sábado, 5 de marzo de 2016


                                               El carrito de los deseos

Voy por el supermercado de los deseos, tiro de mi carrito aún vacío. No tengo apenas meses de vida y como todos, empiezo a gatear y como un gato me encaramo en lo más alto de los estantes, para conseguir agarrar mi primer deseo. Aquel que no puede ser otro que la muñeca de mis delicias. Se me parece mucho y llego a pensar si es hermana mía. Pero sé que eso no puede ser, mi madre es muy joven y yo soy la primera que ha traído al mundo.
Ahora, miro para abajo, estoy en lo más alto y me pasa como a muchos gatos y ahora no sé bajar. Me siento como sentada temblándome las piernas, en las ramas de un árbol. Rompo en un llanto y mi salvadora me rescata y me baja, pero sin muñeca. Sin costarle mucho, solo ha tenido que alzar los brazos y agarrarme con las manos, dándome un gran beso. Sin olvidar una regañina, pero no pasa de ahí. No quiero volver a llorar y entiendo o empiezo a entender. Que quién quiere algo, tiene que ser valiente hasta el final y no llorar y esperar que te solucionen lo problemas cotidianos. Sigo gateando, con mi carrito vacío. Pero no me importa, miro al mi alrededor y ahí está, mi mamá. Aquella mujer, que verdaderamente me quiere y que sería capaz de hacer o deshacer cualquier cosa, si fuere necesario. Seguimos el paseo, no hay mucho de interés. Al menos para mí, será por cosa de mi niñez. Solo veo a veces, quien coge vientos y nubes. Yo me alejo porque si no  me va a hacer falta un chubasquero. Y es que a algunos, les gusta ver como llueven lágrimas desde el cielo. Ahí me gustaría llegar con mi mano, tocarlo y saber que existe de verdad y que no es solo un sueño. Miro y veo, otra vez la misma muñeca, pero esta vez está más a mano. No me tengo que subir a ningún lado ni escalar ninguna montaña. Pero ¡Ay! Mi sorpresa es que habla, parece que es de más edad  y ya habla y corre. Quiero seguirla, para poder meterla en mi carrito. Pero se me escapa, es demasiado rápida y veloz. Me aguanto las lágrimas y doy las gracias por haber nacido. Nacido y saber, que el reloj de mi vida, acaba de ponerse en marcha y que tiene mucha cuerda por recorrer.

Choco con otro carrito y veo solo pañales y chupetes, pero todo eso lo quiero dejar atrás. Lleva el carro lleno de todo ello, pero nada de eso me interesa. Yo creo que ya es hora de desear algo de verdad,  algo que me llene y que no me traiga recuerdos pasados. Prefiero llevarlo vacío e ir a mi aire, a mi aire aunque todavía dependa de mi mami. Que vamos a hacer, soy demasiado mayor para según qué cosas. Pero todavía espero y me hago con los deseos del abrazo de una madre. Que me abrace y me acurruque, mientras me canta una canción de cuna. No hay que pasar por caja, porque quién lo hace ya no vuelve. A saber porque y porqué llenamos los carritos si después no podemos llevarlos con nosotras. Tanto deseamos, que no podemos tirar de ellos. Algunos por codicia, otros por avaricia, dejan los estantes vacíos. Vacíos sin recordar, que lo que más llena es el amor y que es de lo más barato de comprar y por eso es lo más difícil de encontrar. Todo el mundo lo busca, ya sea adulto, anciano o bebé. Todos buscamos los abrazos y estos no se ponen de oferta y cuando lo están, por algo es. Algo escondido llevan o será mi desconfianza, que solo quiero los de mi mamá. Esa madre joven, que estará atenta a lo que cojo y no se fiará y me guiará a través del supermercado de los deseos. Somos libres y cuanto más crecemos, más alto podemos llegar. Llegar y elegir y no dejar escapar, el sueño o el deseo de tu vida. Pero para eso, hay que empezar por los estantes de abajo, ya que estos serán los cimientos de mi vida.
Yo me hago cada vez más mayor y mi madre también. Qué lástima me dará, cuando ya no me acompañe y haya pasado por caja, dejándome sola o quien sabe, si por entonces compartiré el carrito. Un carrito, que puede llegar a ser tan pesado. Pesado por cosas materiales o sentimientos no correspondidos. Quien sabe, quien se cruzará en mi camino. Quién sabe si escucharé una voz lejana y a la vez, conocida. Quién sabe si cuando llegue a cierta edad, me dé por correr, por querer vivir cada vez más rápido. Cogiendo los deseos de solo un salto y que estos se acumulen de tal forma, que se me caigan al suelo. Haciendo rodar o rompiéndose a trozos como si fuese de cristal, aquellos que más ansío. Y es que hay sentimientos y deseos muy frágiles. Tan frágiles, pero al mismo tan deseados. Que no suelen ser baratos y nos cuestan caros, tan caros como es el sudor de una frente.

