sábado, 7 de octubre de 2017

                                               Mares infernales.

Como un poder supremo me impregna, como si fuese una estrella de rock me siento y en algo totalmente desconocido me adentro, en el cielo de la oscuridad del Universo. Alumbro la noche con los faros de mi Ford, doy voz, doy lumbre a aquel que se desvía y lo enderezo, haciéndole seguir el camino de la perdición. Cuál será mi nombre, cuál será mi poder, ¡ese sí!, el de encarcelar y hacer enloquecer por medio del alcohol.

Éxtasis de placer vivo, éxtasis me entra por la nariz y con ello, enloquezco. A 80 kilómetros por hora va mi coche, más rápido va mi cabeza y mi corazón. No soy dueño de él y mi mente está enturbiada por la bebida ajena, que me hace creer que soy un superhéroe. Solo me falta volar, aunque el cerebro parezca que ya lo haga, al no tener los pies en la tierra. No me acuerdo de ninguna chica y de ningún amor. Todo son drogas y alcohol, las mujeres quedan un poco apartadas. Sin fin veo la noche, sin fin veo algo que comienza y que creo que juego con ventaja. Todo empezó en una habitación de hotel, en cierto pueblo cercano.

Ella, por decir de alguna manera, se pensaba que me tenía atado. Solo he necesitado un par de copas, para abrir los ojos. Para abrirme de par en par y dejar las cosas atrás. Conduzco, conduzco toda la noche triste, pero fuerte y ebrio. Conduzco despacio haciendo zigzag, pero conduzco llegando a dónde quiero. Esta noche es la mía, tengo tiempo hasta el amanecer, hasta que el Sol me diga que todo solo ha sido un sueño, un sueño muy real. Se acabaron los días rutinarios trabajando en una fábrica del metal, se acabaron las noches en vela o intentando hacer feliz a ella, sí a ella. Ahora veo chicas, todo de chicas guapas que me saludan desde el arcén, me bailan y me sonríen.  ¿Es todo un sueño o es real?, o  es el efecto alucinante de las dos copas que me he ganado esta noche como un campeón.

–          Quiero una mujer. Dice para él.

¿Para qué? Me salgo de una, para querer tener a otra. Es el simple deseo sexual de poseer y desfogarme, necesito liberarme. Estoy convencido de ello y conduzco, las manos juntas en el volante, aprieto muy poco el acelerador, voy despacio. No hay nadie, no circula ningún coche. Me incorporo a la avenida de la ciudad, solo destellan las luces de las farolas. No hay sonido, solo el mutis y un silencio atroz, destrozado por la música estridente de la música de mi auto. Solo el alcohol se hace sentir en mi cerebro, me siento relajado, me siento con la misma calma que hay después de una fuerte tormenta.

Siente algo, como una sorpresa de bienvenida aparece, como algo que es increíble se acerca. Aparca al lado de la acera, aparca despacio. Solo ve chicas con buen cuerpo en la puerta de cierto local, solo ve como sirenas en el mar, que le cantan al oído.
       
       -        Dame un abrazo, muéstrame tu cartera y únete a nosotros. Le dice alguien decir ser su amiga.  Te llevaremos por el camino de la discordia y la desesperanza. Porque es así, tu destino está escrito y este, este es el estar con nosotros.

Como si volase en una alfombra mágica, se va adentrando en el mundo oculto de la noche. Todo es tenue, toda luz es casi inexistente, solo luces alógenas bordean por el techo la barra del local. Mira al frente, se siente por una vez importante y aceptado en un grupo.
      
               -             Hola señor, que va a ser. Le preguntan.

Sin levantar ahora la mirada, sin hacer el más mínimo gesto, le responde…
       
        -        Una copa de cerveza bien fría, por favor.

El camarero y dueño del local, le sirve sin más preguntas. La cerveza está casi helada, rebosa y su espuma le mancha los labios. Se limpia con los dedos y echa un vistazo al foro. No hay mucho que ver, hombres, solo hombres. ¿Dónde están aquellas chicas de la entrada?, a lo primero se pone nervioso pero se relaja, se la bebe de un largo trago y se pide otra. La sangre le empieza a burbujear y el cerebro está a la expectativa. Ya van dos, ahora en vez de mirar, escucha, escucha la música de fondo. La televisión no es de su interés y además está sin voz. Solo unas guitarras y cierto cantante, resuenan por el local.

