El
carrito de los deseos
Voy por el supermercado de los deseos, tiro de mi carrito
aún vacío. No tengo apenas meses de vida y como todos, empiezo a gatear y como
un gato me encaramo en lo más alto de los estantes, para conseguir agarrar mi
primer deseo. Aquel que no puede ser otro que la muñeca de mis delicias. Se me
parece mucho y llego a pensar si es hermana mía. Pero sé que eso no puede ser,
mi madre es muy joven y yo soy la primera que ha traído al mundo.
Ahora, miro para abajo, estoy en lo más alto y me pasa como
a muchos gatos y ahora no sé bajar. Me siento como sentada temblándome las
piernas, en las ramas de un árbol. Rompo en un llanto y mi salvadora me rescata
y me baja, pero sin muñeca. Sin costarle mucho, solo ha tenido que alzar los
brazos y agarrarme con las manos, dándome un gran beso. Sin olvidar una
regañina, pero no pasa de ahí. No quiero volver a llorar y entiendo o empiezo a
entender. Que quién quiere algo, tiene que ser valiente hasta el final y no
llorar y esperar que te solucionen lo problemas cotidianos. Sigo gateando, con mi carrito vacío. Pero no me importa,
miro al mi alrededor y ahí está, mi mamá. Aquella mujer, que verdaderamente me
quiere y que sería capaz de hacer o deshacer cualquier cosa, si fuere
necesario. Seguimos el paseo, no hay mucho de interés. Al menos para mí, será
por cosa de mi niñez. Solo veo a veces, quien coge vientos y nubes. Yo me alejo
porque si no me va a hacer falta un
chubasquero. Y es que a algunos, les gusta ver como llueven lágrimas desde el
cielo. Ahí me gustaría llegar con mi mano, tocarlo y saber que existe de verdad
y que no es solo un sueño. Miro y veo, otra vez la misma muñeca, pero esta vez
está más a mano. No me tengo que subir a ningún lado ni escalar ninguna
montaña. Pero ¡Ay! Mi sorpresa es que habla, parece que es de más edad y ya habla y corre. Quiero seguirla, para
poder meterla en mi carrito. Pero se me escapa, es demasiado rápida y veloz. Me
aguanto las lágrimas y doy las gracias por haber nacido. Nacido y saber, que el
reloj de mi vida, acaba de ponerse en marcha y que tiene mucha cuerda por
recorrer.
Choco con otro carrito y veo solo pañales y chupetes, pero
todo eso lo quiero dejar atrás. Lleva el carro lleno de todo ello, pero nada de
eso me interesa. Yo creo que ya es hora de desear algo de verdad, algo que me llene y que no me traiga
recuerdos pasados. Prefiero llevarlo vacío e ir a mi aire, a mi aire aunque
todavía dependa de mi mami. Que vamos a hacer, soy demasiado mayor para según
qué cosas. Pero todavía espero y me hago con los deseos del abrazo de una
madre. Que me abrace y me acurruque, mientras me canta una canción de cuna. No
hay que pasar por caja, porque quién lo hace ya no vuelve. A saber porque y
porqué llenamos los carritos si después no podemos llevarlos con nosotras.
Tanto deseamos, que no podemos tirar de ellos. Algunos por codicia, otros por
avaricia, dejan los estantes vacíos. Vacíos sin recordar, que lo que más llena
es el amor y que es de lo más barato de comprar y por eso es lo más difícil de
encontrar. Todo el mundo lo busca, ya sea adulto, anciano o bebé. Todos
buscamos los abrazos y estos no se ponen de oferta y cuando lo están, por algo
es. Algo escondido llevan o será mi desconfianza, que solo quiero los de mi
mamá. Esa madre joven, que estará atenta a lo que cojo y no se fiará y me
guiará a través del supermercado de los deseos. Somos libres y cuanto más
crecemos, más alto podemos llegar. Llegar y elegir y no dejar escapar, el sueño
o el deseo de tu vida. Pero para eso, hay que empezar por los estantes de
abajo, ya que estos serán los cimientos de mi vida.
