale el aire y poder respirar. No llora solo apuntilla, como si
quisiese comunicarse con ella, corre al cajón del mueble del comedor y con foto
en mano, enciende una vela de color blanco, blanco todo blanco. La cera resbala
del calor de la llama…
La música me acompaña y siento o presiento,
como a un ángel caído del cielo. Noto
una presión en el hombro, siento como si alguien me apretara de manera amigable
con la mano. Giro la cabeza y no veo a nadie, respiro y ahí sí, ahí siento
cierto olor que me hace volar y despegar como un cohete. Huele, huelo a aquel olor que impregnaba mi
casa cuando vivía mi mujer.
Envuelto
en su mundo particular, el olor de la pintura le enloquece. Música a todo gas, música alta para elevar cierto
espíritu e intentar acercar a aquella que ama. Sumido en la tristeza, al ver
que no consigue su objetivo…
Cuchillo en mano, se dirige al lavabo y abre
el grifo del agua caliente, no tiene fuerzas y por dentro de sí, se dice, “cobarde”. Hay que ser muy valiente o
muy cobarde para actuar de esta forma,
la desesperación le acompaña, la frustración es su sombra. Pasea por el pasillo
y es uno de sus hijos “Manuel” el que da la voz de alarma y se lo llevan al
hospital. Maldita depresión, a lo que puede llevar. Maldita depresión, te puede
dejar encerrado en un hospital.
Piensa,
reacciona cuando se aleja de la fábrica, reacciona y estalla en un shock
nervioso. Tanto que hace volver a la ambulancia, vuelve a casa y retoma su
particular mundo, con la ayuda del aire que entra por la ventana…
Los cuentos han quedado atrás, mis hijos son ya
mayores, pero todavía no me han traído nietos. Cuánto echo de menos a esa
señora, esa dulce dama que por las mañanas me despertaba con una sonrisa
sincera, cuánto echo de menos a esa mujer que me la ha arrebatado el destino.
Gira y gira la llave de la puerta de su propia
casa, da vueltas y vueltas, alrededor de la mesa redonda de su propia casa.
Cuenta las sillas, ahora ya vacías. Le viene a la memoria, cuantas veces,
cuantas voces y cuantas reprimendas ha tenido que dar a la hora punta, que no
era otra que la de la comida. Ahora solo, le sobran y cierra hasta
habitaciones, para no dejar pasar la melancolía y la nostalgia.
Ella era
el molde perfecto, ella era su complemento y todo ello no se olvida en unos
meses, ni tampoco en años, pero tendrá que conformarse con escuchar la música
que bailaban y la canción, esa canción que les unía en un abrazo…
Maldito destino, destino cruel. ¿Porqué tuvo que hacer aquella maniobra aquel camión,
porqué estaba ella detrás con el carrito de la compra? Nada, absolutamente nada
podrá sustituirla ni siquiera acercarse a mi corazón, porque este es suyo, le
pertenece a ella. Sé, que si puede escucharme desde el otro lado, me esperará
para cruzar juntos el umbral de la Luz y permanecer juntos, juntos y unidos por
toda la eternidad.
Como en
una pista de patinaje resbala y se cae al suelo, no se levanta no por el daño o
por el desconsuelo. Si no que alza la mano y no le ayuda ella, sí ella, “Eva”,
Eva de sus amores y se queda tumbado boca abajo, con los brazos en cruz…
Me siento como una canoa río abajo, ¿llegaré a
despeñarme, llegaré a volcar y a ahogarme? No lo sé, solo sé que soy un río de
lágrimas saladas. Pasearé por el pasillo de las paredes blancas, con rejas en
las ventanas. Tómate esta pastillita, es
la de la felicidad, quita la depresión. Él se ríe y le dice, y a mi mujer, ¿quién me la devuelve?, me
gustaría estrecharla entre mis brazos y amarla toda la noche. ¿Sabes lo que es
eso?, si lo sabes es porque estás vivo, si no serás simplemente uno más de ese
montón, que se pierde el verdadero sentido del amor.
Solo aquellos que llevan “tiempo”, saben cómo
realmente corre, como realmente pasa si no existe ni los días ni el óxido de un
cuerpo del cuál ya se han despojado. A saber cómo contaba los años el niño y a
saber si había dicho la verdad. Ella se desespera, no se esperaba este tránsito
y se levanta del asiento, pero no sabe hacia dónde ir. No hay pasillos, no hay
puertas, no hay camino por el cuál andar, solo el esperar de un trance
inoportuno.
Tiempo, Luis solo espera que se oxide su
cuerpo y pueda reunirse con Eva, “ven,
ven conmigo”, piensa que escucha. Voces que salen desde las mismísimas
paredes, hace un movimiento, un efecto de su propia locura y acerca el oído a
una de estas. “¿Dónde estás? Yo estoy
aquí, te espero. Por los años de los años, yo te espero”.
Rompe en lágrimas, pero son llantos de
alegría, “me quiere, dice que me quiere”. ¿Solo son voces, por lo aturdido del
momento o es cierto? Quién lo sabe, a
saber. No tira nada del armario, guarda tanto las chaquetas, como las faldas,
toda la ropa en sí. No quiere despojar de nada, cuando quiera estar cerca, con
coger una prenda y acercársela a la nariz, le vendrá el recuerdo de ella. ¿Se
volverá loco? No se sabe, no sería el primero ni el último, todo son recuerdos.