Me hacen deambular por el pasillo, tropiezo con los laterales de la pared. Blanco es el color de la pintura, blanco, blanco como el color de mi rostro. Corro, corro hacia el lavabo, sin darme cuenta  vomito. Este es el resultado de una noche de juerga, una noche, ¿qué noche?, si en verdad no me acuerdo de nada. Solo, solo soy un hombre sin futuro que arrojo cualquier tipo de esperanza al tirar de la cadena. Hasta que no paro, los retortijones en el estómago y los golpes en el hígado son constantes. Hasta que llega un parón, un momento de paz, un instante de alivio y me asiento en el suelo. Apoyo las manos en los  azulejos y me quedo mirando fijamente la única bombilla que da luz. Sí, esas son las únicas que hacen de testigo y hacen de juez al mismo tiempo.

Navegando en un vaso de cerveza, ahogado en un pozo de tristeza, se encuentra.

“¿Cómo es posible?”, se pregunta. “Yo sentado en un taburete de la barra de un bar”, se siente tan solo. Pasan los minutos, pasa un tiempo de silencio en el que parece que no corra el tiempo. Uno de los presentes, parece que le escucha y le pregunta, “¿porqué?”.

Se le queda mirando y le dice en voz baja sin mirarle…
       
         -            No lo sé, no se sabe. Pero todo esto no es cosa de un día, llevo tiempo labrándome este futuro. Un futuro incierto, lleno de sonrisas y jolgorio.

Se retira del hombre, y pagando las dos cervezas sale del local. Pasea por las callejuelas de cierta ciudad, no tiene miedo a que le roben, no tiene nada. Solo algo de suelto, de calderilla para tomar la “penúltima”. Como si le subiese la fiebre a 40 grados, empieza a delirar y piensa o cree que alguien le comenta.

Como un fantasma en la noche, me acerco sigilosamente. Me uno a ti como una sombra que forma parte de tu propio Ser.  Que será de aquello que temerás y no te hará sentirte capaz de salir de la penumbra y ver el Sol. Todo lo trabajado, todo lo ganado honradamente, se te va por la garganta y lo orinas o lo vomitas. Expulsas tu propia dignidad y no te fijas en el hombre que se refleja en el espejo del lavabo. Huye si puedes, escapa de tu destino.  ¿No querrás tirar por tierra todo lo andado?, todo lo hecho para que seas un hombre maltrecho sin destino. Tu cobijo es el alcohol, tu relación con la vida se traduce en aquello que te tienta y te somete de alguna manera, que no te das ni cuenta. Piensa para él, sin miedo ahora que le escuchen, grita a los cuatro vientos. “Solo sí, me encuentro con mis amigos, hablo con conocidos. Pero al llegar a casa, cierro la puerta, no siento ni el sonido del aire, solo el burbujeo del alcohol en mi sangre que llega a mi cerebro”.

Vuelve a entrar al mismo local y vuelve a sentarse en el mismo taburete, aquel que parece llevar escrito su nombre.
    
          -                           ¡Otra, por favor!

La tercera y nunca mejor dicho, “en discordia”. El dueño es ahora el que mira al foro y les guiña un ojo esbozando una sonrisa. Entra en conversaciones que ni le van ni le vienen. Malas miradas de algunos de los clientes y malos gestos de su parte le llevan a dejarla a medias y a pagar, marchándose por no querer perder.

Ya estás dentro y no escaparás, ya no hay vuelta atrás. Yo soy como soy y si no me conoces, ya tendrás tiempo, toda la eternidad. Eso o a saber, quien es el valiente que me contradice. Solo una moneda, una cara y una cruz. Un símbolo de poder buscabas, pues búscalo. Lejos te mandaré, pero siempre me pertenecerás, por siempre de los siempre.