Yo me hago cada vez más mayor y mi madre también. Qué
lástima me dará, cuando ya no me acompañe y haya pasado por caja, dejándome
sola o quien sabe, si por entonces compartiré el carrito. Un carrito, que puede
llegar a ser tan pesado. Pesado por cosas materiales o sentimientos no
correspondidos. Quien sabe, quien se cruzará en mi camino. Quién sabe si
escucharé una voz lejana y a la vez, conocida. Quién sabe si cuando llegue a
cierta edad, me dé por correr, por querer vivir cada vez más rápido. Cogiendo
los deseos de solo un salto y que estos se acumulen de tal forma, que se me
caigan al suelo. Haciendo rodar o rompiéndose a trozos como si fuese de cristal,
aquellos que más ansío. Y es que hay sentimientos y deseos muy frágiles. Tan
frágiles, pero al mismo tan deseados. Que no suelen ser baratos y nos cuestan
caros, tan caros como es el sudor de una frente.
¿Mi nombre? Mi nombre es Rosa. ¿Porque no lo he dicho hasta
ahora? Pues porque hasta ahora no era lo suficientemente mayor, para poder
decirlo y poder contar mis años, con los dedos de la mano. Ya he aprendido a
hablar, ese sí que era un deseo que no cuesta mucho o sí, no todos lo consiguen.
Seguimos caminando por los alrededores de los estantes, podemos estar todo el
tiempo que queramos. El supermercado no tiene hora de cierre, por eso la gente
entra y sale. Pero es curioso, todos y todas las que entran, lo hacen a gatas.
Como si intentaran hacerlo a escondidas, que tendrá este lugar que hay cola
para entrar. Nadie quiere salir, pero cuando ya no pueden con el carrito o este
ha quedado oxidado, por el paso del tiempo se tienen que marchar. Algunos se
despiden, otros es de repente. Dejando en el medio, como si estorbase, el
carrito de los deseos. Salen sin despedirse, pero sí pasando por caja. Nadie se
libra y todos pagan de alguna forma sus vivencias e inquietudes. Se les abre la
puerta automática, esa, esa que es de cristal y se mueve de forma paralela,
para abrir o cerrar. No tiene hora de cierre y yo me veo cada vez, más fuerte y
más segura. Está a punto de cambiar las tornas y ser yo, quién vigile y proteja
a mi madre. Por un momento tiro de los dos carros, pero me cansa y me agota.
Entonces me dirijo al estante de los celadores, esas personas que tienen más
experiencia en ello. Hay muchos y de todos los precios, pero mi madre no
quiere. Quiere que sea yo, la que tire de los dos. Accedo y con los ojos
llorosos, me alcanzo con un deseo de abrazos. Uno que vale por mil, le doy un
achuchón y me viene a la memoria, cuando estaba gateando y ahora es ella, la
que no puede casi ni mantenerse en pie. No quiero perderla de vista, no quiero,
vaya que sin darse cuenta pase por caja y entonces necesite, algo más que un
abrazo. Solo espero que cuando marche, me espere en la salida. Me espere y
volvamos las dos juntas a casa.
No se me cruza nadie, pero no tengo miedo. Miedo a tirar
sola y no compartir mis deseos. Claro está que puedo arriesgarme, los hay de
oferta. Los mejores, ya tienen dueña y los veo juntos eligiendo deseos la mar
de felices. Como si yo no pudiera ser feliz, ser feliz y estar contenta de
haber compartido mis deseos, con la persona que más quiero. Que será, será………
Dónde está mi madre, ahora sí que rompo en un llanto. Pero
un llanto sordo y hueco, solo ha sido un descuido y sí, sí la veo marchar entre
los cristales. Me mira y me dice adiós, lanzándome un beso. Agarro fuerte el
carrito de los deseos, porque todavía es pronto para mí. Pero al menos se ha
despedido y sé que después, cuando acabe. Saldré afuera, un mundo que para mí
es completamente desconocido. Pero si está ella, me lo enseñará y será
divertido, porqué aquí todo se compra y todo se vende, espero que afuera no
pase lo mismo y valga verdaderamente la pena. La pena que se convierte en alegría,
alegría por haber tenido la suerte de tener su compañía. Aunque me vea ahora
caminar más despacio, entre los pasillos. No son lo mismo, que las calles
resbaladizas, donde te puedes perder o romperte el alma y para eso no hay
pegamento que valga.
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