Ella, para él siempre será “Eva”, Eva su
mujer, su alma gemela. Qué sería de aquellos que no saben lo que se siente, que
será de aquellos que no encuentren su alma gemela. Vagarán por la vida, hasta
que esta se consuman como un cigarrillo. No conocerán el verdadero amor ni
sentirán el sincero abrazo de los que son amados de verdad.
Necesita
tiempo, quizás todo el resto de su vida, para comprender lo que hacía ese
camión en el mercado a unas horas que no debía de ser.
Todo puede cambiar en un segundo, una
milésima, una chispa de algún encendedor, que prende la mecha de la pena y el
discernimiento. Qué será de él, Manuel su hijo, no quiere dejarlo toda la vida.
Manuel, uno de sus hijos, el tercero y menor
de todos, es el que está más cercano a él. Al estar soltero, pretende
llevárselo consigo, pero se siente a gusto en su propia casa. Blanco, todo
blanco, como la luz propia incandescente de una alma buena y generosa. Así era
su mujer, “maldito camión”.
“ANGUSTIA” es lo que siente en su corazón.
“TORMENTO” es lo que siente es su conciencia diaria. Nada le puede hacer
esperar más tiempo, desea hablar con su marido. El reloj sigue marcando las
doce en punto, no puede cogerlo, está muy alto. Tan alto que nadie es capaz de
alcanzarlo, es una sala sin techo, solo se ve el cielo azul con una potente luz
que deslumbra al mirar para arriba. Solo desea,
que pase rápidas las horas. “EGOISTA” o se compadece y se siente mal por
el simple hecho, de haberse marchado ella primera.
Sale él a
pasear, “colocado” por el olor a disolvente y a pintura, sale a caminar…
No piensa en denuncias ni en juicios, solo
piensa y desea que el conductor le pese siempre en la conciencia y no pueda
conducir en el resto de su vida. Que le caiga cualquier maldición, que le lleve
a no olvidar por los jamás de los jamases tal accidente. Al mismo tiempo, con un
soplido en el corazón, le da el perdón. Le perdona tal descuido, pero se ve
ahora tan solo, que le inunda la soledad y ello le lleva a pensar, en porqué
no acabó su trabajo con el cuchillo.
Nunca se sabrá, solo piensa ahora en dormir.
He perdido la fe, he perdido todo aquello que
me hacía sentir ser un hombre de principios. He perdido la fe, he luchado pero
he perdido. Ya no hay nada que me haga sentirme vivo, no sé el porqué seguir
andando, porqué seguir deambulando por la avenida si esta es como mi pesadilla,
no tiene fin. Yo antes con una simple mirada de ella, era todo para mí feliz.
Para gustos los colores, puedes verlos
blancos, azules. Puedes verlos marrones o rosas o simplemente como lo veo yo,
todo negro. Que puede hacerme feliz, si no tengo a mi lado a quien más quería.
Si por mí fuera hacía un pacto con el mismísimo diablo. Qué más da, lo nuestro
es verdadero. Nadie puede cambiarlo, solo el que fue rebelde en su causa, puede
ayudarme en tal fin.
Como un susurro en la noche, se cuela. Como un
pájaro negro entra, formando en el techo un murciélago. Le entra en los sueños,
le entra en su alma en forma de su mujer y con la voz baja le dice…
– Amado
mío, yo te quiero, ven conmigo, acércate y te mostraré lo que es el otro lado.
Tan libre y sorprendido se siente que le coge
de la mano y empiezan a andar juntos. Manantiales, ríos en cascada, con todo
lleno de color verde de primavera, con un cielo completamente azul donde
despunta el Sol.
– Sube,
sube por esta ladera, que te voy a enseñar la verdad absoluta.
Se encoge en sus sueños y se retuerce formando
una posición fetal, se mete hasta el dedo en la boca. Le vienen los recuerdos
de su niñez, sus errores de juventud y el acierto de haberla conocido a ella.
Llora, llora en sueños y se le para también el tiempo. Entonces y solo entonces
se presenta tal como es, un ángel caído del cielo. Sorprendido casi se cae de
la cama, perplejo le pregunta que hace…
– Tú
me has llamado y yo me he presentado. No quiero tu alma, eso son habladurías y
falsos rumores y falsas leyendas. Yo no quiero tu alma, solo quiero decirte que
ella te espera. ¿Quieres verla, quieres tener contacto con ella?
Ahora sí despierta y enciende la luz de la
habitación y ahí está, un murciélago formando círculos, él sonríe y le dice…
– Claro
que quiero tener contacto con mi mujer, la amo.
El murciélago no deja de dar vueltas alrededor
de la bombilla, hasta que consigue que esta estalle. Entonces y solo entonces
ve una silueta, algo que es blanquecino y que resplandece. Nervioso y con la
voz entrecortada dice su nombre, “Eva, Eva te sigo amando”.
Tal es el encuentro, tal es la pasión, que el
diablo se hace a un lado y ahora sí, en forma humana se aleja en el horizonte.
Solo quedan ellos dos, no cruzan el umbral y solo ellos dos se marchan a la
negritud del Universo. Hoy en día, todavía me pregunto si habrán formado alguna
estrella brillante y si por la noche se les puede ver.
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