¿Mi nombre? Mi nombre es Rosa. ¿Porque no lo he dicho hasta ahora? Pues porque hasta ahora no era lo suficientemente mayor, para poder decirlo y poder contar mis años, con los dedos de la mano. Ya he aprendido a hablar, ese sí que era un deseo que no cuesta mucho o sí, no todos lo consiguen. Seguimos caminando por los alrededores de los estantes, podemos estar todo el tiempo que queramos. El supermercado no tiene hora de cierre, por eso la gente entra y sale. Pero es curioso, todos y todas las que entran, lo hacen a gatas. Como si intentaran hacerlo a escondidas, que tendrá este lugar que hay cola para entrar. Nadie quiere salir, pero cuando ya no pueden con el carrito o este ha quedado oxidado, por el paso del tiempo se tienen que marchar. Algunos se despiden, otros es de repente. Dejando en el medio, como si estorbase, el carrito de los deseos. Salen sin despedirse, pero sí pasando por caja. Nadie se libra y todos pagan de alguna forma sus vivencias e inquietudes. Se les abre la puerta automática, esa, esa que es de cristal y se mueve de forma paralela, para abrir o cerrar. No tiene hora de cierre y yo me veo cada vez, más fuerte y más segura. Está a punto de cambiar las tornas y ser yo, quién vigile y proteja a mi madre. Por un momento tiro de los dos carros, pero me cansa y me agota. Entonces me dirijo al estante de los celadores, esas personas que tienen más experiencia en ello. Hay muchos y de todos los precios, pero mi madre no quiere. Quiere que sea yo, la que tire de los dos. Accedo y con los ojos llorosos, me alcanzo con un deseo de abrazos. Uno que vale por mil, le doy un achuchón y me viene a la memoria, cuando estaba gateando y ahora es ella, la que no puede casi ni mantenerse en pie. No quiero perderla de vista, no quiero, vaya que sin darse cuenta pase por caja y entonces necesite, algo más que un abrazo. Solo espero que cuando marche, me espere en la salida. Me espere y volvamos las dos juntas a casa.
No se me cruza nadie, pero no tengo miedo. Miedo a tirar sola y no compartir mis deseos. Claro está que puedo arriesgarme, los hay de oferta. Los mejores, ya tienen dueña y los veo juntos eligiendo deseos la mar de felices. Como si yo no pudiera ser feliz, ser feliz y estar contenta de haber compartido mis deseos, con la persona que más quiero. Que será, será………

Dónde está mi madre, ahora sí que rompo en un llanto. Pero un llanto sordo y hueco, solo ha sido un descuido y sí, sí la veo marchar entre los cristales. Me mira y me dice adiós, lanzándome un beso. Agarro fuerte el carrito de los deseos, porque todavía es pronto para mí. Pero al menos se ha despedido y sé que después, cuando acabe. Saldré afuera, un mundo que para mí es completamente desconocido. Pero si está ella, me lo enseñará y será divertido, porqué aquí todo se compra y todo se vende, espero que afuera no pase lo mismo y valga verdaderamente la pena. La pena que se convierte en alegría, alegría por haber tenido la suerte de tener su compañía. Aunque me vea ahora caminar más despacio, entre los pasillos. No son lo mismo, que las calles resbaladizas, donde te puedes perder o romperte el alma y para eso no hay pegamento que valga.

 

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