Anda despacio, camina por el sendero de la muerte. Sí, de la muerte en vida. “Todo, lo daría todo por una cerveza”. No hay chicas, no hay mujeres en su vida, que le lleven a saborear la vida de verdad. Su única amante es la bebida, esa que día tras día, le saluda, le hace muecas y le guiña un ojo si hace falta, para que pierda el control y la razón.

¡Otro bar! Se encuentra solo en otro local, ¿o es el mismo?, no hay amigos y no hay conocidos. Es todo nuevo por explorar, no tiene freno, no tiene mesura y entra.
       
       -            ¡Hola vieja amiga! Tú sí que eres leal y fiel. Tú que eres efervescente y llena de malta, eres  rica en paladar, pero a mí me dejas pobre de alma y de bolsillo.

Conducirás y mirarás a tu alrededor, ahora mira, que verás la realidad. Mira al frente y verás  todo aquello que no dejas de ver en años, siempre, siempre igual. Te querrán una eternidad, te querrán hasta verte ahogado en tus propios lamentos o en tu propia muerte. No hay mente que despierte y no recuerde, no recuerde y te quede algo en la memoria. Como un fantasma en la noche, se acercará cada tarde, para recordarte donde tienes una visita o quizás más.

Alguien se le acerca, ¿será el dueño o un cliente?
        
      -            Toma un sorbo de este licor, está delicioso. Tómalo, no me hagas un feo, que soy tu amigo.

Lo bebe y le da un sabor dulce, un sabor que hace que  le entre solo aquello que es de color blanco. No es la cerveza que bebe él, pero le gusta y le dice “está bueno, ¿qué es?”. No le responde, solo le sonríe y le sirve más. Llega un momento de relax, que no se fija, no se da cuenta, está tan absorto en su propia fiesta que no echa de menos nada. Ni siquiera su propia alma, llega a un extremo que cuando abre los ojos, mira al frente, ya no ve al camarero, solo el muro de un callejón.

Aquí no sale el Sol, todo es siempre igual, en penumbra, en penumbra pero sin quebrantar la Ley. No la de la sociedad, si no la nuestra, aquella que es viva dentro de nosotros y se nutre, se nutre de… “jajajajaja”

No sabe dónde está, mira y remira, pero no tiene placa la calle. Camina como puede, no sabe si ha sido real o no. No sabe si volverá a dormir tranquilo, solo sabe a dónde no volverá.

En medio de mi propia locura, echo freno y digo que  “no”. La música es la culpable, la música es la que me lanza y no yo. ¿Cómo voy a ser yo?, un hombre honesto y trabajador. ¿Dónde está mi coche, dónde he aparcado?, ni me acuerdo. No pasa nada, es domingo ya. Ando por la avenida intentando verlo, camino sin casi poder mantenerme casi en pie y reconozco, dentro de mi propia cabezonería, que he echado al traste una buena noche. Me encuentro solo, solo, sin amistades. Aquellos que decían ser mis amigos, se diluyeron como la cerveza por mi garganta y después vomitaron cosas sobre mi persona, dejándome sin cartera y sin dinero. Me fijo en el detalle, busco el coche, pero tampoco tengo las llaves. Me llevo las manos a la cabeza y no sé qué hacer. Corre, corre, le dan las diez de la mañana y en una de las bocacalles, ve una tienda abierta. Le pide, le ruega que llame a la policía. El dependiente, a lo primero se niega y quiere echarle, incluso le empuja. Pero después de un poco de insistencia accede y se presenta un coche patrulla. Lo escuchan, le ven en tal mal estado que no saben si hacerle caso o dejarle ir. Les explica, les relata lo sucedido y le ayudan. Sí, le ayudan y hacen posible su retorno, volver a casa es su intención.

Tarda más de dos horas, entre tomar nota en la comisaria y volver. Vuelve al hogar, vuelve y cuando entra, cuando abre la puerta y mira, se desata en una locura. Todo revuelto, todos los cajones de los muebles por el suelo. Todo, todo le falta.

No sabe llorar, no sabe gritar ni silbar. No tiene teléfono y se lo pide a un vecino y llama…


–          Policía dígame.

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